JMJ Lisboa 2023 y EJC (Educación Juventud Cristiana) 1. Jesús, una educación judía.

 Se celebra estos días en Lisboa la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud: 1-6.08.23). En ese contexto de  encuentro y celebración,ofreceré  seis reflexiones de  principio sobre el sentido bíblico, antropológico y eclesial de la educación cristiana, a modo de complemento a los temas y fiestas de la JMJ  Lisboa 3023, a la que desde aquí gozosa y reflexivamente me sumo.

     Comienzo hoy evocando el sentido de la educación bíblica de Jesús; mañana y pasado trataré  de su misión como educador); los dos días siguientes ofreceré ciertos rasgos de la historia y sentido de la educación cristiana y el último trataré de la educación cristiana en el difícil contexto de la juventud actual dentro de la iglesia (2023)

   A los participantes de la JMJ de deseo días llenos de felicidad, de encuentro con el Dios de Cristo, ce comunión y educación cristiana. A los seguidores de esta página ofrezco un resumen y actualización de mi trabajo sobre Jesús educador.  

 Judaísmo, un conjunto de escuelas

 Flavio Josefo (Ant 13,172; 18,3-23; Guerra, 2,118) distinguió cuatro partidos o escuelas judías. Las tres primeras (fariseos, saduceos y esenios) habrían nacido en torno a la rebelión macabea (hacia el año 170 a. C). La cuarta (celotas) fue tomando más fuerza tras la caída del rey Arquelao (hacia el 6-9 d. C.), cuando Jesús contaba ya unos doce años. Entre esas cuatro escuelas debió aprender y enseñar, y así las presentamos, añadiendo la tradición de los sabios y también la de los profetas de tipo político, en la línea de Josefo, que nos permiten situar y entender mejor su magisterio, empezando por los celotas y terminando por Roma. Presentamos aquí esas escuelas de un modo introductorio, esquemático, solo para situar entre ellas el proyecto de Jesús.

Jornada Mundial de la Juventud Lisboa 2023

Celotas. Una escuela militar. El judaísmo era un proyecto educativo-social, no una religión intimista en el sentido actual. Por eso tenía, y sigue teniendo, un elemento básicamente político, centrado en la autonomía e identidad del pueblo, elegido por Dios para cumplir su voluntad y ser ejemplo (principio de transformación) para los restantes pueblos. En esa línea, los primeros líderes y educadores eran aquellos que estaban comprometidos con el cambio social (militar) de Israel. Entre esos líderes del tiempo de Jesús no hubo nadie que pudiera compararse por su importancia con el rey David, al menos tras la «restauración» de Zorobabel, hacia el 515 a. C. (cf. Ag 1,1.12-14; 2,2-4; Zac 4,6-10). Pero hubo dos muy significativos: 

  • Judas Macabeo fue líder de la revuelta sacerdotal y militar contra el intento de helenización de los seléucidas de Siria, que quisieron imponer sobre Judea partiendo de Jerusalén, con la ayuda de algunos sacerdotes de la alta nobleza, una cultura y religión de tipo griego. Murió en el campo de batalla (160 a. C.), pero su memoria caló en el pueblo, como muestran los libros bíblicos con su nombre (1 Mac, en el ámbito militar; 2 Mac, en ámbito espiritual), que marcan reflejan la visión político-militar de la tradición israelita. En ese tiempo y entorno nacieron las «escuelas» de educación judía (esenios, fariseos, saduceos).
  • Judas Galileo fue algo anterior a Jesús, aparece en el discurso de Gamaliel (cf. Hch 5,37), junto a un líder nacionalista llamado Teudas, como ideólogo de un movimiento mesiánico, que fracasó «porque Dios no lo apoyaba». Se le atribuye ser el fundador de los celosos (celotas), un grupo de enseñanza (de ideología) más que un partido militar. Judas se alzó (a un nivel sobre todo doctrinal) hacia el 6 d. C., tras la deposición de Arquelao (cuando Jesús era muchacho), en contra del censo que Quirino, gobernador de Siria, impuso a Judea y Samaria), cuando pasaron bajo el control directo de Roma (cf. F. Josefo, Ant 18.1.1-8 y Guerra 2.8.1).

Aquí nos importaEl que cobra interés para nosotros es Judas Galileo. Al tomar el mando directo sobre Judea y Samaría, Roma necesitaba un censo para fijar la administración y organizar los impuestos (regulados anteriormente por reyes herodianos que eran, al menos nominalmente, judíos). El Sumo Sacerdote[II1]  aceptó la propuesta, distinguiendo el plano particular judío (culto sacral, con impuesto de templo) y el universal (tributo al César), separando así dos «ámbitos o verdades» que habían marcado la vida judía desde la restauración persa (en 539 d.C.): (a) Había un imperio mundial (Persia, ahora Roma), con su educación universalista y sus impuestos, avalado por legiones militares. (b) Y había un pueblo particular judío, centrado en su culto y clero (templo) con sus tributos y normas de vida especiales.

Esa separación de ámbitos (y de educaciones) convertía al judaísmo en una religión enclaustrada (cerrada en sí misma, automarginada), con una autonomía relativa, dentro de un imperio omnipotente. Pero Judas y el sacerdote Sadoc (a quienes Josefo llama maestros), retomaron el impulso universal del judaísmo y se opusieron al censo, dispuestos a morir (quizá lo hicieron) en defensa de la identidad judía, pues, según ellos, solo Dios era rey o dueño (despotes) de Israel, de manera que quienes aceptaban su reinado debían luchar por la independencia nacional israelita.

La familia de Judas mantuvo a lo largo de varios decenios ese magisterio celota, insistiendo en la independencia nacional y en la posesión de la tierra, apelando a la rebelión armada: Menahem, un descendiente suyo, dirigió la guerra contra Roma (66-70 d. C.) y otros dos (Santiago y Simón) fueron crucificados tras ella (cf. Josefo, Guerra 2.17.8-9 y Ant 20.5.2). Parece que Eleazar, que promovió la defensa final de Masada (74 d. C; cf. Guerra 7.8.1), era un nieto suyo.

En el fondo de la guerra judía que estaba incubándose en tiempos de Jesús (28-30 d. C.) existía pues una enseñanza judía, esto es, una escuela o magisterio favorable a la lucha contra Roma o, al menos, a la resistencia armada. En ese contexto podemos afirmar que Jesús no fue un guerrero victorioso, como el Macabeo, ni un teórico/maestro de la rebelión por fidelidad a Yahvé.

No sabemos cómo murió Judas Galileo, aunque sabemos que Judas Macabeo había muerto como mártir de la resistencia de su pueblo. En contra de eso, Jesús Galileo morirá como un «maestro traidor», condenado por las autoridades de Jerusalén y Roma. Su proyecto «escolar» no era directamente militar, pero tampoco apoyaba un pacto con Roma, como querían los sumos sacerdotes. A su juicio, el Reino de Dios debía ser universal y no podía establecerse a través de un proceso de liberación político/miliar, pues implicaba otros aspectos de trasformación social y personal partiendo de los pobres y excluidos (G. Theissen, ElMovimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca, 2005, pp. 106-107).

 Judas Galileo, el proto-celota, actuaba, cuando Jesús de Nazaret era un muchacho de 10-12 años, como ideólogo o maestro de una «revolución» no armada contra Roma. Un buen conocimiento de su proyecto nos ayudaría a situar mejor a Jesús Galileo, para entender mejor el alcance de su identidad judía y de su relación con la independencia nacional, en un contexto en el que los fundadores del celotismo aparecen como maestros cuya doctrina explotará en la Guerra Judía del 67-70 d.C. F. Josefo dirá que aquellos que la promovieron y justificaron no eran buenos maestros (didaskaloi), sino magos, en sentido negativo: seductores o engañadores (goêtes) del pueblo (cf. Ant. 20,167; Guerra 2,264.565), pero, como indicaré, su visión resulta, como mínimo, muy sesgada.

Sea como fuere, en el entorno de Jesús había una enseñanza nacional vinculada a la guerra de Dios, una especie de escuela militar, con una visión apocalíptica muy honda, aunque quizá poco realista, pues fue ahogada en sangre por Roma. En esa línea parece haber situado Mc 13,21 a un tipo de falsos cristos y profetas que pueden haber sido maestros de violencia, responsables del desastre de la guerra. Sea como fuere, en ese  contexto se sitúa la aportación y diferencia de la escuela de Jesús. 

  1. Esenios, una escuela de interioridad.Provienen de los hasidim (asideos[II2] o piadosos) que surgieron en tiempo del levantamiento Macabeo (en torno al 175-160 a. C.); al principio parecen haber sido partidarios de la guerra de Judas Macabeo, pero después se separan de sus sucesores (los reyes asmoneos), que dominaron la vida política de Israel entre el 160-63 a. C., cuando el general Pompeyo conquistó Jerusalén. En general renunciaron a la guerra armada para recuperar la identidad del judaísmo y convertirse en un tipo de «secta» rigorista, una escuela de huida, propia de varones elegidos y entrenados para separarse del conjunto del pueblo, creando de esa forma un grupo de elegidos, centrados en sí mismo y dispuestos a intervenir cuando Dios mismo iniciara su «Guerra» (Milhama), como se titula uno de los rollos del Qumrán. El esenio más conocido fue el Maestro de Justicia, una figura central del movimiento de renovación israelita (entre el 150 al 100 a. C.).

Fue sacerdote, pero contrario a los sadoquitas (dinastía de Sadoc: cf. 2 Sam 8,17; 1 Rey 1,8; Ez 40,46; 1 Cron 6,8) muy helenizados, que habían tenido un gran poder que   en la primera mitad del siglo II, hasta la muerte de Alcimo (159 a.C.); también se opuso a la nueva dinastía asmonea de los macabeos, que triunfó con Jonatán (hermano de Judas) y con sus sucesores, después del 152 a. C. Por eso tuvo que vivir en una especie de «exilio», formando una escuela de voluntarios separados, para enseñarles a vivir conforme a su visión de la Ley, esperando la intervención de Dios.

Este sacerdote, consciente de su identidad y su tarea, se sintió llamado a refundar el judaísmo, en una línea sacral de separación no solo frente a los paganos, sino frente a otros judíos, contaminados con normas contrarias a la suya. Fue un maestro, moreh (de ‘yarah’, palabra vinculada a ‘Torah’, la Ley), un intérprete de la Ley, entendida como norma de Justicia (Tzedek). Fue rigorista en su visión de las normas de pureza legal, de la separación social y del cumplimiento de los ritos del templo, y también apocalíptico en su forma de entender la historia: esperaba una intervención fuerte de Dios, que renovaría el orden religioso de Israel y su estructura político-social, partiendo de un Templo de Jerusalén que debía ser purificado (con la expulsión de sus sacerdotes actuales).

JMJ Lisboa 2023 - Diócesis de Salamanca

La figura del Maestro se encuentra asociada al establecimiento y escuela de los esenios en Qumrán: solo ellos, los elegidos de la alianza, habrían comprendido el sentido de los tiempos, esperando en el desierto la llegada de Dios, con su escuela de estudio y vida, su disciplina comunitaria, su sala de juntas y de trabajo (con tinteros y rollos y pergaminos incluidos), para transmitir con toda pureza las buenas enseñanzas, por medio de libros que ofrecieran el conocimiento exacto del orden de Dios y de la disciplina que debía cumplirse en la comunidad.

Hay semejanza entre Jesús y los esenios, y en especial entre Jesús y el Maestro de Justicia, pues ambos fueron educadores de Israel. Pero se trata, ante todo, de una semejanza por contraste, pues Jesús no se separó, ni se estableció en el desierto, creando una especie de monasterio-biblioteca de iniciados, para copiar y transmitir los buenos libros, preparándose para la llegada de Dios y de su guerra (milhama), que resolvería los problemas del mundo y concedería su poder a los buenos israelitas.

JMJ – LISBOA 2023 | Parroquia del Mercado - León

Jesús conoció, sin duda, la existencia y enseñanza de los esenios, pero buscó y trazó un camino distinto de transformación del judaísmo, en la línea de la enseñanza universal, partiendo de los pobres y excluidos, no en un monasterio del desierto, sino en medio de Galilea. Pudo haber más cercanía entre el Maestro de Justicia y Juan Bautista y, en esa línea, podríamos hablar de un momento en que Jesús (discípulo de Juan) pudo haberse vinculado, al menos de un modo indirecto, a los esenios. Pero, como indicaré, la pureza del Bautista no era la de Qumrán, y, además, cuando empezó su movimiento de Reino en Galilea, él no siguió el modelo escolar del Maestro de Justicia. De todas formas, el movimiento de Qumrán puede ayudarnos a situar no solo la enseñanza de Jesús, sino también, y sobre todo, la vida de los primeros cristianos del grupo de Santiago, en Jerusalén, aunque sus tendencias son diferentes, pues recogen formas distintas de interpretar la Biblia y de entender la identidad israelita. 

  • El Maestro de Justicia estaba más interesado por la limpieza social y sacral de su comunidad, que debía separarse de otros grupos de judíos «manchados» (y en especial de los gentiles), para expresar y cumplir de una manera elitista y limpia la exigencia de la Ley. Él fue un intérprete de la Ley, en línea de introversión y elitismo, y en su nombre se creó una escuela de intérpretes y copistas de libros, esperando que Dios viniera a resolver los temas irresueltos de la humanidad. Sus esenios renunciaron al proyecto de apertura universal del judaísmo, es decir, a su misión, dejando en manos de Dios la respuesta a los problemas de la historia (de la injusticia) humana, mirada desde la Ley particular del judaísmo.
  • Jesús ofreció, en cambio, el Reino de Dios a los pobres y expulsados del sistema; no quiso formar un grupo de puros, sino un movimiento universal del Reino. No se encerró en un monasterio en el desierto, esperando la solución final de los problemas (que solo podía realizarla Dios, en su guerra final), sino que empezó a resolverlos, con su enseñanza, su ejemplo de vida y sus curaciones. Tanto el Maestro de Justicia como Jesús brotaron de la misma raíz del judaísmo, pero la interpretaron de formas diferentes. Jesús conocía los principios del libro (la Biblia), pero no creó una biblioteca, ni una escuela de intérpretes de documentos, ni se cerró en un monasterio, sino que fue un educador itinerante, pues le interesaban los excluidos de la sociedad, más que los libros. Cuando le condenaron, antes de la guerra del 67-70, no dejó libro alguno, sino unos discípulos que, tras el primer escándalo, fundaron la Iglesia o comunidad de los creyentes. 
  1. Hilel y el rabinismo. Una escuela de ley. Parecen proceder de los hasidim, igual que los esenios, en el contexto de la crisis macabea, y es posible que al principio (hasta finales del siglo I a. C.) hubieran tenido un carácter más político que piadoso, como recuerda F. Josefo. Pero después se convirtieron en un tipo de escuela de pureza, centrada en el cumplimiento de la Ley nacional judía, que debía vivirse ante todo en pequeños grupos de familias puras, más que en torno al templo.

Se parecían en mucho a los esenios, pero no se separaron como ellos, sino que siguieron viviendo entre la gente, con el resto del pueblo, no solo en Palestina, sino en la diáspora, y así formaron una «escuela» especial de intérpretes de la Ley (Biblia) y de las tradiciones de los antepasados, creando comunidades observantes de judíos separados (perušim), en medio de un mundo que no aceptó en general sus doctrinas y su forma de vida.

 No rechazaron de un modo directo el culto y el clero de Jerusalén, con sus enseñanzas sagradas sobre sacrificios y purezas, pero pensaban que el verdadero templo era cada familia judía y, aún más, las comunidades de familias en las que pudiera vivirse con fidelidad el mensaje y proyecto de vida de la Ley. Cada comunidad formaba así una escuela de voluntarios, con sus escribas y maestros, integrándose en una federación de sinagogas, empeñadas en recrear un tipo nuevo de judaísmo, concebido en forma de pueblo de estudiosos y observantes de la alianza de Dios en medio del mundo. Los fundadores de ese nuevo judaísmo, que a partir del II d. C. se llamará rabínico, fueron los rabinos o maestros, testigos y formadores de escuelas de estudio de la ley judía.

Entre esos maestros (rabinos) destaca Hilel el Viejo, a quien hallamos en la base de la trasformación posterior del judaísmo nacional de la Misná (codificada hacia el 200 d. C.). Fue algo anterior a Jesús (vivió entre el 30 a. C. y el 10 d. C.), y había venido de Babilonia a Judea, donde alcanzó gran fama. A semejanza de Jesús y en contra de los celotas, no era partidario de la guerra, pero tampoco quería una separación radical (de grupo y vida), como muchos esenios, sino que buscaba un judaísmo de pureza familiar y social, que pudiera vivirse en las casas y en las sinagogas, más que en el templo.

Junto a Hilel hubo otros maestros, como Shamai (50 a. C‒30 d. C.), que era más riguroso y defendía un cumplimiento más estricto de las leyes y tradiciones judías, como sigue recordando la Misná rabínica. Pero su influjo tras la guerra (67-70 d. C.) fue menor, y gran parte del judaísmo fariseo siguió más a Hilel, que aparece así como un hombre moderado, respetuoso con la tradición, más tolerante, más abierto al mundo, autor de normas económico-jurídicas para mejorar las relaciones familiares y sociales. La Misná le recuerda como autor de sentencias muy importantes:

Hilel solía decir: «Sé un discípulo de Aarón, ama y busca la paz, ama a los otros seres humanos y acércalos a la Torá…» (Abot 1,12). Hilel decía: «No te separes de la comunidad, no confíes en ti mismo hasta el día de tu muerte, no juzgues a tu prójimo hasta que no estés en sus mismas circunstancias…». Acostumbraba a decir: «El inculto no teme al pecado, la gente ignorante no es piadosa, el tímido no aprende, el colérico no es adecuado para enseñar, quien se da excesivamente al comercio no se hace sabio y donde no hay hombre esfuérzate tú por ser hombre» (Abot, 2,4). 

Hilel y otros maestros fariseos sentaron las bases del judaísmo que ha seguido existiendo hasta hoy (año 2016), como religión celosa de la Ley (¡no legalista!), pero vinculada de un modo esencial con el pueblo de la alianza. De un modo significativo, la tradición le atribuye a Hilel un dicho que el evangelio atribuye a Jesús, aunque ambos deben haberlo tomado de una fuente anterior: «No hagas a otro aquello que no quieras que otro haga contigo. Esta es toda la Ley, el resto es comentario» (cf. Talmud de B., Schebiit 31a).  

  1. Saduceos, una escuela sacerdotal. En tiempos de Jesús había sacerdotes vinculados a los fariseos y esenios (o celotas). Pero los más tradicionales e influyentes constituían el grupo saduceo, cuyo nombre podría venir de Sadoc (cf. 2 Sam 8,17; 1 Rey 1,8; 1 Cron 6,8; Ez 40,46), antepasado tradicional de la rama «legítima» de los hijos de Aarón, aunque también de Sedek (justicia), lo que indicaría que se presentaban como los justos (igual que el Maestro de Justicia, aunque en una línea opuesta, pues los de Qumrán no aceptaban a los sacerdotes saduceos de Jerusalén).

Teológicamente se apoyaban en la Ley y la tradición, rechazando algunas novedades espirituales y sociales de los fariseos y del judaísmo posterior: fe en los ángeles y en la resurrección, libertad personal, esperanza mesiánica de tipo apocalíptico... (Mc 12,18; Hch 23,6-8). A su juicio, el judaísmo era ante todo una institución de culto, vinculada al templo, con sus normas de pureza y sus ritos sacrificiales. Ciertamente, tenían sus escuelas y escribas, pero estaban al servicio de su poder sagrado, para explicar la Ley centrada en el templo, que era su verdadera escuela, lugar donde se guardaban y estudiaban las Escritura, con las interpretaciones pertinentes.

Ellos parecen haber sido responsables directos de la condena de Jesús y de la persecución de sus primeros discípulos, a diferencia de los fariseos que, como destacará Pablo en Hch 22-23, no se habrían opuesto en principio al Evangelio. Su influjo fue menor en Galilea y en la diáspora; por eso, su presencia es poco significativa en los evangelios, a no ser en la controversia sobre la resurrección (Mc 12,18 y par.), en cierto material propio de Mateo, donde se conserva una controversia con ellos (Mt 3,7; 16,1-12) y, según parece, en los relatos de la pasión (en los que puede suponerse que los sacerdotes que condenaron a Jesús eran del grupo de los saduceos). Más importante es su presencia en Hechos, donde se presentan como enemigos de los cristianos (cf. Hch 4,1; 5,17; 23,6-8).

Parece que fueron combatidos (y sustituidos) por los insurgentes de la guerra del 67-70 d. C., y su influjo desaparece tras la caída del templo, con el despliegue y triunfo del judaísmo rabínico, encabezado y dirigido por fariseos. Su presencia e influjo en la vida de Jesús ha sido pequeña, a no ser que les veamos como representantes de aquello a los que Jesús se opuso con su gesto de «purificación» del templo (Mc 11,15-17 y par.); un gesto cuyo sentido y alcance no es fácil de precisar aunque es evidente que tuvo muchísima importancia y terminó determinando la historia del cristianismo primitivo, entendido como escuela mesiánica.

Estos saduceos estaban muy vinculados al templo de Jerusalén, de manera que casi desaparecen con su destrucción, aunque la Misná rabínica conserva muchos de sus elementos, de un modo básicamente retrospectivo, como recuerdo del pasado o como imagen simbólica de una sacralidad universal (abierta a todas las familias y comunidades judías). Pues bien, en una línea paradójica y convergente, esos saduceos, como sacerdotes, han podido convertirse en modelo simbólico para un cristianismo posterior (del siglo III d. C. en adelante), de tipo también sacerdotal.

Historia de Jesús - Editorial Verbo Divino

  1. JESÚS, EDUCACIÓN MESIÁNICA 
  1. Educación de pueblo, artesano y profeta.Los evangelios no hablan expresamente de la educación/maduración de Jesús, sino que le presentan como ya maduro, anunciando el Reino en Galilea (Mc 1,14). A pesar de ello ofrecen rasgos importantes para conocer su despliegue, suponiendo que se educó en la «escuela» de una familia piadosa, interesada en la esperanza mesiánica de Israel (como indican los nombres de sus hermanos —Mc 6,3—, y la referencia a José en Lc 4,22). Era posiblemente nazoreo (de una comunidad de judíos observantes). Conocía bien las tradiciones de su pueblo (Moisés y los profetas, las promesas de Dios y la esperanza israelita). Desde ese contexto se entienden los rasgos siguientes:

  • Aprendió en la escuela de su familia y en la tradición popular judía. Sabía mucho, y así discutió con escribas (letrados, hombres de escuela) sobre temas de ley, de forma que todos preguntan: «¿Cómo sabe leyes si no ha estudiado?» (Jn 7,15). «¿De dónde le viene esta sabiduría?» (Mc 6,2). Le educó sin duda su familia, en un contexto judeo/galileo, como supone la historia ejemplar de Lc 2,41-47, que le presenta como adolescente en el templo de Jerusalén (quizá en la ceremonia del Bar Mitzváh, a los 12 años), donde pregunta y responde a los maestros oficiales de la ley, con gran sabiduría. Una historia semejante la cuenta de sí mismo F. Josefo (Autobiografía II,8-9), que era de familia sacerdotal de Jerusalén. Pero Jesús no fue allí para quedarse, sino para volver a Nazaret, pues era laico, no sacerdote.
  • Era carpintero (Mc 6,3). Aprendió como tekton, artesano, en las duras condiciones de Galilea en el primer tercio del I d. C. en Mt 13,5 se le llama «hijo del artesano»; Lucas y Juan omiten ese dato, que consideran quizá poco digno de un maestro como Jesús, pero todo nos lleva a pensar que es auténtico. Jesús proviene del mundo de los artesanos (no de los propietarios agrícolas), en un tiempo de crisis laboral. El trabajo y contacto con la gente oprimida de Galilea ha sido la escuela de Jesús, más que los libros.
  • Discípulo de Juan Bautista. Diversas tradiciones (cf. Mc 1,1-7 y par.) afirman que Jesús estuvo con Juan Bautista, profeta apocalíptico cuya doctrina aceptó y siguió por un tiempo. El evangelio de Juan (cf. Jn 1,1-24; 3,22-30; 4,1-2) le presenta no solo como discípulo, sino como colaborador (e incluso competidor) de Juan Bautista, en cuya escuela aprendió y de la que surgió, integrándose así en la tradición viva de la profecía israelita. Fue discípulo de Juan y recibió su bautismo (Mc 1,9 y par.), pero los evangelios suponen que su educación fundamental vino después (no en el rito del agua), cuando el mismo Dios se le mostró y le reveló que era su Hijo, dándole su Espíritu (Mc 1,10-11 y par). Su verdadero maestro no fue Juan, sino el mismo Dios, como sucedió también con los grandes profetas de Israel.

Provenía de una tradición davídica (nazoreo), pero más que a David pareció seguir a Elías, con quien también se había vinculado Juan Bautista (cf. Mc 1,1-8; 9,13). La figura de Elías era rica en rasgos y pudo influir no solo en Juan penitente (cinturón de cuero, mensaje de juicio: Mc 1,6; Mt 3,12), sino también en Jesús, pues su «conversión» (bautismo) puede compararse a la de Elías en el Horeb (cf. 1 Re 19,9-13), no en la línea moralista de arrepentimiento, sino de revelación del Reino de Dios. Hay rasgos de Elías que parecen más propios de Juan Bautista (cf. Mal [II3] 3,1-2; 4,5. 19), pero otros, quizá más significativos (Mal 3,22-244,6), se aplican mejor a Jesús, que ha venido a reconciliar a los hijos con los padres (=restaurar a Israel), preparando la llegada de Dios

Es muy posible que tanto Juan como Jesús se hayan sentido vinculados con Elías, aunque en aspectos distintos. Juan esperaba la llegada futura de Elías como portador del juicio. Jesús, en cambio, suponía que el signo de Elías estaba viniendo en su vida: no quería preparar un Reino futuro (después), sino que sus mismas palabras y acciones eran Reino, presencia de Dios que se está revelando como Rey en los hombresseres humanos, aquí y ahora, en forma de salud, comida compartida, perdón mutuo.

  • Profetas del Norte, tradición de alianza. Tanto Jesús como Elías eran del Norte (no de Jerusalén), profetas y no sacerdotes; aunque Elías vive en un momento en que puede actuar como sacerdote sobre el Carmelo (1 Re 18). También Jesús aparece en una línea posterior posteriormente como portador de nueva sacralidad, por su Última Cena y Muerte en cruz, entendida de un modo sacrificial. Pero más que sacerdotes, ambos son profetas celosos, al servicio de la revelación de Dios, condensada en el Shemá («Yahvé, el Señor, es el único Dios…») y en la exigencia de superar la idolatría: El culto a los baales, el sometimiento a la Mamona.
  • Dentro de una tradición profético-mesiánica. Aunque hayan sido rechazados por los cristianos (cf. Mc 13,21-22 y par.), esos profetas y cristos forman parte de una generación de videntes que anunciaban el cumplimiento de la historia, ofreciendo (prometiendo) los signos de su llegada. Según F. Josefo, la falsedad de esos signos (división del Jordán, caída de los muros de Jerusalén), unido a la falsedad de los mismos profetas, que no eran mensajeros de Dios, sino magos mentirosos (goêtes), fue una de las causas del estallido de la guerra judía del 67-70 d. C. Pues bien, en el lugar de surgimiento de esos (después de Juan), se sitúa Jesús, que sube a Jerusalén para culminar allí su mensaje. La tradición cristiana supone que él fue un maestro y profeta verdadero, en medio de una generación de profetas y maestros mentirosos que engañaron y destruyeron al pueblo (cf. Mt 7,15; 24,11.24; Mc 13,22; Jn 10,1-13).
  • Hombre tentado. En el momento final de este primer aprendizaje, antes de su etapa central en Galilea, ha situado la tradición sus tentaciones (cf. Mc 1,12-13), que Mt 4,1-11 y Lc 4,1-13 han concretado en tres ámbitos (pan, poder, milagro). Jesús ha madurado enfrentándose al Diablo, es decir, al poder de la mentira, del sometimiento y de la muerte que actúa sobre el mundo. Su educación ha sido polémica, en un camino que él irá precisando a medida que lo va recorriendo, en una línea que irá avanzando de Galilea a Jerusalén. El mismo mensaje y proyecto de Jesús en Galilea le impulsará a subir a Jerusalén, para ratificar su programa, proclamar el Reino y esperar la respuesta de los seres humanos (y de Dios). 
  1. Maestro que madura, tres momentos principales. Ciertamente, su conflicto con las autoridades había comenzado en Galilea, donde chocó con herodianos y fariseos, pero culminará en Jerusalén, donde subió impulsado por su mensaje, para ratificar su apuesta de Reino, confiando en que Dios le acogerá y culminará su obra. Jesús no viene a Jerusalén para morir, sino para ser fiel a su proyecto y para culminarlo en Jerusalén, afirmando allí la venida del Reino, sin talión judicial, sin venganza ni muerte de los enemigos. Así llega con sus Doce y con otros seguidores, para quedarse y culminar su obra, ofreciendo la salud del Reino y esperando la hospitalidad (o rechazo) de sacerdotes y soldados (cf. Mc 12,1-12 y par.). No vino a morir, sino para culminar las etapas de su camino:

portada La Palabra se Hizo Carne: Teología de la Biblia

  • Primera etapa, de Nazaret al Jordán. Dejó el trabajo (y quizá la casa familiar) de artesano para buscar a Juan Bautista, que anunciaba y preparaba el juicio de Dios sobre Israel y, quizá, sobre el conjunto de los pueblos. No sabemos si había entendido su tarea de artesano como expresión de una llamada de Dios (para solidarizarse con los pobres de su pueblo), pero dejó el trabajo, no para condenar el mundo (ni para rechazar a los trabajadores y pobres), sino para situarse en un nivel más alto, ante el juicio de Dios. Dio ese paso (de Nazaret al Jordán, del artesano a profeta escatológico), precisamente por solidaridad con los pobres y trabajadores. No lo hizo en solitario, sino que compartió su marcha con otros que, por diversas razones, venían al desierto de Juan (cf. Mt 11,7), donde eran bautizados (Lc 3,21), en líneacomo signo de conversión u esperanza apocalíptica. De los discípulos de Juan surgieron sus primeros discípulos (cf. Jn 1,35-51); él mismo fue durante un tiempo un «profeta bautista», predicador penitencial de la llegada del juicio (Jn 3,22-27; 4,1-2).
  • Segunda etapa, del Jordán a Galilea. También este paso implica continuidad y ruptura. Jesús fue primero discípulo de Juan, creyendo lo que decía y haciendo lo que hacía el Bautista, de forma que recibió su bautismo y después fue su compañero, reuniendo discípulos y bautizando a su lado, al menos por un tiempo, como un continuador (y quizá como un reformador) de la tarea del Bautista. Pero, en un momento dado, empezó un camino nuevo, vinculado a una experiencia especial que los sinópticos vinculan al bautismo (cf. Mc 1,9-11), aunque es posible que se deba situar más tarde, tras un tiempo de colaboración con Juan. Sea como fuere, el destino de Juan (asesinado por Herodes) influyó en el hecho de que Jesús fuera a Galilea, no para repetir su anuncio de juicio (y bautizar), sino para proclamar y preparar un nuevo mensaje del Reino (cf. Mc 1,14-15), que se expresa en los milagros (curaciones) y el pan compartido, entre los artesanos y prescindibles de Galilea, anunciando e iniciando el Reino de Dios.
  • Tercera etapa, de Galilea a Jerusalén. En un momento dado, Jesús dejó Galilea para subir a Jerusalén, no porque hubiera fracasado, sino porque el mismo despliegue y destino de su mensaje en Galilea le hizo ver que la decisión final del Reino debía tomarse en Jerusalén. De esa forma vino a Jerusalén, porque allí debía darse la decisión final: precisamente porque su mensaje había sido ya anunciado en Galilea, él debe llevarlo a Jerusalén, lugar donde se espera la culminación de la historia israelita y la llegada del Reino. Según eso, él no vino para morir (para que le mataran —en un sentido masoquista—), sino para ratificar y culminar su camino. Había llegado el momento decisivo, la hora de Dios. No busca la muerte (en contra de A. Schweitzer), pero está dispuesto a morir para culminar el camino que ha iniciado entre los artesanos y pobres de Galilea, llevando hasta el final la experiencia que tuvo tras su bautismo. 

Así podemos llamarle Profeta y Cristo de Galilea, pues allí inició su primer proyecto personal, y desde allí debe entenderse su estrategia, que consiste en crear y expandir los signos del Reino de Dios (anticiparlo y representarlo), curando, enseñando, liberando a los artesanos y pobres de su tierra, a través de un cambio personal y social, algo que nunca, nadie había promovido de esa forma, en tiempos anteriores. Sonaba la hora del Reino (Mc 1,14-15), y así inició un camino que debía recorrer hasta el final con sus seguidores, para culminarlo en Jerusalén (ciudad de las promesas), en la dirección de David, pero de un modo especial, desde los pobres y excluidos de las aldeas y campos.

No era de Jerusalén, hombre de templo y de leyes, sino israelita de pueblo, nazoreo mesiánico, que unía las tradiciones de David con las experiencias de los marginados de Galilea. Había salido de Nazaret, buscando una respuesta junto al río de Juan (el Jordán); pero, tras haber hecho el camino de la conversión, superó ese plano profético y volvió «lleno del Espíritu de Dios» (cf. Lc 4,17-18) a su propia tierra, para iniciar precisamente allí la marcha victoriosa del Reino. Este punto de partida galileo determinó su trayectoria. Su proyecto le ligó al sufrimiento de los campesinos y aldeanos, que él había conocido y sufrido en su propia carne como artesano.

 Ciertamente, como buen israelita, Jesús seguía aguardando el cumplimiento de las profecías; pero descubrió que el Reino había comenzado ya, y estaba actuando (irrumpiendo) en la vida de los hombres, no en el templo de Jerusalén (santidad sagrada), ni como enseñanza de expertos (doctrina), ni por una lucha política o toma de poder (como querían los partidarios de la guerra santa), sino a través de aquellos que aceptaban su presencia y se dejaban transformar por ella, transformándose ellos mismos y enriqueciendo a otros, desde Galilea. 

Tres escuelas: Israel, familia, trabajo

 No fue un hombre de escuela especializada, como los rabinos (cf. Jn 7,15), y sin embargo (¡quizá por eso!) tenía un conocimiento más alto, pues hay escuelas que en vez de educar deseducan y en vez de formar deforman. Él venía de la escuela de la vida en Galilea donde recibió la educación de su familia y del trabajo.

  1. Todo Israel, una escuela. El caso de los macabeos. Una de las primeras «guerras escolares» de la historia de Occidente se produjo en el entorno de Jerusalén, entre el 175-170 a. C., y los dos partidos en pugna quisieron fijar (incluso por la fuerza) el modelo educativo que debía ofrecerse al conjunto de la población (en aquel tiempo, a los varones). Chocaron dos tendencias, dirigidas ambas por judíos, que desembocaron en un tipo de guerra civil.
  • Nacionalistas: escuela religiosa y separada. Los judíos de tendencia más tradicional querían una educación propia y distinta, conforme a su Ley (la de Moisés), con alumnos y escuelas separadas, aprendiendo de la Biblia y de sus aplicaciones (explicaciones) rabínicas. Evidentemente, esos alumnos no podían ir a los gimnasios públicos, de tipo griego, financiados por la ciudad, porque ofrecían una educación laica, y ponían de relieve un tipo de cultura y de culto al cuerpo, marcado por la desnudez (gimnasio viene de gymnós, desnudo), con ejercicios físicos y mentales que parecían ir en contra de la identidad israelita (como sucede actualmente en algunas escuelas judías y musulmanas actuales, dónde solo se estudia la Escritura o el Corán, con adoctrinamiento especial para varones). En general, como iré indicando, las escuelas cristianas han superado ese «aislamiento», apareciendo como espacios abiertos de educación universal.
  • Universalistas: una escuela para todos. Los judíos más helenizados quisieron impulsar un ideal de educación igualitaria, para ser de esa manera «como todos, pues la separación nos ha traído grandes males» (1 Mac 1,11), montando así, incluso en Jerusalén, un modelo educativo integral, de tipo griego, con una formación abierta (para israelitas y paganos), con valores de tipo humanista, sin cerrarse en los principios religioso-nacionales de Israel. Construyeron así una escuela-gimnasio, donde los jóvenes aprendían griego (la lengua de todos), ejercitaban el cuerpo (educación para la salud), cultivando una cultura que pudiera vincular a todos. Estrictamente hablando esa escuela quería ser religiosamente neutral (sin adscripción a un «dios» particular), pero estaba impregnada de espíritu helenista, marcado por un tipo de divinización de la razón, y parecía propia de los ricos, esto es, de los triunfadores.

 Pues bien, los judíos más estrictos pensaron que «esta escuela universlista» iba en contra de la identidad israelita y se opusieron a ella de un modo violento.

Las diferencias fueron tan intensas que estalló una guerra durísima, en la que al fin triunfaron los partidarios de la escuela particular, es decir, los macabeos, defensores de una formación religioso-rabínica separada, en contra de la escuela-gimnasio, abierta a todos. La solución de aquel conflicto fue en parte buena, pues no se puede imponer sobre todos una educación que acaba siendo elitista, al servicio de los ricos, pero dejó sin resolver varios problemas.

Las opiniones sobre aquella «guerra escolar» varían entre los especialistas, de manera que pueden encontrarse razones de una parte y de la otra. Era bueno un tipo de universalismo griego, con una educación de tipo intelectual, social y corporal que vale para todos, pero no podía imponerse por la fuerza, y menos despreciando la identidad de los «pobres» de Israel. Por eso, era también conveniente conservar y cultivar un tipo de particularismo judío, que no puede entenderse como negación de universalidad, sino como cultivo de unos valores específicos, que también contribuyen a la riqueza de la vida humana.

Parece evidente que en nuestra sociedad occidental (año 2023) ha triunfado el «espíritu helenista», una escuela universal y abierta para todos, promovida y avalada en especial por los poderes público. Pero quedan abiertos dos temas. (a) La barrera de la riqueza: Quiere ser igual para todos, pero de hecho, en general, en muchos lugares, no existen las mismas posibilidades para ricos y pobres, de forma que la llamada libertad escolar termina poniéndose al servicio de una formación elitista. (b) Una imposición de la pretendida mayoría. Un tipo de escuela se pone al servicio de los ideales o ventajas de un grupo educativo, sin respetar la identidad religiosa o cultural de otros grupos menores y distintos.

Ciertamente, nuestra sociedad tiende a ofrecer una escuela o formación universal, obligatoria para todos; pero, al mismo tiempo, ella permite la existencia de escuelas especiales, con ofertas y experiencias educativas especiales (en nuestro caso, de tipo cristiano). Según eso, los problemas antiguos no se encuentran resueltos todavía, ni en un sentido económico (escuela igualmente valiosa asequible para todos), ni de respeto a todos, incluidas las minorías. En ese contexto, para resolver esos temas, ofrecerá Jesús una escuela que sea de verdad universal, sin ser impositiva, conservando y potenciando las identidades particulares, desde la perspectiva de los expulsados, enfermos y pobres.

En ese contexto podemos hablar de una educación de pueblo, presentando a Jesús como un judío que aprende a cumplir su destino. Prescindo aquí de los relatos del nacimiento virginal (Mt 1,18-25 y Lc 1,26-38), con las consecuencias que ese nacimiento podría haber tenido en la psicología personal y en la conciencia de Jesús, pues ellos se sitúan en un plano de fe, para ocuparme de la formación de Jesús en un nivel humano, pues él nació y fue educado como los demás seres humanos (cf. Lc 2,52), insistiendo además en la novedad «religiosa» de su nacimiento. En un sentido, todos los niños nacen de padre y madre, pero, en un plano superior, ellos surgen por obra del Espíritu de Dios, de manera que cada nacimiento humano es una «creación original»; y cada niño, una ventana (presencia nueva) de Dios. En esa línea, podemos afirmar que Jesús fue educado como nosotros, aunque sin pecado (cf. Heb 4,15), dentro de un mundo judío muy singular.

 Los judíos nacían (y nacen) dentro de una historia donde profetas y tradiciones antiguas marcaban su identidad y su tarea. Actualmente (2016), en un mundo marcado por el afán del dinero, muchos niños nacen en un medio «obtuso», sin identidad alguna, condenados a buscarla, con el riesgo de morir sin saber quiénes han sido. Jesús, en cambio, nació en un pueblo y familia donde muchos habían esperado y preparado su llegada, para decirle quién era y cómo debía entenderse y portarse. Así llevaba escrito de antemano su sentido personal y su futuro, aunque, al mismo tiempo, debía interpretarlo y concretarlo en un camino por el cual fue descifrando y desplegando su propia tarea. El mismo pueblo de Israel fue por tanto su escuela.

La identidad de Jesús se hallaba anunciada en las promesas de Dios (en la Escritura); pero él debía confirmarla y concretarlo por sí mismo, en su historia personal, con su propia opción y su tarea personal. Esta fue su paradoja: sabía por origen quién era, pero tuvo que expresarlo y descifrarlo por sí mismo, en un camino propio. Nació de una promesa, era un esperado, un «destinado»; pero él mismo debió trazar su destino. Tuvo por tanto una fuerte educación «pre-escolar»: nació a la vida consciente sabiendo que había sido elegido, que era hijo de un pueblo en el que Dios mismo le había llamado para realizar una tarea al servicio de la plenitud mesiánica. Supo así desde niño lo que debía hacer, no por dictado exterior, sino por formación familiar e inserción en la historia israelita.

De esa forma creció sabiendo muchas cosas, por herencia de pueblo y cultura religiosa, y su mismo conocimiento le puso ante tareas que podían parecer difíciles, pues los diversos grupos de judíos entendían de manera distinta las promesas, como he venido indicando. Nacer judío era entonces (y quizá también ahora) una vocación y un destino, marcado de modo especial por la Escritura, que era norma de vida, historia y profecía, y que así ofrece a cada niño su identidad y tarea, diciéndole desde que nace a la conciencia: «Escucha Israel, Yahvé, tu Dios, es un Dios único. Amarás a Yahvé, tu Dios…» (Dt 6,4-9). Yahvé, el Señor (Y**H), como nombre innombrable, definía su identidad israelita y su tarea. Así tenía que decírselo José, que fue el primer «sacerdote» o educador para Jesús:

Y después, cuando tu hijo te pregunte ¿qué significan las leyes y decretos… que Yahvé, nuestro Dios, os mandó? Responderás: Éramos esclavos del Faraón en Egipto, pero Yahvé nos sacó de Egipto con mano poderosa… para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres… que pusiéramos por obra todas estas leyes y que temiésemos a Yahvé… (Dt 6,20-24; cf. Ex 13,13-15).

Un judío que venía a la vida de esa forma, dentro de las tradiciones y esperanzas nacionales, tenía trazada su vida de antemano, como heredero de una historia (Escritura), entendida como documento de familia, que marcaba su identidad, sobre todo la del primogénito varón, dedicado a Dios, a quien debía ser ofrecido (¡y rescatado!) en gesto de entrega religiosa, de manera que los padres le educaban de manera consecuente, según la Ley y los profetas (cf. Núm 8,16-17; 18,15).

Más que libro de escuela separada, la Escritura y tradición fue para Jesús el texto de su propia vida. Así conoció su contenido principal por tradición de familia y por lectura de la Sinagoga. Él fue por tanto un hombre del Libro, pero no de un documento que requiere escribas oficiales que lo interpretaran (aunque él supiera hacerlo: cf. Mt 5,20; 7, 29; 9,3; 15,1), sino del Libro de la acción de Dios y de su propia vida. Como otros judíos, él pensaba que la Escritura no puede dejarse en manos de escribas profesionales, sino que debe interpretarse con la propia acción, con el propio destino. Ciertamente, había grupos especiales que estudiaban e interpretaban la Biblia desde sus «pequeñas tradiciones» (saduceos, esenios, fariseos, escribas, sacerdotes…). Pues bien, a diferencia de ellos, Jesús conoció e interpretó la Escritura desde la «Gran Tradición del pueblo».

  1. Escuela de familia. Jesús no tuvo que aprender en una institución particular, pues toda la vida social y familiar de Israel era una escuela. De todas maneras, en línea de mayor concreción, concretando el tema, y a casi a modo de hipótesis, queremos añadir algunas reflexiones generales sobre su familia como educadora:

  • María, la madre. Debió ser una buena educadora, capaz de ofrecer a Jesús un tesoro de humanidad y de ternura amorosa que marcó su vida. En esa línea parecen situarse los evangelios de la infancia cuando dicen que dialogó con Dios (Lc 1,26-38) y protegió bien a su hijo (Mt 2). Pero los evangelios añaden que, en un momento dado, ella, la madre, y sus hermanos no creyeron en Jesús, pensando que estaba fuera de sí (cf. Mc 3,20-21.31-35); ella debió realizar, según eso, un camino para acabar creyendo en su hijo (cf. Lc 2,35; Mc 15,40.47; Jn 19,26-27; Hch 1,13-14).
  • José, el padre. Parece haber sido un hombre de convicciones nacionales, capaz de imprimir en el «alma» de Jesús una intensa identidad judía. La pregunta central de los nazarenos (¿no es este el hijo de José?, Lc 4,22) y las referencia de Juan (1,45; 6,42) parecen suponer que fue un judío más nacionalista, y que Jesús debió superar la educación que él le ofreció para alcanzar una interpretación universal del Evangelio. Alguien podría añadir que Jesús debió enfrentarse con su padre, para alcanzar su identidad (cf. Lc 2,41-50).
  • Entre hermanos. Tuvo, al menos, seis hermanos (cf. Mc 6,3-4), que pudieron ser primos o hermanastros, educándose y creciendo así en un grupo familiar extenso y conflictivo. El evangelio no habla de un «idilio» familiar de Jesús, pues su madre y hermanos no creían en él (Mc 3,20-21.31-35). Ciertamente, el evangelio de Juan afirma que la madre y los hermanos estaban con Jesús, al principio (Jn 2,12), pero añade que no creían en él (cf. Jn 7,3-5).

Se formó en un hogar con diferencias familiares y su educación debió de haber sido compleja, como supone el caso de su hermano Santiago (=Jacob), que en principio no creyó en Jesús, pero después fue el primer obispo/inspector judeo-cristiano de Jerusalén, posible autor de una carta-circular escrita en su nombre (Carta de Santiago). Una tradición, bien avalada por Pablo (1 Cor 15,7; Gal 1,19; 2,9) y por otros (cf. Hech 15 y F. Josefo, Ant 20,197-203), refleja que él no era un inculto mesiánico, sino un erudito conocedor de la Ley. Ciertamente, pudo estudiarla tras la muerte de Jesús, pero es más sencillo pensar que la había conocido de antemano, lo que significa que Jesús nació en una familia donde, al menos, alguno de sus hermanos valoraba el estudio y cumplimiento estricto de las normas de vida israelita.

Santiago pudo ser más erudito que Jesús, más de ley y de libro, y quizá por eso empezó mostrando resistencias ante su proyecto mesiánico (cf. Mc 3,20-35). Pero después se «convirtió» y le aceptó como Mesías, y fundó la primera comunidad escatológica cristiana, al estilo judío, como se recoge en el Nuevo Testamento. Según eso, la familia de Jesús fue un hogar de aprendizaje intenso de la tradición israelita.

En ese contexto se entiende la escena del niño perdido y hallado en el templo (Lc 2,42-52), que pone de relieve la piedad de sus padres y la sabiduría de Jesús adolescente (doce años) que dialoga con los maestros de Jerusalén. Ella supone que Jesús sabía cosas que no se aprenden por tradición de escuela, apareciendo como niño prodigio o, quizá mejor, como adolescente sabio que se atreve a discutir con ventaja con los mismos sabios de Jerusalén, como dice de sí F. Josefo: «Apenas había salido de la infancia, hacia los catorce años, todos me valoraban por mi afición a las letras, pues continuamente acudían los sumos sacerdotes y las autoridades de la ciudad para conocer mi opinión sobre alguna cosa» (Ant II,8-9).

 Josefo se parece en ese aspecto a Jesús. Pero él era de una familia sacerdotal y rica de Jerusalén, sin más obligación ni tarea que estudiar. Jesús, en cambio, era hijo de campesinos obreros, sin estudios profesionales. Josefo era un buscador curioso, un burgués del pensamiento. Jesús, en cambio, será un buscador vital, alguien que conoce aprende a través de la vida y el trabajo, como seguiré indicando.

  1. Escuela del trabajo. EnMc 6,3 se define a Jesús como el tekton o artesano, obrero no especialista, ocupado en labores de construcción (cantero, carpintero…), sin tierra ni hacienda propia. Este dato es negativo (sin tierra propia), pero puede ofrecer un rasgo positivo: Jesús fue capaz de trabajar al servicio de los demás, en un duro mercado de oferta y demanda, conociendo por experiencia la complejidad y miseria de la vida social, desde la perspectiva de precariedad y pobreza de los campesinos expulsados de su tierra. En esa escuela aprendió cosas que no están en la Escritura de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes.

En sentido social y económico, él conoció la pobreza por experiencia propia y no de un modo intelectual, como muchos académicos modernos, que hablamos de la miseria ajena sin haberla vivido por dentroen persona. Era un marginado, aunque no un resentido (no buscaba una violencia reactiva en contra de los ricos), con un inmenso potencial de creatividad. Su más honda escuela ha sido el trabajo alienado de millones y millones de personas, que no tienen nada propio y que dependen de aquello que otros quieran ofrecerles. No ha sido un empresario autónomo, sino un obrero dependiente.

No fue artesano de tiempo libre, sino trabajador eventual, sometido al mercado del trabajo. Así maduró en un tiempo de trasformación urbana, cuando muchos agricultores no pudieron mantener su autonomía, de manera que sus campos cayeron en manos de la oligarquía de las ciudades (Séforis, Tiberíades) y ellos mismos se volvieron renteros o artesanos al servicio de las clases ricas (comerciantes y funcionarios: militares, burócratas, sacerdotes…).

Vivió así en el comienzo de un proceso económico parecido al nuestro (año 2023), con el triunfo de un tipo de capitalismo y el paso de una comunidad agrícola autosuficiente (en una un nivel de subsistencia) a una sociedad industrial y comercial, que produce millones de obreros en paro o con trabajo precario. Así culminó su aprendizaje en la escuela del trabajo, como indica su formación israelita, pero vinculada al mundo del trabajo, en el margen de la sociedad, entre enfermos, pobres y expulsados.

En ese aspecto se distingue de otros educadores o maestros, que en general venían de las capas altas de la administración o burguesía. Confucio formaba parte de la corte imperial de China, y por eso educó a la clase alta para el orden, de manera que cada uno mantuviera su lugar en el conjunto. Buda era hijo de un rey, y dejó la corte para descubrir las raíces y causas de dolor humano, ofreciendo un ideal de liberación universal, pero desde perspectiva aristocrática. Sócrates era un hombre libre, de la clase dirigente; educaba al pueblo para el pensamiento y la verdad, pero no se opuso a las instituciones centrales de su pueblo. Hilel o Yohanan Ben Zakai, rabinos de Israel, antes o poco después de Jesús, fueron fieles a la Ley nacional y a la tradición israelita y quisieron crear un pueblo unido en torno a ella; pero no pusieron en primer lugar a los pobres. Mahoma fundó más tarde (hacia el 620 d. C.) una escuela de transformación social, pero lo hizo desde el poder, primero como comerciante, después como guerrero triunfador.

Volver arriba