M. Navarro, Morir de Vida: Resurrección, metamorfosis, conciencia
Hoy sigo ofreciendo unas páginas de su texto (270-281), que son continuación de las de ayer. Forman parte de la conclusión hermenéutica, psicológica y teológica del libro, dedicado a las mujeres a la tumba vacía, con experiencia de resurrección, en Marcos (Mc 16, 1-8). Ellas nos sitúan en el centro de una inmensa búsqueda y de una gran controversia, centrada en la resurrección, la metamorfosis y la conciencia humana, tras la muerte, algo que la película de C. Eastwood no recogía, pero que recoge y proclama en NT.
Pido al lector que penetre con reverencia y pasión en estas páginas, que nos ofrecen la mayor revelación de la historia humana, encarnada y realizada a través de unas mujeres, las amigas de Jesús, cuando se sitúan ante el borde del sepulcro, en gesto de muerte que se convierte en explosión de vida. No me atrevo a decir más, dejo que los lectores sigan disfrutando el texto, descubriendo el sentido de la resurrección cristiana, como experiencia de apertura a un nivel superior de conciencia y de vida, por encima de la simple metamorfosis de que hablan hoy muchos, dialogando en parte con las religiones orientales, pero sin haber penetrado, en general, en la cámara abierta y secreta de su misterio. Todo lo que sigue es de M. Navarro.
Quien desee saber más, quien quiera conocer mejor el sentido de la resurrección cristiana, desde la perspectiva del Jesús de Marcos, deberá acudir ya al libro de M. Navarro. A modo de complemento. recojo al final la entrevista que la Editorial VD le ha hecho, sobre el tema de su teología.
Resurrección, metamorfosis, conciencia
Estas reflexiones esbozadas, inacabadas, planteadas para abrir un atisbo la enorme ventana de las posibilidades futuras, me llevan al título del parágrafo: replantear la Resurrección. Aunque parto de los corpus de conocimiento en los que trabajo ordinariamente, hoy resulta imposible tratar una cuestión, intentando percibirla holísticamente, sin tocar de manera tangencial aspectos que no son los propios de las disciplinas en las que se está especializada, pues prescindir de estos roces sería traicionar la condición compleja de tema, en nuestro caso la Resurrección.
El término Resurrección no ha desaparecido del lenguaje de nuestra cultura. De este término queda una vaga idea que es la que perdura en el trasfondo y remite a dimensiones antropológicas y no sólo históricas que hacen posible su permanencia. El contenido es ya otra cuestión. La concepción teológica de la Resurrección, a partir de las creencias de sectores religiosos judíos anteriores y contemporáneos al movimiento de Jesús, y, particularmente, a partir de los relatos evangélicos, presupone la muerte. Como queda visto, el narrador de Marcos (y los demás narradores evangélicos) pretende que su lector perciba con toda claridad la muerte empírica de Jesús, que es tratado como un muerto al ser enterrado en un sepulcro. Aunque parece una obviedad, de hecho no lo es. No lo fue al principio del cristianismo, como muestran las creencias docetas (negaban a Jesús un cuerpo verdadero y mortal), ni tampoco lo es ahora, cuando se buscan explicaciones, en el fondo parecidas aunque diferentes en la forma, para contestar este principio de la fe cristiana. La Resurrección es una creencia en cuyo fondo late la muerte, frontera entre una forma de vida y la otra. Si no hay muerte no hay Resurrección. Ella, por tanto, nos devuelve continuamente a nuestra condición mortal, y, por ello, a nuestra condición corporal e histórica.
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Esto es más importante de lo que parece, si advertimos a nuestro alrededor una tendencia subyacente manifestada en supuestas modas (que son más que eso), la tendencia a la a-mortalidad y, correlativamente, a la a-corporalidad. La a-mortalidad se fundamenta en la ciencia y, sobre todo, en los avances de la tecnología: clonación, criogenia (congelación y posterior revivificación), transmisión de la información que somos cada humano, conversión de materia en energía… dependiendo de las posiciones de cada cual ante las posibilidades que brinda no sólo la ciencia sino la nueva mitología en torno a la vida y a la muerte. Puesto que la muerte se focaliza en el cuerpo, la concepción del cuerpo y las prácticas corporales cambian según cambian nuestras creencias. Si éstas se orientan hacia la a-mortalidad, el concepto del cuerpo, paradójicamente, se orientará en una línea de a-corporalidad. Que el cuerpo es considerado un estorbo, una molestia, sede del sufrimiento (y de la muerte rechazada o desplazada en el tiempo todo lo posible) lo indica paradójicamente el mismo culto al cuerpo, el esfuerzo por superar sus límites, por vencer sus marcas, por hacer como que no se tiene (anorexias/bulimias), el intento de que desaparezca inmediatamente de la vista una vez considerado muerto (cambios en los ritos de duelo), los malos tratos, las violencias de todo tipo contra los supuestamente débiles y frágiles (menores, mujeres, discapacitados, enfermos, ancianos…), los abusos…
La focalización de los distintos niveles de violencia (simbólica, física, psíquica, laboral, sociocultural, religiosa…) en las mujeres afecta a la corporalidad, pues en el imaginario colectivo todavía son identificadas básicamente con la corporalidad, en forma y en función. La violencia contra el cuerpo de las mujeres es símbolo de la violencia contra la humana corporalidad. Esta violencia, por su parte, puede entenderse como proyección del rechazo al propio cuerpo, tanto de las personas concretas que maltratan, como de los sistemas que no acaban de ser lo suficientemente contundentes en su rechazo, como ocurre con la violencia psicofísica contra las mujeres (trato en la publicidad, los medios de comunicación, redes de tráfico…)
Si esto es así, el valor de la fe cristiana en la Resurrección se intensifica. Su contenido antropológico y su soporte en la materialidad de la vida humana, en el cuerpo mortal y en la individualidad, pueden ser hoy una Buena Noticia. Que recuperemos esta fe a través del testimonio de las tres mujeres de la tumba según el evangelio de Marcos, adquiere todo su sentido. No se trata sólo de un signo de esperanza, sino de un mensaje centrado sobre el valor antropológico de la humanidad, uno a uno, una a una, un verdadero rescate (redención) de lo humano a partir de la paradoja pascual.
Si la Resurrección, que no es un concepto, sino la experiencia de unas personas sobre otra, Jesús, que ha pasado de verdad por la muerte, habla de vida, lógicamente ha de referirse a otra forma de vida. No sabemos cuál. Este agujero en la información forma parte de lo que el cristianismo llama la Pascua, la paradoja pascual. La vida nueva, distinta a la histórica, que no anula el alma, al que hoy podemos en cierto modo identificar con la conciencia, apela a una transformación. La transfiguración (Mc9,2), metáfora de la Resurrección, en griego se dice metamorfw,sij, metamorfosis.
Los procesos de transformación evocan paso y tránsito (trans-). La metamorfosis, como palabra derivada del griego, según el DRAE tiene 3 significados: 1. Transformación de algo en otra cosa. 2. Mudanza que hace alguien o algo de un estado a otro. 3. Cambio que experimentan muchos animales durante su desarrollo, y que se manifiesta no solo en la variación de forma, sino también en las funciones y en el género de vida. La Resurrección puede asumir todos ellos.
Resurrección y metamorfosis
La doctrina paulina entiende la Resurrección como una metamorfosis. Ella transforma nuestro cuerpo mortal en un cuerpo distinto. Yo sigo aquí a Marcos, y, por ello, como lectora, evoco la transfiguración, de la cual hay tres discípulos testigos, varones, elegidos por el mismo Jesús. Los discípulos pueden “ver” y pueden “escuchar”. La visión manifiesta continuidad entre las creencias judías (Moisés y Elías) y Jesús. Sería metamorfosis puesto que la visión les permite percibir una mudanza del cuerpo de Jesús de un estado a otro distinto.
El narrador centra la atención de la visión en los signos corporales: sus vestidos. Los vestidos simbolizan la identidad y hablan del estatus de una persona. La descripción de los vestidos, por tanto, permite percibir una identidad fascinante. El impacto, en lugar de ser terrorífico, es tan agradable que los testigos, según lo expresa la voz de Pedro, desean permanecer allí y en ese estado. El contraste con la escena de la tumba no puede ser mayor: aquí tres hombres, allí tres mujeres; aquí fascinación y deseo de permanencia, allí terror y huida; aquí visión de Jesús con un cuerpo transformado, pero reconocible, allí visión de la ausencia del cuerpo; aquí Jesús físicamente vivo, allí Jesús físicamente muerto; aquí continuidad, allí ruptura; aquí diálogo alejado de los testigos (los testigos fuera del diálogo) a los que no afecta directamente, allí palabras dirigidas a las testigos, palabras que las dejan profundamente afectadas. Cuerpo presente y transformado. Cuerpo ausente. La transformación, la metamorfosis del cuerpo de Jesús, de Jesús mismo Resucitado, en Marcos no tiene representación. La representación queda en manos de las testigos. La Resurrección, así, apela a la creatividad, la imaginación, la construcción…
En el relato del final de Marcos asistimos a una serie de transformaciones centradas en los personajes, a excepción del joven de blanco. La gran transformación (metamorfosis) se produce en Jesús, pero el lector sólo asiste a la transformación de los personajes de las mujeres. Ellas pasan de la serenidad con que se narra que iban al sepulcro, a una alteración acrecentada y de la aceptación al pasmo y sus consiguientes interrogantes. Y, junto con estas transformaciones, se produce la de la representación del cuerpo de Jesús y también la transformación de la representación sobre la resurrección.
Volviendo a nuestro contexto, hay algo que este contraste nos devuelve, especialmente a las mujeres. Si la Resurrección de Jesús, focalizada en la metamorfosis de su cuerpo, esto es, de su identidad, queda en manos de las mujeres conmocionadas puede que ellas no sólo hayan hecho posible el nacimiento de algo nuevo, la comunidad cristiana, la fe cristiana, sino que permanezca en el imaginario colectivo, en la dimensión latente, como una llamada constante a la construcción de la identidad, a través del cuerpo y el psiquismo de las mujeres, que son las que lo han visto y experimentado, son, en definitiva, las que lo han contado. Esto es devuelto a las mujeres mismas, a la construcción y a los cambios de la propia identidad.
Numerosas estudiosas feministas se han dedicado al estudio de la dimensión corporal de las mujeres, a recuperar su estatuto identitario, a proponer maneras de apropiación y de disfrute, a reflexionar sobre sus posibilidades en todos los ámbitos y avisar de sus grandes vulnerabilidades. Algunas han intentado superar la diferenciación discriminatoria de los sexos. Otras han intentado, por el contrario, acentuar las diferencias otorgándoles un valor y reconocimiento, histórica y socialmente negados u ocultados. La focalización de las diferentes estudiosas en la corporalidad de las mujeres tiene en común la repercusión en la identidad y en la conciencia humana de las mismas. Estas prácticas y estudios, a los que podemos sumar las prácticas e intentos de reflexión sobre la transexualidad, por ejemplo, dan cuenta de lo que Freud llamaba la plasticidad de la identidad sexual del ser humano. El cuerpo y la identidad humana son construcciones. Sus manifestaciones podemos advertirlas a menudo en las representaciones mentales de una determinada cultura. En la nuestra hay muchos indicios de representaciones mentales nuevas sobre la identidad humana, la de hombres y mujeres, pero particularmente de mujeres. Muchas, sin duda, siguen siendo construcciones del patriarcado. Otras son novedosas e intentan escapar de él. Estos signos hablan de una cultura de transición en la cual se está llevando a cabo una transformación del cuerpo y de la identidad, en especial, de las mujeres. Las testigos de la tumba tienen algo que decir.
Las seguidoras de Jesús en la tumba, subrayan el papel de las mujeres en la construcción de la identidad humana a través de los cuerpos (la percepción y el impacto de la vida en los propios cuerpos y la percepción de los cuerpos de los demás). Sus reacciones, sus movimientos, sus emociones dan densidad a la corporalidad viva en un contexto de ausencia de cuerpo muerto o cadáver. Subrayan la necesidad de dotar de sentido a las emociones y de ofrecer alto y claro su capacidad no sólo de conocimiento sino de interpretación (categoría epistémica). Dan cuenta (narrativamente) de la importancia de la categoría de la ausencia, lo desconocido, la experiencia, intransferible, para la creación, la imaginación creativa, para la reconstrucción y la capacidad de hacer nacer algo completamente diferente (metamorfosis). La identidad de Jesús resucitado ha pasado por cada una de ellas y por las tres a la vez, ha pasado por el impacto emocional de esta metamorfosis en sus cuerpos conmocionados. Cuerpo, emociones, palabra, teofanía, constituyen un todo. Son la mediación que Marcos propone para la transmisión de la experiencia. En definitiva, para el testimonio.
Analizado en frío puede parecer alejado de la realidad. Puesto en relación con la práctica, resulta incluso lógico. Ningún testimonio tiene posibilidad de transmitir nada si no va mediado por las emociones y un cuerpo y una palabra atravesados por ellas. Un testimonio pretende ser escuchado y creído. Cuanta más emoción transmita, más posibilidades tendrá de ser escuchado y creído; más convincente resultará. El sentido común, que dicta y dictaba en el tiempo del evangelio de Marcos, la teoría sobre la objetividad del testimonio, dejaba entrar por la puerta de atrás la “puesta en escena” retórica de estrategias que todavía hoy se utilizan, como la captatio benevolentiae, por sólo citar una.
Resurrección como metamorfosis y conciencia
Sin embargo, encontramos todavía conexiones más importantes: las relativas a la conexión entre cuerpo, identidad y conciencia, un trío que se encuentra presente en la búsqueda actual de la espiritualidad en la cual las mujeres, además de constituir la mayor parte de las “consumidoras”, son también sus principales agentes. La espiritualidad emergente, pese a su confusión y rasgos sincretistas, es novedosa. Habla de una vida cualitativamente distinta aquí en este mundo. Atrae al aquí y ahora lo que supuestamente pertenecería al más allá y después. Pese a las cautelas necesarias y a la consciencia de encontrarnos en un terreno vidrioso , considero necesario intentar un breve acercamiento.
Son muchos los indicios que nos dicen que es hora de tomar en cuenta, de nuevo, la conciencia. Pensemos en los intentos de expansión de la misma y de creación de nuevos mundos. Muchos de sus métodos se apoyan en otros tradicionales (meditación, ascesis, determinada relación cuerpo-espíritu o cuerpo-alma). La cuestión de la conciencia, hasta cierto punto equivalente a la noción, más tradicional de alma, a la luz de la experiencia de las mujeres en la tumba, según Marcos, implica una comprensión distinta de la muerte. La manera en que se entienda ésta afectará a la interpretación de la vida, y por tanto a su forma de consciencia, y a la interpretación del mundo, el cosmos, el universo, el más allá. Una conciencia aquí que se capacita para la transformación de una conciencia allá. Y entre una y otra, la muerte.
El cristianismo, muy pronto, ha considerado a Jesús nazareno, crucificado y resucitado centro, alfa y omega del universo. Un Cristo cósmico. La narración de Marcos señala dos conmociones que afectan al cosmos. La primera tiene lugar con la muerte de Jesús, sobre la superficie de la tierra y a la vista de la gente. De fuera adentro, Es ruidosa, pero la narración sólo registra una reacción, la del centurión, un romano pagano, que confiesa su fe de una manera acorde con sus creencias e identidad: éste era un verdadero hijo de dios. La segunda, tiene lugar bajo la superficie de la tierra, de dentro afuera, sin más ruido que el de las emociones de las mujeres (no se indica que griten), silenciosa, de la que se registran reacciones no verbales. El silencio final puede haber sido, también, una estrategia narrativa, enfática, del narrador, en la ausencia de gritos, contra, por ejemplo, la tradición de las plañideras, pero con un significado más hondo. Es como decir que la resurrección no hace ruido, que transcurre no sólo mediante el testimonio hablado, sino también mediante el testimonio de una determinada forma de silencio. Es bien sabido el poder elocuente del silencio cuando lo que se espera es una palabra o un grito.
La comparación entre el testimonio del centurión y el de las mujeres, siendo patente e interesante, no da cuenta del sentido, pues éste depende en gran medida de la secuencia que, como ha aprendido el lector de Marcos, se desarrolla en dos pasos. La primera da cuenta del dato y la segunda lo ilumina y trata de interpretarlo.
Si el primer impacto, el del centurión, es importante, el segundo, el de las mujeres, lo es más. Si el primer testimonio se produce desde fuera y causa conmoción cósmica, ¿qué conmoción producirá el segundo? Si la primera experiencia, a la vista y en público, consigue la confesión de un testigo, verdugo y parte del sistema que ejecuta a Jesús, ¿qué puede esperarse de las mujeres -testigos, que forman parte del movimiento que sigue a Jesús?
La escena de la muerte afecta a un pagano, no a las seguidoras. La Resurrección afecta a las seguidoras ¿llegará a los paganos? Marcos parece insinuar: sólo si se transmite a través de ellas. La escena de la muerte afecta al cosmos de manera explícita y puntual, con rasgos temibles que apelan a la fuerza de la naturaleza a las órdenes divinas. ¿Cómo afectará al cosmos la Resurrección, que no está a la vista ni se impone, que no parece puntual sino permanente y orientada hacia el futuro – “id y decid… allí les precederé”-, cuya dimensión temible y espantosa no se da en la naturaleza de fuera, sino en la humana, interna, de las mujeres?
Hasta cierto punto el impacto cósmico pasa, también, por ellas. Ellas se ven envueltas al final de su propio proceso, en un ámbito de libertad, de decisión, de fe, de interpretación. En este ámbito puede nacer, y de hecho, nace históricamente hablando, una nueva conciencia del ser humano, del cosmos, de Dios, de la vida y de la muerte, del más acá, la historia, del más allá, lo desconocido. Intentar una respuesta única, de una vez por todas, literal y cerrada, es ir contra el sentido más luminoso y creativo de la narración de Marcos y, en ella, de la experiencia de María Magdalena, María la de Santiago y Salomé.
Conciencia, sí, pero ¿qué conciencia? Nadie puede responder nunca del todo. A partir de lo que es y queda abierto, podemos proseguir.
Conciencia de la vida. La escena de la tumba habla de la vida en el seno de la muerte. La muerte da sentido a la vida, como la vida da sentido a la muerte. En las emociones de las mujeres late implícito un cambio sobre el sentido de la vida de Jesús, una vida cuya estación, a la vez final y de tránsito, es la muerte. Las mujeres entran y salen de la tumba, el lugar de la muerte. En su interior tiene lugar una metamorfosis. ¿De qué muere Jesús? La pregunta tiene que ver con la consciencia. Puede ser respondida desde fuera, como suele ser lo normal, o desde dentro. Hoy los médicos dirían que Jesús murió de asfixia, la cual provoca un paro cardíaco y el cual, a su vez, daría cuenta de la muerte orgánica y cortical . Esta explicación además de externa no es necesariamente participativa. Toma conciencia de la muerte dando cuenta de algunos de sus signos externos e interpretándola a partir de ellos.
Las mujeres también tendrán una conciencia y conocimiento de la muerte de Jesús, externa. Sin embargo no es la conciencia-conocimiento de los médicos. Es participativa. No mueren con Jesús, pero participan observando y luego entran en el lugar del cadáver. Esto modifica la conciencia que ellas tienen de la muerte de Jesús. Cuando logren hablar, podrán hacer su propia interpretación, podrán decir que Jesús muere, por ejemplo, de vida. No sólo muere consciente, sino de consciencia de vida. Por eso deben contarlo todo, de Jesús, desde el principio. Si no cuentan su vida ¿cómo podrá nadie hacerse una idea de hasta qué punto Jesús muere de vida? De hecho, sin su percepción del Reinado de Dios y todo lo que trajo consigo al iluminar el sentido de su vida, refrendado por Dios que lo llama su hijo amado, su muerte no tendría sentido; con toda probabilidad no se habría producido y, por tanto, tampoco habría resucitado. No se trata, desde luego, de determinismo. Se trata de opciones de vida que desencadenan lo imprevisto. Si algo caracteriza la narración sobre Jesús en Marcos es su conciencia de la vida, la propia y la ajena, entrecruzada continuamente por la muerte (el riesgo, la amenaza, la enfermedad, la posesión, el asesinato…). Si la narración da la impresión de que Jesús se encamina a la propia muerte, es justamente por la paradoja de haber elegido la vida, el cambio, la dignidad, el riesgo. Él es responsable de sus propias opciones, no de las opciones de los demás. Él elige la vida y, sus oponentes, la muerte. La elección de la vida, además, amplía su conciencia. El evangelio da cuenta de un ser humano, amado por Dios como Hijo, que crece en lucidez, o lo que es lo mismo, que expande su conciencia. La escena de la transfiguración puede entenderse como un momento puntual en que esta expansión alcanza un umbral determinado ofreciéndole información e interpretación anticipada de la muerte de vida que desemboca en una vida cualitativamente diferente.
Este Jesús aparece de esta manera en el relato evangélico a la luz de la experiencia pascual de las mujeres, no lo olvidemos. Todo el evangelio parte de la escena final. Cuando el personaje de Jesús tiene esa conciencia extendida o ampliada, el resto de la humanidad queda afectado por esta conquista. La Resurrección forma parte de un logro humano para lo humano. Las mujeres de la tumba participan de forma especial de esta conquista que acaba siendo un salto cualitativo. Jesús es paradigma de nueva humanidad y patrimonio suyo por sus logros para lo humano. La confesión de que es Jesucristo Hijo de Dios (Mc 1,1) no lo expulsa de la común humanidad mediante la categoría de lo excepcional. Por el contrario, funciona como un “atractor” (en lenguaje de las ciencias de la complejidad) de lo divino para lo humano.
Es decir, lo humano no es igual con Jesús que sin él. Con Jesús lo humano se hace más denso. La condensación de las potencialidades humanas entroncan con la afirmación del Génesis que pone en boca de Dios “hagamos al humano a nuestra imagen y semejanza”, en la del narrador “y a imagen de Dios lo creó”, ratificándolo en Gn 3,7 en el deseo de ser como dioses, conocedores de bien y mal, y el logro del deseo más preciado, en la boca de Yhwh Elohîm (Gn3,22): “ he aquí que los humanos han llegado a ser como uno de nosotros, conocedores de bien y mal” (conciencia, conocimiento, capacidad de discernimiento, libertad, capacidad para la opción y la toma de decisiones, capacidad de responder o de ser responsables…).
Que gracias a la expansión de la conciencia humana de Jesús, que atrae la divinidad y la despliega como fondo de lo humano, las personas percibamos lo divino que encerramos, ya está muy presente en nuestra cultura, por vías general y formalmente externas a la teología (la psicología analítica de Jung y sus secuelas en corrientes psicológicas posmodernas). La expansión de lo humano condensado, sin embargo, sigue pendiente. La relación entre ambas dimensiones de la conciencia es paradójica y la paradoja para ser eficaz y creadora, debe mantenerse en su tensión polar. Cuanto más humano, más divino. Cuando más divino, más humano.
Lo humano intensificado
A lo largo del trabajo he ido mencionando la condición divina de Jesús a partir de la relación narrada por Marcos con Dios, su Padre. Especialmente porque la Resurrección es obra de Dios y respuesta a esa relación paterno-filial. No obstante, en toda la trama, aparece la autopercepción de Jesús, en tercera persona y sólo en boca del personaje, como Hijo de lo Humano, es decir, como lo humano enfatizado. Esta conciencia es fundamental para la reflexión que estamos llevando a cabo. Es un énfasis y una intensificación de lo humano.
Desde la perspectiva psicológica, la intensificación supone un proceso particular de focalización que orienta y guía la energía humana en una dirección de dentro hacia fuera en constante retroalimentación. Es lo que caracteriza el itinerario de Jesús en el evangelio de Marcos, según su conciencia de Hijo del Humano. La intensificación habla de Jesús como de un personaje en constante aprendizaje. En la búsqueda experiencial, por ensayo y error, de las posibilidades de los humanos, en una perspectiva crítica y autorreflexiva, siempre en confrontación con la experiencia.
Su intensificación de lo humano le permite una comprensión mayor de lo que ocurre en el interior de las personas y de lo que pasa en el mundo de sus circunstancias sociales, religiosas, políticas, familiares… Esta conciencia es unitaria porque todo es percibido a través de sus conexiones: en los exorcismos, sobre todo en algunos de ellos como el del geraseno, la “posesión”, o el dominio del mal sobre un sujeto es producto de una situación compleja que entrecruza el conflicto de su entorno con el propio del sujeto en sus debilidades y sus fortalezas , no sólo el conflicto externo sociopolítico; también la repercusión en la naturaleza y en la economía (porquerizos, cerdos en el mar, caos ante la salud del supuesto loco…). La intensificación de la humanidad del Hijo de lo Humano es generadora de cambios. Lo que sale afuera, en lo que dice y hace Jesús, le es devuelto expandiéndole la conciencia, de modo que todo se realiza en un continuo intercambio o feed-back. El poder de curar, de perdonar, de dar vida y regenerarla está vinculado con su intensificación de lo humano, con su expansión de la conciencia.
Cuando el lector vuelve a la Galilea de la narración evangélica, mediado por el encargo del joven a las mujeres en la tumba, pasa de forma comprimida no sólo por la ausencia del cadáver en la tumba, sino por esa otra, de signo temporal que es el silencio (temporal) de las mujeres. Ese silencio, así, es también una invitación a la pausa para el lector. Volver a Galilea para reencontrarse con Jesús, le pide también a él una expansión de la propia conciencia, una participación en la conmoción, una percepción más compleja de la realidad, toda esa realidad que ha ido transcurriendo en la narración (su primera lectura) y que le puede conducir a una metamorfosis de su conciencia de la vida, de la muerte, de lo humano y de lo divino. ¿Quién dice que no puede, como Jesús, expulsar demonios, curar enfermedades, perdonar, devolver la dignidad, pacificar, denunciar críticamente, aumentar en lucidez, cambiar su percepción y su experiencia de la divinidad, replantearse el sentido de la vida y de la muerte?... ¿Quién puede negar que estas posibilidades no pueden conducir a un cambio en la historia y en el Universo…? Y volviendo a nuestra realidad, ¿quién podría asegurar que no es algo de esto lo que se está produciendo en ese, todavía, totum revolutum, de la espiritualidad…?
Resurrección e injusticia. Tumba abierta, tumba vacía
El final de Marcos está construido sobre un desenlace trágico de la historia. La historia de Jesús, no podemos olvidarlo, termina mal. Aunque la teodicea no es terreno de la exégesis y, mucho menos, de la psicología, no podemos pasar por alto interrogantes que creyentes y no creyentes nos hacemos cuando de la Resurrección se trata. Con frecuencia la teología ha tratado este dato de la fe como una respuesta a la gran pregunta sobre el mundo de los perdedores, sin duda muchísimo más numeroso, en toda la historia, que el de los ganadores. La Resurrección, parece decir, es la Palabra definitiva de Dios sobre el mal, cuyo bastión más importante es la muerte. Es la Palabra definitiva para los pobres, los desgraciados, los perdidos, los considerados no-personas… Y, ahora, también decimos que es la Palabra de triunfo definitivo de Dios para el cosmos, la Nueva Creación. Estas afirmaciones, que básicamente se mantienen , chocan de plano con una realidad percibida, cada vez más y mejor, en toda su extensa crudeza. Es un consuelo pensar que la Vida triunfa, a pesar de la fuerza de cierta evidencia que asola con la omnipotente presencia de la destrucción y la muerte, del mal y la perversidad más refinada. Sin embargo, lo que hemos ido estudiando y reflexionando al hilo del estudio del texto de Marcos no es, precisamente, un consuelo. No se encuentra en la línea de la fácil respuesta a difíciles preguntas. Por el contrario, se convierte en una pregunta que engloba otras muchas. Y, mientras, las víctimas siguen clamando.
La escena del final de Marcos no responde, pues, nuestras preguntas ni acalla nuestros clamores. No obstante, como de alguna manera puede inferirse de todo lo precedente, hay en esa escena un punto de esperanza sobre lo humano y para lo humano. En esta esperanza, el texto coloca al Dios que resucita y a Jesús Resucitado. El filtraje narrativo de esa esperanza pasa por quienes no son especialmente significativas en la historia de su tiempo e incluso en la narración. Conscientes de este filtro, no obstante, el texto plantea su mensaje teológico como un mensaje universal. Hemos hablado ampliamente sobre la ausencia y la tumba vacía. Sin embargo, apenas si nos hemos detenido en otro dato que se liga narrativamente al del vacío: la apertura de la tumba, o, lo que es lo mismo, la piedra corrida de antemano.
Esa apertura ya la encuentra el lector en el mismo texto del evangelio. Marcos es una narración que se adelanta. A la vez, en las sucesivas lecturas, le precede el relato de la pasión y la tumba vacía. El efecto es sorprendente: hay algo abierto de antemano, pero sólo se puede descubrir cuando, como las mujeres, se llega al borde de la entrada. La tumba tiene una puerta única, de entrada y de salida. Estaba abierta antes de entrar en ella y queda abierta cuando las mujeres salen huyendo de ella. Como el evangelio. Lo que se descubre dentro empuja hacia fuera. Entran para salir. La lógica de una hermenéutica clásica, que responde con facilidad a preguntas difíciles, exige quedarse en la tumba, en el lugar de la muerte, llorar el muerto, lamentarse por la injusticia y denunciarla. La Resurrección, sin embargo, parece pedir un dinamismo diferente: Jesús precede a los suyos en Galilea. Se adelanta. El Resucitado vuelve a la arena de la vida, de la gente, de la normalidad de la existencia, allí donde se pueden transformar las cosas, donde se puede crear, sanar, crecer, madurar, acompañar, resucitar, despertar, levantar…
La expansión de la conciencia y la experiencia de las mujeres en la tumba
La narración de la última escena de Marcos es intensa y condensada. Si la forma es (aunque no del todo) el contenido, podemos inferir que la condensación en los verbos, intensidad humana enfatizada, es expresión de una condensación de la experiencia y, por tanto, de la conciencia. Su despliegue, por tanto, será expansivo. Cuando las mujeres rompen el silencio y la experiencia se verbaliza, la conciencia se expande. Toda la narración de Marcos puede, así, ser percibida como la conciencia expandida de la experiencia de las mujeres. En el seno de la muerte, participando de la luz oscura de la Resurrección, ellas expanden su conciencia de la vida. La Buena Noticia de la Resurrección de Jesús es la Buena Noticia de la llegada del Reinado de Dios que construye una experiencia cualitativamente nueva de lo humano que, aunque ya expandida en sus signos, sigue estando muy condensada. De cada lector, de cada generación, de cada comunidad, dependerá en adelante la expansión de la virtualidad humana ahí condensada.
En la actualidad, hay corrientes de espiritualidad que buscan realizar en los humanos y en el universo aquello que ya está presente en el evangelio de Marcos: curar enfermos, devolver la dignidad, elevar el nivel de justicia entre los humanos, permitir que la vida se multiplique, o, mejor, se expanda en todas sus dimensiones, expulsar el mal, integrar historia y naturaleza, interior y exterior, vida y muerte, compromiso colectivo y fidelidad a una o uno mismo, eliminar la discriminación, crear comunidades de iguales en las que sea posible el reconocimiento de todas las diferencias constructivas, la integración de la sombra, la relación estrecha entre humanidad y divinidad sin que se confundan… la utopía, lo posible, lo que sigue en nuestras manos para bien y para mal. La conciencia de las mujeres, expandida y condensada a la par, en la experiencia de la resurrección es anuncio de un Jesús Resucitado, ciertamente. Pero también es la Buena Noticia, pasada por la propia experiencia, de que merece la pena morir de vida.
Para conocer un poco más a… MERCEDES NAVARRO PUERTO
http://www.verbodivino.es/cafe_literario/autor_mes.aspx?IdA=7538
Si pudieses compartir tertulia con un personaje bíblico, ¿con quién Te sentarías un rato a charlar? Buscaría una buena encina, y bajo su cobijo nos juntaríamos varias mujeres de distintas épocas. Elegiría a Lía, por eso de sentirse de menos ante su marido Jacob. A Débora, Miriam y la pitonisa de Endor, para charlar sobre la profecía: su potencia, maneras y riesgos. Invitaría a Dina y a la mujer del levita (Jue 19), para apoyar sus decisiones de autonomía y proponer finales distintos a sus historias…
Si tuviera la posibilidad de entrevistar un político a nivel mundial. ¿A quién escogería? En este momento no me apetece entrevistar a ningún político.
Entre las mujeres más habituales de la clase política, o sociedad en general, ¿a cuál de ellas elegirías para vivir un mes en tu comunidad? Del pasado invitaría a Hipatia (filósofa), las Beguinas, Juana Inés de la Cruz, Artemisia Gentileschi (pintora), Melany Klein (psicóloga). Del presente Wangari Maathai (bióloga ecologista), Flannery O’connor (novelista), Isabel Coixet y Itziar Bollain (cineastas), Elisabeth Schüssler F. y Marinella Perroni (exegetas feministas), Susan Sarandon (actriz).
Si tuvieras oportunidad de dar una conferencia ¿cuál es el tema que más te apasiona? Me apasionan los textos bíblicos, de los que hablaría sin parar. Me apasiona el ser humano, las mujeres sobre todo, el feminismo, las cosas que nos importan. Me apasiona el futuro. Y las vías abiertas para la Vida Religiosa femenina.
Si pudieses dar gracias por los cinco regalos más importantes de tu vida, ¿qué dirías? Gracias a La vida, el mundo, la gente, el feminismo, la historia, la cultura, mi época, mi siglo, la ciencia, el arte, el pensamiento, lo cotidiano…. Gracias al evangelio, el Reinado de Dios, Jesús, la figura de María, las mujeres de la Resurrección. La fe. Gracias por la amistad, mis amigas y amigos. Gracias por poder leer y escribir, que me parecen un milagro. Y por la libertad vulnerable aprendida como mercedaria y psicóloga.
Si subrayases una cita bíblica muy significativa para ti, ¿cuál sería? Las palabras divinas del AT, y de Jesús en los evangelios, que dicen “deja de temer”. Y, también, “tu fe te ha salvado”.
Si fuera alguien de las primeras comunidades cristianas, ¿quién sería? La mujer de la unción en Betania (Mc 14,3-9), sin dudarlo; y María Magdalena Mc 16,1-8), por supuesto.
Si tuviera que elegir un libro del Antiguo Testamento, ¿con cuál se quedaría? Con casi todos.
Si fuera algún símbolo del Nuevo Testamento. ¿Con cuál se identificaría? Con la luz y con el agua viva.