Pascua, el exceso de Dios. Amor, amistad, contemplación

Pascua es  paso de"oración": descubrimiento y despliegue del "exceso" jubiloso, desbordante, esperanzado de la vida, del Dios que se pasa "pasando" a nuestro lado, para ser siempre con nosotros. Se ha dicho que algunos "echan de menos" a Dios y que por eso son creyentes... Para los auténticos creyentes la verdad es precisamente lo contrario: Ellos "echan de más" a Dios...

Dios es para ellos el "más de los mases", lo sorprendente, lo más grande de la vida... Así es cuando se dice "estás que te pasas". Dios es aquello que se pasa, nos pasa, y de esa forma al "hacer que nos pasemos" en él (por él) nos hace capaces de amar en verdad, de vivir en amistad, de contemplar lo que somos al sobrepasarnos en él.

Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de...

  1. VIVIR EN AMOR, MIRAR SIN VELO. CONTEMPLACIÓN LIBERADORA

 Se ha dicho y repetido que el siglo XXI será místico o no será: o nos abrimos a un tipo de experiencia superior de interioridad y cultivo más hondo del misterio, o terminamos matándonos todas, de manera que no habrá para nosotros más vida posible sobre el mundo.

No es mala esa frase: el siglo XXI ha de abrir la puerta del misterio o correrá el riesgo de morir por su culpa, como había dicho Dios en el principio: “El día en que comáis el fruto de vuestro conocimiento egoísta, de dominio de unos sobre otros, moriréis” (cf. Gen 2, 17). Pero, a fin de entender esa palabra, hay que distinguir dos tipos de mística:  

Puede haber una mística destructora, más común de lo que se piensa, un deseo de tenerlo y explorarlo todo, en ansia de deseo violador (como los ángeles caídos Gen 6, 1‒8) y de dominio social, económico y mental, en la línea de lo que Ap 2, 24 llama las “profundidades de Satanás”.  

En contra de eso, la mística del evangelio es creadora de comunión, un conocimiento en amor, que vincula a los hombres con el Dios que sale de sí y que  les recrea para la vida y el amor redentor, que se expresa en la justicia, en la liberad de los oprimidos, en la acogida a los excluidos (en un camino de resurrección).

Amor redentor, civilización de amor

 Ni la mística vale por sí misma (si es sólo apertura individual o elitista al misterio), ni vale un tipo de iglesia o de vida religiosa si se encierra en sus signos sagrados, sin verdadero amor, como decía san Pablo (1 Cor 13). Lo que vale es la contemplación comunicativa (inefable y creadora de palabras) del amor, que mira, se admira y comparte gratuitamente la vida. Por eso, me propongo completar o interpretar la frase anterior (el siglo XXI será místico o no será) desde la vida religiosa y la teología de la iglesia:

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 – La vida religiosa del siglo XXI deberá traducir su experiencia de comunión de amor en forma de liberación de los oprimidos/cautivos o perderá sentido (dejará de existir). Muchos hombres han pensado que la sociedad sólo puede mantenerse sobre bases de poder sacral, sometimiento religioso y sumisión política. Pues bien, en contra de eso, retomando sus raíces evangélicas, la vida religiosa del siglo XXI ha de ser fuente de liberación personal y comunitaria, para abrirse luego en forma de comunicación liberadora.

La vida religiosa del siglo XXI deberá ofrecer espacios de comunión mística y de comunicación liberadora o perderá su sentido. Han existido entusiasmos y místicas elitistas, vinculadas a la evasión espiritual y a la imposición social. Pues bien, en contra de eso, la verdadera comunión mística ha de convertirse en comunicación liberadora, en la línea de la civilización del amor que han propuesto los últimos papas (desde Pablo VI).

Contemplación redentora: mirar sin velos, amor liberado  

Éste es un pensamiento que San Pablo desarrolló de manera sorprendente en 2 Cor 3, reflexionando sobre la identidad de un tipo de judaísmo y cristianismo. A su juicio, los judíos (o cristianos) de tipo legalista con los que discute en esa carta, habían puesto un velo sobre sus corazones, cada vez que leían a Moisés, y querían cumplir su ley, pues lo hacían con un corazón “endurecido”, de manera que la religión era para ellos un signo de sometimiento (una forma de mantener a los hombres oprimidos), pero: 

Cuando se vuelvan al Señor caerá su velo, pues el Señor es el Espírituy donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad (cf. 2 Cor 3,15-17).

 Esa es la verdadera contemplación, quitar el velo de los ojos del corazón, mirarse y admirarse en amor, en libertad, dándose la vida unos a otros. Esta luz de amor nos capacita para mirar a Cristo y descubrir en él a Dios, de forma que nuestra vida se transforme en amor, como sigue diciendo (2 Cor 3, 18):

  • En cambio, nosotros, contemplando sin velo la Gloria del Señor,
  • nos transformamos conforme a su imagen,
  • de gloria en gloria, según el Espíritu del Señor.

Podemos mirar sin velo al Señor, y mirarnos así, de manera transparente, unos a otros, en contemplación que es comunicación de vida. Sólo esta mirada mística, más alta, sin velo, nos permite descubrir a Cristo como libertad en el amor y como amor liberador. Nos hemos puesto con frecuencia un velo, para no mirar cara a cara, corazón a corazón, al Dios de Cristo, que se entrega y muere para que los hombres vivan, y para no ver tampoco a los hombres. Pues bien, la verdadera contemplación, que es ir viendo a Dios en ese mundo, consiste en rasgar ese velo, mirar cara a cara en amor al Dios encarnado en los pobres y cautivos, para redimirles.

No se trata, pues, de mirar por mirar (como un juego), ni de mirar para tener experiencias “místicas” de tipo elitista o superior al de otros, sino de dejarnos mirar en amor por Dios, que transforma y libera, haciéndonos mensajeros de liberación.  El conocimiento velado permanecía en un nivel de muerte, tenía miedo a que nos destruyeran, miedo a los otros (de los otros, los cautivos…), "pero nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3, 14).

El descubrimiento del sentido salvador de la muerte de Cristo (su entrega gratuita y creadora a favor de pecadores y excluidos) nos permite quitar el velo, porque el amor es transparencia y comunicación que libera, venciendo así la muerte (cf. Cant 8, 5-7). Por eso, no necesitamos ocultarnos en el miedo, ni temer la destrucción, porque hemos descubierto y contemplado algo más intenso y duradero que la muerte: el amor liberador de Cristo, el amor de la Trinidad liberadora.

2. AMIGOS, NO SIERVOS (JN 15, 15). CONOCIMIENTO LIBERADOR 

La Palabra se hizo carne

 Hay un conocimiento que es engaño, que nace y se expresa en el velo de las ideologías que nos ponen, y que nosotros mismos vamos poniendo ante los ojos, quedando de esa forma ciegos. En esa línea está el engaño de los que dicen que no puede cambiarse lo que hay, que la pobreza de algunos es un condición social, que la esclavitud es sólo un simple daño colateral de un sistema que en sí mismo funciona.

Esclavo es aquel a quien no dejan que conozca

 El conocimiento del Dios de Jesús es un saber de amor sin velo, que no engaña, que no oprime, que no oculta, que no expulsa, sino que capacita a los hombres y mujeres para conocer en verdad aquello que son y deben ser. Es un conocimiento de “amistad”, pues los hombres y mujeres han de ser todos amigos, en el sentido radical de la palabra:

 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor.Yo os he dado a conocer todo lo que he escuchado de mi Padre (Jn 15, 15a). 

 Por el contrario, las esclavitudes nacen de falta de conocimiento: Que unos impidan conocer a otros, o que los ignorantes no quieran conocer.  La raíz de la esclavitud está en el hecho de  que unos saben y otros no; unos manejan los “secretos” del dinero y otros los padecen. No nos comunicamos en amor, no compartimos la palabra de la vida, en respeto mutuo, valorando la palabra y la vida de los más pobres, de los excluidos sociales, de los niños…por eso unos acaban siendo esclavos de los otros.

La esclavitud es imposición 

 De esa forma, en su conjunto, de formas distintas, la vida de los hombres se ha convertido en relación de siervos y amos, de señores y esclavos, en términos de lucha por el reconocimiento, en claves de miedo y violencia, de mentira y frustración. Da la impresión de que para valorarse a sí mismos, unos hombres necesitan dominar sobre los otros, a base de mentiras, de imposiciones.  

En el principio de toda esclavitud se encuentra según eso la imposición de unos “amos” o señores, que no permiten que haya relaciones de reciprocidad con los “siervos”, que no comparten su conocimiento, que no se entregan en amor a los demás , compartiendo cada uno lo que tiene, a favor de los otros. Para eso se inventan jerarquías de opresión, un tipo de “religiones del poder”, que en el fondo son justificaciones ideológicas, defendidas con muchas razones falsas.

Separaciones para resguardarse

 En esa línea, los poderosos imponen unas relaciones de opacidad, pues ellos necesitan separarse para resguardarse, mentiras culturales, fronteras políticas, religiosos y sociales, y a veces incluso muros de ladrillo, hormigón o redes metálicas, para dejar fuera a los que juzgan peligrosos. La sociedad que surge de esta imposición es mentirosa y opresora, y de esa forma impone un “dios” de oscuridad (sin transparencia) sobre todos, amos y esclavos, a favor de los amos.

En contra de eso, Jesús dice os llamo amigo, es decir, os hago amigos a todos, porque os he dado lo que soy, os he dicho  lo que sé, de manera que podáis conocerme y conoceros unos a los otros, en gesto y camino de  amistad compartida. Este es el verdadero conocimiento: la expresión de lo inefable (Dios), que se traduce en forma de mutuo conocimiento de amor, para libertad y comunión entre todas.

Lo propio de la amistad es el conocimiento mutuo, en transparencia comunicativa, que se expresa a través de la palabra (os he dado a conocer...), pero abriéndose a todos los niveles de la vida, interpretada desde el recibir, el dar, el compartir. El Padre ha dado a Jesús todo lo que tiene, Jesús lo ha recibido, pero no para encerrarlo en sí, en forma egoísta, sino para ofrecerlo y compartirlo con sus amigos, de manera que estos, los hombres, se comuniquen la vida en amor, unos con otros.

Sólo la amistad libera

 Siglos de ley y miedo, de sacrificios violentos y expiación por los pecados (de justicia impositiva), habían situado la religión y vida humana bajo la disciplina de la imposición violenta, del silencio y la obediencia a los mandatos exteriores. A veces, incluso los mismos gestores sociales de la religión (sacerdotes y reyes) habían utilizado la visión de un Dios secreto, de poder, para imponerse con violencia sobre otros, teniendo sometido al pueblo. Pues bien, en contra de eso, Jesús ofrece a los humanos su experiencia de Dios su propia vida, como principio de libertad para (en) el amor, definiendo desde aquí el sentido de su vida, el valor de la libertad:

  – La servidumbre es falso conocimiento, es ignorancia opresora: el amo no comparte con su siervo lo que piensa, no le dice lo que hace, no le da su corazón, ni se desnuda en gratuidad delante de él. Por su parte, el siervo lleva puesto ante sus ojos un velo de ignorancia, va como arrastrado, sin saber por qué, y de esa manera se somete y obedece.

 – La amistad, en cambio, se define en términos de comunicación: el amigo revela lo que sabe y siente, lo que puede y ama (revelándose a sí mismo, en debilidad y grandeza), a sus amigos. Por eso, cuando dice ya no os llamo siervos..., Jesús se presenta a sí mismo como amigo y redentor (fuente de amistad) para todos los humanos.  En esa línea, los que antes eran siervos se hacen libres, porque conocen y comparten la vida.

 En esa línea, la mística cristiana se entiende como transparencia liberadora: Jesús se muestra  o revela a sí mismo, se ofrece plenamente, de manera que los suyos pueden contemplarle y compartir lo que son y lo que tienen, liberándose así para el gozo compartido, en gratuidad de amor. Eso significa que sólo podemos conocer a Dios conociendo y liberando a los hombres, de forma que todos nos conozcamos sin mentira, nos comuniquemos en amor (cf. 1 Jn 4, 20).

 oooooooooooo

 3. MÍSTICA Y CONTEMPLACIÓN CRISTIANA

Evangelio de Mateo

             Hay un tipo de mística que, en sentido extenso, desde una perspectiva de psicología y ciencia de las religiones, suele ir vinculada con fenómenos extáticos y con experiencias parapsicológicas, que muchas veces se atribuyen a la presencia e influjo de lo sagrado: el místico penetra de tal manera dentro de sí mismo que supera (transforma) el funcionamiento normal de su sensibilidad y  entendimiento, suscitando (descubriendo) un espacio mental más hondo en el que vienen a expresarse diversos fenómenos divinos (o demoníacos), que van más allá de la conciencia y del conocimiento normal. 

Jesús fue contemplativo, más que místico

             La contemplación cristiana (pudiendo expresarse también a veces en fenómenos extáticos) se identifica con un tipo de experiencia del Espíritu que brota de su vida y del sentido de su historia (muerte, pascua) y se expresa en claves de comunicación interhumana. Ciertamente, algunas comunidades cristianas antiguas (como de Corinto) han sentido y cultivado fenómenos de transcendimiento racional, de manera que muchos de sus miembros han "hablado en lenguas", superando el ritmo normal de la racionalidad discursiva.  Pero, como dice Pablo en 1 Cor 12‒14, la experiencia cristiana no se identifica con esos fenómenos, sino con la fe y el amor de Cristo, que se abre en forma de amor entre los hermanos.

En esa línea, Jesús no ha sido místico en el sentido ordinario del término (con técnicas de éxtasis) ni ha querido que sus discípulos lo fueran. Ciertamente, él ha creído en "espíritus" o fuerzas sagradas de tipo divino perverso (demoníaco) y proclamado su mensaje con la ayuda del Espíritu de Dios (cf. Mt 12, 28), es decir, apoyándose en la fuerza divina del reino. Pero, más que místico en la línea de esos fenómenos extraordinarios, él ha sido contemplativo: un hombre que ha centrado su vida en el amor de Dios y en el encuentro de amor con los demás, abriendo cauces de amor y comunión liberadora entre los hombres.

Si le llamamos místico, debemos añadir que es místico liberador, profeta del amor de Dios, mesías de la comunión: su palabra de Dios, su mesianismo, se identifica con el mismo gesto de la unión entre los hombres. Por eso ha entregado la vida en amor, poniéndola en manos de Dios, y en manos de los hombres, por amor a los necesitados. En esa línea es preferible llamarse “contemplativo en acción liberadora”, más que místico.

La esencia contemplativa del evangelio

 – La contemplación es la esencia más honda del mesianismo de Jesús, es decir, del Cristianismo. Jesús ha querido a los hombres (desde el Padre Dios), les ha mirado y ha entregado su vida por ellos, para suscitar así el reino del Espíritu, es decir, de la comunión universal (=civilización de amor), sobre la tierra. De esa forma ha sabido mirar y ha mirado en amor gozoso y liberador a los pobres y enfermos, entregando su vida por ellos, ofreciéndoles su amor en la Pascua.

– La contemplación constituye un elemento específico del cristianismo, pero ella es, al mismo tiempo, un fenómeno de tipo muy hondamente humano y por tanto religioso, vinculado al "ver y escuchar" en profundidad, en la línea de aquello que siempre han sabido videntes y profetas, poetas y amantes.  El contemplativo no quiere explorar misterios extraños (cf. 1 Cor 13), sino abrir los ojos y oídos, para dejar que la realidad más honda le alumbre y acompañe.

– El contemplativo no se ocupa de “suscitar” (producir o recibir) fenómenos psíquicos o mentales de tipo extático, sino dejarse transformar por el poder y belleza de la realidad (de Dios) que sale a su encuentro y le habla, especialmente a través de los hermanos. No se evade del mundo para encerrarse en el vacío de su mente, sino que admira el mundo, ama a las personas, dejándose amar por ellas. No se impone sobre las cosas, sino que deja que ellas le llenen e interroguen, le impresionen y transformen. 

  Un tipo de místico puede acabar siendo un solitario, alguien que explora su propio misterio divino, buscando su hondura superior, un nivel de realidad más alta (elitista) , para privilegiados como él. Por el contrario, el contemplativocristiano está siempre abierto a la gracia amorosa de Dios y al encuentro personal con otros: sabe mirar con intensidad, descubre y admira el valor de los demás, pudiendo avanzar así en la línea del diálogo personal, del amor mutuo.

Hay un tipo de místicos que pueden acabaramando su propia verdad interior (o su vacío). Por el contrario, el contemplativo está preparado para ver y dejarse ver por Dios  y por los demás seres humanos, y para amarles como tales, pues goza al mirarles y ayudarles y goza al dejar que ellos le miren. Lógicamente, para que culmine y alcance su plenitud en amor, la contemplación tiene que ser recíproca: mirar y ser mirado, amar y ser amado.

Contemplativos en el mundo

 Por eso, decimos que el evangelio, buena nueva de reino, ha sido y sigue siendo una experiencia contemplativa. Jesús ha buscado a los hombres y mujeres de su entorno, les ha ofrecido amor en gesto poderoso de transformación y ha dialogado con ellos por encima de leyes y opresiones que separan y distinguen a unos de los otros. Estrictamente hablando, él ha sido contemplativo en el mundo. Así ha desplegado el amor como mirada directa, amistad fundada en Dios, en transparencia, desde el centro de una sociedad convulsionada por las imposiciones y mentiras del mundo. Por eso, la herencia de su reino (su Espíritu) debe expresarse en formas de comunicación contemplativa: en diálogo de amor cercano comprensivo, liberador de mirada a mirada, de corazón a corazón.

Por eso, sabiendo mirar a Jesús en clave de amor, el contemplativo cristiano ha de expresar y expandir su mirada hacia los hombres y mujeres que viven a su lado, en comunicación gratuita que puede interpretarse en claves de enamoramiento.  Lógicamente, los grandes creadores cristianos han desarrollado la contemplación cristiana en formas de diálogo con Jesús, como ha hecho San Juan B. de la Concepción.   

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