Pregón del Año Santo. Jubileo de la Misericordia (1)

El Papa Francisco proclamó con su Bula “El Rostro de la Misericordia” (=MV,11.4.2015) un Jubileo Extraordinario, que empezará el próximo día de la Inmaculada, 8.12.2015, y se extenderá a lo largo del 2016, como tiempo propicio para que la Iglesia haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.


“El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia... Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (Francisco, MV 3).


Con esta ocasión, retomando y recreando unos textos que he venido preparando para el Gran Diccionario de la Biblia, y un trabajo más centrado en el tema, que publicaré pronto con el título de Amor Entrañable. Las obras de misericordia, quiero ofrecer, para este día de la Inmaculada y los que siguen, un pregón bíblico, teológico y pastoral sobre la misericordia.


Desarrollaré de esa manera un pequeño Tratado de la Misericordia, en un tiempo que parece amenazado por la intolerancia y dureza de millones de seres humanos.

Como reza el subtítulo quiero empezar con una referencia al tema de la misericordia en las religiones (ampliando lo que dice Francisco en MV 23), siguiendo con una visión de conjunto de la misericordia en el AT y en el NT. Buen día de la Inmaculada a todos, comenzando un año de misericordia.
Un amigo (L.V. Cárdenas) me manda: https://www.youtube.com/watch?v=bgQCQLrrbOk&feature=youtu.be


1. HISTORIA DE LAS RELIGIONES[1]

El tema de la misericordia ha sido frecuente en las religiones y así lo presentamos, como experiencia de diálogo y vínculo de vida y compromiso de comunión entre las diversas culturas religiosas de la tierra. Los cristianos no somos los “dueños” de la misericordia de Dios y de la vida, pero queremos insistir de un modo especial en ese tema, que puede convertirse en principio y espacio de encuentro para todos los creyentes; nos separan quizá dogmas e historias pasadas. Puede unirnos la misericordia, entendida de formas convergentes. Citamos sólo cuatro ejemplos.


1. Religiones paganas. Isthar, diosa de la misericordia (Babilonia). Ishtar o Ashtarté es una rica expresión de la divinidad en el oriente antiguo. Ella tiene rasgos fuertes de misericordia, como dice su himno: «Ella es poder, magnificencia, deidad protectora y espíritu guardián. Ella mantiene la compasión y la amistad. Además posee ciertamente el agrado. Sea esclava, muchacha libre o madre, ella la protege. Se la invoca entre las mujeres, se menciona su nombre» (J. B Pritchard, Sabiduría del Antiguo Oriente, Garriga, Barcelona 1966, 274). Ishtar es signo de amor universal, diosa que crea el orden del mundo, pero no con violencia, sino con ternura, en contra de Marduk que se impone por la fuerza y carece de misericordia.

2. Hinduismo, una misericordia mística. Parece una religión más racionalista que misericordiosa. Ella deja al hombre en manos de su propio esfuerzo, de su capacidad de meditación interior y de trascendimiento. Cada uno se salva o libera a sí mismo, si es que logra superar la cadena de las reencarnaciones, cerrada por la muerte. Por eso resulta más difícil la experiencia de un Dios personal, que ama a los hombres de un modo gratuito y cariñoso. Pero el hinduismo tardío ha desarrollado una vía de la devoción (→ bhakti), vinculada a la misericordia.

En este contexto se suele destacar la visión de una divinidad (sobre todo Vhisnú) más cargada de ternura, con rasgos femeninos (o con una diosa/esposa), ofreciendo a los hombres y mujeres su amor, por encima de la dureza de las leyes cósmicas. Superando la acción supramundana (ascesis) y la contemplación (camino intelectual) emerge así una religión del sentimiento amoroso y compasivo. Siguiendo la línea de la → Bhagavad Gita, muchos creyentes de la India han descubierto el valor de una experiencia inmediata de un Dios que, siendo fuerte trascendencia, viene a presentarse, al mismo tiempo, como amigo, amor cercano, madre o padre cariñoso.

3. Budismo, compasión universal. La primera verdad de budismo es que todo es sufrimiento. Por eso, la vida no nace de la misericordia de Dios, sino que es lucha y muerte. La segunda verdad: es que el origen del sufrimiento es el deseo, es decir, el ansia de tener, oponiéndose a los otros. Lógicamente, la tercera verdad se formulará de esta manera: para anular el sufrimiento hay que superar los deseos: no desear nada, esa es la manera de salvarse, esto es, de alcanzar el nirvana.

La superación del deseo enciende dentro de nosotros otra luz superior: podemos ser “iluminados”, participando así del camino del camino de misericordia de Buda. Por eso, en principio, no se puede hablar de misericordia. Pero, en un segundo momento, todo el budismo aparece como expresión de misericordia, con sus tres momentos de Maitri o benevolencia universal, de Dana o piedad por los que sufren y de Karuna o solidaridad empática con todos los que sufre.

4. Islam.Todas las suras del Corán empiezan con la invocación Bismillah er-Rahman er-Rahim, en decir, En el nombre de Allah, el Compasivo, el Misericordioso. Estas palabras, inspiradas quizá en Ex 34, 6-7, constituyen el principio de la experiencia musulmana. Desde ese fondo se pueden citar otros pasajes: «Vuestro Dios es un Dios Uno. No hay más Dios que Él, el Compasivo, el Misericordioso» (Corán 2, 163).

«Aquellos cuyos rostros estén radiantes gozarán eternamente de la Misericordia de Dios» (Corán, 3, 107). «Vuestro Señor se ha prescrito la Misericordia, de modo que si uno de vosotros obra mal por ignorancia, pero luego se arrepiente y enmienda… Él es Indulgente, Misericordioso» (Corán 6, 54). «¡No desesperéis de la Misericordia de Dios! Dios perdona todos los pecados. Él es el Indulgente, el Misericordioso» (39, 53).

2. ANTIGUO TESTAMENTO.
DIOS CLEMENTE Y MISERICORDIOSO! (Ex 34, 4-28)[2]


La tradición israelita, expresada en los profetas y en la escuela del Deuteronomista sabía que el pueblo había rechazado reiteradamente el compromiso de la → alianza, corriendo así el peligro de perder su identidad y aniquilar su vida. A pesar de eso, Dios se ha mantenido fiel: no ha roto su alianza, no ha negado el favor de su presencia a los que un día quisieron le aceptaron como Señor. Esta historia de fidelidad de Dios que sigue ofreciendo amor/alianza a los mismos que le niegan se ha expresado de forma admirable en Ex 32-34.

Ha subido Moisés a la montaña de la revelación: el Dios del pacto va a mostrarle en cuarenta días las formas y sentido del templo/tabernáculo itinerante donde habitará entre los suyos (Ex 25-31). Pues bien, en esos mismos cuarenta días de revelación (Ex 23,18), el pueblo, en cuyo centro quiere morar y caminar Yahvé le olvida y niega: rechaza el pacto y pide a Aarón, el sacerdote, que construya una figura de Dios, un dios tangible que les brinde protección y vida (cf. Ex 32).

Esta es la triste ironía del relato: Dios vela por los suyos, desde el monte de su gracia, cumpliendo de esa forma el compromiso de la alianza (¡estaré con vosotros!); mientras tanto pueblo y sacerdotes se cansan, se alejan y le niegan. En este momento de “suspense teológico”, con la historia como detenida, sin saber lo que podrá pasar (¿perdonará Dios?) romperá su alianza?) se sitúa este relato, con la revelación suprema de Dios como Misericordia. Después que los israelitas han negado a su Dios, construyendo el Becerro de Oro, Moisés sube de nuevo a la montaña:

Y Yahvé pasó ante él (ante Moisés) diciendo:
¡Yahvé, Yahvé, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia y lealtad,
misericordioso hasta la milésima generación;
que perdona culpa, delito y pecado,
pero no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos,
hasta la tercera y cuarta generación! (Ex 34, 6-7).


Moisés ha pedido perdón por el pueblo y, respondiendo a su plegaria en favor de Israel (cf. Ex 33), Dios renueva la alianza, ofreciendo un nuevo camino de alianza. Por eso le pide que labre otras losas y vuelva a la montaña donde escucha la gran palabra.

(1) Dios es compasivo y misericordioso. De esa forma actúa como madre entrañable (rahum), madre que cuida a sus hijos, como Señor misericordioso (hannun), que ama a los pecadores.

(2) Dios es rico en clemencia y lealtad (=rab hesed we´emet). El hesed o clemencia se puede interpretar como “amor de alianza”: aunque los hombres lo rompan, Dios la mantiene; aunque sus “fieles” le dejen, construyendo el becerro en la llanura, Dios no puede abandonarles.

Este pasaje ha superado los esquemas moralistas en los que Dios aparece actuando por ley, ha superado una visión de la justicia, por la cual se corresponden Dios y el hombre: ¡cómo el hombre actúa, Dios responde! De esa forma se revela aquí la trascendencia de Dios en forma de misericordia: Dios pacta con nosotros y nos pide una respuesta, pero su amor y su respuesta sobrepasan el nivel de los méritos y acciones de los hombres.

Ciertamente, Dios castiga la culpa de los padres en los hijos (hasta cuatro generaciones), como supone la experiencia del exilio, que ha durado más o menos ese tiempo. Pero la corrección pasa pronto y queda abierto de nuevo el camino de la misericordia hasta mil generaciones, es decir, desde siempre y para siempre.

El futuro de la historia de los hombres no depende de sus obras, es decir, de lo que ellos haga, sino que se sostiene por la misericordia: Dios mismo es la esperanza de futuro, es garantía de ternura (perdón y compasión), firmeza perdurable. Precisamente, en el lugar donde parecía que la historia acababa, viene a elevarse la palabra de promesa y esperanza de Dios para los hombres. Desde aquí se entiende la petición de Moisés:

“Si he obtenido tu favor ¡oh Señor! (=Adonai) que mi Señor venga con nosotros, aunque este es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómalos como heredad tuya” (34, 8-9).

Esta es la oración de la misericordia, la actitud israelita más profunda:«El rostro de la alianza se desvela desde el rostro del amor paternal inquebrantablemente fiel. El Señor eligió a su pueblo, no porque lo mereciera por su grandeza o su bondad. Más bien, era un pueblo pequeño, pobre y rebelde. La promesa y la liberación de la alianza son un latido de sus entrañas de Padre. Así se ve, cuando se ha recorrido el camino…

El rostro del Señor de la Alianza, es el rostro en el que aparecen las entrañas de misericordia (rahamim) del mismo Dios. Esta expresión nos presenta las últimas raíces del amor paternal. Los hijos son las “entrañas” de los padres, las entrañas entregadas…. El Señor, que sale al encuentro del pueblo oprimido, su libertador, es el Padre de las entrañas de misericordia, de la ternura y del amor, de un amor que, por una parte es gratuito e incansable y por otra es inquebrantable y fiel. Su misericordia es presencia y trascendencia, una presencia que se regala en gracia y que, al tiempo, alienta al compromiso» (M. Legido, Misericordia entrañable, Salamanca 1987, 119-120).

3. NUEVO TESTAMENTO
EVANGELIO DE MARCOS Y MATEO[3]


El amor misericordioso constituye un elemento distintivo del evangelio de Jesús, tal como lo han destacado Marcos y Mateo, desde su perspectiva de superación de un tipo de religión legalista, que parecía centrado en el cumplimiento de la ley de purezas nacionales. De la misericordia de Dios en los evangelios de Lucas y de Juan habrá que tratar en oro apartado.

1. El evangelio de Marcos

ha destacado la misericordia de Jesús en dos lugares clave y con dos palabras que definen su acción sanadora. La primera (splagkhidsômai, vinculada al rehem hebreo) evoca un tipo de cercanía o afecto entrañable, que brota del contacto más hondo, vinculado a la intimidad de la persona (a su vientre materno, a sus entrañas personales). La segunda (eleos, vinculada al hesed hebreo) designa, al mismo tiempo, la piedad y la fidelidad, la ayuda a los necesitados y el cumplimiento de la alianza.

1. Tuvo misericordia de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. El texto entero dice así: «Jesús, saliendo (de la barca) tuvo misericordia (=esplagkhnisthê) de ellos, porque eran como ovejas sin pastor y comenzó a enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34). Jesús ha ido con sus discípulos a descansar, buscando un lugar desierto; pero encuentra a la muchedumbre de necesitados que salen a su encuentro: deja que le llegue su dolor y desamparo, que le afecte hasta la entraña. Por eso les enseña: la misericordia se convierte de esa forma en fuente de palabra o enseñanza, en amor que educa y promueve a los que están perdidos en el mundo.

El evangelio de Mateo, que acentúa esta experiencia de enseñanza en Mt 9, 36-37, ha interpretado la misericordia de Jesús como principio de sanación: “tuvo piedad, curó a los enfermos” (Mt 14, 14). Tanto Marcos como Mateo, cuando presentan la acción de Jesús con los enfermos, “no sólo piensan en las enfermedades y dolencias que había curado, sino en la situación de irredención, en la carencia de Dios y en el desamparo último en que se encuentran los hombres y a los que el Reino viene a subvenir, trayendo a Dios mismo como realidad sanadora y santificadora” (cf. O. González, 62).

Esta misericordia entrañable se amplía después en la multiplicación de los panes: la misma enseñanza de Jesús se expresa en forma de alimento para los hambrientos: la misericordia nos lleva a descubrir las necesidades espirituales y materiales de los demás, para así ayudarles (cf. Mc 6, 35-44).

2. Hijo de David, ten misericordia de mí. Jesús culmina su última etapa antes de subir a Jerusalén. Todo lo que ha dicho y hecho se condensa ahora, culmina ahora, en la escena del ciego Bartimeo, que estaba sentado y pidiendo limosna en el camino que va de Jericó a Jerusalén: «Y oyendo que pasaba Jesús el Nazareno (Nazoreo) se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten misericordia de mí! Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte:¡Hijo de David, ten misericordia de mí!…» (Mc 10, 47-48). Lo más importante del pasaje es la petición del ciego: ¡ten misericordia (eleêson) de mí!.

La liturgia posterior de la iglesia ha mantenido por siglos esta petición, al comienzo de la celebración eucarística, en la misma lengua griega del evangelio, conforme a la versión de Mateo: Kyrie eleyson (Señor ten misericordia). Ésta puede ser una petición donde se implora el perdón de los pecados o la curación de los enfermos. Sin embargo, de manera más general, ella ha de entenderse como una confesión de fe y una petición de ayuda. Jesús aparece así como alguien que puede revelar la misericordia de Dios, su fidelidad personal, que expresa en el mundo el hesed de Dios, de que hablaba el Antiguo Testamento. Jesús aparece así como el Hijo de David misericordioso, aquel que acompaña en el dolor a los hombres.

Por eso, todo el evangelio de Marcos se puede interpretar como una expresión de la misericordia salvadora de Jesús, que se entrega hasta la cruz para salvar a los excluidos de la sociedad y a todos los marginados y dolientes de la tierra. El evangelio de Mateo recoge la misma experiencia del ciego que grita: de Hijo de David, misericordia mesiánica (Mt 9, 27). De esa forma muestra que Jesús no es Hijo de David por ser monarca, sino por ser caritativo y sanador, en la línea de Salomón el sabio. Ahora viene a presentarse como verdadero sabio, más alto que Salomón (cf. Mt 12, 42). Por eso le aclaman estos ciegos (son dos: para que su testimonio pueda valer jurídicamente: Num 35, 30; Dt 17, 6), diciendo: “ten misericordia de nosotros, Hijo de David”. La realeza se identifica, según eso, conla misericordia. Sólo puede ser Mesías aquel que se compadece de los hombres.


2. El evangelio de Mateo

sigue el esquema y asume los dos textos básicos de Marcos, como ya hemos señalado. Pero añade otros que son fundamentales, desde su propia visión de la misericordia, en la que culmina la religión israelita y se define el evangelio de la salvación universal, que Jesús proclama desde la montaña de la pascua (Mt 28, 16-20).

1. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Mt 5, 7). Si el amor es la naturaleza de Dios, también la criatura, imagen suya, está llamada a hacerse misericordia. Se trata de adquirir la perfección del Padre, como dirá Mt 5, 48: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (cf. paralelo de Lc 6, 36: “sed misericordioso, como vuestro Padre es misericordioso”). El ideal de santidad y de perfección al que Cristo llama a sus seguidores se concreta en las obras de misericordia espiritual y corporal, que son las formas más elevadas de amor al prójimo. Jesús advierte que el juicio final recaerá sobre las obras de misericordia y de bondad que hayamos practicado con el prójimo. Así lo muestra en Mt 25, 31-46. La misericordia divina nos precede y fundamenta, de tal manera que, apoyados en Dios, también nosotros podemos ser misericordiosos.

2. Jesús es Siervo Misericordioso de Dios, porque ama y sana a los enfermos (Mt 8, 17). Jesús es Siervo de Dios porque sufre con los hombres (se identifica con la debilidad humana) y porque le sana (expulsa a los demonios, sana a los enfermos). Jesús cura por misericordia: encarnándose en la debilidad de los leprosos y enfermos, las mujeres con fiebre y los endemoniados, compartiendo el sufrimiento de los pobres y enfermos.

3. Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13). Ha pedido a Leví, publicano, que le siga. Leví le ha invitado a su casa y él ha ido. Los fariseos, guardianes de la separación y santidad nacional de Israel, le acusan porque ha roto las normas de limpieza del pueblo, comiendo con pecadores. Jesús responde: “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; id y aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios” (9, 12-13, con cita de Os 6, 6). “El corazón de la fe no reside en el sacrificio como tal, realizado de forma legalista, sino en la disponibilidad para la misericordia, que precede, acompaña y sigue al mismo sacrificio. A la dimensión del rito se une, de manera inseparable, la dimensión del perdón y del amor”.

El Mesías de Dios se define por su misericordia: comiendo con los pecadores, Jesús se solidariza con ellos, les ofrece su amor (amistad) y les llama al reino de los cielos.Jesús es un radical (alguien que lleva su opción hasta las últimas consecuencias), pero no es un purista: no rechaza a los pecadores, no les humilla exigiéndoles un cambio previo de conducta. De esa forma viene a mostrarse como expresión del Principio Misericordia: no llega el Reino, no se transforma la humanidad, a través de la ley, sino por el amor cercano y gozoso: “misericordia quiero y no sacrificios”.

4. El yugo suave de la misericordia. Jesús se encuentra íntimamente vinculado al Padre de quien recibe y en quien posee todo. Por eso puede presentarse como Mesías de la misericordia. Así pide a los hombres y mujeres que vengan, para recibir su misericordia, para ser acogidos en su comunidad de amor, por encima de toda ley del mundo: «Venid a mí todos los agotados y cargados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera» (Mt 11, 28-29).

Frente al peso de la ley, eleva Jesús el yugo suave de su filiación divina. Sólo así, como Hijo del Padre, puede elevar su palabra ante los hombres y llamarles, para que vivan en libertad y puedan gozar de la existencia. La misericordia se define así como descanso: como plenitud de vida que se ofrece precisamente a los más pequeños del mundo. El “yugo” del Dios de Jesús es precisamente su amor misericordioso, en la línea de la mejor tradición del Antiguo Testamento desde Oseas hasta Isaías: encontramos al Padre por Jesús, en el ca¬mino de su vida y su mensaje, en la esperanza de su reino y encontramos a Jesús desde Dios, pues el Padre le ha concedido todo lo que tiene

5. Una religión de la misericordia. Cristo amenazado (Mt 12, 6- 7). Como sabe ya Mc 2, 23-28, sábado y templo eran dos instituciones fundamentales para el judaísmo oficial: ellas expresaban el poder y providencia salvadora de Dios; eran la esencia de la religión de un judaísmo sacerdotal, centrado en la pureza de la nación sagrada. Pues bien, curando a los enfermos y ofreciendo alimento a los hambrientos, Jesús aparece como superior a sábado y templo, pero no él, como persona aislada, sino como principio de misericordia. Por eso, en el contexto de una disputa sobre el sábado y sobre el sentido de los sacrificios, Jesús añade, defendiendo a sus discípulos: “Os digo: aquí hay (alguien) mayor que el Templo: Si supierais lo que significa misericordia quiero y no sacrificio (Os 6, 6) no condenaríais a los inocentes. Pues el Hijo del Hombre es Señor del Sábado” (Mt 12, 6-7).

6. Este es mi Siervo… Misericordia y justicia (12, 15-21). Mateo define expresamente a Jesús como Siervo amado de Dios, destinado a liberar a los hombres, en gesto de solidaridad abierta a todas las naciones: “He aquí mi Siervo, a quien he escogido…No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve la justicia a su victoria y en su Nombre esperarán las naciones” (Mt 12, 18-21). Estas palabras muestran que Jesús ha redimido a los hombres con su misericordia cercana y no con un poder de imposición.

Desbordando la frontera israelita, este siervo puede realizar una tarea de justicia que se extiende a todas las naciones. El texto parcialmente paralelo de Lc 4, 18 destacaba los milagros de Jesús. Éste acentúa su justicia misionera, pero interpretada ya en forma de misericordia. Dios es justo precisamente siendo misericordioso: puede ayudar a los demás y llevar al mundo entero el plan salvador de Dios porque entrega la vida en favor de todos. Precisamente allí donde supera la clausura israelita, por obra del Espíritu, en gesto de profunda cercanía humana, Jesús puede presentarse como portador de justicia y esperanza para todas las naciones.

7. Las cosas más profundas de la Ley: justicia, misericordia y fidelidad (Mt 23, 23). Estas palabras están en el centro de la gran disputa de la comunidad cristiana con otros tipos de judaísmo, que ponen más de relieve otros aspectos de la ley nacional. En contra de eso, el Jesús de Mateo, siguiendo en la línea de Ex 34, 6-7, ha centrado la religión en la verdadera justicia de Dios (crisis) se revela en la misericordia (eleos) y se acoge en la fidelidad (pistis) ala alianza. En este contexto se sitúan las obras de misericordia. La culminación del tema, no sólo en Mateo, sino en todo el Nuevo Testamento, aparece en Mt 25, 31-46, texto que estudiamos por separado al ocuparnos de las obras de misericordia, sabiendo que el texto las presenta, al mismo tiempo como “obras de servicio” (diakonia) y de “justicia” (propias de los justos: hoi dikaioi).

(queda pendiente el tema de las obras de misericordia en Mt 25, 31-46).

[1] Cf. M. Eliade, Historia de las creencias e ideas religiosas I-III, Cristiandad 1978s; C. Poupard “Misericordia”, en Id. (ed.), Diccionario de las religiones, Herder, Barcelona 1987, 1185-1198; Para el Corán, cf. J. Cortés, El Corán, Herder, Barcelona 1995

[2] Además de comentarios a Ex, cf. F. Asensio, Misericordia et Veritas. El Hesed y ‘Emet divino, su influjo religioso-social en la historia de Israel, Gregoriana, Roma 1949; G. R. Clark, The Word Hesed in the Hebrew Bible, JSOT SuppSer 157, Sheffield 1993; J. R. García-Murga, El Dios del amor y de la paz, Comillas, Madrid 1991; N. Glueck, Hesed in the Bible, Cincinnati OH 1967; E. Kellenferger, Hesed waemet als Alsdruck einer Glaubenserfahrung, ATANT 69, Zürich 1982; M. Legido, Misericordia entrañable,Sígueme, Salamanca 1987; K. D. Sakenfeld, The Meaning of Hesed in the Hebrew Bible: A New Inquiry, HSM 17, Missoula MO 1978; I. M. Sans, Autorretrato de Dios, Serie Teología 28, Deusto, Bilbao 1997.

[3] Cf. F. Riera, Jesús de Nazaret. El Evangelio de Lucas, escuela de justicia y misericordia: una historia de Dios subversiva y fascinante, Desclée de Brouwer, Bilbao 2002; C. Roccheta, Teología de la ternura. Un evangelio por descubrir, Sec. Trinitario, Salamanca 2001; O. González de C., La Entraña del Cristianismo, Sec. Trinitario, Salamanca 1998; K. Tagawa, Miracles et Evangile. La pensée personnelle de l’évangeliste Marc (EHPhR 62) Paris 1966.

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