Mujer e Iglesia Mujeres: Autoridad en la iglesia[1].

Resultado de imagen de Mujeres en iglesia
El evangelio iguala a varones y mujeres, superando la autoridad del género: Jesús no ha creado un grupo patriarcal de presbíteros varones, ni un sistema de poder centrado en escribas o padres, sino un movimiento de liberación fraterna, abierto a los excluidos y expulsados de la sociedad. En este contexto entendemos la función de las mujeres:

 --La mujer israelita era grande (gebirá) por madre. Los restauradores exigieron que las esposas (y madres) del pueblo fueran judías, para garantizar la pureza nacional, rechazando tras el exilio los matrimonios con extranjeras (cf. Neh 10, 31). Las israelitas estaban al servicio de la vida nacional, expresada en ciclos de menstruación y maternidad, bajo varones.

 --La mujer del evangelio es ante todo persona. Jesús no ha creado un grupo elitista de discípulos varones, en línea militar o rabínica, sacerdotal o patriarcalista. Todos los elementos de su discipulado se aplican a unos y otras, superando las normas de pureza y distinción sacral por sexo o tarea religiosa.

¿Son hombres o mujeres?  No se ve bien

Resultado de imagen de mujeres en iglesia

            El movimiento de liberación mesiánica de Jesús ha superado aquellas estructuras donde el padre-patriarca varón se elevaba con autoridad de género y ha creado una familia de hermanos y hermanas en corro, alrededor de Jesús, para escuchar, dialogar y cumplir juntos la voluntad de Dios (Mc 3,31-35). Esta es la inversión del evangelio: el orden viejo ponía al padre sobre el hijo, al varón sobre la mujer, al rico sobre el pobre, al sano sobre el enfermo etc. En contra de eso, Jesús ha ofrecido de manera provocadora el don del reino a enfermos, expulsados, niños, pobres... En esa compañía se sitúan las mujeres, no como necesitadas (menores) que deben ser amadas y ayudadas en forma concesiva, sino como personas, capaces de palabra, servidoras de evangelio:

--Escuchan y siguen a Jesús. Muchos rabinos las tomaban como incapaces de acoger y comprender la Ley, y el dato resulta comprensible, pues no tenían tiempo ni ocasión para estudiarla. Pero Jesús no ha creado una escuela elitista, sino un movimiento de humanidad mesiánica, dirigido por igual a mujeres y varones. Por eso, ellas le escuchan y siguen sin discriminaciones (cf. Mc 15, 40-41; Lc 8, 13).

--Sirven. Varones y mujeres (cf. publicanos y prostitutas: Mt 21,31) podían hallarse igualmente necesitados: obligados a vender su honestidad económica (varones) o su cuerpo (mujeres) al servicio de una sociedad que les oprime, utiliza y desprecia. Pero Jesús les vincula en un mismo camino de gracia (perdón) y servicio mesiánico, donde ellas sobresalen (cf. Mc 15, 41).

            Jesús no es reformador social, sino profeta escatológico: no quiere remendar el viejo manto israelita, ni echar su vino en odres gastados, sino ofrecer un mensaje universal de nuevo nacimiento (cf. Mc 2, 18-22). No distingue a varones de mujeres, sino que acoge por igual a todos, ofreciéndoles la misma Palabra personal de Reino. Un día, le preguntaron según Ley, quién de los siete maridos que había tenido una mujer la tendría al fin. Él respondió que el reino es libertad y las mujeres no son objeto poseído por varones: quedan liberadas del dominio de los hombres, para convertirse simplemente en lo que son, personas, "como los ángeles del cielo (cf. Mc 12, 18-27).

            Jesús ha superado la lógica de dominio, abriendo un camino de reino donde cada uno (varón o mujer) vale por sí mismo y puede vincularse libremente con los otros. Sólo en este fondo se puede hablar de eunucos por el reino, en sentido positivo (Mt 19,12): personas que rompen la estructura de poder patriarcalista: la posible renuncia al matrimonio iguala en libertad a varones y mujeres; ya no están determinados por el sexo, ni obligados a casarse por naturaleza, sino que pueden escoger lo que más quieren. Libres son varón y mujer para celibato o matrimonio, en igualdad personal. Todo intento de legislar de nuevo sobre esos temas desde imperativos patriarcales (de autoridad social o sexo) va contra el evangelio. No hay desigualdad, ni primacía de unos sobre otras o viceversa. Por eso, lo mejor del evangelio sobre las mujeres es que apenas trate de ellas, en cuanto tales.

--No ha distinguido funciones por género o sexo. Los moralistas de aquel tiempo (como los códigos domésticos de Col 3,18-4,1; Ef 5,22-6,9; 1Ped 3,1-7 etc) distinguen mandatos de varones y mujeres; pero el evangelio no lo hace (no contiene un tratado Nashim, como la Misná), ni canta en bellos textos el valor de las esposas-madres, pues su anuncio es simplemente humano.

--El Sermón de la Montaña (Mt 5-7) no habla de varones y mujeres, pues se dirige a los humanos en cuanto tales. El mensaje del Reino (gratuidad y perdón, amor y no-juicio, bienaventuranza y entrega mutua) suscita una humanidad (nueva creación), donde no se oponen varones y mujeres por funciones sociales o sacrales, sino que se vinculan como personas ante Dios y para el reino[2].

Este camino de Jesús ha sido y sigue siendo sorprendente, de manera que resulta lógico (y funesto) que la iglesia posterior se haya sentido obligada a desandarlo, buscando nuevamente diferencias sacrales de sexo, re-asumiendo el patriarcalismo del ambiente. Jesús y la primera iglesia habían iniciado un movimiento mesiánico igualitario, sin diferencia de sexos ni ministerios. Pero, cuando la iglesia se vuelve sistema, muchos no han podido mantener ese nivel y han re-inventado jerarquías masculinas, filosóficamente correctas, subordinando otra vez a las mujeres..

Este no es un tema que se pueda resolver analizando textos aislados. No se trata de buscar pequeñas diferencias, apelando a tradiciones de las Pastorales, que sancionan una visión jerárquica y masculina del movimiento de Jesús. No se trata ni siquiera de tomar de un modo literal algunos gestos puntuales de la tradición, pues, necesariamente, Jesús se encuentra incluido en el patriarcalismo del ambiente.

Lo que importa es volver a la raíz del evangelio, al lugar donde ofrece por igual palabra y pan, tarea y dignidad a varones y mujeres: sus funciones son inseparables. Jesús no ha destacado la fecundidad de la mujer para el Reino (no ha exaltado sus valores como madre), ni ha cantado su virginidad de un modo sacral o idealista; tampoco se ha ocupado en regular sus ciclos de pureza o de impureza, ni la ha encerrado en casa, ni la ha puesto al servicio del hogar, sino que ha valorado a la mujer como persona, capaz de escuchar la palabra y servir en amor a los demás, igual que los varones.

Por eso, a partir del evangelio no se puede hablar de ninguna distinción de fe o mensaje (de seguimiento o vida comunitaria) entre varón y a mujer. Ambos emergen como iguales desde Dios y para el Reino. Todo intento de crear dos moralidades o dos tipos de acción comunitaria (palabra de varón, servicio de mujeres), reservando para él funciones especiales de tipo sacral, cuyo acceso está vedado a ellas, resulta contrario al evangelio, es pre-cristiano. Ni uno es autoridad como varón, ni otra como mujer, sino que ambos se vinculan en palabra y servicio, gracia y entrega de la vida, como indicará el tema que sigue.

Esta es la revelación de la no diferencia, al servicio del más fuerte amor, que el evangelio presenta de forma callada, sin proclamas exteriores o retóricas. Jesús no ha formulado aquí ninguna ley: no ha criticado a otros sabios, ni ha discutido con maestros sobre el tema, sino que hace algo más simple e importante: ha empezado a predicar y comportarse como si no hubiera diferencia entre varones y mujeres. Todo lo que propone y hace, lo pueden comprender y asumir unos y otras.

Jesús ha prescindido de genealogías patriarcales, más aún, ha rechazado al padre en cuanto poderoso, pues en su comunidad sólo hay lugar para hermanos, hermanas y madres (con hijos), como han indicado de forma convergente Mc 3, 31-35 y 10, 28-30. Siguiendo en esa línea, se ha elevado contra las funciones de rabinos-padres-dirigentes (cf. Mt 23, 8-10), no dejando que resurjan dentro de la iglesia. Por eso, todo intento de refundar el evangelio sobre el "poder" o distinción de los varones resulta regresivo y lo convierte en elemento de un sistema jerárquico opuesto a la contemplación cristiana del amor y a la comunión personal que brota de ella.

            Alguien podría preguntarse ¿por qué, siendo eso tan claro, no lo han visto los antiguos dirigentes de la iglesia? ¿por qué han establecido relativamente pronto jerarquías de tipo masculino? La respuesta se irá viendo a lo largo de este libro, pero puedo esbozarla desde ahora: Jesús ha suscitado un movimiento mesiánico de iguales, dirigido hacia los últimos (pobres, excluidos, impuros), pero no lo ha podido imponer a la fuerza Por eso, de manera lógica (y triste), al volverse institución honorable, su iglesia asumió los esquemas sociales del entorno, que no estaban maduros para la igualad del evangelio. Es casi normal que la iglesia marginara a la mujer, suscitando ministerio jerárquico, sólo de varones. Hoy, a 2000 años de distancia, las cosas deberían ser distintas[3].

[1]  M. J. Arana y M. Salas, Mujeres sacerdotes ¿por qué no?, Claretianas, Madrid 1994; E. Bautista, La mujer en la Iglesia primitiva, EVD, Estella 1993; R. T. France, Women in the Church's Ministry, Paternoster, Carlisle 1995; J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Cristiandad, Madrid 2000, 371-388; M. Hauke, Women in the Ministry, Ignatius, San Francisco 1988; C. Longville, Go Tell my Brothers. Christian Woman and Church Ministry, Paternóster, Carlisme 1995; E. Schüssler Fiorenza, En memoria de Ella, DDB, Bilbao 1989; Id., Jesus, 137-180; Theissen, Jesus, 250-256; K. S. Torjesen, Cuando las Mujeres eran sacerdotes, Almendro, Córdoba 1996; B. Witherington III, Women in the ministry of Jesus, Cambridge UP 1984

[2] Cierta tradición ontológica destaca la doble naturaleza humana con la distinción esencial (sacral) de varón y mujer. Jesús define la realidad más honda del humano a nivel de libertad y persona, no desde un esquema de sexos.

[3] Cf. Jn 14, 12: "haréis cosas incluso mayores que las mías". La iglesia no ha olvidado nunca sus orígenes mesiánicos, sabiendo que Jesús desborda la distinción personal (sacral) de varones y mujeres. Pero configuración sociológica la llevó a retomar esquemas del entorno pagano y judío. Pablo concedió la misma importancia a varones y mujeres, en perspectiva ministerial y personal. Pero la tradición paulina (Pastorales) retomó la tradición patriarcalista; por fidelidad al evangelio y a la confesión cristiana (cf. Gal 3, 28) debemos superarla.

Volver arriba