Israel querido: Destino universal, riesgo de tragedia

El problema judío salta de nuevo a las primeras páginas, como muestran dos noticias sorprendentes de los últimos días:

(a) J. Kerry,Secretario de Estado de USA , asistió al funeral de A. Sharon, líder judío (11.01.14), e hizo unas declaraciones buscando la paz entre israelitas y palestinos; M. Yaalon, Ministro de Defensa de Israel, le tachó de “mesiánico” por buscar una paz que es imposible, pues los palestinos no quieren paz sino guerra.
(b) Dos días después, Kerry se ha encontrado con el Card. Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, y ambos parecen haberse puesto de acuerdo sobre la cuestión judío-palestino, en contra del Ministro de Defensa de Israel.
(c) En este contexto, mi amigo O.Fortín, nuevo blogger de RD, acaba de escribir unas r reflexiones significativas sobre el tema, tomando como referencia el viaje que el Papa Francisco realizará a Israel/Palestina, el próximo marzo, como líder religioso y social.


Ésta es una ocasión propicia para ofrecer algunas reflexiones sobre el tema, en la línea de mi Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella, 2007). Antes se decía que España, que era entonces una “unidad de destino en la universal”.

Eso se ha dicho también de Israel: Tiene un destino universal, pero corre el riesgo de convertirlo en tragedia.

Desde ese fondo ofrezco mi pequeña aportación sobre la identidad de Israel, es decir, del judaísmo, como pueblo concreto y como “nación” religiosa... El tema deberá completarse mañana o pasado con la vocación de los musulmanes, que también se sienten con un destino universal.

Una pequeña historia

El judaísmo es, al mismo tiempo, un pueblo particular (con su historia separada de la historia de los pueblos del entorno) y una religión universal, abierta a la globalización salvadora, es decir, a la unión pacífica de los pueblos dispersos y enfrentados... Como pueblo elegido (particular), guiado por el Dios del mundo y de la historia, Israel se ha sentido llamado a realizar una tarea universal de reconciliación o shalom.

Israel ha mantenido dos certezas: su llamada particular (como pueblo elegido que tiene que cumplir una tarea propia) y su vocación universal (ser fermento de pacificación entre todos los pueblos). De esa forma se vinculan, en línea histórica, la elección concreta (Israel es un pueblo especial, elegido por Dios) y la tarea universal (abrir en el mundo un camino de salvación para todos los pueblos).

‒ Los judíos se sienten un pueblo particular, y en esa línea se atreven a decir que Dios mismo les ha escogido y separado: “Yo (Yahvé) seré vuestro Dios; y vosotros (israelitas) seréis mi pueblo” (cf. Dt 26, 16 19). Esta concentración sagrada ha definido y sigue definiendo su historia hasta el día de hoy. En ese trasfondo se vuelve transparente y cobra contenido la confesión pactual, cuyo recuerdo se conserva en Jos 24, 17 18 y Re 1, 18, 39, como ratifica el Shema (Escucha...), que ha determinado la espiritualidad del judaísmo: «Escucha, Israel, Yahvé, nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón... (Dt 6, 4 5).

‒ Al servicio de la humanidad. Pues bien, ese pueblo de Israel, cuyos componentes escuchan la voz de Dios y le responden cumpliendo su palabra (amándole), aparece se abre y despliega, desde su singularidad, como portador de una promesa universal de salvación (cf. Is 2, 2-4). De esa manera se han vinculado, de forma paradójica y poderosa, los dos momentos fundamentales del proyecto de globalización judía, un momento particular y otro universal.

Por una parte, Israel ha sido y sigue siendo uno de los pueblos más “particulares” y separados del mundo. Así decidió serlo no sólo ende su historia antigua (reflejada en la Biblia), sino especialmente a partir del renacimiento rabínico (siglo I-III d.C.), que ha marcado de un modo intenso la historia posterior del mundo occidental. Pero, al mismo tiempo, el judaísmo ha querido y quiere ser fermento de esperanza o globalización salvadora para todos los pueblos, siendo portador de una promesa de universalidad aún no cumplida (los hombres no pueden unirse por ahora, en forma igualitaria, gratuita y salvadora), pero han de hacerlo pronto, cuando Dios así lo decida.


Judaísmo actual, gran paradoja.

A partir de las guerras romanas (67-70 y 132-135 d.C.), los judíos se han dispersado, extendiéndose a lo largo de la Edad Media y Moderna como nación “religiosa”, sin Estado propio, bajo el poder de reinos y de imperios. Como pueblo exilado y peregrino en medio de otros pueblos, como grupo de identidad religioso/nacional han pervivido a lo largo de los siglos, tanto en el sur (España, Francia, Italia) como en norte de Europa (Alemania, Polonia, Rusia), con el norte de África y Oriente Medio. Desde 1946, parte de la comunidad judía se ha restablecido políticamente en Palestina, formando el estado de Israel. Ellos siguen teniendo estos rasgos:

‒ Los judíos reinterpretan la herencia de Abrahán y Moisés en plano nacional. Ciertamente, saben que, según la tradición, el viejo patriarca tuvo otros hijos y quizá muchos árabes sean hijos suyos (en sentido biológico) y todos los musulmanes y cristianos se pueden llamar descendientes de Abrahán en sentido espiritual. Pero sólo ellos, los judíos, hijos de Israel/Jacob y de los “doce patriarcas”, siendo la nación elegida de Dios, quieren presentarse como portadores legítimos de la tradición abrahámica en el mundo. En ese aspecto, ellos se sienten ante todo un pueblo distinto y quieren serlo hasta el final de los tiempos.

‒ Los judíos reinterpretan el monoteísmo en línea transcendente y nacional, en paradoja que otros pueblos y religiones han entendido con dificultad. Por un lado, los judíos sostienen la diferencia de Dios a quien conciben como radicalmente distinto, de manera que todo intento de fijarle en algo (en idea, o símbolo) les parece idolatría., y así, como testigos de la diferencia de Dios se han mantenido siempre, criticando a los demás de un larvado o claro paganismo. Pero luego (al mismo tiempo) ellos sostienen que ese Dios transcendente se unido con ellos de una forma duradera y especial, suscitando así el recelo de otros pueblos.

‒ Los judíos han aplicado la Ley de una forma nacional, al menos en el tiempo presente, hasta que se revele Dios de una forma definitiva. Sin duda, ellos piensan que su Ley es también transcendente, existía en Dios desde el principio, como signo de su sabiduría y providencia. Pero esa Ley eterna, expresada de algún modo en su Escritura y Tradición se encarna de alguna forma en ellos, que así tienen una capacidad teológica especial: una penetración religiosa peculiar que les capacita para descubrir en su propia vida el misterio de Dios. Portadores y testigos de Dios en su propia carne, en su camino de pueblo histórico, eso son los judíos.

‒ Ellos cultivan un mesianismo nacional... Su obligación primera es mantenerse como nación Los cristianos han personalizado la esperanza en Jesús, a quien consideran Hijo de Dios, en gesto de apertura a todos los hombres de la tierra. Pues bien, los judíos han nacionalizado la esperanza, si es que se puede emplear este lenguaje: los más secularizados esperan de algún modo reconciliación final de la humanidad; los más religiosos hablan de una venida o manifestación salvadora de Dios. Pero todos, de un modo u otro, destacan la mediación judía: ellos mismos, como pueblo distinto y elegido, son los transmisores de la esperanza, los garantes de la reconciliación final entre los hombres.

Estrictamente hablando, ellos no pretenden convertir a los demás pueblos en el tiempo de la historia; pero deben mantener su identidad para ofrecer de esa manera un ejemplo de vida y una semilla de futuro para todos los pueblos. Esa tarea mesiánica les ha permitido vivir separados y unidos, como un pueblo particular, pero de cultura universal, con intereses religiosos pero también económicos, que han suscitado el recelo de muchos.

Pues bien, estos judíos que han vivido diecinueve siglos sin tierra ni estado propio (del 70 al 1948 d.C.), siendo muchas veces perseguidos, especialmente en la shoa nazi (del 1939 al 1945), han conseguido crear (¿recrear?) su propio Estado particular en Palestina. En esta perspectiva, algunos que suelen llamarse sionistas creen que es preciso defender el estado de Israel, para que actúe como signo de esperanza y reconciliación humana en todo el mundo (especialmente en el oriente medio). Evidentemente, Palestina es para ellos un signo religioso, una tierra que el mismo Dios les ha ofrecido, de manera que ellos imponerse y defenderla por las armas, en un contexto de máxima violencia, creando así una nación de puros, separados y distintos.


Así se expresa la gran paradoja israelita. Los judíos han sido por siglos un pueblo paria, en el sentido que Max Weber daba a ese término, al menos dentro de occidente. Pues bien, su su misma condición de grupo minoritario y sometido les había impulsado a desarrollar una inmensa labor económica y cultural, como germen de una deseada universalidad futura; en esa línea, ellos han alimentado muchos ideales de revolución social de globalización en los siglos XIX y XX. Pero a través del moderno Estado de Israel ellos corren el riesgo de alimentar un durísimo particularismo.


Monoteísmo y diferencia.

Los israelitas han sido y siguen siendo, de algún modo, descubridores y testigos privilegiados de un monoteísmo universal (abierto a unidad pacífica de todos los pueblos), que ellos han formulado y mantenido de un modo contra fáctico: precisamente allí donde se había derrumbado su seguridad política y donde habían perdido su esperanza histórica (tras la derrota y exilio: tras el 586 a. C.), en contra de las apariencias adversas, ellos han descubierto y confesado que hay un sólo Dios, que dirige la historia de los hombres y que les ofrece precisamente a ellos (derrotados, exilados) la promesa de una reconciliación futura de la humanidad.

No han encontrado a Dios en un camino de triunfo, ni como poder imperial, sino al contrario, en el centro de su impotencia, allí donde han perdido toda esperanza de vida en línea de sistema. Ellos, derrotados y exilados (en Egipto o Babilonia), saben que hay un Dios que es garante y portador de una promesa de vida universal.

Esa Presencia de Dios constituye para los derrotados de Israel una memoria e impulso de liberación que les permite mantenerse sobre (y contra) el sistema político-económico triunfante, que parece imponerse de manera inexorable sobre el mundo. Por encima de una estructura de poder opresor (globalización imperial), que los textos judíos presentan desde Dan 7 como «mundo de bestias», los derrotados de Israel se descubren llamados por Dios, elegidos entre las naciones, para cultivar y transmitir una experiencia superior de comunión en libertad entre todos los pueblos. Dios se les presenta así como principio superior de concordia universal .

‒ Prueba de humanidad y germen de comunión universal. Los judíos han podido aparecer como piedra de tropiezo donde se mide la capacidad de acogida y comunicación, de diferencia y comunión de las naciones (estados) dominantes y de los grupos menores, de distintos o excluidos. De esa forma han sido y siguen siendo un test de humanidad, un banco de prueba donde otros, especialmente los cristianos, han podido medir su tolerancia o falta de tolerancia y su manera de entender o no entender su monoteísmo. Allí donde los cristianos, a veces en nombre de la misma iglesia (e incluso de Jesús), han perseguido a los judíos, ellos han mostrado que no creen en el Dios del evangelio. Éste ha sido uno de los contextos fundamentales en el que se ha planteado en Europa (y en el mundo) el tema de la tolerancia y de la intolerancia .

((En esta línea podemos añadir que los judíos han sido y son testigos (=Presencia), del Dios que es Presencia («Soy el que Soy», es decir, el que estoy presente: Ex 3, 14) desde el sufrimiento de la historia. Eso les ha hechos capaces de trazar su distancia frente a todos los poderes y dioses del entorno. Esos dioses avalaban o justificaban un poder particular de tipo cósmico o biológico, ideológico o político; eran limitados o servían para justificar un sistema, una ideología.

De un modo sorprendente, desde una experiencia de derrota, amenazados por la destrucción, los israelitas han podido descubrir la Presencia (= Shekina) de un Dios siempre mayor, que les ofrece promesa de Vida (y que es garantía de existencia para todos los amenazados de la historia). Dios se muestra así principio de tolerancia radical (pues acoge a los excluidos de la historia), frente a la intolerancia de los poderes políticos triunfantes de este mundo, que protegen a los vencedores)).

‒ Riesgo de violencia, el Estado de Israel. Pues bien, a pesar de esa racionalidad y habiendo sido mártires del mayor nacionalismo violento de este siglo (shoa), los judíos se han convertido al final del siglo XX y comienzos del XXI en fuente de dura injusticia: han formado un Estado impositivo expulsando a cientos de miles de palestinos y lo mantienen de un modo violento, por la fuerza de las armas. De esa manera, el pueblo de la utopía mesiánica (que se presenta a sí mismo como germen de reconciliación final del conjunto de la humanidad) se ha convertido en amenaza concreta de guerra sobre el mundo.

Oponiéndose a la propia dinámica de su historia, después de haber sufrido una atroz persecución (del 1939 al 1945), algunos judíos han optado por fundar y defender con violencia su estado militar en Palestina (1947), empleando y ampliando unas normas de talión: violencia contra violencia, persecución contra persecución.

Sin duda, como un pueblo más, ellos han tenido y quizá tienen el “derecho” histórico de acudir a la violencia para crear su estado y defenderse. Pero al comportarse de esa forma ya no pueden ya apelar al Dios de su tradición de tolerancia creadora y de esperanza de reconciliación mesiánica de los hombres .

Los judíos creyentes, que mantuvieron su fe tras exilio y persecución, fueron por siglos (y lo siguen siendo) testigos de Dios porque aceptan el martirio y esperan, en amor y no en resentimiento, la resurrección o culminación mesiánica, que Dios mismo les ofrece como gracia. Por eso custodian el testimonio de sus mártires y aguardan la justicia, que se elevará sobre la opresión e injusticia de los asesinos, no por venganza, sino por fe en la gloria y la verdad de Dios .

(( Para bien de su tradición religiosa y de su testimonio mesiánico, los judíos sionistas deberían renunciar a su nacionalismo sacral, para hacerse portadores de una esperanza profética de la paz, como fueron por siglos muchos de sus antepasados.

Si un día lo hicieran, si pusieran su potencial utópico/mesiánico al servicio de la reconciliación (con musulmanes y cristianos que también deberían cambiar mucho) cambiarían la faz de nuestra historia. Para ser plenamente judíos (esto es, mesiánicos), ellos deberían renunciar a su intransigencia nacional, empezando a vivir con y para los otros hombres. Los judíos son un pueblo germen, al servicio de la humanidad (del futuro mesiánico).

Para eso deben superar su actitud de resistencia (enfrentamiento, pura separación), para comenzar un mesianismo activo, convirtiéndose ya (desde ahora) en fuente de humanidad reconciliada. Pero es evidente que esto implica también grandes cambios para cristianos y los musulmanes)) .

En ese contexto ha de entenderse la aportación y el problema (la paradoja) del judaísmo en la causa de la globalización religiosa y política de la humanidad, en este comienzo del siglo XXI .

--- En contra de todos los intentos de persecución (anti-judaísmo) hay que mantener el derecho de Israel a mantenerse como pueblo y a tener su propio Estado, en medio de los pueblos y estados de la tierra.

--- Pero, al mismo tiempo, desde una perspectiva histórica, por fidelidad a su pasado de pueblo mesiánico, sería hermoso que los judíos (al menos los sionistas) abandonaran voluntariamente la pretensión de crear un estado confesionalmente israelita en Palestina (y en otros lugares del mundo) realizando de esa forma un signo claro de esperanza mesiánica. Pero humanamente hablando, esa solución es poco realista, pues siguiendo ese principio deberían rehacerse muchas fronteras de la geografía política mundial de los últimos decenios (y siglos.

Lo que se pide a Israel debería pedirse a todos los estados y naciones: Que fueran capaces de abandonar (superar) sus pretensiones nacionalistas y a su violencia, para fundar una comunidad pacífica mundial)).
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