Ante el reto de Jesús, un cambio de paradigma Iglesia de templo (=templaria) e iglesia samaritana

Una historia de la Iglesia en Siete Tiempos

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         Conforme a la parábola del samaritano (Lc 10, 20‒37), se puede hablar de dos iglesias:

Una es la iglesia del templo, propia de la antigua Jerusalén, bien establecida, con sacerdotes y levitas poderosos, que ejercen una función social importante, pero pasan de largo ante el herido, pues sirven a un Dios que a su juicio es más importante. Le llamo iglesia templaria, por el nombre de unos fuertes caballeros del Templo de Jerusalèn que, en la Edad Media cristiana quisieron defender con armas los intereses de la iglesia. Puedo llamarse también iglesia cruzada, que sigue haciendo guerras de diverso tipo para defender su ideal de Dios (Dios ideal), mientras siguen al borde del camino los heridos.

Otra es la iglesia samaritana, que lleva el nombre de los samaritanos, a los que se tomaba como herejes, pues no aceptaban las normas de los sacerdotes‒levitas de Jerusalén, y tenían su monte propio (Garizím). Pues bien, la parábola de Lc 10 presenta al samaritano de asno, aceite y vino como prototipo de su iglesia). Los evangelios Mateo y Marcos hablarían más bien de una “iglesia galilea”, representada por aquellos discípulos que Jesús mandó desde el monte de Galilea (Mt 28, 16‒20), ligeros de equipaje, sin más doctrina ni autoridad que la del Sermón de la Montaña.

             Ciertamente, la parábola de Lc 10 presenta también otros tipos de personas, como son bandidos‒terroristas (grupales, estatales o individuales) que asaltan y mantienen a la gente herida a la vera del camino… y como los heridos, es decir, los millones de víctimas causadas por un tipo de bandidaje   cuyo origen Jesús no precisa. Pues bien, frente a esos bandidos, al servicio de las víctimas, Jesús propone una iglesia de samaritanos de la vida que pasan, miran, se detienen y ayudan a los heridos.

            El Jesús de Lc 10 es una parábola… No contiene leyes, ni condena directamente a nadie, pero dice al “escriba‒jurista‒político‒religioso” que le pregunta “quien es mi prójimo” que se haga prójimo del herido, de la víctima: “Haz tú lo mismo”. El texto es una parábola, y da lugar a miles de variantes, entre las que podrían contarse las siguientes:

 ‒ Podemos hacer una Iglesia de puros-puros, compuesta sólo de buenos samaritanos… Pero en un momento dado esa iglesia de samaritanos, por el mismo peso de la institución puede convertirse en iglesia‒de‒bandidos reunidos que para defender a los heridos crea  una institución fuerte de poder socio‒religioso o eclesial (una policia o inquisición) que termina haciendo más víctimas que las anteriores.

‒ Podemos crear un ejército de samaritanos, que vigilan los caminos con armas de fuego, para que nadie “se tire al monte”,  una institución que al final se puede convertir en otro bandidaje… como a veces a pasado. ¿Quién vigilará a los vigilantes? ¿Cómo se logrará que los ejércitos de pacificación no se conviertan en ejércitos de imposición?

            No pudo responder a esas preguntas en sentido directo. Pero a modo de nueva alegoría quiero seguir contando la parábola de Jesús, distinguiendo “siete círculos” o tiempos de la historia de la iglesia, desde la perspectiva de Jesús‒Samaritano

 La iglesia de los siete círculos o tiempos

             A los árboles les queda el paso de los años en los círculos del tronco, de manera que cuando no producen ya círculos nuevos y no dejan los antiguos en el centro (pero sin que puedan verse) ellos se mueren. Así también la iglesia, de una forma aproximada. Los círculos antiguos quedan, a veces como muñones, pero siempre al fondo, a lo largo de los cambios.

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Primer círculo: Jesús samaritano.

 Ciertamente, era Galileo y fundo un movimiento galileo de renovación israelita, anunciando y preparando el Reino de Dios, pero sus “adversarios” le llamaron “samaritano” (Juan), porque les parecía contrario al templo de Jerusalén.

Éste es el anillo central del tronco de la Iglesia. Si él desaparece o se olvida, todos los restantes pierden su sentido y mueren. Así queda Jesús, como entraña o meollo, en el centro de todos los procesos restantes. Jesús no fundó la iglesia templaria, en el sentido organizado posterior, sino un movimiento mesiánico y popular (galileo, samaritano) de Reino de Dios, un movimiento de pacificación israelita (tenía una estrategia de paz, de superación de la guerra amenazante), un movimiento no-sacerdotal, a partir de un grupo de campesinos pobres, para preparar la llegada del reino de Dios en quién él creía, a quien él esperaba.

Creyó en la transformación de Israel y así lo indico eligiendo a Doce discípulos, par que simbolizaran la llegada del nuevo Israel, pero no les dio poder para mandar sobre templo alguno, sino autoridad para curar, servir, ayudar, como el samaritano de la parábola a los que estaban caídos a la vera del camino religioso, social y sanitario de Jerusalén y Roma.  No se preocupó demasiado en precisar la forma en que vendría el Reino, pero estaba seguro de que vendría aquí, en este mundo renovado, trasformado, desde Dios… un Mundo Nuevo de Paz, de ayuda a las víctimas, de curación y perdón, abierto a todos los hombres y mujeres. Con ese fin trabajó, por hacer lo que hacía le mataron. Sin duda Jesús quería una iglesia o movimiento de tipo samaritano, no de templo, pues los del templo no sólo pasaron de largo a su lado, sino que le mataron (o al menos colaboraron en su muerte, o miraron a otro lado).

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Segundo círculo o tiempo: iglesia apostólica samaritana

 Jesús no fundó la Iglesia como tal, sino un movimiento samaritano de ayuda a enfermos y víctimas, en esperanza de Reino, pero sus compañeros y amigos, los que compartieron su movimiento, tuvieron que fundarla, para que ese movimiento siguiera en marcha, para que llegara el Reino de Dios, que ellos identificaron en el fondo con el triunfo del mismo Jesús, a quien vieron como Hijo de Dios y Señor de la nueva humanidad.

Así creyeron en su resurrección… desde diversas perspectivas. Unos estaban convencidos de que con la fuerza del impulso de Jesús vendría pronto el Reino de Dios, aquí abajo, sobre un Israel trasformado… Otros empezaron a expandir el movimiento a los gentiles…Todos pensaron que él (Jesús) estaba con ellos, como espíritu samaritano llenando todos los caminos, de Jerusalén a Jericó, desde Samaría o Galilea a Roma, abriendo un impulso de transformación humana, en línea de libertad (Pablo), de mística nueva (Juan)… y, sobre todo y siempre, de compromiso de ayuda imaginativa y nueva, eficiente e intensa,  de acogida y ayuda a los caídos y víctimas a la vera del camino.

Nadie pensó en crear un ejército de celotas, soldados‒samaritanos, como el de los de insurgentes del 67‒70 para luchar contra Roma, para impedir que Roma siguiera dictando su “imperio”, su ley y ejército de legionarios al servicio de su paz imperial.

Nadie creó jerarquías estables de poder samaritano, organizadas en escuadras de obispos‒presbíteros, como las que vinieron luego, pero formaron formas de comunión y comunicación especial, con ministerios diversos, los que fueran necesarios, para que siguiera el mensaje y la obra samaritana de Jesús, para que se mantuviera la esperanza de la vida al borde de los caminos, esperando que Jesús volviera y culminara lo que había comenzado, pero haciéndolo ellos, mientras tanto, pues el mismo Jesús samaritano era su Espíritu Profundo de vida.

Tercer tiempo o círculo: iglesia sacro‒episcopal, más templaria que samaritana

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Hacia el año 200 d. C., en plena persecución, por impulso del mismo mensaje de Jesús, los cristianos se vieron obligados a crear una iglesia estable, con rasgos “samaritanos” (Jesús al fondo), pero con formas e instituciones más judeo‒helenistas‒romanas que evangélicas. Así se separaron (o fueron separados) del judaísmo rabínico y sacerdotal antiguo y fijaron unas Escrituras propias (Nuevo Testamento) y crearon estructuras episcopales de “poder” (con la idea de administrar el espíritu samaritano de Jesús) que se han mantenido hasta hoy, pero quizá empezando a olvidar la savia samaritana del árbol de Jesús.

Los obispos y presbíteros, tal como hoy los conocemos surgieron entonces, y en principio fueron necesarios. El invento fue bueno, tan bueno que tuvo éxito y la iglesia se mantuvo y se mantiene, a pesar de todas las dificultades, gracias a los obispos y a su “espíritu templario” (judeo‒helenista, romano, más que cristiano), pues sin “volver a crear un tipo de templo” jerárquico la savia de Jesús corría el riesgo de perderse.

 Evidentemente, ese cambio (ese nuevo círculo en el tronco ya añoso de la iglesia) mantuvo los círculos anteriores: quiso conservar los valores de Jesús samaritano (y de las comunidades apostólicas) y así seguimos hoy creyendo que la Iglesia es cristiana (de Cristo) apostólica (de sus primeros seguidores). En un sentido, ese cambio se hizo por fidelidad a Jesús, para que siguiera estando en el centro, y así se declaró que era Dios, pero se le separó de su historia y tarea samaritana. 

Se fue creando así una nueva gran iglesia templaria, con grandísimos valores culturales y sociales, con obras de ayuda a los necesitados, con buenas doctrinas y gente muy santa, pero prevaleció el templo de los sacerdotes‒levitas sobre los samaritanos. Esa Iglesia supuso un gran cambio cultural‒social, y así la recordamos con inmenso cariño; ella mantuvo elementos samaritanos, pero quizá fue más templaria que cristiana. 

Cuarto círculo: Iglesia imperio‒papal. Mucho templo/poder, poca “samaría”

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 La Iglesia anterior de los obispos, se mantuvo casi ochocientos años (desde el siglo III‒IV hasta el X, en oriente y occidente).  Algunos obispos se elevaron sobre otros, se crearon patriarcados  en Oriente y en Occidente se fue elevando la función del Papa, obispo de Roma, que relacionó su función con la de un Pedro, interpretado como signo de poder más que de servicio, presidiendo el nuevo Templo de la Iglesia.

Al principio las iglesias fueron independientes entre sí, pero tras la caída del Imperio romano y las grandes crisis posteriores, hasta eel cambio de milenio, desde el siglo XI, comenzó en occidente un proceso de unificación y jerarquización/clericalizaciòn en torno al Papa, un proceso que se sigue llamando la reforma gregoriana (por Gregorio VII: 1020-1085).

El Papa tomó casi todos los poderes; se creó una primera “curia vaticana” (centrada en cardenales). Las iglesias de oriente no aceptaron la reforma, siguieron como antes. La Iglesia papal, gregoriana se extendió por Europa occidental, de una forma admirable, como Estado Espiritual y como Estado Temporal, con unos dominios pontificios. Fue un nuevo círculo en el árbol añoso de la Iglesia de Jesús. Dos son las claves que definen ese nuevo tiempo:

  1. Las cruzadas, iglesia de los templarios. En el siglo XII la iglesia quiere “conquistar” el templo de Jerusalén (en manos de musulmanes), haciéndose “militar” (tomando las armas para defender en teoría a los oprimidos)… Surgieron así los templarios, militares al servicio de la nueva iglesia‒templo, con sacerdotes y levitas propios… Pareció perderse el espíritu samaritano.
  2. Pacto con el imperio, iglesia poder… La iglesia pensó que necesitaba poder para realizar su obra samaritana… y así lucho con el imperio germano a lo largo de un siglo XI, hasta que en 1122 (concordato de Worms) se dividieron los poderes: Iglesia de Roma e imperio Germano, vinculados ambos, con poder para regular y organizar el mundo, con guerras‒cruzadas e inquisiciones. Daba la impresión de que los “pretendidos samaritanos” se habían convertido en emperadores‒sacerdotes del nuevo orden cristiano.

Ciertamente, poco después, desde el signo XIII‒XIV el imperio germano perdió su poder, pero le siguieron los estados nacionales (empezando por la Francia de Felipe el Hermoso, luego por Castilla‒Aragón, Inglaterra…), que suprimieron a los templarios papales, para hacerse ellos “soldados” del Templo, en disputa‒pacto col los papas, pero necesitándose siempre unos a otros.

Quinto círculo: Iglesia absoluta, reforma tridentina

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 La figura antigua de la Iglesia Gregoriana se mantuvo hasta principios del siglo XVI, cuando los nuevos tiempos exigían otras formas de organización y libertad (ambas cosas). Surgieron los movimientos de reforma protestante, buscando otros tipos de fidelidad al evangelio. Para mantener la tradición, la Iglesia católica reformó en Trento sus instituciones de unidad, en torno a un Papa que se fue convirtiendo en Monarca Absoluto, como es hoy.

Esa reforma se hizo para mantener mejor la savia evangélica y dio buenos frutos, en tiempos en que las monarquías absolutas eran la forma normal de gobierno… pero la Iglesia dejó definitivamente de ser “samaritana”. Ciertamente, siguió habiendo en la Iglesia algunos grupos samaritanos, como ciertos franciscanos y otros movimientos mendicantes, algunos místicos‒testigos, como Juan de la Cruz…Pero, en sí misma, diciendo que era representante del Jesús Samaritano, la Iglesia se dotó de un Gobierno Absoluto (con los antiguos Estados Pontificios incluidos), pensando que el Dios de Jesús y su mensaje de paz se extiende mejor cuando existe más autoridad sagrada.

El Papa fue tomando todos los poderes cristianos, siempre en pacto con las autoridades civiles (allí donde ello fuera posible), con un clero de sacerdotes‒levitas (¡precisamente aquellos que habían pasado de largo ante el herido del camino de Jesús samaritano…!) con poder total sobre el resto de los “fieles” (=iglesia discente, que aprende y se somete). De esa forma, la “evangelización de las Indias” fue una empresa cristiana pero confiada a los estados absolutos de obediencia papal.

Ciertamente, la Iglesia siguió predicando la parábola del buen samaritano, pero como algo para buena gente particular… Ella, como tal, se hizo iglesia templaria (de templo), de un modo ejemplar, es decir, total… Ella tendió a controlar la vida y acciones de los cristianos, con sus grandes iglesias, sus leyes etc. Hizo grandes obras buenas, de las que vivimos todavía en el siglo XXI, pero su manera de pensar y de actuar dejó de ser samaritana, es decir, de Jesús para hacerse ya casi totalmente templaria, mientas los caídos y heridos aumentaban (pero se hacían invisibles, pues los nuevos sacerdotes‒levitas daban el mismo “rodeo” antiguo de la parábola) para no verlos.

Sexto círculo: Siglo XX, triunfo total y crisis definitiva de la Iglesia templaria

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 Ha sido un tiempo de triunfo y de crisis del absolutismo papal‒eclesial, de la Iglesia templaria, tiempo de encuentro y desencuentro con el mundo (siglo XX). Precisamente cuando parecía que todo iba a “triunfar”, que se creaba ya por fin la Iglesia‒templaria‒eterna…, como luz‒verdad para todo el mundo, con su sistema clerical perfecto… ese sistema dejó de funcionar.

Suele decirse que cuando un sistema marcha perfectamente (como una buena máquina) deja de marchar, pues se cierra en sí mismo, pierde contacto con la realidad…  Y la realidad era y sigue siendo (como lo vio el Concilio Vaticano II) que había millones de heridos/saqueados/victimizados al borde del camino, no sólo por los males de presuntos bandidos de fuera, sino por el mismo tipo de organización y sacralidad de la misma Iglesia.  

 Esto es lo que parece haber pasado. La Iglesia católica había funcionado perfectamente, siendo más absoluta y más gregoriana que antes (tras la pérdida de los Estados Pontificios, el año 1870). Ella ha sido y es una institución admirable, un “ejército de Dios”, unificado, obediente, la iglesia que quería el mejor jurista romano (el gran Clemente, cuando escribió su carta a los Corintios). Funciona todo perfectamente, desde dentro… Pero se notaba cada vez más el desajuste con el mundo externo.

Queda pendiente la cuestión de las iglesias: La iglesias orientales (que no aceptaron la reforma gregoriana);   las iglesias y comunidades protestantes (que no aceptaron el absolutismo papal); los judíos “nacionales” (que no aceptaron el mesianismo de Jesús, entre el siglo II y III d.C.).

‒ Queda pendiente, sobre todo, la cuestión samaritana de las víctimas, es decir, la más propia de Jesús: la de los heridos al borde del camino del progreso eclesial, social e imperial de los tiempos modernos; las nuevas víctimas del mundo y de la iglesia templaria, relacionadas con un tipo de clericalismo y de disfunción sexual de poder, que se refleja en forma nuevas de pederastia (y semejantes)

‒ Queda sin resolver el tema de la “misión universal” que quiso asumir y asumió la Iglesia Apostólica, con Pedro y con Pablo, el encuentro con todos los pueblos y culturas de la tierra, tal como quería Mt 28,18-20… Esa misión universal no se puede realizar con una iglesia templaria, que dice tomar el poder de Jesús… para realizar su obra. Pero ése no ha sido ni es el camino de Jesús, que es un camino samaritano.

Séptimo círculo… Siglo XXI, la Canción del Samaritano

             Cuando yo era joven (a mediados del XX), muchos decían que la misión de la Iglesia se estaba terminando, pues sólo quedaban unos pequeños “reductos” de gente primitiva sin que se hubiera sembrado en ellas la Iglesia, como la selva amazónica o la de Nueva Papua, de forma que sembrando allí  el evangelio quedaba todo terminado.  Pero hoy (2020) sabemos dos cosas nuevas.

‒ La antigua misión de Amazonia o de Nueva Papua no era del todo evangélica, y hay que cambiar, empezando de nuevo, en esas tierras y en todo el mundo.

‒ La iglesia de sacerdotes‒levitas de la parábola de Jesús seguía mirando a un lado, iba a lo suyo, su poder religioso, no quería ver a las víctimas.

Eso significa que debemos empezar nueva misión, que no será simplemente la del Jesús histórico sin más, ni la de sus primeros seguidores, pero que tendrá que fundarse allí, como misión samaritana.

 Llevamos en nuestro tronco todos los círculos, añosos, viejos, luminosos… Somos iglesia tridentina y gregoriana, espiscopal y apostólica… Pero somos, sobre todo, la iglesia samaritana y pascua de Jesús. Nos sentimos de pronto, perdidos… Como si hubiéramos malgastado dos milenios, llenos de equivocaciones de poder… Pero, al mismo tiempo, algunos nos sentimos con con más fuerza que nunca, herederos del movimiento de Jesús, un movimiento de pacificación del mundo, un movimiento de amor y de perdón, desde los pobres, un movimiento que anticipa y anuncia la llegada del Reino de Dios.

Ciertamente, un tipo de iglesia templaria puede y debe morir, como dijo Jesús que debía caer y morir el templo de Jerusalén, pero no para construirlo de nuevo (aunque de otra forma), sino para crear una iglesia samaritana de la vida, al servicio de las víctimas, fuera de los templos cerrados, en los caminos y fronteras donde están los heridos de la vida, es decir, las víctimas de un poder eclesial, social, político y económico

Por eso decimos que “somos iglesia”; no negamos nada del pasado (pues de ese pasado venimos), pero tenemos que recrearla del todo, si queremos conservarla, es decir, si queremos retronar el camino samaritano de Jesús. Estamos donde estaba Jesús, cuando decidió subir  a Jerusalén, para culminar su mensaje de Reino. Estamos donde estaban María Magdalena y Pedro cuando “vieron a Jesús resucitado” y asumieron su movimiento, para continuarlo, con la certeza de que él estaba con ellos, como el Viviente; estamos allí donde en la segunda parte del siglo II hubo que fundar iglesias episcopales…

Llevamos sin resolver los problemas de la iglesia sacral, gregoriana y tridentina, en unos tiempos nuevos, de diálogo universal. Es hermoso que estemos aquí, es hermoso que tengamos los problemas que tengamos. Es hermoso que tengamos incluso un Papa como Francisco, pero no quedarnos ahí, sino para cambiar con ellos (y en parte contra ellos, por amor a los que ellos representan) el rumbo de la Iglesia.

             Éstas han siglo mis reflexiones sobre la Iglesia de los Siete Círculos (el título es en parte de T. Mertón). Pueden parecer un folletín, pero pienso que parece la pena fijarse en ellas.  Seguiremos mañana.

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