Mi Jesus 2. Figuras ejemplares: de Adán al Justo Perseguido

Sigo presentando el texto de mi libro Jesùs Galileo (Tirant lo Blanch, Valencia 2007) Al lado de Moisés, Elías y David (que han marcado básicamente la identidad de Jesús), en el imaginario social y religioso del judaísmo había otros personajes que, al menos en parte, estaban más vinculados con el conjunto de la humanidad. Aquí señalamos algunos más significativos (Adán, Henoc, Abrahán, Jeremías, Siervo de Yahvé, Hijo del hombre, Siervo sufriente), dejando a un lado otros (Abel, Noe, Josué, Isaías, Esdras etc.) que parecen haber influido menos en el proyecto de Jesús. Sería bueno distinguir los niveles de historia y fantasía en estos nuevos personajes (figuras) ejemplares, que presentamos como un conjunto imaginario, que define la vida de Jesús.

1. Adán (Eva). Es el primero y más importante. No es israelita, pero define la identidad israelita, pues se encuentra al principio de la Biblia (Gen 1-3), como signo de toda la humanidad. Un judío sólo puede ser judío (hijo de Abrahán, según la Ley de Moisés), si empieza siendo humano (hijo de Adán), como ha destacado la genealogía de Lucas, que presenta a Jesús como “hijo de Adán, hijo de Dios” (Lc 3, 38). Jesús se relaciona de esa forma con Adán, como indica la tradición de los evangelios, cuando le sitúa en el origen de la humanidad, más allá de Moisés (Ley nacional), más allá de Abrahán (padre del pueblo). Volver a las raíces de la historia (fundada en Adán-Eva) significa retomar los problemas básicos del ser humano, por encima de las posibles deformaciones o falsificaciones que se han podido ir dando a lo largo del tiempo. Así dice, en la discusión sobre el matrimonio:

Moisés permitió escribir la carta de divorcio y despedir a la mujer… por vuestra dureza de corazón. Pero, en el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne (Mc 10, 4-8).

Utilizando una técnica rabínica, Jesús enfrenta dos pasajes bíblicos, uno relacionado con Moisés (libelo de repudio: Dt 24, 1-3), y otro con Adán/Eva (varón y mujer los creó: Gen 1, 27), para dar prioridad a este último, mostrando así que lo importante es ser hombre-mujer y que ser israelita es secundario, como en otro plano sabe y desarrolla Rom 5, 12-21 (cf. 1 Cor 15, 45). Desde ese “origen” humano de Jesús se entienden otros rasgos, como las tentaciones (prueba del conjunto de la humanidad: cf. Mc 1, 12-13; Mt 4; Lc 4) y los exorcismos, donde Jesús aparece como auténtico Adán que supera al Diablo. Esta relación de Jesús con Adán ha sido desarrollada de un modo temático a través del símbolo del Hijo del Hombre, como indicaremos. Ciertamente, a lo largo de su historia, Jesús actúa como israelita. Pero él aparece, al mismo tiempo, y de un modo todavía más profundo, como representante de la humanidad, de manera que la Iglesia posterior podrá llamarle “hombre verdadero” (Concilio de Calcedonia).


2. Henoc, patriarca celeste.
Las figuras de la tradición más israelita (Moisés, Elías, David) definen y enmarcan la historia de Jesús, como seguiremos viendo. Pero en el fondo de ella han venido a expresarse también otros personajes que han sido marginales (o marginados) en las Escrituras. Entre ellos, el más significativo es quizá Henoc, sabio y garante del buen juicio de Dios. Su figura ha sido muy influyente, de manera que algunos investigadores han querido entender a Jesús a la luz del ciclo de 1 Henoc, formado por cinco libros (apócrifos), que exponen la historia del pecado general de la humanidad, invadida y poseída por espíritus perversos. En esos libros y en otros, de la Biblia y los apócrifos (como Jubileos), emerge Henoc personaje del comienzo de la historia humana; por eso, lo que de él se dice (como lo que se dice de Adán) tiene valor universal.
Henoc simboliza el equilibrio de la vida, en armonía con el cosmos. «Vivió un total de 365 años. Trató con Dios y después desapa¬reció, porque Dios se lo llevó» (Gen 5, 21-24). Por eso, se le puede llamar joven, pues, en tiempo de longevidad (los patriarcas eran casi milenarios), sólo vivió un ciclo solar (365 años): se mantuvo limpio y culminó su vida en el cielo: supo vivir en armonía con Dios dentro de un ciclo cósmico. La tradición le presenta como maestro-salvador de la humanidad . ((He desarrollado la tradición de Henoc, como trasfondo de Jesús, en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006, 95-152. Cf. P. Grelot, La Légende d'Enoch dans les Apocryphes et dans la Bible: RSAR 46 (1958) 5-26, 181-210. Henoc era el hombre perfecto al que muchos judíos querían imitar, como dice Ben Sira (hacia el 190 a. C.): «Caminó con Dios y fue trasladado, siendo ejemplo de ciencia (de conocimiento o armonía) para todas las edades» (Sir 44, 16; cf. 49, 14). El traductor griego de Ben Sira (Eclo LXX 44, 16) le presenta, unos años más tarde, como predicador de penitencia, ejemplo y portador de metanoia (cf, Mc 1, 14-15). No basta conocer (ciencia en sí); hay que conocer para cambiar a los que han pecado y corren el riesgo de perderse. Pero hay una diferencia: Jesús querrá convertir a los hombres, luchando contra los poderes diabólicos (exorcismos); Henoc intentará convertir a los mismos ángeles perversos (vigilantes caídos), pero sin lograrlo, pues Dios no lo permitirá, como ha puesto de relieve Jubileos, en torno 130 a. C. ))


Fue el primero que aprendió la escritura, la doctrina y sabiduría, y escribió en un libro las señales del cielo... Vio en visión nocturna, en sueño, lo acontecido y lo que sucederá y lo que ocurrirá al género humano en sus generaciones hasta el día del juicio... Henoc estuvo con los ángeles... Ellos le mostraron cuanto hay en la tierra, en los cielos y el poder del sol y lo escribió todo. Exhortó a los “vigilantes” que habían prevaricado con las hijas de los hombres… y dio testimonio contra todos ellos. Fue elevado… y lo enviamos al jardín del edén… Y allí está escribiendo sentencias y juicios eternos sobre toda la maldad de los hombres (Jub 4, 17-19.20-24).

Éste es Henoc Patriarca, a quien las “Parábolas” (1 Hen 37-71), compuestas probablemente en tiempos de Jesús, identifican con el Hijo de Hombre, del que hablará también Jesús. Henoc (Hijo del Hombre) ocupa el puesto de Adán-Eva y así aparece como humanidad definitiva, vencedora de Satán. El Nuevo Testamento no vincula expresamente a Jesús con Henoc, pero algunos motivos de su figura, y en especial el signo del Hijo del hombre, están al fondo de su mensaje, como seguiremos viendo (( Jesús no ha sido un símbolo celeste como Henoc, sino un hombre histórico. Además, él no interpreta el pecado de los hombres como consecuencia de una invasión angélica (violación de mujeres), ni relaciona la salvación con el juicio y venganza, sino que la entiende como gracia de Dios, desde los pobres. En esa línea podemos hablar quizá de una inversión: Jesús no asume y retoma sin más los rasgos de Henoc, sino que los trasforma, desde una perspectiva de “encarnación” (es un hombre concreto) y de gracia, como veremos al hablar de su perdón y de su forma de tratar a los oprimidos y “pecadores”. De todas maneras, la figura de Henoc estará en el fondo de varias tradiciones cristianas)).


3. Hijo de Hombre. Símbolo relacionado con Henoc, a quien la tradición ha relacionado con el Hombre (ser humano) escatológico, y, de un modo especial, con Adán (todo ser humano es hijo suyo, hijo de hombre). Ésta es una forma de referirse a los hombres, pues la tradición bíblica (semita) no les define por su esencia (alma-cuerpo), como en Grecia, sino por su origen familiar y social, de un modo histórico. En esa línea, “judío” es alguien que nace de un judío (en especial de una judía) y hombre es el que nace de otro hombre/mujer: cada nuevo ser humano es «hijo de hombre» (hebreo: ben adam; arameo: bar henosh: cf. Dan 7, 13). Así lo ha destacado por ejemplo el libro de Ezequiel (cf. Ez 2, 1; 3, 1; 4, 1 etc).
Pues bien, la tradición de los evangelios recuerda que a Jesús se llamó (y fue llamado) en especial hijo de hombre (como he querido recordar en el título de este libro). Siguiendo en la línea anterior, esa expresión ha podido tener varios sentidos. (a) La mayoría de los textos que le llaman así indican simplemente que es un “hombre” como los demás, y así come y bebe, y no tiene lugar donde reclinar la cabeza (cf. Mt 11, 19; 8, 20). (b) Hay otros textos donde Jesús, Hijo de hombre, aparece con poderes especiales que brotan de su misma humanidad, pero en relación con Dios. Así se dice que puede perdonar y que tiene poder sobre el sábado (cf. Mc 2, 10; 2, 28). (c) Pero los textos que más han preocupado a la tradición son aquellos que presentan al hijo del hombre (indirectamente a Jesús) como humanidad escatológica, en una línea que parece iniciada en Dan 7, 13 y desarrollada en las Parábolas de Henoc (1 Hen 37-71; cf. también 4 Esd 13).
En esa última perspectiva, el hijo de hombre aparece como personaje simbólico, que representa al ser humano, visto en su culminación, desde el fin de los tiempos (cf. Mc 13, 26; 14, 62). Ese personaje puede hallarse en la base de algunas enseñanzas de Jesús, vinculadas sobre todo con el futuro de la humanidad que él anuncia y prepara, de tal forma que así puede trazarse una relación entre el principio (Adán-Eva) y el final (Hijo del Hombre futuro). En ambas líneas, Jesús aparece vinculado con la suerte y destino del conjunto de la humanidad, por encima de las diferencias nacionales de judíos o gentiles. Posiblemente, Jesús se presentó a sí mismo como “hijo de hombre, es decir, como un ser humano, pero con rasgos especiales: ha nacido con un destino marcado, el destino del hombre primero (Adán; cf. Mc 10, 6) que se abre al hombre final, portador de salvación (cf. Mc 13, 26), como indicará el Excursus 4 de este libro .

4. Abrahán y Jacob. A diferencia de Henoc, Abrahán es un personaje histórico. Vivió entre el siglo XV y el XII a. C y, según las tradiciones monoteístas, rechazó el politeísmo de su entorno (de su tierra y gente) para iniciar un camino que han seguido sus “hijos”, judíos, cristianos y musulmanes. Posiblemente fue monólatra, adoró sobre todo (o sólo) a un dios de su familia (de sus antepasados: cf. Gen 28, 13; 32, 42.53), al que concibió como Señor y Guía de su grupo. La Biblia supone que había venido del Oriente (Ur de los Caldeos, en Mesopotamia), para iniciar en Palestina un camino que sigue siendo normativo para sus descendientes (cf. Gen 12-25). Los judíos del tiempo de Jesús le consideraban padre legítimo (con Isaac, Jacob y las doce tribus), iniciador de una nación de creyentes que asumen su fe y se vinculan por su sangre, siendo herederos de su misma tierra: «Sal de tu casa y de tu parentela, vete a la tierra que yo te mostraré; yo te haré un pueblo grande... de manera que en ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (cf. Gen 12, 1-3).
Muchos israelitas interpretaban el hecho de ser hijos de Abrahán como un motivo de seguridad, orgullo y supremacía sobre los demás y por eso les había criticado Juan Bautista: “No andéis diciendo: nuestro padre es Abrahán, porque yo os digo que Dios puede sacar hijos de Abrahán de estas mismas piedras” (Mt 3, 9; Lc 3, 8). En esa línea, Jesús añadirá que “muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, pero los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de afuera” (Mt 8, 11). “Hijos del Reino” son precisamente aquellos que se creían privilegiados de Dios y escogidos, por ser descendientes legítimos de Abrahán. Siguiendo a Juan Bautista, Jesús rompió esa lógica de legitimidad y vinculó con Abrahán a los gentiles “creyentes”, que serán sus herederos, sentándose a su mesa.
Ese texto supone que la “historia de Abrahán” sigue viva y que Jesús puede evocar el Reino de Dios como “mesa” donde los fieles comparten la comida y bendición con los patriarcas. En esa misma línea, Jesús hablará del “Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, que es Dios de vivos”, aludiendo a una resurrección que supera las leyes matrimoniales que convierten a una mujer en “objeto” de posesión de siete hermanos. En contra de eso, Abrahán aparece como signo y portavoz de un Dios de vivos, es decir, de resucitados (cf. Mc 12, 26-27). Una perspectiva semejante aparece en una parábola, de sabor puramente judío, donde Jesús presenta la salvación de Dios como “seno de Abrahán”, es decir, como lugar donde Abraham recoge, en fe y en plenitud, a todos sus hijos creyentes, es decir, caritativos y, más en concreto, a los pobres (como el mendigo) y a aquellos que les acogen, pues sólo ellos son hijos de Abraham (Lc 16, 22-31) ((He presentado la figura de Abrahán en el comienzo de las “religiones del Libro” en Globalización y monoteísmo, Verbo Divino, Estella 2002. Cf. también G. Cañellas, Abrahán: Tras el Dios desconocido. Los patriarcas: historia o leyenda, Biblia y Fe, Madrid 1990; K. J. Kuschel, Discordia en la casa de Abrahán. Lo que separa y lo que une a judíos, cristianos y musulmanes, Verbo Divino, Estella 1996; R. Michaud, Los patriarcas. Historia y teología, Verbo Divino, Estella 1997; W. Vogels, Abraham y su leyenda: Génesis 12, 1-25, 11, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997. La tradición cristiana ha subrayado el carácter universal de la fe de Abrahán, que está en la línea de la fe de Jesús (cf. Rom 4, 2. 9-18; Gal 3, 16-17.28-29), desbordando la ley nacional de Moisés, que corre el riesgo de cerrar a los creyentes dentro del judaísmo nacional. Lógicamente, el evangelio de Mateo, para poner de relieve esa amplitud de Jesús, le presenta no sólo como Hijo de David, sino como hijo de Abraham (cf. Mt 1, 1). En esa línea, podríamos añadir que Jesús en cuanto tal se identifica también (y quizá más) con Jacob-Israel, nieto bíblico de Abrahán, que tuvo doce hijos (doce tribus). Como nuevo Jacob/Israel, Jesús escogió doce discípulos, que expresan la totalidad del pueblo de la alianza. Por otra parte, el hermano más conocido de Jesús se llamaba Jacob (=Santiago) y los restantes llevaban también nombres de otros hijos de Jacob (José, Judas y Simón). Parece evidente que su familia estaba interesada en las tribus de Israel)).


5. Jeremías.
Conforme al evangelio, algunos de aquellos que estuvieron en contacto con Jesús le identificaron no sólo con Elías y, en general, con uno de los profetas (cf. Mc 6, 15; 8, 28), sino, más en concreto, con Jeremías (cf. Mt 16, 14). Elías había sido un profeta de juicio, hacedor de milagros. Jeremías fue, en cambio, un profeta perseguido, un constante perdedor, pero la tradición israelita le presenta como testigo de la victoria de Dios. Su figura y mensaje ha jugado un papel importante en la historia de la pasión de Jesús, con la entrada de Jesús en Jerusalén (cf. Mc 11, 17 par), donde se recogen los temas del “sermón del templo”, donde Jeremías amenazó a los dirigentes del pueblo y exigió su conversión, el año 609 a. C.:

La Palabra de Yahvé vino a Jeremías y le dijo: Ponte de pie junto a la puerta de la casa de Yahvé y proclama allí esta palabra… No confiéis en palabras de mentira que dicen: ¡Templo de Yahvé, templo de Yahvé! ¡Éste es el templo de Yahvé! Porque si realmente corregís vuestros caminos y vuestras obras, si realmente practicáis lo justo entre el hombre y su prójimo, si no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda… entonces os dejaré habitar en este lugar, en la tierra que desde siempre y para siempre di a vuestros padres… Peo vosotros después de robar, de matar, de cometer adulterio, de proferir falso testimonio… ¿venís a este lugar para decir: Somos libres. ¿Acaso este templo es para vosotros una cueva de ladrones?... Yo haré con la Casa que se llama por mi Nombre, en la que confiáis, y con el Lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice con Silo, y os echaré de mi presencia como eché a todos vuestros hermanos, a toda la descendencia de Efraín.… (Jer 7, 3-11; 14-16; cf. 26, 1-24).

Como Jeremías, Jesús será portador de una amenaza semejante. Jeremías habló desde la puerta del templo, anunciando el juicio de Dios a los que entraban, especialmente a los ricos que esclavizaban a sus deudores pobres, a quienes habían prometido liberar, actuando así como portavoz de la “justicia de la Ley”, que manda proteger a los desvalidos y defiende a los esclavos, por encima de las estructuras políticas y sacrales del pueblo, representadas por el templo. Llevando hasta el final la inspiración de Jeremías, fiel a lo que ha sido su mensaje en Galilea, Jesús no se queda a la puerta, sino que llega en los patios del templo, para realizar allí un gesto de ruina-condena contra algunos elementos centrales del culto del (cf. Mc 11, 11-21 par).
Las palabras de condena de Jeremías constituyen el punto de partida de la historia de la pasión de Jesús, a quien veremos también como profeta perseguido. Jeremías pudo mantenerse en vida (y no ser ejecutado) porque le ayudaron algunos amigos, en parte extranjeros. No murió en Jerusalén, como Jesús, pero tuvo que refugiarse en el destierro de Egipto (donde le llevaron a la fuerza). Su “profecía” del templo (¡caerá como ha caído el de Silo!) constituye un hilo conductor de la tradición del evangelio. Una parte considerable del relato de la muerte de Jesús podrá contarse desde Jeremías .


6. Siervo de Yahvé.
El Segundo Isaías (Is 40-55) contiene una serie de textos que suelen llamarse «cánticos del Siervo de Yahvé» (Is 42, 1-7; 49, 1-9; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12), que muchos exegetas consideran como centro y/o cumbre de la Biblia israelita. Ese Siervo es un “personaje” central de la historia judía: un representante de Dios, hombre (o mujer), quizá todo un pueblo, que sufre el rechazo y condena de otros (extranjeros, israelitas injustos) que quieren matarle .
Pues bien, Dios no está con los que ganan, no rechaza a los que pierden (como se pensaba de ordinario), sino que aparece vinculado de manera intensa con el siervo perdedor, derrotado y expulsado. En esa línea, asumiendo y transformando viejas categorías sacerdotales, estos cantos muestran que los derrotados de Israel (exilados, fracasados, muertos) no han sido ni son los culpables, de manera que es falso decir que Dios les castiga por algún delito propio. Al contrario, ellos, los condenados, perdedores del mundo, son el signo de la humanidad inocente, en la que Dios viene a mostrarse como portador de una paz universal.
Este Siervo evoca y anticipa, de algún modo, un cambio radical de la humanidad. Quizá por vez primera, superando la imagen de un “dios” que parecía signo de dominio impositivo (garante de victoria de los fuertes), ha venido a revelarse un Servidor de Dios que no vence triunfando (desde arriba), sino creando vida desde el mismo sufrimiento y la derrota. Este Siervo es “sacerdote”, pero no realiza su liturgia sobre un templo sagrado, ni ofrece sangre de animales muertos, sino que ofrece a Dios su propia vida, al servicio de los demás. No se impone con violencia: no pide venganza ni quiere que su muerte se inserte en ninguna espiral de violencia, sino que desea que la cadena de muertes se pare. De esa forma, su misma derrota se puede entender como expresión de vida y victoria de Dios.
Este Siervo, que ocupa un lugar central en el despliegue de la Biblia, no está al servicio de una nación, sino de todos los hombres. Ciertamente, es israelita, pero en su fondo no hallamos ya nada que sea exclusivo de Israel, pues su acción se puede aplicar y se aplica al conjunto de la humanidad. No sabemos si Jesús apeló de una manera expresa a su figura, diciendo, por ejemplo: ¡Yo soy el Siervo de Yahvé! Pero es indudable que ella ha influido poderosamente en su camino y ha marcado la visión cristiana de su vida y mensaje (cf. Mt 12, 18; Hech 3, 13.26). En esa línea podemos afirmar que la historia de Jesús estaba escrita, es decir, preparada, en los cantos de este Siervo, sobre todo en lo referente a su pasión y su muerte .

7. Justo perseguido. Es un personaje central del libro de la Sabiduría (que forma parte de la Biblia Griega, de los LXX, no de la Biblia Hebrea) y se sitúa en la línea del Siervo de Yahvé, aunque quizá ha destacado más el contraste entre la justicia del mundo (que se funda en un tipo de imposición) y el sufrimiento de los inocentes. En el tema del Siervo podría esperarse una intervención mundana de Dios, que respondería imponiendo su justicia dentro de la misma historia. Por el contrario, al menos en Sab 2, parece que el justo sufriente no encuentra justicia en la tierra, ni dentro de la historia. Por eso, el autor del libro apela a una vida tras la muerte.
El tema del justo de Sab desborda el nivel de la justicia legal, como afirman sus opositores: «Acechemos al justo que nos resulta incómodo. Piensa que nosotros somos moneda falsa y se aparta de nuestras sendas como contaminadas; proclama dichoso el final de los justos y se envanece por tener a Dios por Padre» (cf. Sab 2, 10-16). El justo no acepta las normas del sistema, ni se pliega a los dictados de un “mundo” donde reinan los injustos. Es un pobre, pero no por necesidad o fortuna sino por vocación: prefiere ser distinto, cultiva otros valores, despliega otros “poderes” y de esa forma viene a convertirse en objeto de envidia y rechazo para aquellos que definen el sentido oficial de la justicia. Según la justicia del mundo, sólo una violencia vence a otra violencia. En contra de eso, el Justo de Sab no puede (ni quiere) responder a la violencia con violencia (según talión), sino con el testimonio de su vida, manteniendo la justicia (sin imposición ni lucha) y siendo derrotado, porque los injustos emplean la violencia .
El justo sufriente es un buen israelita, pero, en realidad, sus rasgos nacionales resultan secundarios, de manera que puede presentarse y se presenta como figura humana, sin más, lo mismo que Job y otros personajes de la literatura sapiencial de la Biblia. No sabemos si Jesús interpretó su vida con los rasgos de este justo, entre otras cosas porque es poco probable que el libro de la Sabiduría se conociera en su ambiente galileo. Pero es indudable que la figura del justo deriva de la tradición bíblica y se encuentra en el fondo de la vida de Jesús, como han visto algunos textos significativos de la pasión (cf. Mt 27, 40-43). Sin embargo, hay una gran diferencia. (1) El justo sufriente no proclama ni quiere extender el Reino de Dios en este mundo, sino que apela a la vida inmortal, como un Sócrates griego. (2) Jesús quiere instaurar el Reino; por eso no puede apelar a la vida inmortal, sino a la acción futura de Dios, que los cristianos llamarán resurrección. En esa línea debemos añadir que el libro de la Sabiduría ha influido más en la teología cristiana posterior que en Jesús .
Conclusión

He citado siete figuras de la tradición israelita (Adán, Henoc, Hijo del Hombre, Abrahán-Jacob, Jeremías, Siervo de Yahvé, Justo perseguido), que, unidas a las anteriores (Moisés, Elías, David), nos ayudan a situar y entender la historia de Jesús. Él no ha nacido ni ha vivido de la nada, inventando en el vacío su camino, sino al contrario: en un sentido, todo lo que ha dicho y ha hecho se hallaba preparado y ensayado en la historia anterior del judaísmo (y del conjunto de la humanidad). La novedad de Jesús (su “mutación”) había sido iniciada de diversas maneras en el judaísmo precedente, de manera que “todo estaba escrito”. Pero, al mismo tiempo, podemos y debemos añadir que nadie había condensado los rasgos anteriores cómo hará Jesús. Por eso, dependiendo de la historia anterior (fáctica o simbólica), él viene a presentarse como personaje nuevo .


En ese contexto, junto a figuras como Abel y Josué, Isaías y Esdras, podemos recordar a otras, también significativas. (1) Jonás, predicador de penitencia (cuyo mensaje aceptaron en otro tiempo los ninivitas, mientras que ahora los judíos-galileos no creen en Jesús), y profeta simbólico, “sepultado” por tres días en el mar (como Jesús en la tierra, tras la muerte; cf. Mt 12, 39-41 y 16, 4 par). (2) En una perspectiva convergente se halla Job, hombre justo, condenado por los sabios del entorno, pero rehabilitado por Dios. El evangelio no cita su figura (en el Nuevo Testamento sólo aparece en Sant 5, 11), pero ella puede servir de referencia para entender a Jesús. (3) También se pueden citar algunas mujeres como Ester o Judit, evocadas y comentadas en los libros de su nombre. Ellas son muy importante, pero lo que han hecho se aleja del mensaje y vida de Jesús. En la línea de Jesús, no es fácil hablar de otra Ester, favorita del nuevo emperador (ahora romano), manipulando la política mundial a favor de los judíos. Tampoco es fácil aplicar a Jesús el simbolismo de Judit, que domina sexualmente al enemigo, Holofernes, para degollarlo, pues Jesús, ni otros muchos judíos de su tiempo, actuaron e esa forma. Había, además, otras figuras significativas (Sara, Rebeca, Raquel, Débora…), pero en aquel momento hubiera sido difícil trazar el mesianismo israelita en perspectiva femenina, aunque haya podido y debido decirse que Jesús ha venido a romper o superar la diferencia entre varones y mujeres. Ciertamente, en Jesús no habrá “varón ni mujer, libre ni esclavo, judío ni griego”, pues todos son uno en Cristo (cf. Gal 3, 28). Pero en el contexto de su vida “parece” que el Cristo de Dios debía ser varón, para ayudar y acompañar así mejor a varones y mujeres. Sea como fuera, éstas y otras figuras “habitaban” en el ambiente cultural y en la fantasía de los israelitas e influyeron poderosamente en la identidad y tarea de Jesús, al menos por contraste. Ellas formaban la “Biblia viva”, es decir, el imaginario social y religioso del Jesús judío.
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