Jesús y Muhammad. La Meca no es Jerusalén
El tema de fondo sigue abierto, y no podrá resolverse con teorías, sino con el compromiso y diálogo creyente y respetuoso de cristianos y musulmanes, escuchándose de verdad unos a otros, sin repetir lo siempre repetido. Personalmente, como he dicho (y como sigo diciendo con la ayuda de mi amigo musulmán), los puntos en litigio son básicamente dos:
‒ El sentido del sufrimiento (centrado en el valor de la muerte de Jesús). ¿Por qué Jesús se dejó matar o al menos aceptó la muerte? ¿por qué no tomó Jerusalén con armas e inició de esa manera el movimiento de los liberados mesiánicos?
‒ La forma de realizar la Yihad o guerra santa (qué tipo de violencia puede y debe utilizarse para extender la verdad). En este contexto retomo el motivo de la “subida de Jesús a Jerusalén”, comparándola con la “subida de Muhammad a la Meca”.
Otros temas, como el de la Trinidad y la Encarnación son de tipo más teórico, y la mayor parte de las discusiones en torno a ellos se deben a mal-entendidos, que podrían resolverse en una línea de diálogo más hondo y de contemplación del misterio, queriendo cada uno escuchar y entender lo que dicen los otros:
‒Por desgracia, los cristianos no han expuesto quizá con la suficiente hondura su monoteísmo, para mostrar que Jesús no rompe la unidad de Dios, sino al contrario: la refuerza.
‒Por su parte, muchos musulmanes se limitan a repetir a coro algunas palabras externas de Muhammad y no han hecho el más mínimo esfuerzo por entender lo que significa la Trinidad para los cristianos.
Pero dejo esos temas, y vuelvo a los esenciales, son que la muerte de Jesús y el sentido de la violencia sagrada:
Muhammad camino de la Meca
(1) Llegado el momento decisivo, Mahoma abandonó el camino de del fracaso, pensando que Dios se expresa en la victoria social y religiosa.
(2) Jesús, en cambio, descubrió la presencia de Dios en la misma derrota, al servicio del amor.
Muhammad conoció e interpretó certeramente la experiencia y novedad de Jesús quien, a su juicio, no supo (o no quiso) subir a Jerusalén para triunfar, imponiendo de esa forma el Reino, sino que fracasó en su capital, dejándose matar, sin conseguir lo que pretendía. Pues bien, como profeta y mensajero definitivo de la voluntad triunfadora de Dios, Muhammad estaba convencido de que él debía triunfar para establecer su comunidad de sometidos ('Umma).
Por eso, en el momento del riesgo, cuando vio que podían matarle, planeó y cumplió una estrategia humanamente acertada: hizo que algunos de sus discípulos se refugiaran en Etiopía (hacia el 615 d. C.) y después, rompiendo los lazos tribales y sacrales que le unían con la Meca, "emigró" con una mayoría de sus seguidores a Yatrib/Medina, algunos de cuyos habitantes le habían llamado, fundando allí la comunidad de los liberados (Hégira, año 622).
Como era lógico, tuvo que luchar contra la Meca y, tras ocho años de dificultades y padecimientos, logró volver victorioso, el año 630, para ofrecer e imponer en su ciudad (centrada en la Caaba, un santuario vinculado a la memoria de Abrahán) un equilibrio social que, a su juicio, se fundaba en Dios, logrando el sometimiento de la mayoría de sus habitantes. Murió a los dos años (632), tras haber culminado su tarea, expandiendo e imponiendo el Islam (sumisión a Dios) con palabra y ejemplo, pero también por las armas, en un duro esfuerzo de conquista y liberación.
Muhammad entró en la Meca al mando del ejército de los sometidos a Dios para establecer su “ley”, la voluntad de Dios, sobre el conjunto de la población.
Jesús, en cambio, quiso entrar sin armas en Jerusalén, poniéndose por fidelidad a Dios en manos de sus autoridades, dejándose matar por aquellos que creían en el Dios de la ley y el orden, no en la gracia. Sabía bien que su camino de amor (su anuncio y entrega) podía suponerle la muerte y la aceptó, por amor, es decir, por fidelidad a lo que Dios le pedía, al hacerle mesías de su Reino.
No se echó atrás, no se escondió en su aldea, esperando tiempos más propicios. Tampoco quiso reclutar soldados revolucionarios para iniciar con ellos una marcha popular, subiendo a conquistar Jerusalén, en una guerra que actualmente pudiéramos decir que era “justa”. Superando ese nivel de “justicia”, Jesús estaba convencido de que el Reino es gracia y no puede instaurarse sólo por justicia. Por eso, no emigró o se refugió en algún oasis de seguridad, como Muhammad en Yatrib (Medina), sino que asumió el posible fracaso como camino de Dios (cf. Mc 8, 31; 9, 31; 10, 32-34).
Muhammad y Pedro.
La estrategia de fuerza que parece haber propuesto Pedro en Mc 8, 27-33 (quizás más cercana a Muhammad) parece más fácil. Lo difícil es lo de Jesús: ponerse en manos de aquellos que pueden matarle, para así “vencerlos” (vencer a la muerte). Jesús no ha ocultado su camino, no ha llevado a sus discí¬pulos a ciegas (a la fuerza), de manera que ellos han podido traicionarle, negarle, abandonarle.
Tenía una estrategia y la ha seguido, pero ella dependía no sólo de sí mismo y de la ayuda de Dios, sino también de la respuesta de los hombres. Los héroes de la tragedia griega eran "actores": no podían decidir y cambiar su papel o destino, sino sufrirlo, es decir, interpretarlo en lucidez altiva. Muhammad y sus compañeros eran estrategas político-militares, con una intensa inspiración religiosa, y así planearon un camino y pudieron recorrerlo. Jesús no era trágico ni estratega político, sino un hombre de Reino, alguien que actúa en libertad de amor, amorosamente, sin imponer su proyecto. Por eso han podido matarle y le han matado.
De nuevo Jesús. Un Mesías que “ignora” y confía
Los discípulos de Muhammad estaban seguros de su profeta y en conjunto le siguieron y lucharon con él por conquistar la Meca.
Por el contrario, los discípulos de Jesús confiaban también en él, pero manteniendo su propia autonomía (su deseo de triunfo), de manera que en el momento decisivo pudieron “abandonarle”, siguiendo otro camino.
Sólo Jesús asumía claramente la posibilidad de su fracaso e incluso de su muerte, aunque aún no estaba decidido lo que sucedería (pues ello dependía de la forma en respondieran los habitantes de Jerusalén).
En ese contexto podemos hablar de la fideliead enigmática de Jesús, que se apoya por amor en discípulos poco fiables, y de su sabia ignorancia, que deja en manos de Dios la decisión final del Reino, pues así lo exige su “conocimiento” de la vida, como indican los anuncios de pasión (Mc 8, 31-32; 9, 30-32; 10, 32-34), que transmiten una experiencia antigua, aunque reformulada tras la pascua.
Ignorancia de Jesús, "ignorancia" de Dios (reflexión teológica)
Esta sabia ignorancia de Jesús se sitúa a la luz de un Dios que también “ignora por amor”, sabiendo que el amor triunfará al final, pero dejando en manos de los hombres la marcha de la historia.
En esta línea se entienden las densas palabras finales de un libro de A. Geshé, uno de los mayores teólogos cristianos del siglo XX, que presenta a “conociéndose a sí mismo” en los hombres; éste es el Dios que no puede imponerse desde fuera, ni imponer su mesianismo, sino que se busca a sí mismo y descubre su misterio caminando con los hombres.
Éste es un Dios que se encarna en el camino de búsqueda humana, sin imponer su voluntad (no se puede decir en esa línea "Dios lo quiere"), sino buscándola con los hombres en camino de amor. Por favor, léanse estas palabras con admiración, como intento de penetrar en el misterio, no como "dogma de fe":
«Pero si Dios es de algún modo un poco enigma para sí mismo, ¿no será por esta razón por la que él tiene necesidad de comprenderse en nosotros? ¿No será este, como puede verse en el Pórtico de Chartres, uno de los sentidos de la creación y de la encarnación? Dios aparece allí revolviendo los cabellos de Adán, al mismo tiempo que está buscando la manera de descifrar en ese Adán los rasgos de su propio Verbo, que un día se encarnará. ¿No será quizá ésta una de las respuestas al Cur Deus homo, al “por qué se ha hecho Dios hombre” de san Anselmo? Dios viene a proponer al hombre una cuestión, para comprenderse a sí mismo. “Si vosotros no me confesáis [si yo no me comprendo gracias a vosotros] yo no existo”, dice el Talmud. Cuando vosotros me confesáis [cuando yo me comprenda en vosotros], entonces yo soy. “En el momento en que el alma realiza su confesión ante la faz de Dios, y en el momento en que ella reconoce y atestigua así el ser de Dios, sólo en ese momento adquiere Dios también realidad . Según eso, también el hombre revelaría a Dios, e incluso le revelaría a él mismo» (cf. de A. Geshé, El sentido, Sígueme, Salamanca 2004, 197).
Eso significa que ni Dios tiene las cosas resueltas desde fuera, por arriba, sino que camina en amor con su Cristo.
Sigue la comparación
Jesús vino de la periferia de Israel (Galilea) y "subió" al centro (Jerusalén) para ofrece su alternativa de gracia, su proyecto de Reino, que es vinculación de amor entre los hombres. No tuvo que salir primero en una especie de Hégira o retirada estratégica, como la de Muhammad, pues él no había empezado su tarea en la capital sino en la periferia, de donde vino a Jerusalén para anunciar la caída de su templo elitista y para promover un movimiento universal de comunión (de amor mutuo), desde los más pobres, sin necesidad de templo. No vino a enseñar teorías interiores, pero tampoco a conquistar el Reino con armas, sino a proponerlo en amor, quedándose sin armas en manos de los hombres.
Muhammad tampoco quería un Reino puramente interior (aunque destacó el valor y la necesidad de someterse a Dios), pero “impuso” de algún modo un “reino social” o comunitaria, una “umma” de sometidos a Dios, dispuestos a extender su modelo de sumisión al mundo entero. En esa línea, a diferencia de Jesús, Muhammad “tomó” por la fuerza el “templo” (la Caaba de la Meca) y la “purificó” de la idolatría, para convertirla en santuario o mezquita universal para todas las naciones de creyentes.
Por eso, los musulmanes siguen teniendo un “santuario” central, vinculado a la memoria de Abrahán y de Muhammad y van a peregrinar allí, para adorar a Dios, una vez en la vida (si pueden).
Por el contrario, los cristianos ya no veneran a Dios de un modo especial ni en Jerusalén ni en Garicim o en la Meca, sino “en espíritu y verdad” (cf. Jn 4, 20-21). Como seguiremos viendo, Jesús no purifico el templo para que siguiera siendo templo externa, sino para que los fieles lo abandonaran (había cumplido su función) y descubrieran a Dios en el evangelio.
Después de casi XVII siglos de interpretación “ontológica” de Jesús, motivada por el “genio” griego, el estudio de la Biblia vuelve a situarnos en el lugar donde nos dejaron los relatos de la historia de Jesús. Eso nos permite plantear de nuevo el tema del origen del cristianismo, en diálogo con el Islam (y las otras grandes religiones). En el comienzo del diálogo entre cristianos y musulmanes debe ponerse otra vez la vida histórica de Jesús, tal como se encuentra atestiguada por los evangelios. En este campo resulta esencial la forma distinta en que cristianos y musulmanes interpretan el “sentido” sagrado de Jerusalén y de la Meca. El hecho de que los cristianos no tengan “alquibla” (ni hacia Jerusalén, ni hacia la Meca) sigue siendo ejemplar.
Disonancia entre Jesús y sus discípulos
Desde ese fondo se entiende la dificultad que Jesús tuvo para comunicar a los discípulos lo que él entendía y quería sobre el Reino. Ciertamente, quiso que compartieran su camino, aunque ellos apenas lograron entenderlo, como ha puesto de relieve el evangelio de Marcos, cuando interpreta a Jesús desde el trasfondo de la incomprensión y rechazo constante de sus discípulos, que resultan cada vez más incapaces de entenderle y de seguir, hasta que al fe le abandonan (con la excepción paradójica de las mujeres de Mc 15, 40-41.47 y 16, 1-8, como veremos en el capítulo siguiente).
Este “fracaso” no depende sólo (ni principalmente) de la cobardía de los discípulos, sino del mismo carácter del Reino, que rompe las expectativas y claves de la historia anterior.
El evangelio muestra así una especie de disonancia entre Jesús y sus discípulos, una incomprensión creciente, que se encuentra también motivada por el hecho de que ni siquiera Jesús podía saber y describir externamente la manera en que iban a desarrollarse los acontecimientos.
Ciertamente, él tenía un plan, vinculado a la “entrega” evangélica de su vida y, según ella, no podía subir a Jerusalén como soldado, para imponerse por la fuerza, sino que debía y quería hacerlo como amigo (representante y portavoz de un Reino de amigos), para quedar en manos de las “autoridades de Israel” (como los itinerantes quedaban en manos de los más acomodados). Tenía un plan de amor, pero su desarrollo dependía de la respuesta de los responsables de Jerusalén (y de sus mismos discípulos, que le seguían de manera libre, conservando su propia iniciativa).
Jesús no podía compartir la estrategia de los sacerdotes de Jerusalén y de los políticos de Roma, pues ella se situaba en el plano de la racionalidad social y política, es decir, de “juicio” o talión: de medios y fines, es decir, de intereses.
Pues bien, Jesús se ha mantenido por encima de ese plano, de manera que hemos podido presentarle como una “mutación” en línea de humanidad: ha renunciado a la violencia, es decir, a la “política”, entendida en forma de cálculo razonado (de medios a fines) en el que intervienen factores de violencia militar o social, para actuar simplemente “por amor”, quedando así en manos de aquellos a quienes venía a ofrecer su mensaje amoroso de Reino.
Ciertamente, él confiaba en Dios, en la presencia de un poder de gratuidad, a quien llama Padre y a quien pide que “venga tu Reino”. De esa forma expresó su fe en un Poder de Salvación que no actúa desde fuera, interrumpiendo el orden de la lógica social, sino que se revela en la misma libertad de los hombres que actúan y toman decisiones.
Lógicamente, Jesús debe poner su destino en manos del Dios que actúa a través de una historia humana, en la que influyen las autoridades de Jerusalén y sus mismos discípulos.
Ciertamente, no se puede suponer sin más que esos discípulos habían entendido a Jesús de una manera del todo equivocada; más aún, parece que ellos no quisieron ser violentos en línea militar (no eran celotas), pero deseaban que el proyecto de Jesús triunfara; no estaban dispuestos a verle “fracasar”, quedando en manos de las autoridades. Por su parte, las autoridades de Jerusalén tampoco eran violentas, en un sentido perverso, pero estaban dispuestas a defender su parcela de poder y no podían aceptar a un hombre como Jesús, que lo rechazaba. Por eso le mataron, como seguiremos viendo.
Resumen y comparación final

Quizá podamos resumir el tema en tres puntos.
(1) Jesús se puso en manos de las autoridades, esperando un posible cambio, una intervención especial de Dios, en línea de gratuidad, que trasformaría los corazones de las autoridades de Jerusalén, sin violencia externa. Pero esa intervención no se produjo, de manera que tuvo que aceptar su muerte. Quizá había esperado también un signo humano (vinculado a la “conversión” de los sacerdotes y Pilato). Pero ese signo tampoco se produjo y no tuvo más remedio que acoger la muerte.
Muhammad no se puso en manos de las autoridades de la Meca, sino que asumió la autoridad, tras unos años fuertes de Hégira… Sólo la violencia le permitió defender a sus amigos, e instaurar el Islam en la Meca, ciertamente con la ayuda de la palabra y del convencimiento, pero también con las armas. No parece fácil olvidar (superar) este origen “violento” (militar) de la Yihad y de la instauración de la comunidad de los sometidos a Dios (Musulmanes)
(2) Los discípulos debían tener unos planes particulares, que no coincidían del todo con los de su Maestro. Quizá esperaban un “gesto de poder” de Jesús, con una intervención maravillosa de Dios, un signo que no se dio y, por esto, ante la muerte de Jesús huyeron. Así abandonaron a Jesús, pues había algo que no respondía a sus expectativas.
Por el contrario, los discípulos y amigos de Muhammad fueron aceptando la visión y la estrategia de su profeta, de manera que en conjunto le siguieron y triunfaron con él. Muhammad no tuvo que “morir” (que dar su propia vida) al servicio de su movimiento; al contrario, Muhammad instauró el movimiento de los sometidos al Islam, y el mismo Islam le exaltó en vida, de manera que pudo morir como triunfador en Medina, tras una vida intensa, al servicio de la obra de Dios. Lógicamente, su sepulcro en Medina es signo fuerte de la bendición de Dios (tras la Piedra Santa de la Caaba de la Meca).
(3) Sólo tras la muerte de Jesús los discípulos “descubren” e interpretan de un modo más alto (cristiano) el sentido mesiánico de todo lo anterior, recuperando así elementos y motivos que antes no habían comprendido. El Reino de Dios no es está fijado de antemano, sino que el mismo Jesús y sus discípulos tienen que irlo descubriendo en su camino, como seguiremos viendo (cf. Jn 12, 16).
Por eso, el cristianismo no es la religión de la victoria de Jesús en este mundo, sino la religión de la fe y del seguimiento (conversión) de los discípulos de Jesús, que reasumen su camino tras su muerte… Por eso, los cristianos no veneran una tumba de Jesús triunfador, en Jerusalén… Para ellos, el cuerpo de Jesús es la misma comunidad de aquellos que aceptan su muerte como signo de presencia de Dios.
Por el contrario, el Islam sigue siendo la religión de los que siguen el camino histórico de Muhammad, que no ha resucitado (sus huesos están en el sepulcro). Por eso, los musulmanes no creen en la resurrección “en el camino de la historia”, sino al final de la historia, en el más allá. Para los cristianos, la resurrección ha comenzado ya en este mundo, en la vida de los seguidores de Jesús…
Pero con esto evocamos unos temas que deberían ser signo y motivo de diálogos nuevos, en la línea de nuestro Diccionario de las Tres Religiones (donde están expuestos con detalle todos estos temas).
He desarrollado el tema en Globalización y monoteísmo. Moisés, Jesús, Mahoma, Verbo Divino, Estella 2002; A. Aya, El Secreto de Muhammad, Kairós, Barcelona 2006. Los dos hemos escrito el Diccionario de las tres religiones, Verbo Divino, Estella 1999.
Cf. también desde un punto de vista más cristiana, que habría que completar en perspectiva musulmana) también:
J. Kuschel, Discordia en la casa de Abrahán. Lo que separa y lo que une a judíos, cristianos y musulmanes, EVD, Estella 1996;
M. Lings, Muhammad. Su vida, basada en las fuentes más antiguas, Hiperión, Madrid 1989;
W. E. Phipps, ¿Con Jesús o con Mahoma?, Acento, Madrid 2001.