Jesús, la historia de una tumba no resuelta

Jesús habría formado parte de una familia burguesa, enterrada en una tumba noble, también burguesa, del entorno de Jerusalén. Éstas serían las conclusiones del “documental” de J. Cameron, que ayer comenté en mi blog. Al presentar la tumba de Talpiot como tumba familiar de Jesús, con los restos de su madre, de su esposa y de su hijo, se habría resuelto uno de los enigmas más importantes de la historia: Jesús sería un hombre como tantos otros, con tumba rica y familia honorable, cuyos restos esperaban la resurrección final de todos los muertos en el entorno de Jerusalén, lugar del juicio, según las mejores profecías de Joel. Esa visión es posible, pero no responde a los hechos que sabemos de la historia del movimiento cristiano. La comprensión que tengamos de Jesús depende de una tumba, como en las mejores historias de suspense.

De esto hable en el blog de ayer. Sofía aceptaba en principio mis reflexiones, pero replicaba que la hipótesis del enterramiento por José de Arimatea le parecía más probable. Juan Manuel González distinguía sabiamente el aspecto arqueológico, literario y teológico del tema. Joaquín destacaba la importancia del testimonio de las mujeres en la tumba. Finalmente, Angeline hablaba de una especie de complot de aquellos que intentan desacreditar la fe en Jesús con fantasías sobre tumbas. Teniendo en cuenta esas observaciones, he querido seguir reflexionando sobre el tema, primero de un modo general, después analizando los textos de los evangelios.

1. Una reflexión introductoria

1. No quiero entrar en el tema arqueológico, porque no soy especialista y porque existen ya estudios sólidos sobre el tema. Ninguno de ellos, que yo sepa, defiende la interpretación de Cameron. No se puede afirmar, en modo alguno, que los restos y osarios de la tumba de Talpiot pertenezcan a la familia de Jesús. Sea como fuere, en ese plano, quiero dejar el tema abierto. Que lo resuelvan, en la medida en que pueden, los mismos arqueólogos.
2. No tengo problemas dogmáticos en el plano de la resurrección. Creo que Jesús es Hijo de Dios y que ha resucitado de los muertos. Más aún, como ayer decía, pienso que los restos de Jesús fueron colocados en una fosa común y que su resurrección no implica desaparición del cadáver. Por eso, si por un imposible, encontráramos un día restos de su cuerpo (algunos huecos), ello no iría en modo alguno en contra de la fe cristiana. Como ayer decía, el cristianismo no es culto de tumbas ni de reliquias materiales de muertos.
3. No tengo problemas dogmáticos en el plano de la familia de Jesús. Tengo el convencimiento de que fue soltero, aunque pudo querer de un modo especial a Magdalena y al Discípulo amado. Conocemos demasiado bien las relaciones familiares de aquel tiempo, conocemos bien la familia de Jesús en la comunidad primitiva (la veneración de su madre como “gebîra”, la función de sus hermanos en la iglesia…). Me parece imposible que la Iglesia no hubiera hablado de una esposa de Jesús y de un hijo suyo. Para los primeros cristianos, eso no era un problema como es para nosotros. Jesús podía haber tenido esposa e hijos, siendo hijo de Dios; yo seguiría siendo cristiano. Pero estoy convencido de que no los tuvo y todo intento de hacer que los tuviera me parece carente de sentido (no en plano de fe, sino en plano de historia).
4. Jesús murió y fue enterrado… Fue enterrado por mandato legal (para que su cuerpo no quedara al aire, contaminando la fiesta de la pascua). Estoy convencido de que lo enterraron por orden de los sacerdotes de Jerusalén, con el consentimiento de Roma. Es muy posible que su “enterrador” se llamara José de Arimatea, al que después los cristianos han querido convertir no sólo en un “consejero honorable” del Sanedrín, que “esperaba el Reino de Dios” (Marcos), sino en un cristiano (Mateo). Ni familiares ni discípulos directos participaron en el sepelio de Jesús.
5. Las mujeres amigas de Jesús buscaron su tumba, intentaron recuperar su cuerpo… pero no lo consiguieron, porque no tenían acceso a la tumba… Fueron ellas, sin embargo, las primeras que experimentaron una presencia de tipo de superior, descubriendo que Jesús estaba vivo. La historia de estas mujeres caminando hacia la tumba, sin conseguir el cuerpo físico de su Maestro y Amigo, pertenece a la entraña de la fe cristiana… y forma parte de la historia del origen del cristianismo.
6. El tema de la tumba “vacía” (de un Jesús sin tumba conocida) debió ser importante en el comienzo de la Iglesia. De todas formas, los primeros cristianos conocidos no le dan importancia. Como dice en Gal 1-2, a los cinco o seis años de la muerte de Jesús, San Pablo estuvo en Jerusalén para visitar a Pedro y a Santiago (¡el hermano del Señor!), pero no dice nada de la tumba. Fue a visitar a los primeros cristianos, para dar testimonio de la resurrección (como repite en 1 Cor 15, 4-9). Pero le interesó la posible tumba vacía o llena de Jesús. En el mensaje primitivo de la Iglesia no aparece el tema concreto de la tumba, sino sólo la afirmación de que “fue enterrado”.
7. A partir de aquí deben entenderse los datos que ofrecen los evangelios, que han escenificado de un modo impresionante el tema de la tumba, no para avalarlo y confirmarlo, sino para decir que la fe en Jesús no está vinculada con esa tumba, sino con la experiencia de su resurrección y de su mensaje en Galilea. Y con esto venimos ya al tema de Marcos 16, 1-8


2. Redacción de Marcos (Mc 15, 42-16, 8).


Este evangelio ha sido fijada hacia el 70 d. C., es decir, pasados casi 40 años después del entierro de Jesús, y su testimonio ha modelado poderosamente la experiencia y teología posterior de la iglesia. Marcos sabe que a Jesús no le han enterrado sus discípulos, ni sus familiares, cosa que probablemente le hubiera gustado contar (como en Mc 6, 29, cuando habla del entierro honorable del Bautista; cf. Hechos en 8, 32: sepultura de Esteban). En su relato confluyen y culminan diversas tradiciones, propias de la comunidad de Jerusalén y de las mujeres, pero Mc las ha recreado desde su propia teología, poniéndolas puesto al servicio de su propia visión de Jesús y de la pascua, de manera que resulta imposible separar la historia y las interpretaciones. Así sabemos ya, por Mc 14, 3-9, que el cuerpo de Jesús había sido ungido para un tipo de entierro distinto del realizado por José de Arimatea (15,42-47) y del que han intentado realizar después las mujeres, ungiendo el cuerpo ya enterrado (16, 1). Desde ese fondo, y situando el tema en el conjunto de Mc, podemos destacar dos elementos más significativos:

. a. José de Arimatea y el entierro de Jesús (15, 42-47). Marcos sabe que Jesús no fue enterrado por sus parientes o discípulos, sino por las autoridades judías. Pues bien, en este contexto introduce a un “consejero honorable”, es decir, rico y respetado, que se llamaba José de Arimatea. ¿De dónde ha sacado ese nombre? Es posible que pertenezca a la tradición y que realmente fuera él quien se encargó, como delegado del Sanedrín, de la sepultura de Jesús. Mc 15, 43 afirma que "esperaba el Reino de Dios", quizá para insinuar que era un hombre bueno y que cumplió la voluntad de Dios al enterrar al crucificado. En sí misma, esa frase (¡esperaba el Reino!) no exige que fuera discípulo de Jesús. Más aún, el hecho de que formara parte del “consejo judío” (del Sanedrín) supone que fue uno de los que condenó a Jesús a Muerte. Todo eso supone que tuvo que realizar el entierro por orden superior, como delegado del mismo Sanedrín.
Por otra parte, su acción suscita una pregunta básica. ¿Por qué se dice que se ocupa sólo de Jesús y no a los otros crucificados, que también ensuciaban la tierra? Desde un punto de vista personal (¡y teológico!) no podría entender que se enterrara sólo a Jesús, de un modo noble, mientras que los otros dos crucificados habían sido arrojados en una fosa común. Se como fuere, el tema ha sido “recreado” simbólicamente desde una perspectiva cristiana, para evocar así mejor el sentido de la resurrección. El texto dice que José entierra a Jesús en un sepulcro noble, excavado en la roca, símbolo de profundidad cósmica, poniendo a la entrada una piedra corredera, que parece signo de las puertas del “infierno”? (Mc 15, 46); de esa manera, está anunciando ya la experiencia pascual de la que seguirá hablando el texto. Hemos pasado así de la historia (una fosa común para los tres ajusticiados) a la simbología teológica (un sepulcro de Jesús que es signo del Hades o la Muerte que será vencida por Jesús.
Sea como fuere, el texto supone que José era importante y que tenía influjo para hablar con Pilatos y disponer de un sepulcro de ese tipo. José de Arimatea pudo haber sido el judío encargado de enterrar a los crucificados, con permiso de Pilato. Los datos restantes (sábana nueva, sepulcro noble en la roca, piedra corredera sobre la tumba) puede ser un embellecimiento simbólico de la tradición previa a Marcos o un elemento propio de la teología de Marcos, como indicaremos.

b. La experiencia de las mujeres. Podemos suponer que han tenido una participación mayor en la historia pascual, de la que Mc sólo conserva un torso. Ellas resultan esenciales en el final de la historia de Marcos, como testigos creyentes de la muerte y sepultura (15, 40-41. 47) e iniciadoras de la experiencia pascual (16, 1-8). Parece históricamente probable que buscaran el cuerpo de Jesús y no lograran encontrarlo, por las razones arriba expuestas, pues los romanos o judíos le enterraron en una sepultura común, quizá custodiada, de forma que resultaba irrealizable desenterrar y ungir el cadáver. Es posible, pero menos probable, que hubiera una tumba especial de Jesús, que ellas conocieran (15, 47) y que la buscaran y hallaran abierta y vacía y sin cadáver (conforme a la letra actual del texto). Sea como fuere, Marcos rechaza y supera la intención de las mujeres: buscaban un cadáver, pero han encontrado algo mayor, la Palabra de pascua. Querían un muerto para embalsamarlo y encuentran (escuchan) la voz que les manda proclamar la Vida: no está aquí, ha resucitado y os precede a Galilea (16, 6-7). Quieren llorar sobre la tumba, como plañideras de la muerte, pero el ángel de pascua (=joven de blanco) les cambia, diciendo que Jesús nazareno, el crucificado, ha resucitado, invirtiendo así el signo del jardín de muerte (de Gén 2-3) y suscitando la nueva humanidad sobre la tumba de Jesús. El final del relato (no dijeron nada a nadie, pues tenían mucho miedo: Mc 16, 8) acentúa aún más la visión histórico-teológica de Marcos, como indica el próximo apartado.

La tradición que está al fondo de Mc 15, 42-16, 8 parece suponer que algunos cristianos de Jerusalén añoraban la tumba de Jesús: querían fijar su memoria en una sepultura concreta, visible, excavada en la roca. Es posible que estuvieran deseando instaurar un tipo de culto funerario. Pues bien, en contra de eso, el texto actual de Marcos confiesa con toda su fuerza que el sepulcro de Jesús está vacío, en su más hondo sentido: no tiene valor sacral. Por eso, los discípulos de Jesús deben superar la tentación de mantenerse vinculados a una tumba de Jesús, esperando su venida mesiánica (como Cristo celestial o Hijo de humano). Marcos ha recogido y recreado así la posible tradición de una tumba, pero no para sacralizar en ella la memoria de Jesús, sino para superarla, rechazando la visión de una iglesia centrada en los signos de Jerusalén (ley nacional, templo, tumba), para conducirnos a la iglesia verdadero del mensaje y vida de Jesús, desde Galilea.
Lógicamente, las mujeres y todos los creyentes mesiánicos deben abandonar el sepulcro, que en el sentido más profundo está vacío, para volver al lugar del mensaje de Jesús que es Galilea, donde encontrarán al resucitado, presente en lo que podría llamarse su “cuerpo eclesial” (cf. 1 Cor 12). A Marcos no le importa la desaparición física del cadáver, ni concede importancia a la tumba, sino todo lo contrario: los discípulos deben abandonar la búsqueda del posible cadáver y tumba de Jesús, para encontrarle allí donde se anuncia y expande su evangelio. Por ironía de la historia, casi toda la tradición eclesial sobre la tumba vacía y la “desaparición” física del cadáver de Jesús se funda en un texto que dice lo contrario de lo que esa tradición ha ido buscando.

3. Tradición posterior de los evangelios.

Se apoya básicamente en Marcos y no aporta datos nuevos, de manera que sus aportaciones no pueden entenderse en perspectiva física o biológica, ni siquiera de historia, sino de experiencia creyente. Sólo Juan evangelista puede aportar, y quizá aporta, algunos recuerdos históricos originales (como el ya indicado sobre la iniciativa de los judíos en el entierro de los condenados: cf. Jn 19, 31-32).

1. Lucas supone que José de Arimatea era un hombre bueno y justo y, precisando un dato que permanecía en Marcos más oscuro, afirma que no había colaborado con el Sanedrín en la condena de Jesús (Lc 23, 50), añadiendo y añade que el sepulcro donde enterró a Jesús no había sido utilizado previamente (Lc 23, 53. Por su parte, Mt 27, 60 dirá que era nuevo; cf. Jn 19, 41). De esa manera quiere superar la objeción más normal de los lectores de Marcos: ¿cómo se explica el hecho de que José condenara primero a Jesús con el resto del Sanedrín, para enterrarse después como amigo? Es evidente que en el fondo de la tradición se había elevado ya esta pregunta, que es obvia desde un punto de vista histórico. Lucas responde diciendo que José no había condenado a Jesús y que, por tanto, le enterró como amigo y no como representante del Sanedrín.
Por otra parte, el hecho de que José “enterró a Jesús en un sepulcro nuevo” va en contra de fosa común de los ajusticiados y quiere poner de relieve el carácter “visible” de la resurrección de Jesús. Este dato sirve para destacar el carácter honorable y legal del entierro de Jesús, pues su sepulcro no había sido contaminado por cadáveres previos y, sobre todo, para destacar el hecho de que se hallara totalmente vacío tras la resurrección de Jesús, sin huesos de cuerpos anteriores. Estos hechos son importantes desde una teología de la iglesia posterior, que quiere expresar simbólicamente la resurrección de Jesús. Ellos evocan el triunfo final de la vida sobre la muerte, pero desde una perspectiva histórico-teológica, aplicados a un Jesús que había sido condenado como maldito y, por tanto, impuro (cf. Gal 3, 10), al lado de otros condenados (no separándose de ellos), resultan, por lo menos, sospechosos, no van en la línea del Jesús que compartía la vida con los impuros de su pueblo. Tomada en sí misma, la teología de fondo del “sepulcro puro” no es mesiánica (es decir, no es cristiana).

b. Mateo añade que José de Arimatea había sido un discípulo de Jesús (Mt 27, 57). Con esto resuelve un problema: el entierro de Jesús no tiene nada que ver con una fosa común. Pero añade un problema mayor: ¿por qué no colaboran las mujeres? Si José es cristiano ¿por qué no busca a otros cristianos para que le ayuden? Por otra parte, si las mujeres le conocen y son sus amigas (¡todos amigos de Jesús!) ¿por qué no le buscan el día de pascua y van todos juntos al sepulcro para culminar el enterramiento?
Por otra parte, la mayor novedad de Mateo está en el hecho de añadir que los sumos sacerdotes y fariseos, pidieron a Pilato que pusiera una guardia militar junto al sepulcro de Jesús, para evitar que sus discípulos robaran el cadáver (cf. Mt 27, 52-66; 28, 11-15). En el fondo de ese dato puede hallarse el recuerdo histórico de unos soldados que custodiaban las fosas comunes donde solían arrojar a criminales y ajusticiados, para evitar algún tipo de robo o rebelión. Esos soldados aparecen aquí como signo de un sistema de violencia militar que, al fin, no tiene más función que la de vigilar sobre los muertos. Por su parte, la referencia al dinero que las autoridades judías pagan a los soldados romanos, para que controlen la tumba de Jesús, refleja una polémica posterior: algunos judíos acusan a los cristianos de haber robado el cadáver de Jesús y otros cristianos les contestan diciendo que ellos, los judíos, han querido sobornar con dinero a los romanos.

c. Juan ofrece muchas novedades. Jn 19, 38-41 ha detallado el entierro, añadiendo un nuevo personaje, llamado Nicodemo, que había sido discípulo oculto de Jesús (cf Jn 3, 1-21). Por su parte, Jn 20, 15 sitúa el sepulcro en un huerto, signo de gran distinción, pues sólo los muy ricos podían poseerlo en Jerusalén, para recibir allí una sepultura honorable, separados de la masa de los pobres y los ajusticiados. En ese fondo se sitúa la escena de María Magdalena que busca el cadáver de Jesús en ese jardín que recuerda el paraíso original. Pero también en este caso, lo mismo que en Mc 16, 1-8, ella tiene que dejar el huerto-paraíso, que es lugar de muerte, para ofrecer el testimonio de la experiencia pascual al resto de los discípulos (cf. Jn 20, 11-18). También es importante y simbólica la escena Pedro y el Discípulo amado (Jn 20,1-10). Ambos corrieron hacia el sepulcro, llegó antes el Discípulo amado, pero entró primero Simón Pedro "y comprobó que las vendas de lino estaban allí y también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no con las vendas, sino doblado y colocado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó" (Jn 20, 3-8).
El cuerpo ha desaparecido, pero queda en el sepulcro vacío una sábana extendida (unas vendas) y un sudario enrollado, que parece conservar el hueco donde había estado la cabeza. Sábana y sudario son reflejo de la corporalidad del resucitado (no era un fantasma), símbolo de una fe que ha de encarnarse en el seguimiento de Jesús. Partiendo de relatos medievales, una tradición piadosa, pero a mi juicio poco evangélica, ha identificado aquel paño con la “Sábana Santa” de Turín: al desmaterializarse con gran calor, Jesús habría dejado en el lienzo una figura de su cuerpo. Por todo lo que venimos diciendo, es evidente que el texto de Juan no pueden entenderse de esa forma, en sentido histórico, sino como catequesis teológica, para indicar que no podemos asirnos al cadáver físico de Jesús; a ese nivel sólo nos queda el vestigio de su ropa, que tiene un sentido simbólico (lo mismo que la túnica de Jn 19, 23-24) y evoca, sobre todo, la ausencia de Jesús. El deseo de cerrarse en el sentido material de la sábana, para fijar y demostrar a través de ella la resurrección de Jesús va en contra del mensaje del Nuevo Testamento y en especial de Juan (cf. 4, 22-23).

4. Conclusiones. Sentido histórico y teológico.

Estos son los textos básicos sobre la tumba vacía, que la Iglesia ha transmitido no como prueba histórica de la resurrección, como signo de una fe pascual, que ella confiesa ya por su experiencia de las apariciones. Lógicamente, esos textos poseen más valor simbólico que histórico. Por eso, en un plano de biología debemos tener mucha sobriedad, pues resulta difícil alcanzar conclusiones fiables. Con los medios de la exégesis, parece imposible afirmar que Jesús tuvo un entierro honorable y que su tumba (propia de un rico y famoso judío) se encontró vacía. Resulta más probable que fuera enterrado como un ajusticiado político peligroso y que ninguno de los suyos pudiera llegar hasta su tumba (que era maldita, quizá protegida por una prohibición), distinguiendo su cadáver y separándolo de los demás crucificados o ajusticiados, que se iban consumiendo sin honor.
Interpretando la experiencia pascual de un modo distinto al que le ha dado la gran tradición de la iglesia, los evangelistas, a partir de Marcos, han querido atribuir a Jesús una tumba honorable y rica, siguiendo quizá una tendencia de la iglesia de Jerusalén que esperaba su vuelta inmediata precisamente allí, en el lugar de su sepultura. Pero, de forma sorprende, ellos no han evocado esa tumba para fundarse en ella, sino para negar su valor, diciendo que Jesús resucitado no se encuentra allí (ni vendrá desde la tumba a culminar su obra), sino que está presente en su mensaje. Pues bien, nosotros, que hemos superado esa polémica sobre Jerusalén o la misión de los gentiles, nos sentimos más a gusto con un Jesús que ha sido enterrado en una fosa común, con otros muchos crucificados y expulsados de la sociedad. Nos parece que así culmina mejor su mensaje: se puso de parte de los pobres y expulsados; con ellos, con los crucificados de la historia, en una “fosa impura”, entre cuerpos de crucificados, ha terminado su historia externa.
Esta visión de la tumba concuerda con la opción de Jesús a favor de excluidos e impuros. Por ellos ha muerto, con ellos ha sido enterrado. En este sentido puede recuperarse el signo de la apertura pascual de esa tumba, que aparece como principio de esperanza para todos los excluidos y expulsados de la humanidad. Así puede leerse el relato simbólico de Mt 28, 1-4 (y el despliegue más extenso del Evangelio apócrifo de Pedro), que evocan la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer de esa manera una esperanza a los crucificados y muertos de la historia (cf. Mt 27, 51-53). No sabemos qué pasó físicamente con su cadáver. Pero la tradición que él “bajó a los infiernos”, entró hasta el fin en el reino de la podredumbre y muerte, para iniciar desde allí un camino de pascua, que la iglesia celebra, mientras espera la resurrección final de los cuerpos, con el de Jesús, germen de vida en medio de la muerte (cf. 1 Per 3,18-22).
Histórica y teológicamente, pensamos que no debe hablarse de una “desaparición físico-biológica” del cuerpo. Parece más coherente y probable que el cadáver de Jesús sufriera un proceso de descomposición, igual que los cadáveres de otros ajusticiados. Desde ese fondo puede y debe proclamarse el mensaje pascual de la resurrección “al tercer día” (al final del tiempo viejo), cuando todos los cuerpos resuciten, de manera que culmine al fin la historia de la creación, como afirma 1 Cor 15 y como indicaremos en el próximo apartado. Ciertamente, podemos y debemos añadir que Marcos 15, 42-16, 8 puede evocar un hecho histórico (las mujeres hallaron vacía la tumba de Jesús y nadie pudo humanamente explicar lo que pasó con su cadáver, que había desaparecido). Pues bien, aunque tuviéramos la certeza de que a Jesús le enterraron en una tumba honorable, que apareció después vacía (sin que podamos encontrar la causa de ello), debemos añadir que ese dato físico (negativo, intramundano) de una tumba vacía no sería prueba de la resurrección de Jesús, que sólo tiene sentido en un plano creyente, de fe y esperanza escatológica, es decir, de Conocimiento de la Vida, entendida como don que se recibe y entrega, de forma que el hombre se vuelve persona por gracia y alcanza su propia identidad en ella, a través de una mutación que desborda los límites del tiempo y la corporalidad antigua. El nuevo tiempo y espacio personal constituyen la aportación y novedad principal de la pascua cristiana .
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