Poder perverso. Riesgo de partriarcalismo

Quiero seguir planteando el tema del “poder sagrado”, de tipo político y religioso, tal como se ha mostrado de un modo especial en la religiones patriarcalistas, que culminan, según muchos, en las religiones y políticas imperiales. No hablo aquí del patriarcado, como experiencia y despliegue de la autoridad creadora del padre (en el contexto familiar, de autoridad compartida), sino de un patriarcalismo donde el poder/padre se separa y diviniza, imponiéndose sobre las mujeres (y los hijos, los esclavos etc). Pienso que un tipo de patriarcalismo ha sido y sigue siendo un poder destructor. Para recuperar al padre (junto a la madre, en un contexto de hermanos) debemos superar un tipo de patriarcalismo político-religioso. Y uno de los medios para hacerlo es conocer y presentar algunos de los elementos básicos de la patriacalización de la sociedad y de las religiones. Para superar el patriarcalismo y volver al patriarcado/matriarcado moderno, de tipo credor/fraterno/solidario hay que conocer su despliegue. Algunos dicen que uno de los último bastiones del patriarcalismo es la jerarqía de la iglesia católica. Un amigo me ha mandado la foto del Papa con los Obispos de la cúpula episcopal española y me ha dicho ¿no es eso patriarcalismo? Le he dicho que "no", pero me ha quedado cierta duda y desde esa duda escribo este post

Punto de partida.

El problema religioso principal no consiste en afirmar si Dios existe o si no existe, sino en saber cuál es el tipo de Dios que descubrimos o adoramos en nuestras religiones. El problema no es la oposición entre teísmo o ateismo, sino la idolatría (es decir, el culto a un Dios que sacraliza la violencia y que al final nos esclaviza). Por eso, la salvación religiosa está vinculada a la revelación del auténtico Dios, que se manifiesta como principio de libertad y vida para los humanos.

Teniendo esto en cuenta podemos desarrollar algunos rasgos convergentes de la visión patriarcalista de Dios en las grandes cultura paganas de los pueblos triunfadores dentro de eso que pudiéramos llamar la historia común asiático/ europea. Mitos de este tipo aparecen en el fondo de la historia de persas e hindúes, griegos y romanos, celtas y germanos (todos indoeuropeos), lo mismo que en la historia de los babilonios, sirios, cananeos (semitas), en una impresionante convergencia significativa.

En la mayoría de los casos, la figura de la diosa madre ha pasado a segundo lugar; también pierde importancia el equilibrio precedente de lo masculino y femenino, en sus diversas formas sacrales o sexuales. Pasa a segundo lugar la fraternidad, entendida como experiencia de comunión solidaria entre iguales. El lugar del Dios complementarios (masculino-femenino), Dios fraterno de la comunión entre amigos/hermanos (que será el Dios trinitario cristiano) ha triunfado en gran parte de las religiones un Dios de fuerza que se expresa en símbolos de padre, cielo, trueno, rey , poder engendrador, etc. Aquí resumimos algunos de sus rasgos principales. En su fondo está el mito del poder sagrado, del gran padre bueno y de la sumisión como virtud religiosa. No todos los rasgos que presento son igualmente importantes se da en todas las religiones/sociedad patriarcalistas, pero ellos nos indican bien una línea de sacralización del poder. Dominan sobre nosotros, nos oprimen... y encima se llaman Dioses.

a) Dios es ante todo padre

Padre y madre se encontraban en un principio vinculados, sin que dominara uno sobre el otro: el ser divino se identificaba en el fondo con la misma dualidad sexual. Pues bien, ahora podemos afirmar que el padre ha tomado el poder en tierra y cielo. La mujer, más vinculada a los ritmos de la generación y al cuidado de los hijos, pasa a un segundo lugar, viene a estar subordinada.
El padre-varón aprovecha su fuerza y su mayor libertad biológica (no está determinado por los ritmos de embarazo y lactancia) para imponer su dominio sobre el conjunto de la familia, que ahora viene a interpretarse y realizarse ya de una manera patriarcalista. Este padre/patriarca asume los dos poderes fundamentales: el dominio sobre la mujer (o mujeres) y la autoridad sobre los hijos (o sobre el conjunto de la familia), entendida como una especie de propiedad del padre.
Se trata, ciertamente, de un poder que dices ser bueno, que quiere presentarse como expresión del orden de la vida: así el padre/varón asume la responsabilidad y cuidado del conjunto familiar. Es evidente que para ello ha de apoyarse en Dios, a quien concibe como padre originario (origen y garante de su autoridad sobre la tierra). Pero, al mismo tiempo, es un poder ambiguo, que termina siendo malo pues está sustentado en la represión de la mujer y el sometimiento del conjunto familiar.

Un fenómeno religioso y social de este tipo (triunfo del padre) parece haberse impuesto en casi todos los pueblos de la tierra después del neolítico: se ha roto el equilibrio entre los sexos; la mujer viene a quedar subordinada; la vida se concibe como lucha-dominio y de esa forma queda dirigida por los "fuertes" es decir, por los varones. Lógicamente, la figura del padre de familia y del señor del grupo se proyecta sacralmente sobre el cielo, donde un Dios paterno domina sobre el resto de los dioses.

b) El padre está simbolizado por los cielos.

Estudiando las diversas formas de la hierogamia (desde México a China) podremos destacar un simbolismo casi universal: lo masculino aparece como cielo; la tierra es femenina. Ambos, cielo y tierra, se vinculan en unión sacral fundante. Pues bien, en un momento dado, que parece coincidir con la expansión y triunfo de los grandes pueblos indoeuropeos y semitas, los signos sagrados del cielo paterno se imponen sobre los restantes elementos religiosos. De esa forma triunfa Anu en los acadios, Yahvé entre los hebreos y Dyaus, Váruna o Zeus en los indoeuropeos. El mismo nombre de Dios parece que en principio significa "cielo": es la experiencia del espacio superior, que preside nuestra vida y que se expresa luego en formas masculinas.

La transposición familiar resulta coherente: la mujer es tierra, está subordinada; el varón, en cambio es cielo, es poder que organiza la existencia. En algunos casos la victoria de los cielos masculinos se precisa en términos solares: el gran astro del día es padre y por eso dirige desde arriba la existencia de los seres humanos; la luna,en cambio, es madre, vida misteriosa y sometida, siempre vinculada con las mutaciones de la tierra.

Quizá pudiéramos decir que en este plano la religión se identifica con el triunfo sacralizado de los grandes poderes celestes. La veneración sacral (experiencia de la fuerza creadora del sol y de los cielos) viene a explicitarse luego en forma masculina, avalando así el poder de los varones: la misma religión les hace superiores. Apoyándose en un orden celeste de tipo patriarcalista, como señores de violencia y racionalidad (o irracionalidad) política, los varones se adueñan del sentido y proceso de la realidad. En el fondo, ellos construyen una religión para su servicio.

c) El padre-Dios se expresa en la tormenta.

Casi todos los pueblos guerreros del grupo indoeuropeo y semita sacralizan el poder de la tormenta, interpretada como expresión de fuerza masculina. Esa misma tormenta está como encarnado en unos dioses que imponen su ly sobre la tierra. Lógicamente, los dioses del cielo dominan e imponen su ley sobre el mundo por medio del rayo. Ellos ejercen su fuerza en el cielo (en la atmósfera) obrando de un modo soberbio y sagrado, potente en verdad e imprevisible. Así vemos a Hadad/Baal en Siria, lo mismo que a Yahvé entre los hebreos: sobre el carro de las nubes avanza Dios con fuerza; lanza llamas de fuego, grita con la voz del trueno, impone su pavor sobre la tierra y la fecunda con su lluvia (cf Salmo 29).
Son dioses de tormenta los que triunfan y se imponen en las tribus indias y germanas, griegas y persas. Todos son ya masculinos, poderosos por su mismo sexo y por su fuerza; ellos dominan sobre el cielo y desde el cielo dictan su sentencia y reinan por encima de la tierra. Estos dioses presentan muchas veces rasgos que poemos llamar ambivalentes.

a) Por un lado son buenos, positivos, creadores: sin ellos la tierra acabaría volviéndose desierta, seca y muerta. Por eso resultan necesarios: de su intensa vida y de su fuerza nace el agua; ellos fecundan y alimentan a la tierra.
b) Pero al mismo tiempo, ellos aparecen como terribles, violentos, vengadores: se dice así que actúan de forma imprevisible, vienen cuando quieren y se expresan de una forma que resulta caprichosa (a no ser que la llamemos vengadora) entre signos de terror y destrucciones. Son signo del poder que se diviniza

Desde ese fondo ha de entenderse la función de las mujeres. Ellas son como la tierra que se debe mantener siempre en espera, aguardando pacientes la llegada caprichosa, violenta y fecundante del esposo cielo en la tormenta. Lógicamente, ellas están siempre dispuestas, manteniendo una actitud pasiva, receptiva. Dependen así del humor, de la violencia del varón que está representado sobre el cielo por el Dios del rayo. En este gran signo del cielo/sol convertido en fuerte principio de tormenta que golpea la tierra para fecundarla viene a reflejarse gran parte de la simbología patriarcal en clave masculina y femenina. Monstruo celeste es este dios patriarcal y no un cariñoso ser humano; más que amor impone miedo y terror entre los seres humanos (especialmente entre las mujeres)

d) El padre-Dios del cielo se convierte en Rey.

La mayor parte de estos dioses paternos del cielo y tormenta aparecen como "soberanos". Por eso se entiende su divinidad como "poder" sobre los dioses (seres divinos inferiores) y los hombres. Váruna o Yahvé, Júpiter o Zeus se presentan de esa forma como "reyes" (organizadores y garantes) del orden y vida de la tierra. De esta forma se transpone a lo celeste el esquema político del reino de este mundo (y viceversa). Lógicamente, los grandes dioses reyes de los cielos sostienen la existencia, el orden del conjunto de los seres.
Muchas veces se ha notado que estos dioses-reyes no "gobiernan" en sentido político, exterior, interviniendo en los acontecimientos concretos de la historia. Ellos no suelen actuar de una manera detallista. Quizá pudiéramos decir que reinan por su ser: su misma realidad es clave del valor de todo lo que existe. En el vértice y centro de la realidad, como garante del orden del universo solemos encontrar a un Dios : el padre de los cielos toma ya los rasgos de un monarca masculino.

Acentuando su poder, algunos de estos dioses (Yahvé, Zeus) pueden transformarse luego en divinidades de tipo universal, llegando a convertirse en signo de un monoteísmo religioso o filosófico de tipo masculino. Así se sacraliza para siempre al figura del varón dominador (del rey-padre) como fundamento y centro de todo lo que existe. Lógicamente, los reyes de la tierra acaban (o empiezan) recibiendo un carácter religioso. El Dios-monarca de los cielos actúa por el soberano de este mundo; invirtiendo el argumento se podrá decir también que los reyes de la tierra se desvelan como signo y prueba (condición) de lo divino. Es evidente que en esta perspectiva lo divino viene a presentarse antes que nada como principio y contenido del poder en el doble sentido de majestad (lo que es superior) y de imperio (aquello que se impone).
Se trata de un poder ambivalente. Por un lado garantiza el orden y sentido de este mundo (el Dios rey ha vencido al caos). Por otro lado viene a presentarse de forma imprevisible y dominadora: somete a los seres humanos con su fuerza; dice que les “salva”, pero de hecho les domina, se impone sobre ellos. Este Dios rey es el poder sacralizado. Es como si sólo a base de terror pudiera conseguirse orden y vida.


e) Gran parte de estos dioses patriarcales son guerreros.


Ellos adquieren y mantienen su dominio por la guerra. Así se dice que Yahvé o Marduk han sido entronizados después que derrotaron a los fuertes poderes adversarios (al caos primigenio femenino, a los monstruos de la muerte). Los dioses-reyes de Grecia, señores del Olimpo, dirigidos por Zeus, se han impuesto sobre el mundo después de dominar a las potencias kthónicas del caos, de la tierra, de la sangre y de la muerte. Reina Zeus porque ha derrotado a los titanes peligrosos, a los viejos monstruos de inconsciencia y sangre que tenían a los hombres sometidos. Algo parecido hallamos en las mitologías de los más antiguos arios de la India o Persia. Así se sacraliza de manera universal una visión de fuerza y de violencia.
Sólo ahora se puede afirmar que la violencia o guerra es "padre de todo lo que existe" en frase clásica de Heráclito (fr 53). Por la fuerza han vencido los dioses patriarcales y guerreros que parecen dirigir la historia de los pueblo. Estos son los guías, el modelo de los conquistadores de las grandes naciones de la India y Persia, de Grecia y Roma. Por medio de ellos se "consagra" y ratifica, en perspectiva religiosa, una cultura patriarcalista, expandida y mantenida en clave de violencia.
También Israel ha comenzado sacralizando al Dios de la guerra, Yahvé, en gran parte de sus himnos y relatos religiosos. Pero, en un momento determinado, la nueva evolución religiosa de los profetas ha invertido esta visión y ha explicado el triunfo de los dioses de la guerra en clave de "victoria demoníaca". Gran parte de los libros apocalípticos judíos (de 1 Henoc a 4 Esdras) han querido mostrar y han mostrado que en el fondo de los grandes imperios triunfadores (Babilonia y Persia, Siria y Roma) no se encuentran ya los dioses de la vida sino "bestias destructoras" (cf Dan 7). De esa forma, lo que antes era señal de presencia divina (triunfo en la guerra) viene a convertirse en expresión de la maldad y violencia de la historia (de lo diabólico). En este mundo duro en que vivimos ya no triunfa Dios, triunfan los malos, los demonios.
Israel ha realizado de esa forma una inversión radical de los valores masculinos, al menos en el sentido normal en que se suele utilizar esa palabra.

Los mismos dioses de los pueblos triunfadores, concebidos como padres-reyes-guerreros que pretenden mantener el orden del mundo por la fuerza, vienen a entenderse ahora como demonios y enemigos de lo humano. De esa forma interpretaron los apocalípticos judíos el despliegue o destino religioso y social, político y guerrero de los pueblos del entorno: allí donde los hombres alcanzan el poder por la violencia, allí donde se dejan dirigir por los señores-dioses de la guerra y llegan a triunfar sobre otros pueblos de este mundo, ellos se vuelven bestias malas, expresión de lo diabólico. En otras palabras, en el mismo lugar donde culmina la divinización del poder (que quiere presentarse a sí mismo como el único o gran dios sobre este mundo) los judíos piadosos de ese tiempo (entre el siglo IV y I a. dd C.) han visto el triunfo del poder antidivino. Esto nos puede llevar a una demonización de los rasgos masculino. En el fondo, el poder de los varones guerreros de interpreta como una expresión del diablo.

f) Dioses violadores.

Todos estos dioses de la fuerza y la tormenta (padres-reyes-guerreros) son famosos por su violencia sexual que ejercen de forma orgullosa. Aquí debemos recordar el símbolo del toro que ha sido bien sacralizado desde la India y Persia hasta Palestina, Siria y Grecia. El toro es animal de la potencia sexual y de la fuerza. Por eso puede convertirse en "ídolo", expresión de lo sagrado.
Los israelitas ortodoxos (partidarios de un Dios transcendente, sin figura) han luchado a lo largo de siglos contra el culto a Baal-Toro o el mismo Yahvé-Toro, es decir, contra aquel Dios que se refleja en la potencia sexual de los varones. Pues bien, a pesar de la crítica judía, este Dios-Toro ha triunfado en casi todo el oriente antiguo. El mismo Zeus aparece en esas formas animales, reflejando y condensando la potencia genital, engendradora de de los machos.
Desde este fondo, en perspectiva social y religiosa ya no puede hablarse de una "dualidad sagrada" en que varón y mujer son complementarios. La mujer se ha convertido en figura subordinada. Ya no influye activamente, no es siquiera un elemento de la dualidad sagrada. Ella se limita a esperar, a recibir, dejando que el dios-macho sea quien actúe. De la guerra social (el Dios que vence a los poderes enemigos) hemos venido a la guerra sexual: el Dios varón debe conquistar y dominar a la mujer para poseerla. La misma religión, centrada en la figura de los dioses garantiza ya el dominio de los varones que mantienen sometidas a las mujeres (a las diosas); podemos decir que las violentan o las "violan".
Son numerosas las figuras y los gestos que reflejan esta perspectiva religiosa. Conocemos bien las aventuras, raptos y violencias sexuales de Zeus: el Dios supremo de los cielos, el jefe del panteón de los olímpicos, impone su dominio a las hembras, en gesto que la mitología ha recogido y repetido sin protesta. Baste recordar aquí la historia y nacimiento del más grande de los héroes de Grecia: Hércules o Heracles. El mismo Zeus, Dios supremo, engañó a la madre Alcmena, seduciéndola de forma mentirosa (tomando la apariencia de Anfitrión, marido ausente). Así, de un Dios sexualmente perverso y de una mujer violada nace la estirpe triunfadora y violenta de los hombres.
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