Mujeres 6. La Madre de Jesús y la samaritana (Jn)

Llamamos escuela de Juan a la comunidad cristiana que, reunida en torno a la figura del "discípulo amado", ha ido creciendo con relativa autonomía dentro de la iglesia, hasta acabar integrándose plenamente en ella. Posiblemente, algunos de sus miembros se han separado de la "gran iglesia" y pueden encontrarse en el origen de diversos movimientos de tipo gnóstico que acaban diluyendo la historia de Jesús y la estructura social del cristianismo. Aquí sólo nos importa el grupo ortodoxo de esa comunidad, tal como ha venido a reflejarse en el Cuarto Evangelio (Jn) y en las cartas con él relacionadas (1-3 Jn).

En esa escuela, y sobre todo en el evangelio concreto de Juan n, han recibido importancia fuerte las mujeres. Ciertamente, Jn no desarrolla su visión de la mujer en forma discursiva, como en cierto modo ha hecho la escuela de Pablo. Su postura sólo puede conocerse de un modo indirecto, desvelando el sentido (simbolismo) de las grandes figuras femeninas que presenta en su evangelio. Cuatro son a mi entender, las principales: la madre de Jesús, la samaritana, Marta y María. Brevemente hablaremos de cada una de ellas, empezando por las dos primeras.

A) La madre de Jesús

Significativamente, Jn no se ocupa de la madre de Jesús en clave de origen o nacimiento humano, en contra de lo que encontramos en Lc 1, 26-38 y Mt 1, 18-25. Juan conoce a la madre humana de Jesús pero no nos habla de ella a nivel de encarnación o nacimiento, allí donde nos dice que Jesús, Logos eterno, se hace tiempo, tomando carne humana dentro de la historia (Jn 1, 14). Nos habla en cambio de ella en dos momentos peculiares de la historia de Jesús: en el comienzo (Jn 2, 1-12) y el final (Jn 19, 25-27) de su carrera humana.

En el comienzo de la actividad de Jesús la madre aparece en contexto de las bodas (Jn 2, 1-12). Significativamente, en ellas Jesús no es el esposo en un nivel humano. A ese nivel hay un esposo y una esposa, un varón y una mujer que aparecen como signo del conjunto de la humanidad que quiere elevarse de nivel, pasando así del matrimonio de este mundo a la boda escatológica del reino.

Jesús, más que esposo, es aquí "celebrador" y garante de las bodas: ofrece al esposo y a esposa (y al conjunto de los convidados) el buen vino de la celebración y de la fiesta, el gozo anticipado del reino. Eso significa que varones y mujeres de este mundo estamos en una misma situación de necesidad, tenemos que dejar que Cristo nos eleve para celebrar así las bodas del banquete de la vida que es el reino. Pues bien, en el camino de apertura mesiánica ocupa un lugar especial la madre de Jesús como iniciadora paradójica del banquete:

- La madre es iniciadora en el camino mesiánico. Ella dice a Jesús que los esposos (y los convidados, hombres y mujeres de la tierra) no tienen vino (Jn 2, 3). De esa forma presenta su tarea. Ciertamente, Jesús responde marcando las distancias: ¿qué nos importa a ti y a mí, mujer? ¿Aún no ha llegado mi hora! (Jn 2, 2). Así muestra que su vida y misión proviene del Padre de los cielos, no de una mujer y madre de la tierra. Pero, conforme indica luego el texto, Jesús ha escuchado la palabra de su madre: ella, una mujer del mundo, le ha marcado su misión sobre la tierra.

- La madre se vuelve así servidora de la alianza (bodas) de Jesús, diciendo a los convidados "haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). Ella es así la primera evangelizadora (en un camino que comparte con Juan Bautista; cf Jn 1, 29. 36). Conoce a Jesús y conoce los camino de su reino: por eso se pone al servicio de las bodas mesiánicas, preparando a los invitados para que escuchen a Jesús y pueda transformarse el agua de este mundo en vino del reino.

Por un lado, la madre es invitada: forma parte del pueblo israelita al que Jesús viene a llamar al banquete del reino (cf Lc 14, 15-24); está inmersa dentro de esta humanidad que ha de pasar del agua vieja al vino nuevo de Dios y de su gracia. Pero, al mismo tiempo, ella se eleva por encima de los invitados, reconociendo la necesidad en que se encuentran, presentándola al mesías (que es su hijo) y preparando al resto de los invitados a las bodas. Este es a los ojos de Juan su función: no es madre simplemente la que engendra en un nivel de carne sino aquella que prepara al hijo para descubrir los problemas de la humanidad, ayudándole a resolverlos. Así presenta Jn 2, 1-12 a la madre mesiánica que educa a Jesús (le lleva al lugar de la necesidad humana) y quiere que conjunto de los hombres le obedezcan.

Al final de la vida pública de Jesús vuelve a aparecer su madre que está bajo la cruz con el discípulo amado y un grupo de mujeres (cf Jn 19, 25-27). Significativamente, esta escena de muerte se vuelve lugar de vida y nuevo nacimiento. Ahora se cumple lo que estaba anunciado ya en las bodas de Caná: se ha transformado el agua de este mundo en vino de sangre (redención definitiva). Donde estaban los antiguos novios se encuentran ahora la madre y el discípulo. Tampoco en este caso Jesús viene a presentarse como "esposo"; él aparece más bien como Señor escatológico, siendo al mismo tiempo hijo (de su madre) y amigo (del discípulo). En esta perspectiva ha de entenderse el nervio del relato que ahora resumimos:

- La madre está bajo la cruz como representante de todo el camino israelita. Como iniciadora mesiánica se hallaba en el principio del camino. Pero ahora ya ha cumplido su misión: ha llegado hasta el final en su tarea y permanece en pie ante el hijo condenado. Al morir Jesús muere ella misma como madre mesiánica: ha realizado su tarea y no le queda nada que cumplir.

- Pues bien, la muerte se convierte en nuevo nacimiento. Jesús mira al discípulo amado y dice a su madre: "ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Eso significa que la madre ha de cambiar (o ampliar) su función: ya no se ocupa sólo de Jesús; ha de ocuparse de todos los amigos de Jesús (de todos los creyentes). Jesús dice al discípulo "ahí tienes a tu madre", y el texto añade que "desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19, 27)

En el principio del camino, la misma madre dirigió a Jesús hacia los hombres, señalándole sus necesidades ("no tienen vino"). Ahora, al final de su carrera, es Jesús quien se dirige hacia su madre para mostrarle su nueva casa, aquella comunidad en la que debe introducirse: los amigos de Jesús serán sus hijos, la casa donde ellos habitan será su casa. Por eso, el texto termina diciendo que "el discípulo la recibió en su casa": ella, la madre, se deja acoger y sigue ejerciendo su función de madre-amiga en la comunidad de los amigos de Jesús.

De alguna forma, para el Cuarto Evangelio, el conjunto de la iglesia está representado por el discípulo-amigo de Jesús; pues bien, desde el momento en que ese discípulo recibe en su casa a la madre de Jesús ella se convierte ya en discípula y amiga.

Es amiga en el grupo de amigos, discípula entre los discípulos; ella es, en fin, la primera cristiana, aquella que recibe y mantiene el nombre de madre en la comunidad de los amigos que forman la familia de Jesús sobre la tierra. La madre de Jesús es, según esto, la primera mujer y creyente del Evangelio. Ella ha empezado a recorrer aquel camino que lleva de Israel (viejas bodas del mundo) a la iglesia (donde la recibe el discípulo amado, signo de todos los discípulos). Eso significa que en la iglesia, comunidad del discípulo amado, el cristiano ejemplar, el modelo de todos los creyentes ha sido y sigue siendo una mujer, la madre de Jesús.

b) La samaritana

La madre representa a los judíos que se abren a la fe de Jesucristo; pero en sentido más extenso ella es señal de todos los creyentes de la iglesia del discípulo amado. Pues bien, dentro de ella han jugado y juegan papel fundamental aquellos que vienen de las "herejías" de Israel, es decir, los samaritanos (y gentiles).

Pues bien, como símbolo y expresión de la nueva iglesia cristiana de Samaría y primera discípula de Cristo que ha extendido su evangelio hacia los hombres, Jn 4 presenta a una mujer innominada que con la tradición llamamos la Samaritana.


- La samaritana es simbólicamente "prostituta" (adúltera sucesiva): ha tenido cinco maridos y que ahora vive con uno que no es suyo (Jn 4, 18). Posiblemente, en el fondo de la escena está el recuerdo de las conversaciones que Jesús ha mantenido a lo largo de su vida con "publicanos y prostitutas" (varones y mujeres que han vendido dignidad y cuerpo por dinero; cf Mt 21, 31-32; Lc 7, 36-50). Conforme a ese recuerdo, Jn 4 sabe que Jesús ha ofrecido palabra, dignidad y confianza a mujeres que estaban marginadas (a pecadoras y prostitutas).

- En segundo lugar ellas es símbolo de un pueblo: en ella se condensan los samaritanos que, abandonando el solar del judaísmo, se prostituyeron desde antiguo adorando a dioses extraños (los cinco maridos de Jn 4, 18). Ahora Jesús rompe las barreras del pueblo judío que se ha cerrado en su ley y expande su misión a los herejes de Samaría, representados por ésta mujer que sale al pozo de Jacob en busca del agua de la vida.

- Finalmente, ella es, de algún modo símbolo de todos los no judíos estrictamente dichos, de aquellos que están perdidos y buscan a Dios en el camino. De manera más extensa, ella aparece como símbolo del conjunto de la humanidad que espera el agua de Dios junto al pozo de las profecìas, como mujer que no encuentra, como mujer que sale en busca del agua de la vida.

Pues bien, desde ese fondo Jn 4 presenta la samaritana como la primera de todos los que, estando más allá de las barreras de Israel, han comenzado a creer en Jesús y han propagado su evangelio. Ciertamente, siendo mujer y pecadora, puede presentarse como signo de Samaría y de la humanidad entera, conforme a una imagen que es corriente en la teología de Israel (cf Ez 16;23). Pero, al mismo tiempo, ella aparece en Jn 4 como una persona concreta que ha escucha a Jesús y ha expandido su palabra. Por eso deja el cántaro del agua, vuelve a la ciudad y dice a sus paisanos. "Venid, ved al hombre que me ha dicho todo lo que hice ¿no será el Cristo?" (Jn 4, 30)

De esta forma, ella actúa como la primera profetisa de Jesús en el camino de la iglesia: es profetisa porque pone a los hombres en contacto con Jesús, el gran profeta (cf Jn 4, 19. 25) y mesías de la humanidad. En este sentido se pueden comparar y completar su figura con la madre de Jesús.

- La madre de Jesús lleva a los judíos hacia el Cristo (cf Jn 2, 1-12), pidiéndoles que hagan aquello que él les diga. De esa forma inicia un camino que culmina en el mismo seno (o casa) de la iglesia (Jn 19, 25-27).

- La samaritana conduce a sus paisanos hacia aquel lugar donde culmina el camino de la humanidad, más allá de las antiguas divisiones que separan a Jerusalén del Garicím, montaña santa de los samaritanos: ahora no se debe adorar a Dios ni en Sión ni en ese monte, porque los verdaderos adoradores han de hacerlo en espíritu y verdad (Jn 4, 19-23). En este sentido, la samaritana es el primer apóstol mesiánico: la primera persona que transmite un evangelio universal de salvación más allá del judaísmo.

La samaritana precede a los mismos apóstoles que cosecharán donde otros han sembrado (Jn 4, 37-38). Esta mujer samaritana de nombre desconocido es dentro de la iglesia del discípulo amado la primera persona que ha expandido el mensaje de Jesús. Siendo símbolo de Samaría y de la misma humanidad necesitada, ella ha sido una persona concreta, una mujer apóstol que precede a todos los restantes apóstoles del Cristo en el principio de la iglesia.

En el fondo del apostolado cristiano (de la estructura posterior de la iglesia) hallamos a esta mujer. Ella rompe todos los esquemas genealógicos de los varones patriarcalistas, que rechazan el valor de su buena simiente y rechazan a las "prostitutas". Ella iguala a todos los humanos (varones y mujeres) en el camino de la esperanza y misión cristiana.
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