9.9.22. María: Vida humana y memoria eclesial. Una historia por escribir

Ayer, día de su nacimiento, situé la figura de María, madre de Jesús, en el contexto de la eternidad de la Diosa madre y sus dos figuras bíblicas (Ashera y Astarté). Hoy presento los rasgos principales de su vida humana, desde la perspectiva de la memoria de la iglesia, como historia que está todavía por escribir, en este momento clave de cambio de conciencia de la humanidad y de la iglesia, con textos tomados de Diccionario de la Biblia.

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Tres hitos de una historia.

- En un plano de vida humana (accesible de algún modo a todos los testigos) María ha sido mujer mediterránea, de origen galileo, madre conflictiva de un pretendiente mesiánico judío y luego miembro de su iglesia. No es por tanto una nueva versión del mito femenino de Dios, ni mujer eterna o avatara intemporalmente hermosa de la más hermosa de las diosas de oriente. Sobre la base firme y dura de su historia concreta de mujer y persona se funda y recibe sentido toda la “devoción mariana de la iglesia posterior”.  

La memoria eclesial ha recreado simbólicamente la figura de María, descubriendo y/o expresando en ellas signos fuertes de la religiosidad del entorno, con y algunas novedades de la nueva experiencia evangélica del Cristo. Ella ha recibido así un profundo significado dentro de la confesión creyente. Los evangelios no conservan y/o elaboran su recuerdo para saciar una curiosidad, por otra parte lícita, sobre la madre de Jesús sino para expresar el sentido de la fe. María actúa así como un catalizador simbólico del mesianismo cristiano: ha resultado difícil “contar” (transmitir) el sentido de Jesús sin aludir a su madre, expresando en ella el principio, camino y meta de la nueva experiencia creyente. Su símbolo no sirve para negar o camuflar la historia sino para afirmarla en su profundidad creyente.

Pero la figura de María se sitúa desde tiempo muy antiguo (desde el mismo Nuevo Testamento) en el principio de un camino de apertura tendencial a la tarea y futuro de la nueva humanidad, en perspectiva de mujer y madre mesiánica, con Jesús, su hijo, en la comunidad cristiana. Al situar a María cerca del espacio donde se reciben o/y elaboran mitos religiosos casi universales (hierogamia, madre divina, feminidad sagrada...), la mariología cristiana asume como propia la tarea crítica de superar (negar y recuperar en forma nueva) lo que esos mitos han descubierto o inventado. En ese sentido nos hallamos, hoy, año 2022, ante la tarea fecundar de evocar ante el espejo de María algunos rasgos de la nueva humanidad, no sólo feminidad, cristiana, como han querido hacer, por ejemplo M. Mariani y  M. Navarro en Percorsi de Cristología Femminista [1].   

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Vida humana. Ocho momentos

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  1. Fue judía galilea, del Mediterráneo oriental, de comienzos de nuestra era, y, como otros miles de mujeres, vivió en unas condiciones de sometimiento femenino, bajo el cuidado y vigilancia de sus padres, y después de su marido. Debió nacer en Nazaret de Galilea, en torno al año 15 a.C., de una familias de judíos galileos, que habían emigrado probablemente de Belén de Juan, de manera que podía estar vinculada con tradiciones davídicas (Una tradición tardía le hará nacer en la casa/iglesia de Santa Ana de Jerusalén, junto a la piscina de las ovejas).  Fue creyente y encarnó su vida la tradición de las madres mesiánicas judías, que confiaron en el Dios de su pueblo y revivieron la esperanza de una salvación nacional, pero Lc 1, 47-56 la presenta vinculada con los pobres de todas las naciones. En esa línea se ha podido decir que ella ha expresado los rasgos primordiales de lo humano, en clave de mujer y de mujer judía[2].
  2. Fue esposa de José,un “descendiente de David”, Nazoreo de Galilea, un hombre comprometido al servicio de la libertad nacional de su pueblo judío, en unas condiciones duras de sometimiento social y militar, bajo el dominio de los reyes herodianos, vasallos Roma. A Jesús, el hijo de José, le llamarán “el nazoreo”, pero no directamente por su madre, sino por José, su “padre”. Vivió en ese contexto de compromiso de liberación nacional.
  3. Fue madre de Jesús, pretendiente mesiánico judío, de la línea “nazorea” de José, pero con rasgos propios y muy significativos, dentro de un ambiente de duro enfrentamiento cultural y social. Tuvo probablemente otros hijos de los que habla Mc 6, 1-6 (asl menos cuatro hermanos y dos hermanas más) , que al parecer no estaban de acuerdo con la pretensión mesiánica de Jesús, lo que fue causa de duros enfrentamientos en la familia. Todo nos permite suponer que estaba viuda cuando Jesús inició su vida pública, de manera que debió que actuar como “gebîra” o mujer de autoridad sobre su familia. De manera sorprendente, Mc 6, 3 llama a Jesús “el hijo de María”.
  4. Su relación con Jesús fue compleja, y parece que al principio no aceptó su mesianismo, permaneciendo así al lado de sus otros hijos (especialmente de Jacobo/Santiago), que tampoco que aceptaban el carácter mesiánico de Jesús (como supone no sólo Mc 3, 31-35 y 6, 1-6, sino Jn 7, 1-9). En ese contexto de posible conflicto con/por su hijo Jesús ha de entenderse su posible presencia ante la cruz, como madre donde Jesús murió condenado como pretendiente mesiánico (Jn 19, 25-27; cf. Mc 15, 50); sea como fuere, ella acabó siendo “cristiana”.
  5. Se integró en la iglesia o comunidad de los discípulos de Jesús, con el resto de sus hijos (cf. Hch 1, 13-14), viniendo a jugar así un papel importante en la comunidad, que le recuerda de un modo crítico (rechazando su “pretensión” de imponer sus derechos sobre Jesús: cf. Mc 3, 31-35), pero también en un sentido ejemplar y edificante, de tal forma Lc 1-2 y en algún sentido Jn 19, 25-27 la presentan como modelo de cristiana.
  6. Finalmente, María ha sido “creída” dentro de la iglesia. Por razones que algunos suponen evidentes, y que otros piensan que se deben precisar y justificar, ella vino a convertirse en lugar de referencia o modelo para algunas comunidades cristiana, como testifica en perspectivas diferentes el conjunto del NT. En esa línea, Lucas le llama “gebîra”, Madre del Señor (cf. 1, 43) y afirma que la llamarán bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 48). Por su parte, el libro de los Hechos la incluye de un modo muy significativo entre los primeros grupos cristianos (los once/doce primeros apóstoles, los otros hermanos/familiares de Jesús y las mujeres (entre las que sobresale María Magdalena, con otras marías y Salomé). Por su parte, el cuarto evangelio afirma que ella forma parte de la comunidad del Discípulo amado, es decir, de los amigos verdaderos de Jesús (Jn 19, 23-25).
  7. Desde los primeros grupos y momentos que han ido formando la iglesia de Jesús, su Madre ha sido recordada e interpretada en líneas distintas, y su imagen ha quedado reflejada en algunos textos significativos del Nuevo Testamento. Ella aparece como expresión de la Ley humana y judía de la vida en Gal 4, 4 y como representante de una iglesia que ha sido y debe ser superada desde la cruz de Jesús en el evangelio de Marcos. Pero aparece como expresión y signo del Espíritu Santo en Mt 1, 18-28 y como signo máximo del diálogo del hombre con Dios en Lc 1, 26-39. Por su parte, el Cuarto Evangelio la vincula con la historia de la “mujer-humanidad” que va del Antiguo Testamento de Israel a la comunidad del Discípulo amado (Jn 2 y 19).
  8. No sabemos con seguridad dónde y cuándo murió. Una tradición muy posterior (y poco probable) afirma que ella se trasladó con el Discípulo Amado a Éfeso, donde murió y fue enterrada (de donde ascendió al cielo). Pero, históricamente, tras la muerte de Jesús, María debió formar parte de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén (presidida por Jacobo/Santiago, el “hermano de Jesús”, siendo respetada (venerada) como Gebyra (Madre del Señor). Allí debió morir, siendo enterrada, posiblemente, en el lugar que ahora se llama Basílica de la Asunción (junto al torrente Cedrón, cerca del Huerto de los Olivos).

Memoria eclesial de María. Tres espacios

02_Estado de conservación previo

Los textos del Nuevo Testamento y de la primera iglesia no recuerdan a María por afán historicista, sino porque ha formado parte del misterio de una fe, que se centra en Jesús, su hijo, y que se expresa y configura de formas distintas en las comunidades. En principio, no existe una fe mariana (o mariología) única y normativa, que pudiera imponerse sobre todos los creyentes, sino diversas formas de mariología y fe mariana, que se diversifican según los lugares y formas de vida de las comunidades, según el Nuevo Testamento. Este fenómeno no ha sido a veces suficientemente valorado y define a nuestro juicio todo el tema. Pero esas mariologías pueden vincularse y se vinculan en el credo de la iglesia cuando afirman que Jesús "concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen María"[3].

El recuerdo de María está vinculado  a las diversas comunidades, que empiezo presentando de un modo muy general,  que recogen tres trayectorias o tendencias principales, que puede relacionarse con los grupos que Pablo ha evocado en 1 Cor 15, 5-8 (cf. también Hch 1, 13-14). Ellas se vinculan, de un modo extenso, a tres lugares y momentos (comunidad primitiva de Jerusalén/Galilea, comunidad judeo-cristiana que empieza en Jerusalén, y misión helenista), que tienen grandes diferencias, pero dialogan entre sí, partiendo del mismo recuerdo y presencia de Jesús, a quien descubren y experimentan como resucitado y esperan, de algún modo, como salvador escatológico. Podríamos evocar también otras tendencias, vinculadas al oriente semita (Siria, Mesopotamia), con Asia Menor/Grecia) y con Egipto y Roma, pero de ellas trataremos más tarde[4].

  1. La comunidad primitiva de Jerusalén (con los grupos de seguidores y simpatizantes de Galilea) recoge la experiencia del mensaje y de las obras del Jesús histórico. Sus representantes principales son Pedro y los Doce, que esperan en Jerusalén la venida de Jesús, las mujeres que le han seguido desde Galilea, los quinientos hermanos de 1 Cor 15, 5-6, que pueden situarse en Galilea o en Jerusalén, los primeros discípulos de Jerusalén a los que alude Hch 1-6 y los seguidores galileos de Jesús, evocados quizá por los miles hombres y mujeres a los que se refieren los relatos de las multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44 y 8, 1-10 par). En este principio galileo y jerosolimitano parecen fundarse (en forma positiva o crítica) los elementos básicos de la tradición sinóptica y de otros grupos y tendencias posteriores de la Iglesia, desde el llamado documento Q hasta Marcos. No sabemos si María forma parte de esta comunidad.
  2. A los pocos años (quizá desde el 32-33 d.C.), empezó a instituirse y dominar en Jerusalén una comunidad judeo-mesiánica, representada por Santiago y los hermanos de Jesús, partidarios de un cumplimiento más estricto de la ley. Es aquí donde empezamos a pisar suelo firme en la historia de María. La madre de Jesús, vinculada a la comunidad de los hermanos de Jesús (como supone Mc 3, 31-35), empieza a ser significativa en este contexto para la Iglesia, apareciendo como “gebîra”, madre del Señor mesiánico (Lc 1, 43), figura importante dentro de la Iglesia.
  3. Finalmente, conforme a 1 Cor 15, 5-8, Jesús se ha aparecido a todos los apóstoles, que, en principio, son los portadores de la misión helenista, que constituye el núcleo fundamental de la historia posterior de la Gran Iglesia. Ellos aparecen en Hch 6 y reinterpretan de una forma intensa la vida de Jesús y su mensaje mesiánico, creando un tipo de Iglesia universal, abierta a los gentiles. Esta tendencia se inicia en Jerusalén, como suponen Pablo y Lucas (Hechos), pero se abre desde el judaísmo helenista hacia un tipo de cristianismo 'occidental' (vinculado a ecumene greco-romana) que supera el judaísmo nacional de la Ley. En esta comunidad se formulan las grandes tradiciones marianas recogidas por Mateo y Lucas, partiendo de la concepción virginal.
  1. Una historia por escribir. Retomando la raíz judía, con H. Arendt y F. Rosenzweig.

María no es madre espiritual de una naturaleza abstracta (que no existe), sino madre histórica (carnal) de Jesús, hombre concreto, Hijo de Dios, tal como ha sido recordado y reinterpretado en la iglesia.  La madre de Jesús se sitúa, por tanto, en un nivel de corporalidad comunicativa, engendradora, acogedora,  que se expresa través del cuerpo-hecho-Palabra, en diálogo concreto con los demás (mujeres y  varones, padres e hijos, hermanos, amigos etc.).

Cerrada en sí misma, sin comunicación-carnal-humana-histórica con otros seres humanos (actualmente con nosotros)  de los padres entre sí y de ambos con Dios (y con la nueva vida, que nace en la carne), la figura carecería de valor humano, debería olvidarse Cuando la iglesia afirma que María es Madre del Verbo de Dios en la carne la sitúa en el centro de un proceso de generación humana, es decir, de comunicación personal, que se realiza en el nivel de la carne entera (que sólo existe en plano de amor-palabra), no de simple biología corporal.

En ese contexto quiero situarla en la línea de las reflexiones de una antropóloga judía, Hanna Arendt. Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Barcelona, Península, 1996, 198: «Como el niño ha de ser protegido frente al mundo, su lugar tradicional está en la familia... La familia vive su vida privada dentro de cuatro paredes (de la casa) y en ellas se escuda, pues ellas cierran ese lugar seguro sin el cual ninguna cosa viviente puede salir adelante, y esto es así no sólo para la etapa de la infancia sino para toda la vida humana en general, pues siempre que se vea expuesta al mundo sin la protección de un espacio privado y sin seguridad, su calidad vital se destruye». Pero María no es sólo madre (maternidad), es mujer, es hermana, amiga, iniciadora mesiánica, tal como indica en su conjunto el NT

La madre empieza siendo aquella que 'da a luz', poniendo al hijo fuera de sí y engendrándolo a través del afecto y palabra carnal, para que así pueda asumir su libertad y realizarse por sí mismo. Normalmente esta función la realiza la mujer con el varón, de manera que actúan ambos juntos, padre y madre (con el resto del grupo o sociedad en que están insertos), en diálogo de complementariedad personal, aunque el influjo de cada uno varía en los diversos casos y culturas. El Nuevo Testamento conserva las huellas de José, al quien tanto Lc 4 como Jn 1 presentan como padre de Jesús. Pero ha destacado especialmente la función materna de María, que puede ejercer y ejerce de un modo simbólico las funciones del padre y la madre, como supone Jn 2, 1-11.

En ese sentido decimos que ella ha sido iniciadora, pues sitúa a Jesús antes su tarea mesiánica, abriéndole, no imponiéndole, un camino. Lo que inicia al hombre en la vida no son unas ideas abstractas (unas esencias), sino unos gestos y caminos, asumidos y ofrecidos de manera normal por la madre (por los padres). Los que inician son los mismos padres. Lógicamente, la libertad creadora de Jesús, siendo propia y autónoma (¿qué tengo que ver yo contigo, mujer? ¡aún no ha llegado mi hora!: Jn 2, 4), está vinculada a la palabra y testimonio de la madre, que le abre un horizonte de sentido y le sitúa ante las necesidades de los hombres de su entorno. Jesús ha de asumir y recorrer su propio camino de libertad, que culmina en la capacidad de dar la vida por los otros, y en ese sentido ha de «romper» con un cierto tipo de ataduras maternas (y paternas) pero no puede hacerlo en gesto de puro rechazo contra la madre, sino recibiendo y recreando el impulso que ella le ha ofrecido, en diálogo dramático, de tipo personal.

En este contexto sigue siendo muy significativa la aportación de la antropología judía, tal como ha sido recogida por F. Rosenzweig, en su manea de ver la oposición entre judaísmo y cristianismo. A su juicio, el judaísmo está vinculado con algo que se adquiere en el mismo nacimiento, definido por los padres, es decir, por el mismo pueblo, entendido como gran útero materno; por eso, los judíos no tienen que re-nacer (nacer a otro nivel de existencia) para encontrarse a sí mismos, sino que les basta con volver al origen del que han provenido. Por el contrario, los cristianos no nacen, sino que se hacen: el cristianismo es algo que está fuera de la vida natural, algo añadido, que se expresa en instituciones exteriores, de tipo eclesiástico.

«El misterio del nacimiento, que en el caso del judío le acontece al individuo, se halla aquí antes de todos los individuos: en el milagro de Belén. Ahí, en el origen de la Revelación, que es común para todos los individuos, tuvo lugar el nacimiento primero, común a todos ellos. El ser innegable, dado, originario y perdurable de su cristianismo no lo hallan estos en sí, sino en Cristo» (F. ROSENZWEIG, La estrella de la redención, Sígueme, Salamanca 1997, 465).

Estas palabras inquietantes y luminosas del judío Rosenzweig, uno de los mejores conocedores del cristianismo del siglo XX, nos sitúan en el mismo centro de la mariología. Rosenzweig supone que los judíos son un pueblo «natural», que nace de una madre (de un pueblo materno) que le ofrece lugar en la vida, de manera que a cada uno le basta con ser aquello que ha recibido; volver al origen del nacimiento, vincularse a la madre, eso es ser judío. Por el contrario, los cristianos tienen que dejar a la «madre natural»: así deben superar su nacimiento particular (pagano, sometido al pecado original de una historia de pecado), para re-nacer en un plano de «espíritu», es decir, de universalidad. Situada en esta perspectiva, la Virgen Santa María, la madre mesiánica de Jesús, ya no es para los cristianos la madre carnal concreta que engendró un día a Jesús, sino una «madre ideal», en la línea de la espiritualidad gnóstica (o platónica), que los cristianos han inventado para universalizar la tradición judía (desligándola de su identidad concreta, de pueblo elegido y distinto). Eso significaría que, en el fondo, Maria tendria que ser para los cristianos una «madre platónica», un tipo de eterno femenino, de madre eterna, pero no la madre carnal concreta, que nos puede vincular desde la carne del proceso de la vida. Ciertamente, Rosenzweig es demasiado inteligente para dejar que las cosas queden así, en forma de pura oposición. Por eso afirma, en el conjunto y las conclusiones de su libro, que cristianos y judíos se necesitan: que los judíos deben superar el riesgo de una madre nacional (que les cierra en su propio y exclusivo pasado, en su identidad cerrada) y que los cristianos tienen que superar su riesgo idealista (para encarnar el evangelio de Jesús en la historia concreta de los hombres).

Tendría que haber, según eso, un pacto entre la María judía (figura puramente nacional) y la María cristiana (que habría corrido el riesgo de universalizarse de un modo platónico, espiritualista, separado de la carne). Sobre este fondo se sitúa, a mi juicio, el gran problema de la mariología y de la historia humana, en el lugar donde se pueda unir lo concreto (un pueblo histórico, una madre particular) y lo universal (María madre de todos), sin caer en el particularismo ni en el espiritualismo (ni en un sistema dominante, que se impone sobre todos, negando sus diferencias y caminos). Pienso que podemos asumir este reto, para recuperar la maternidad carnal e histórica de María (mujer israelita), sin diluir el evangelio de su Hijo en un tipo de esencia supra-histórica (en un idealismo dictatorial, desencarnado, de tipo espiritualista o sacral).En esa línea se sitúan las reflexiones que siguen: la Madre Israel, la Madre María siguen siendo un principio e impulso de educación para nosotros, los cristianos, que también nos llamamos y queremos ser hijos de Israel.

            En ese camino que va de la madre-mujer judía a la mujer-universal cristiana, pero sin diluirse en el mito de la mujer-diosa (pre-judía y pre-cristiana) debería situarse a mi entender el recorrido de la “mariología cristiana”, siguiendo de algún modo el esquema de los “percorsi” que ofrecen Mariani y Navarro en su libro de nueva cristología.

Notas

[1] He elaborado de manera extensa el mito de lo femenino en las diversas versiones del antiguo oriente, en Hombre y mujer en las religiones, EVD, Estella 1996. Los temas centrales de esta visión de María están tomados de mi Diccionario de la Biblia.

[2] He puesto de relieve este motivo central de la vida y experiencia de María, desde la perspectiva de Jesús, su hijo, en La historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013. Allí podrá acudir quien quiera completar lo que aquí digo.

[3] Sólo dos personas aparecen en el credo, al lado de Jesús: María, la madre, que pertenece a la historia de la fe de Israel y se relaciona con Jesús de un modo personal, asumiendo la fe la iglesia; Poncio Pilato, el Gobernador que firma la sentencia de muerte de Jesús, actúa simplemente como parte del sistema político y social que le condena a muerte.

[4] He desarrollado el tema en Sistema, Libertad, Iglesia. Las instituciones del Nuevo Testamento, Trotta, Madrid 2001.

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