Mes de la Biblia: 4 ventanas sobre Jesús (Weren), 4 lecturas de la Biblia (Pikaza)

El título  original del libro de W. Weren era   "4 Windows on Jesus", cuatro ventanas sobre Jesús, pero ha sido traducido al castellano como “Métodos exegéticos del NT (sincronía, diacronía, interextualidad e historia). Al lado de esas cuatro ventanas he colocado cuatro  métodos o momentos del lectura de la Biblia (crítica histórico-literaria, historia de las formas, historia de la reacción y análisis estructural y narratológico). Las cuatro ventanas de Wim  Weren vienen al principio de su libro. Los cuatro métodos están tomados de mi Gran Diccionario de la Biblia, págs. 278-280). Unidos y complementados, ambos trabajos ofrecen una buena introducción al estudio de la Biblia. 

WIM WEREN: 4 WINDOWS ON JESÚS (4 MÉTODOS EXEGÉTICOS DEL NT):

Wim J. C. Weren

Ventana de la sincronía.

                       En sentido ordinario, sincronía significa contemporaneidad. Sincrónomo o sincrónico es algo que coincide en el tiempo: una realidad que sucede al mismo tiempo, al lado de otra.

            La palabra sincronía se utiliza también como un término técnico en lingüística[1]; en este caso se relaciona con el punto de vista que el investigador adopta al investigar unos fenómenos lingüísticos particulares. En este caso, ella lude al estudio lingüístico de la estructura o composición de un idioma en un momento particular de su existencia, prescindiendo de su evolución histórica.

            El mismo término técnico se emplea en teoría literaria. En este campo literario, es término (investigación “sincrónica”) se utiliza cuando se esclarecen las relaciones entre los elementos constitutivos de un texto. Para ello, tenemos que concentrarnos en un libro o pasaje particular, tal como lo tenemos ante nosotros, sin preocuparnos por la cuestión de su historia, dejando de lado la posible existencia de estratos anteriores o posteriores en los que de algún modo aparecen sus temas. A través de una lectura sincrónica intentamos desvelar los modelos de organización de un texto, haciendo visibles sus líneas de significado. En ese fondo, resulta iluminador el hecho de que el término latino textus (texto) está vinculado con “tejido” o tela (como muestran otros términos emparentados como “textil” o “textura”). En una aproximación sincrónica, un texto aparece como un todo coloreado en el que se van entretejiendo en forma unitaria diversos hilos. Por eso es importante la función activa de los lectores, una de cuyas tareas fundamentales  es la de relacionar entre sí los diversos componentes de un texto. A partir de esos componentes obtenemos una visión de conjunto del tipo de texto que estudiamos, entendido como un todo; por su parte, el todo del texto arroja su luz sobre los diversos componentes.

            A lo largo de este libro, he dado prioridad a la sincronía, por encima de las restantes aproximaciones, pues estoy convencido de que debemos comenzar ocupándonos de los aspectos literarios del texto. Sólo partiendo de ese aspecto literario podremos ofrecer otras aproximaciones al texto.  

Ventana de la diacronía

 El término diacronía (“a través del tiempo”) es un hermano gemelo de “sincronía”. Diácrono o diacrónico es algo que se refiere al desarrollo histórico; en esa línea se pone de relieve la no-contemporaneidad o el carácter sucesivo de los diversos elementos de una realidad.

            En lingüística, un estudio diacrónico es aquel que investiga el desarrollo que un idioma ha sufrido a lo largo de la historia. El término “diacrónico” se emplea también en la teoría literaria. Según eso, decimos que una aproximación es diacrónica cuando ella estudia especialmente los modos en los que las tradiciones y textos se han ido desarrollando a lo largo del tiempo. Hay veces en que en el mismo texto final, tal que se encuentra ante nosotros, nos ofrece algunas huellas del proceso que ha ido siguiendo  hasta recibir su forma actual; así pueden descubrirse con cierta facilidad  las huellas de su desarrollo. En algunos casos, los estratos anteriores y posteriores de un texto tienden a fundirse entre sí, a través de un largo proceso de maduración, de tal manera que resulta imposible distinguir esos estratos. Pero otras veces podemos localizar los diversos elementos, que estaban en principio separados, pues descubrimos entre ellos ciertas huellas de costuras, que se detectan a través de las tensiones o incluso de las contradicciones entre las diversas partes del conjunto. Esas tensiones y faltas de consistencia interior pueden tomarse como punto de partida para reconstruir la historia del surgimiento del texto. En su misma forma actual, el texto ofrece, según eso, un punto de partida para que podamos realizar afirmaciones sobre los estadios precedentes en el proceso de su formación literaria. De esa manera, el texto queda situado en un eje histórico. Suele suponerse que el estudio de los orígenes del texto es muy importante para que podamos entenderlo. Durante su formación, ese texto ha podido ser enriquecido con nuevos significados, mientras los estratos de significado anterior pasan el trasfondo o se borran totalmente. De esa manera podemos hablar de un significado que “se va haciendo” o de una progresión en el significado.

            Lo que aquí decimos de un texto puede sonar quizá algo extraño para algunos. Pero la causa de ellos es que estamos acostumbrados a enfrentarnos con textos que han surgido en un arco de tiempo muy corto. En nuestra cultura de comunicaciones instantáneas, muchos textos se pueden comparar con plantas que crecen un día y se secan el siguiente. Además, la única versión del texto que suele aparecer ante los lectores es la ya impresa, de forma que cuando alguien analiza un texto no se pone a pensar en los borradores previos que el escritor ha ido arrojando a su papelera. Los textos actuales suelen provenir de la creatividad de un escritor único, que escribe con el deseo de ser original.

            Pero también estamos familiarizados con textos que han tenido otro tipo de surgimiento: reportajes y noticias han ido pasando de una oficina a la otra, antes de que hayan sido destinados a la publicación. Un trabajo de gran calado, como suele ser la traducción de la Biblia, sólo raramente suele presentarse como obra de una única persona. A menudo, ese trabajo se prolonga durante varios años y se realiza con la colaboración de lingüistas y expertos en hebreo y griego, de manea que en la edición definitiva no se pueden identificar ya con precisión las contribuciones de cada uno de los colaboradores. Los textos legales suelen encontrarse también muy influidos por las enmiendas que los parlamentarios han ido proponiendo y, a su vez, esas enmiendas suelen ser modificadas por juristas y por otros expertos. En documentos como esos, un estudio sobre la historia de su surgimiento puede contribuir de un modo sustancial a la mejor comprensión del texto definitivo.

            Para textos que provienen de un pasado lejano, las investigaciones diacrónicas son casi necesarias, pues ellos responden a convenciones literarias muy distintas de las que nosotros observamos actualmente. Muchos textos antiguos provienen de tradiciones orales. Además en los escritos literarios de la antigüedad, el autor no suele expresar de un modo tan directo sus propios pensamientos y emociones, sino que transmite aquello que él mismo ha experimentado en la comunidad. Los antiguos consideraban que las presentaciones anteriores de un mismo material constituían modelos dignos de ser imitados. La imitación formaba un ideal; a lo más que un autor se atrevía era a sobrepasar los modelos antiguos, volviendo a presentar otra vez los mismos argumentos, aunque quisiera hacerlo de un modo mejor o más atractivo[2]. Tampoco importaba mucho el nombre del autor bajo el cual se transmitiera un texto o tradición. A veces, los textos y tradiciones se presentaban bajo la autoridad de una figura acreditada del lejano pasado (como Henoc o Salomón).

            El análisis diacrónico resulta muy significativo para textos que han tenido un largo período incubación, es decir, para productos literarios que han circulado en versiones distintas, en comunidades diferentes, en distintos lugares y en tiempos diferentes. La situación de aquellos que utilizaban esas tradiciones parece haber determinado de una forma considerable la forma, sentido y función del texto.

 3. Ventana de la intertextualidad

La misma palabra “inter-textualidad” está indicando que, cuando nos servimos de ellas, nos ocupamos ante todo de relaciones entre textos. No hay nada nuevo en el hecho de comparar unos textos con otros; eso es algo que se ha hecho desde que existen textos. La idea básica del estudio intertextual es el descubrimiento de que un texto se encuentra entretejido con otros textos, de manera que su forma, significado y función se encuentran definidos por esas conexiones. Esto puede aclararse como sigue.

Si imagináramos la escritura o lectura de un texto como un proceso lineal, podríamos decir que al escribirlo o leerlo van pasando sin cesar por nuestra mente palabras y sentencias de otros textos. Esos textos diferentes constituyen como líneas verticales que van cruzando una y otra vez la línea horizontal de nuestro texto. Un texto recién elaborado sólo podemos compararlo con otros han sido compuestos previamente, ya que el nuevo no ha podido ofrecer todavía ninguna contribución a textos que aún no han surgido (o que sólo surgirán en tiempos posteriores). En contra de eso, los textos del pasado pueden conectarse, al mismo tiempo, con textos anteriores y posteriores. Si tomamos un texto A (por ejemplo, de los evangelios), podemos aludir a textos anteriores (B, C, D y E) que han ejercido un influjo en la composición de A; pero también podemos referirnos a textos posteriores (F, G, H e I) que han surgido bajo la influencia de A (como pueden ser los libros de espiritualidad medieval en los que han influido los evangelios).

            Al llegar aquí nos enfrentamos con una forma de estudiar un texto en el que sincronía y diacronía coinciden, en cierto sentido. Por eso he querido colocar la ventana de la intertextualidad en tercer lugar, pues la relación entre dos textos del pasado, que han nacido en tiempos distintos, no se puede plantear desde una perspectiva simplemente sincrónica. Ciertamente, yo puedo tener ante mí es diversos textos, sobre una mesa, en un mismo momento, por ejemplo el evangelio de Mateo y un oráculo de Isaías. Pero no soy complemente libre para trazar el sentido de las conexiones entre ellos. Un texto de Isaías (del siglo VIII a. C.) no puede estar influido por un texto de Mateo (del siglo I d. C.), mientras que lo contrario puede ser muy cierto. La secuencia cronológica tiene mucha importancia. Pero ¿por qué no he incluido la intertextualidad dentro de la ventana de la diacronía, como han querido hacer otros muchos exegetas? Por las siguientes razones. La intertextualidad se ocupa de las relaciones entre textos ya constituidos, que realmente existen, mientras que los métodos diacrónicos se ocupan ante todo de la historia de la constitución o desarrollo literario de esos textos, de manera que al buscar las relaciones entre textos tenemos que analizar de manera preferente los diversos estadios hipotéticos de su desarrollo. Además, una aproximación diacrónica se fija de manera preferente en las cosas que han sucedido en tiempos anteriores; en la mayor parte de los casos, este método no tiene interés en escuchar los ecos e influjos que un texto ha dejado en textos posteriores, incluso en las obras literarias de nuestro propio tiempo, cosa que, por el contrario, es importante dentro del análisis intertextual. De esa manera, por motivos de claridad, yo he querido presentar la intertextualidad como una aproximación separada, al lado de la sincronía y de la diacronía.  

4.  Ventana de la historia

Sólo al final he introducido la ventana de la historia, para responder a la pregunta que sigue: ¿Hasta qué limites y con qué condiciones pueden utilizarse los evangelios canónicos para una reconstrucción de la vida de Jesús? Normalmente, los lectores de la Biblia suelen comenzar una pregunta de este tipo (¿sucedió realmente esta historia?), pero otras veces pasan sin más de largo ante ella, con la idea de que, por supuesto, las cosas descritas por la Biblia sucedieron realmente.

            Para nuestro conocimiento del pasado, dependemos, de un modo especial, de las fuentes escritas. En el caso de la investigación histórica de Jesús, resultan de gran importancia los evangelios canónicos. Sin embargo, no debe plantearse demasiado pronto la cuestión de si todo aquello que se dice en esos textos es histórico. Esta no es, por cierto, la primera pregunta que ha de hacerse. Para ser capaces de llegar desde el fenómeno literario hasta el hecho histórico se necesita mucha maestría crítica.

            Para esta finalidad (de descubrir los hechos históricos de Jesús), el estudio de la sincronía no puede ofrecernos gran ayuda: mirando a través de su ventana, descubrimos a Jesús como un personaje literario, que interactúa con otros personajes literarios (pero no como un hombre histórico). De todas formas, la misma lectura sincrónica puede suscitar curiosidad sobre la cuestión del Jesús histórico: ¿Cómo se relaciona este personaje literario del que nos hablan los textos con el hombre de Nazaret que, al comienzo de nuestra era, proclamó la llamada de salida para un movimiento de renovación que sigue  aún vivo en nuestro tiempo?

La que abre de hecho una ventana sobre la historia es la diacronía. En principio, muchos llegaron incluso a pensar que esta aproximación sincrónica constituía una especie de “camino regio” a través del cual, empezando por los evangelios, podíamos alcanzar un contacto directo con Jesús, el inspirador del cristianismo. Sin embargo, este presupuesto ha sido casi totalmente abandonado en el siglo XX. Los evangelios nos ofrecen una visión histórica sobre las comunidades cristianas del tiempo en que ellos fueron definitivamente redactados (entre el 70 y el 100 d. C); a través de ellos podemos mirar también hacia la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas, en el período que va del 30 al 70 d. C.  Pero resulta difícil llegar por ellos más atrás, hasta la misma vida de Jesús. Eso significa que los estudios diacrónicos, cerrados en sí mismos, no nos ofrecen la respuesta que buscamos. Pero ellos resultan absolutamente indispensables en ese camino de búsqueda o reconstrucción del retrato del Jesús histórico.

En ese libro he querido presentar por separado la ventana de la historia porque, aunque la perspectiva diacrónica resulte necesaria, ella no es suficiente. Una aproximación que sólo fuera diacrónica podría acabar enredándose en argumentos circulares que pueden describirse, de algún modo, como sigue: empezamos por el texto y, partiendo de él, reconstruimos un determinado acontecimiento histórico; pero después dejamos que la reconstrucción histórica que hemos conseguida influya otra vez en nuestra manera de leer los mismos textos. Para salir de ese círculo, la investigación del Jesús histórico exige un conocimiento considerable de las condiciones socio-políticas y religiosas del tiempo en que transcurrió su vida. A fin de obtener una visión de conjunto de los temas se necesita la colaboración de muchas disciplinas: hace falta una investigación histórica, arqueológica y sociológica del judaísmo al comienzo de nuestra era.

PIKAZA: CUATRO MÉTODOS DE CRÍTICA DE LA BIBLIA (HISTORIA, REDACCIÓN, ESTRUCTURA Y NARRATIVA).

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La palabra «crítica», del griego krinein, juzgar, toma actualmente el significado general de investigación, estudio científico, y, en ese sentido, se distingue de los métodos exegéticos antiguos, más vinculados a un tipo de estudio asociativo y alegórico de los textos, tal como aparece en la exégesis rabínica y en la aplicación cristiana de los sentidos de la Biblia. Estrictamente hablando, la crítica bíblica se ha desarrollado en Europa y en el mundo occidental a partir de la aplicación de las diversas ciencias al estudio de los libros sagrados, sobre todo desde la → Ilustración. Siguiendo los modelos de las tres críticas de Kant (sobre el pensamiento puro, sobre la actividad práctica y sobre la estética), los investigadores han querido penetrar en los textos bíblicos, para discernir y valorar su contenido histórico y práctico, utilizando para ello los diversos métodos y forma de la ciencia y del razonamiento humano. 

Crítica histórico-literario.

Este tipo de estudiose ha desarrollado fundamental­mente a lo largo del siglo XIX, aplicándose de un modo especial al Pentateuco (donde ha puesto de relieve la posible existencia de estratos o documentos previos: J, E, D, P) y a los evangelios (donde ha formulado algunas hipótesis muy significativas sobre la relación entre los sinópticos). En esta línea de investigación han venido dominando unos supuestos históricos de tipo evolutivo (lo más complicado proviene de lo más simple) y de carácter literario (se ha supuesto que la Biblia ha surgido a través de un despliegue y desarrollo de textos, que se han ido juntando y desarrollando).

Si tomamos como ejemplo los evangelios, este tipo de crítica suele entender la formación de los textos actuales como sigue: al comienzo había pequeñas unidades (breves sentencias y relatos cortos, desliga­dos entre sí) que, a través de fusiones y reforzamientos sucesivos, han ido convirtiéndose en conjuntos literarios o temáticos más amplios y complejos. Partiendo de ese presupuesto y aplicando unos métodos de análisis muy finos, los críticos de esta escuela histórico-literaria fijaron con bastante nitidez los momentos de la génesis y evolución eclesial de las diversas tradicio­nes de Je­sús, atreviéndose a delimitar las unidades subya­centes en el fondo de los textos actuales. Algunas de las viejas formas de entender ese proceso de avance evangélico ya han sido superadas­. Sin embargo, muchos elementos del método se emplean todavía y nos parecen confirma­dos, como aspectos de un primer acercamiento científic­o al estudio de los textos, distinguiendo matices y momentos en su crecimiento.

Desde esta perspectiva, los críticos han fijado los rasgos y la importancia creadora de la primera comunidad judeo-palesti­na, de las comunidades judeo-helenistas y de la iglesia posterior de tipo pagano-helenista, en un proceso que ocupa los cien primeros años de la historia cristiana. Si­tuados dentro de ese gran proceso de la iglesia, los evangel­ios conservan elemen­tos que han sido precisados en diversos tiempos y lugares, ofrecien­do así maneras diferentes de entender al Cristo. Dando un paso más, con la ayuda de este método ha sido posible distinguir, al menos hipotéticamente, diversos documentos escritos, es decir, uno textos antiguos que se encuentran asumidos y reelabora­dos por nuestros evangelios actuales: la primera redacción de Mt, un posible Proto-Mc, el Q o la fuente de los logia de Jesús... Un análisis de este tipo sigue siendo primordial en nuestro estudio de los evangelios, tanto en perspectiva histórica (etapas de desplie­gue de los textos actuales) como en perspectiva literaria (fijación y distin­ción de documentos previos). Algo semejante sucede en el estudio de las tradiciones y posibles documentos (J, E, D, P) que se pueden encontrar en el fondo del Pentateuco, aunque en este campo no se ha logrado todavía un consenso general entre los investigadores: algunos defienden la existencia de documentos antiguos (el J o Yahvista sería del siglo IX a. C.); otros, en cambio, afirman que no se puede hablar de documentos, sino de tradiciones (sobre todo la deuteronomista y la sacerdotal) que han sido fijadas en tiempos relativamente tardíos.

 (cf. L. Alonso Schökel, La palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje, Cristiandad, Madrid 1985; A. Artola, De la revelación a la inspiración, Monografías, Verbo Divino, Estella 1983; J P. Grelot, La Biblia, palabra de Dios, Herder, Barcelona 1968; V. Mannucci, La Biblia como palabra de Dios, Desclée de Brouwer, Bilbao 1985; J. Trebolle, La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, Trotta, Madrid 1998). 

2. Historia de las formas.

La crítica de las formas (Formgeschichte) ha significa­do un avance decisivo dentro del campo de la crítica histórico-literaria. Comenzó a principios del siglo XX, por influjo de los nuevos estudios sociales y por el descubrimiento del sentido y función de las pequeñas unidades literarias del Pentateuco y de los evangelios, en los que nos fijaremos de un modo especial. Las antiguas hipótesis históricas dejaban lagunas en el estudio de las tradiciones de Jesús y en el proceso de la historia primitiva. Insuficiente se mostraba también la aportación de los llamados documentos previos (Q, Proto-Mt, Mc etc). Era preciso utilizar unos supuestos históricos de tipo más preciso.

En esa línea, los evangelios se empezaron a tomar como expresión de la creatividad de unas comunidades cristianas que, asumiendo las aportaciones de un Jesús más o menos lejano pero siempre activo y creador, iban forman y conformando ese recuerdo en pequeñas unidades (formas), empleadas en la misión, la catequesis o la misma liturgia de la iglesia. Por eso, el método empezó a llamarse historia de las formas, pues estu­diaba, organizaba de manera progresiva y valoraba las diversas unidades religioso-literarias que se encuentran en la base de los actuales evangelios, hablando así de apotegmas, sen­tencias sapienciales, reglas de vida, anuncios escatológicos, pa­labras proféticas, parábolas, relatos de milagros etc. Por medio de esas unidades, empleadas en la predicación, el culto o la enseñanza, los cristianos reflejaban su experiencia de Jesús y la expresaba de manera creadora ante los hombres de su tiempo.

Estos presupuestos se expresaron y aplicaron a través de unos métodos de investigación que fueron definidos básicamente por H. Gunkel (1862-1923), M. Dibelius (1883-1947) y R. Bultmann (1884-1976), que fueron capaces de trazar unas líneas de continuidad y un orden de conjunto dentro del gran mundo de de los redactores del Pentateuco (Gunkel) y de los trasmisores del evangelio en la iglesia primitiva (Dibelius, Bultmann). Apelaron para eso a la multipli­cidad creadora de las comunidades antiguas, que vinieron a mostrarse como verdade­ras forjadoras de los evange­lios.

En esta línea, para seguir insistiendo en los temas del cristianismo primitivo, la figura de Jesús seguía estando en el origen y en el fondo de la historia de los evangelios, pero acabó corriendo el riesgo de difuminarse o diluirse bajo el peso de las tradiciones posterio­res. Más que como testimonio y actualidad pascual de la historia de Jesús, el evangelio venía a presentarse como signo y resultado de la vida y la misión de las comunidades cristia­nas primitivas. Por eso, ha sido lógico que algunos investigadores más recientes hayan protestado, buscando los rasgos básicos del → Jesús de la historia, en el fondo de las tradiciones evangélicas.

 (M. Dibelius, La historia de las formas evangéli­cas, E­dicep, Valencia 1984: R. Bultmann, Historia de la tradición sinóptica, Sígueme, Salamanca 1999).

3.Historia de la redacción.

A partir de los años 50 del siglo XX, por agotamiento de la misma crítica formal y por urgencias de la nueva investigación teológico-literaria, ha venido a desarrollarse un nuevo método que pone de relieve la actuación creadora de los redactores de los evangelios (y de los autores de los libros básicos del Antiguo Testamento). A juicio de esta nueva perspectiva, Marcos y Mateo, Lucas y Juan eran más que unos sencillos recopiladores de unidades o formas litera­rias precedentes. Ellos fueron escrito­res: verdaderos, creadores que, partiendo de unos datos previos, en parte ya fijados por la misma historia de Jesús y por la historia de la tradición comunita­ria, crearon unas obras literarias nuevas, de un estilo (o género) que era aún descono­cido, suscitando así los evange­lios. Los evangelios son escritos peculiares donde el mensaje y vida de Jesús, que aparecía como disperso (quizá difuminado) en las pequeñas unidades anteriores (de la historia de las formas), viene a perfilarse a modo de conjunto, como una buena nueva de salvación para los hombres.

Destacando ese nivel, los investigadores de la historia de la redacción han puesto de relieve algo que nosotros juzgamos muy importante: la misma presentación del camino y de la vida de Jesús hizo necesario el surgimiento y despliegue de una forma de literatura nueva que llamamos evange­lio. El evangelio es un escrito de recuerdo que traduce y actualiza el camino de Jesús, presentándolo a manera de historia salvadora y de presencia de Dios entre los hombres. Pe­ro el evangelio es también un escrito de llamada, de exigencia, ­una llamada al compromiso de los fieles en el seguimiento de Jesús, dentro de la iglesia. Para escribirlos era necesaria la experiencia creyente de la misma iglesia. Pero, al mismo tiempo, ­resultaba imprescindible la creatividad de unos redactores que fijaran de manera unitaria su visión total de Jesucristo en cada uno de los evangelios. Así lo han destacado autores muy representa­tivos, católicos y protestantes.

(cf. H. Conzelmann, El centro del tiempo. La teología de Lucas, Fax, Madrid 1974; W. Marxsen, El evangelista Marcos. Estudio sobre la historia de la redacción del evangelio,  Sígueme, Salamanca 1981; W. Trilling, El verdadero Israel. La teología de Mateo, Actualidad Bíblica, Fax, Madrid 1974).

  1. Estudio estructural y narratológico (→ estructuralismo, narratologia). Tomando como evidente, la función de los redactores, muchos críticos del último tercio del siglo XX han destacado más la importancia de la estructura formal de los evangelios como escritos de literatu­ra. Es­tá surgiendo así un estudio nuevo de los textos donde se acentúa la unidad y sentido de los textos (su significa­do) partiendo del estudio de sus significantes. Partiendo de esos presupuestos y de forma puramente indicativa distinguimos dos modelos de lectura estructural.

(a) Hay un modelo más estructural, que es propio de aquellos que resaltan la unidad formal del texto evangélico, partiendo de eso que pudiéramos llamar significantes más externos, de tipo estilístico y verbal, como pueden ser las palabras repet­idas, las inclusio­nes, las rupturas textuales, los quiasmos etc. De ese modo consiguen precisar mejor las claves de unidad del mismo texto que viene a presen­tarse en forma de conjunto dotado de senti­do. Só­lo al interior de ese conjunto pueden entenderse cada una de sus partes. Eso significa que el conjunto del texto forma un tipo la unidad en la que puede ponerse de relieve narrativo o discursivo, pero destacando siempre la conexiones formales de sus diversos significantes. Se supone así que el redactor posee unas ideas y quiere transmi­tirlas, de manera ordenada, en forma de conjunto signifi­cati­vo. La labor del crítico consiste en descubrir y explicitar el orden y sentido interior de ese conjunto. Desde ese fondo el evangelio puede presentarse como texto progresivo (las ideas se explicitan a medida que avanzan), como texto circular (las ideas retornan una y otra vez) o como un conjunto ondulatorio (se van modulando) etc. Evidentemente, en esta línea se destaca el aspecto más teórico (teológico) del texto, concebido como documento significativo para un grupo de creyentes. El análisis estructural ha puesto de relieve las referencias formales y discursivas del texto.

 (b) Hay un método más narratológico. Pero sucede que muchos textos de la Biblia son narraciones y, por eso, la última exégesis ha tenido que elaborar unos métodos más finos de → narratología. Eso significa que los textos bíblicos deben estudiarse con los métodos y técnicas que suelen emplearse al estudiar los libros narrativos, lo mismo que otros textos más cercanos a la creatividad literaria (parábolas, himnos, historias de milagros etc). Habrá que precisar los simbolis­mos poéticos, los ritmos de la acción, el papel de los agentes, sus funciones a lo largo del conjunto etc. La crítica bíblica ha estado en manos de personas con formación teórica, de tipo filosófico y teológico; por eso han puesto más de relieve los aspectos ideológicos del texto. Pero sucede que los autores de la Biblia han sido, sobre todo, narradores, de manera que para comprender lo que ellos quieren decir hay que tener más en cuenta los métodos narrativos, que han sido más elaborados en el campo de los estudios literarios.

 (cf. J. Barton (ed.), La interpretación bíblica, Sal Terrae, Santander, 2001; C. Chabrol y L. Marín, Semiótica narrativa: relatos bíblicos, Narcea, Madrid 1979; Grupo de Entrevernes, Signos y parábolas. Semiótica y texto bíblico, Cristiandad, Madrid 1979; V. Morla, La Biblia por dentro y por fuera. Literatura y exégesis, Verbo Divino, Estella 2004; M. Navarro, Cuando la Biblia cuenta: claves de la narrativa bíblica, SM, Madrid 2003.

 Notas

[1] Los dos términos, sincronía y diacronía, fueron introducidos por F. de Saussure (1857-1913), en sus clases, impartidas en la Universidad de Ginebra, del 1906 al 1911. A partir de los apuntes tomados por los estudiantes, se redactó su libro póstumo: Cours de linguistique générale, Paris 1916 (versión castellana: Curso de lingüística general, Alianza, Madrid 1998). Cf. también F. de Saussure, Premier cours de linguistique générale (1907) d’après les cahiers d’Albert Riedlinger, Oxford 1996; Id., Deuxième cours de linguistique générale (1908-1909), Oxford 1996; Id., Troisième cours de linguistique générale (1910-1911) d’après les cahiers d’Emile Constantin, Oxford 1993.

[2] Cf. P. Claes, Echo’s echo’s. De kunst van de allusie, Amsterdam 1988, 28-37

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