18.10.21. San Lucas: evangelista, primer historiador del cristianismo (el toro)
Hacia el año 90 d. C., un cristiano culto, de origen probablemente pagano, que había sido prosélito judío y conocía bien la Biblia Griega (los LXX), quiso escribir la primera historia de Jesús y de su movimiento, siguiendo modelos cristianos y helenistas anteriores:
Ya muchos han intentado componer una diéguesis (relato) de las cosas (pragmatôn) que han sucedido entre nosotros, siguiendo lo que nos han transmitido los primeros testigos oculares, convertidos en servidores de la Palabra. Según eso, también yo, después de investigar todo con diligencia, desde los orígenes, he decidido escribírtelo con orden, ilustre Teófilo, para que compruebes la solidez de las enseñanzas que has recibido (Lc 1, 1-4).
Le llamamos Lucas porque así le ha llamado la tradición, pero ignoramos su nombre y lugar de su residencia (en los primeros manuscritos no se incluyen esos datos). Escribió una obra de dos partes (Lc y Hech). Algunos dicen que lo hizo en Roma, porque allí culmina la segunda parte de su obra (Hechos), otros piensan en Éfeso. Sea como fuere, escribe en un lugar donde se reconocen y aceptan dos escritos cristianos anteriores (Marcos y Q), porque los utiliza como base de su obra. Escribe porque se lo pide la Iglesia, que acogerá pronto su escrito como propio: muchos querían conocer la vida de Jesús y de sus primeros seguidores; él quiso responderles.
En la simbología del "tetramorfo" aparece como el toro de Dios (Mateo es el ángel, Marcos el León, Juan el águila), quizá porque en el "benedictus" habla de un cuerno/poder de salvación).
Le llamamos Lucas porque así le ha llamado la tradición, pero ignoramos su nombre y lugar de su residencia (en los primeros manuscritos no se incluyen esos datos). Escribió una obra de dos partes (Lc y Hech). Algunos dicen que lo hizo en Roma, porque allí culmina la segunda parte de su obra (Hechos), otros piensan en Éfeso. Sea como fuere, escribe en un lugar donde se reconocen y aceptan dos escritos cristianos anteriores (Marcos y Q), porque los utiliza como base de su obra. Escribe porque se lo pide la Iglesia, que acogerá pronto su escrito como propio: muchos querían conocer la vida de Jesús y de sus primeros seguidores; él quiso responderles.
En la simbología del "tetramorfo" aparece como el toro de Dios (Mateo es el ángel, Marcos el León, Juan el águila), quizá porque en el "benedictus" habla de un cuerno/poder de salvación).
| X. Pikaza

Introducción
Lucas conoce la existencia de diversas diéguesis o relatos de las cosas (pragmatôn) que han sucedido “entre nosotros”, a partir de Jesús. No rechaza esos relatos, pero piensa que pueden completarse y organizarse mejor, para destacar la coherencia (solidez) de la tradición cristiana. Así escribe algo nuevo, pero no inventa, sino que matiza lo recibido; no crea de la nada, sino que organiza y elabora aquello que otros le han le han transmitido, sea de viva voz, sea por escrito.
Habían muerto los primeros testigos de la iglesia, están muriendo también muchos cristianos de la segunda generación. Por eso, situándose a caballo entre la segunda y la tercera generación cristiana, Lucas ha sentido la necesidad de ofrecer un desarrollo y una interpretación cuidadosa de los hechos que han sucedido entre nosotros, en el tiempo de Jesús y después de su muerte (cf. Lc 1, 1-2; Hech 1, 1-3).

Era un buen historiador, conocía la forma de escribir de algunos historiadores helenistas de su tiempo; sabía poner los discursos apropiados en la boca de las personas apropiadas, en el momento apropiado, graduando e interpretando así el desarrollo y conocimiento de los hechos. Pero era también un catequista cristiano. Ciertamente, escribió también para los de fuera (su obra la pueden leer los no cristianos). Pero de un modo especial lo hizo para los fieles de su iglesia a quienes quiso ofrecer una visión fiable de la vida y mensaje de Jesús.
Cómo indica al comienzo de su segunda obra, Lucas ha escrito un logos (Hech 1, 1), una especie de tratado en dos volúmenes o tomos. El primero se ocupa de las cosas que Jesús "hizo y enseñó" (palabras-obras) hasta su ascensión (Evangelio de Lucas, Lc). El segundo transmite las "obras y palabras" de sus seguidores, que están yendo de Jerusalén a los confines de la tierra, pasando Roma, capital del imperio (Hechos, Hech).
No ha escrito un “evangelio” estrictamente dicho, como Marcos, ni tampoco un libro de genealogía de Jesús como Mateo, sino un "relato-tratado" de los acontecimientos y palabras de Jesús y de sus seguidores, en dos volúmenes, significativamente iguales en tamaño (Lc y Hech).

Con una decisión que ha resultado fundamental para el cristianismo posterior, la iglesia del siglo II ha separado las dos partes de la obra y así ha tomado la primera (Lc) como unidad en sí misma, poniéndola al lado de los otros libros que ella ha tomado también como evangelios (Mc, Mt, Jn). Con eso ha interpretado la segunda parte (Hech) como un libro diferente, separando la historia de Jesús y la de sus primeros seguidores. Esa decisión resulta justa, porque destaca la unidad de Lc con los restantes evangelios; pero ella corre el riesgo de hacernos olvidar los rasgos peculiares del conjunto de la obra de Lucas y, en especial, de su primera parte o evangelio (Lc), que se toma como “libro en sí”, siendo que Lucas pensó que ambos libros (Lc y Hech) debían ir unidos.
De todas formas, el hecho de que Lucas escribiera su obra en dos partes (cada una de las cuales tenía la amplitud normal de un “rollo”) tiene gran importancia teológica y eclesial. A su juicio, el tiempo del Jesús histórico (evangelio de Lc) se distingue del tiempo del Cristo de la fe, sentado a la derecha del Padre, dirigiendo por su Espíritu la vida de la Iglesia.
Desde criterios internos, en su obra pueden distinguirse tres momentos, que han influido poderosamente en la liturgia cristiana.
(1) Apoyándonos básicamente en su “evangelio de la infancia” (Lc 1-2) celebramos la fiesta de la Navidad.
(2) De manera semejante, solemos celebrar la Pascua cristiana teniendo en cuenta los “cuarenta días” de apariciones de Jesús de los que él habló y que culminan con la Ascensión al cielo, que ningún otro autor del Nuevo Testamento ha presentado de esa forma (cf. Lc 24 y Hech 1).
(3) Finalmente, sólo Lucas nos permite celebrar la fiesta cristiana de Pentecostés (fiesta del Espíritu Santo), enviado por Jesús, para iniciar y promover la misión cristiana en todo el mundo, a lo largo de todos los tiempos (cf. Hech 2).
Cuando los cristianos actuales celebramos Navidad o interpretamos la Ascensiónde Jesús como culmen y clausura de la Pascua estamos utilizando, quizá sin saberlo, el esquema teológico, histórico y litúrgico de Lucas.
Otros autores del Nuevo Testamento (como Pablo o Juan) han podido ofrecer una imagen más profunda del misterio de Jesús en el comienzo de la Iglesia. Pero Lucas ha sido (con Mateo, en otro plano) el autor que más ha influido en el despliegue de la Iglesia cristina. Algunos le han llamado “pintor”, porque ha sabido “pintar” sobre todo los orígenes de Jesús y de los cristianos.
- Un escritor de tradición: Documento Q, Marcos
Lucas es un helenista, hombre de cultura griega, y ha sido probablemente prosélito judío (no judío de nación) antes de hacerse cristiano. Conoce la Biblia del Antiguo Testamento (los LXX) y se ha informado, en lo posible, de los momentos principales de la vida de Jesús, estudiando las obras anteriores sobre el tema (un posible documento Q, con sentencias de Jesús, evangelio de Mc) y ha consultado con testigos y evangelistas (promotores del movimiento de Jesús). De esa forma ha escrito su obra:
El documento Q (del alemán Quelle, Fuente) es un texto o fuente oral de los evangelios de Mateo y Lucas, que contendría una colección de Dichos o Logia de Jesús. Puede haber surgido en Galilea o Judea, en los años cuarenta-cincuenta y sería, con Marcos, uno de los componentes básicos de la tradición sinóptica. Ese documento, re-creado por los investigadores a partir de los textos actuales de Mateo y Lucas, ofrecería el testimonio más significativo de un grupo de cristianos que habrían recopilado en forma apocalíptico-sapiencial, algunos dichos de Jesús, para expresar y expandir por ellos su experiencia. Algunos han pensado que estaría escrito originalmente en arameo (de manera que podría identificarse con un Proto-Mateo semita, del que algunos hablan). Pero parece preferible pensar que, al menos en sus formas avanzadas, recogidas por Mt y Lc, el texto ha sido elaborado en griego.
Ese documento forma con Marcos el testimonio más antiguo de la tradición de los evangelios. Pero, a diferencia de Marcos, que ha seguido empleándose en la iglesia después de que gran parte de su material hubiera sido recogido por Mateo y Lucas, el Q se ha perdido, quizá porque no interesaba (sus materiales habían sido conservados en los evangelios más extenso), quizá porque su visión resultaba demasiado estrecha: sólo recogía “palabras”, dejaba a un lado el tema expreso de la muerte y resurrección de Jesús.
El Q es sólo una hipótesis y algunos investigadores no están convencidos de su existencia, pero pensamos que es la más plausible. Según ella, en el comienzo de la misión cristiana, probablemente en el paso de la lengua aramea a la griega, en el entorno de Galilea-Siria o en la misma Jerusalén, algunos seguidores de Jesús habrían comenzado a juntar materiales de la tradición, componiendo un «librito» de dichos o sentencias, agrupándolos por motivos. Algunos piensan que los primeros “dichos” del Q eran apocalípticos y que después fueron reelaborados en línea más sapiencial; otros piensan lo contrario. Sea como fuere, el hecho es que existían hacia el año 50-60 d. C. y que Lucas los tomó como una de las bases de su evangelio.
Marcos. Pasados algunos años, hacia el 70 d. C., un autor llamado Marcos pensó que el documento Q, cerrado en sí mismo, resultaba insuficiente (no recogía la trama de la vida de Jesús) y para subsanar sus deficiencias él mismo escribió un “evangelio”. El Q no era un “evangelio”, sino un sumario de dichos de Jesús, casi sin fondo narrativo (sin historia), de manera que podía acabar siendo infiel al proyecto de Jesús. Situándose en una línea distinta, retomando igualmente tradiciones de Galilea y de Jerusalén, Marcos ha escrito un verdadero evangelio “narrativo”. Ha dejado a un lado casi todas las “palabras” de Jesús, para presentarle como “Palabra”, portador personal de la salvación de Dios, en una línea cercana a la de Pablo, aunque destacando (más que Pablo) la historia de Jesús (no sólo su muerte).

Marcos escribió de esa manera la más poderosa de las “narraciones cristianas”, presentando a Jesús como evangelio: buena nueva “personal” de Dios. Los “hechos” de la vida de Jesús, tal como desembocan en su muerte y en la experiencia pascual de los cristianos, aparecen como portadores de la salvación de Dios. El cristianismo no es una “gnosis”, un conocimiento interior, sino que ha de verse como una forma de vida, que se funda en el seguimiento de Jesús, que desemboca en la muerte y en la pascua.
La novedad de Lucas. Debieron ser bastantes los cristianos que pensaron que el “correctivo” de Marcos resultaba necesario, pues el mensaje de Jesús resultaba inseparable del trayecto concreto de su vida y de su muerte y de la experiencia pascual de la iglesia. Entre ellos destacamos a Mateo y Lucas que, de formas diversas, desde diversas tradiciones, han combinado los textos de Q y de Marcos, para ofrecer así un evangelio de dichos y hechos. (a) Mateo lo hace desde una tradición judeo-cristiana, más centrada en el cumplimiento mesiánico de la Ley judía. (b). Lucas lo hace desde el fondo de la tradición cristiano-helenista, para ofrecer un evangelio más apropiado a los gentiles.
Según eso, Lucas conoce y asume los textos de Q y de Marcos, pero los interpreta desde su propia perspectiva cristiana, de manera que a las dos “fuentes” anteriores se puede y debe unir su propia fuente (que alguno ha llamado L, de Lucas), que contiene un material muy significativo (evangelio de la infancia, algunas parábolas, catequesis de la resurrección etc.). Sería bueno distinguir con precisión los tres estratos, pero el tema es complejo, más propio de especialistas (que no han llegado a ponerse de acuerdo en todos los detalles).
La división de Lucas. Unidad narrativa

Lucas bebe de tres “fuentes” básicas, pero su texto no es un simple mosaico, sino que forma una unidad literaria (narrativa) y teológico, de tal manera que cada uno de sus elementos ha de interpretarse desde el conjunto, como vienen destacando los investigadores. No escribe una narración a la que “luego” se le añaden algunas notas teológicas, sino que su misma estructura narrativa tiene ya un intenso sentido teológico. En un sentido general, podemos dividir el evangelio en cuatro partes, con un prólogo y un epílogo:
Prólogo (Lc 1, 1-4). Lucas dedica el libro, escrito con los métodos histórico-literarios de su tiempo, a todos los que “aman a Dios” (=Teófilo), como una contribución al conocimiento del cristianismo, entendido como un fenómeno religioso y cultural.
Presentación. Jesús, evangelio de Dios (Lc 1, 5–4, 13). (a) Anuncio del nacimiento de Juan y Jesús (Lc 1, 5-56). (b) Los dos nacimientos (Lc 1, 57-2, 52). (c) Primera actividad de Juan y Jesús (Lc 3, 1-4, 13). A diferencia de Marcos y en paralelo con Mateo (aunque de un modo distinto), Lucas empieza con un “evangelio de la infancia” (apartados a y b), situando a Jesús en el trasfondo de la esperanza de Israel, en paralelo con Juan Bautista. Jesús se entronca en la esperanza y profecía de Israel, aunque la desborda y culmina. En el último apartado (c), sigue más de cerca a Marcos.
El centro de esta sección lo forma el “anuncio del evangelio”: Os anuncio una buena noticia (evangelio) que será de gran gozo para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 10-11). Este “evangelio” o buena noticia sustituye a los “evangelios imperiales”, en los que se anunciaba el nacimiento del nuevo emperador, como en la famosa Inscripción de Priene, del año 9. a. C., en la que se celebra el nacimiento de Augusto como comienzo de una nueva era de salvación.
Actividad en Galilea (Lc 4, 14–9, 50). (a) Manifestación y rechazo de Jesús (Lc 4, 14-6, 11). (b) Enseñanzas y milagros (Lc 6, 12-8, 56). (c) Revelación a los discípulos (Lc 9, 1-50). Éste es el mensaje básico de Jesús en Galilea, en línea profética, abierta al mesianismo. En la primera y última parte (a y c) sigue más a Marcos. En la parte central (b) está más cerca del Q. En los dos casos, el evangelio recoge las tradiciones de las iglesias y misión de Galilea. Todo el tema se presenta y centra en el “discurso de Nazaret” (Lc 4, 16-30)

Viaje a Jerusalén (Lc 9, 51-19, 27). (a) Seguimiento y confianza en el Padre (Lc 9, 51–13, 21) (b) Comidas cristianas (Lc 13, 22–17, 10) (c) La llegada del Reino (Lc 17, 11–19, 28). Esta sección comienza con una introducción solemne, que enmarca y sitúa todo lo que sigue: “Cuando llegó el tiempo en que había de ser recibido (ascendido), afirmó su rostro y comenzó a subir hacia Jerusalén” (cf. 9, 51). Lucas introduce y reinterpreta aquí mucho material del “Q”, pero no en forma de sabiduría desvinculada de la vida de Jesús, sino como expresión de un camino que conduce a Jerusalén (un nuevo Éxodo). Eso significa que el material Q (que podría convertirse en doctrina gnóstica), viene a entenderse y se entiende en el contexto de un camino mesiánico de entrega de la vida. Éste es sl centro del evangelio: la subida a Jerusalén, como cumplimiento de las promesas de Israel y como principio de un nuevo éxodo cristiano.
Actividad en Jerusalén:Pasión y resurrección (Lc 19, 28-24, 49). (a) Entrada en Jerusalén y controversias con los jefes de Israel (Lc 19, 28-21, 4) c) Discurso escatológico (Lc 21, 5-38). (c) Juicio y muerte (Lc 22, 1-23, 56. (d) Resurrección y apariciones de Jesús (Lc 24, 1-49). Lucas vuelve aquí al esquema y los temas de Marcos, con cambios menores. También esta sección comienza con la “decisión” de culminar la subida a Jerusalén (19, 28; retomando el motivo anterior de 9, 51).Todo el mensaje y camino de Jesús en Galilea ha de entenderse desde su “oferta de salvación” en Jerusalén, en disputa con la autoridades de la ciudad. En ese contexto se sitúa el discurso escatológico, donde ya no es esencial la “prisa por la hora”. En la historia de la pasión. Intenta “disculpar” a Pilato, representante del gobierno romano, cargando la responsabilidad en los “jerarcas judíos” (nunca en el pueblo de Israel, en cuanto tal). Ofrece una catequesis de Pascua, con el relato de los discípulos de Emaús y la gran aparición/misión a todos los discípulos, en Jerusalén (no en Galilea, como en Marcos 16, 1-8 y en Mt 28, 16-20).
Epílogo. Ascensión (Lc 24, 50-53). Sirve para concluir el evangelio, cerrándolo en sí mismo (en el nacimiento, vida y pascua de Jesús). El Jesús de Marcos y Mateo no se va, sino que “está” desde Galilea con los suyos. En contra de eso, el Jesús de Lucas “se va” desde Jerusalén (como había anunciado en 24, 46-49). Esa “promesa y ascensión” en Jerusalén es el motivo con el que se retoma y reanuda la historia en Hech 1, donde comienza el libro de los hechos y misión de sus discípulos.
Teología básica
Intención teológica. Lucas la define en el prólogo, ya citado: “He decidido escribir un relato de los acontecimientos que han venido a suceder entre nosotros…, a fin de que así reconozcas la firmeza de las doctrinas que has recibido” cf. (Lc 1, 1-4). ¿Qué acontecimientos? Las cosas que Jesús ha realizado y enseñado, hasta su ascensión al cielo (Hech 1, 1-2). Las otras cosas (los primeros pasos de la iglesia) quedan para Hechos. Los acontecimientos de Jesús se han realizado, según Lucas, a la luz de todo el mundo (Hech 26, 26). No son objeto de un mensaje intimista, propio de un libro de meditaciones, sino el tema de una historia que merece ser contada.
Lucas parece ser el único escritor del nuevo testamento que escribe también para no creyentes, ofreciendo así su libro en el mercado abierto de su tiempo. Pero no abandona la tradición, sino al contrario: se apoya en otros libros y testigos de la iglesia. De un modo especial (lo mismo que Mateo) se apoya en dos “textos previos” (Mc y Q) que él ha querido precisar y completar. Lucas es un autor que selecciona sus fuentes, pero lo hace de un modo dialogante y así, a diferencia de Marcos y, quizá, en contra de Mateo, ha podido aceptar tradiciones de la Iglesia de Jerusalén, vinculada a la figura de Santiago, el “hermano” del Señor, al comienzo del evangelio y de Hechos ((Lc 1-2; Hech 1-7). En esa línea, él ha visto a Jesús como punto de partida y centro de un profundo movimiento religioso que ya alcanza importancia en mundo y que merece ser contado.
Lucas puede realizar su cometido porque es un buen narrador con un buen argumento (Jesús) y sabe exponerlo no sólo en un plano kerigmático (Marcos) o catequético/eclesial (Mateo), sino en un plano histórico-literario, transmitiendo, al mismo tiempo, la fe de su Iglesia (¿Roma, Éfeso…?). Con el paso de los años, la inquietud de aquellos cristianos que esperaban el fin del mundo y la venida de Jesús para “mañana” se ha ido trasformando. Ciertamente, Lucas sabe que “Jesús vendrá”, pero mientras tanto él abre un largo tiempo de vida creyente para los cristianos. De esa forma el interés del mensaje de Jesús (el pasado de su historia) se desplaza hacia la iglesia (Hechos); pero la misma identidad de la iglesia exige que quede clara la historia de Jesús (evangelio de Lucas).
Una historia de Jesús.Marcos y Mateo no pudieron escribir ninguna «historia de la Iglesia», pues ella no formaba parte separada de la obra de Jesús: no era evangelio (Marcos), no añadía algo distinto a lo que se hallaba contenido en Cristo (Mateo), que lo llenaba todo, de manera que a su lado no podía trazarse otra historia significativa. Jesus es también para Lucas el origen, punto de partida, de toda salvación. Pero la historia de Jesús en cuanto tal ha terminado (se ha cerrado en la Ascensión), de manera que se abre el tiempo de vida y misión para sus discípulos.
En ese sentido (y en otros muchos que aquí no he querido destacar), Lucas se encuentra cerca del Jesús de Juan, cuando dice: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros. Y si yo voy, os lo enviaré...” (Jn 16, 7). Conviene que Jesús se haya ido, porque sólo de esa forma ha podido “abrir” un tiempo de compromiso y trasformación misionera para sus discípulos. En ese sentido, Lucas podría seguir diciendo: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, él también hará las obras que yo hago. Y hará incluso mayores que las mías, porque yo voy al Padre” (Jn 14, 12).
En ese sentido, podríamos decir que su Evangelio (Lc), siendo en un sentido autónomo, puede interpretarse, en otro, como “prólogo” para el libro de los Hechos. Así decimos que Jesús se ha ido (Ascensión: Lc 24, 50-53; Hech 1, 1-11) para seguir siendo el centro y base de la historia de la salvación. No dejamos a Jesús al venir a la Iglesia, sino que es el mismo Jesús nos lleva por su Espíritu a la vida y misión de la Iglesia.
De esa manera, el pasado de la historia de Jesús, que termina en la Ascensión, se vuelve principio de salvación para el presente y para el camino de la historia. Jesús ha sido recibido en la Gloria de Dios Padre y, desde allí, desde su altura divina, guía la historia hacia su plenitud. El Jesús de la historia (que ha vivido y muerto) es principio y modelo, impulso y misterio del camino de los hombres (¡toda la vida de Jesús es camino! cf. Lc 9-18)hacía la plenitud de la esperanza que se expresa forma de resurrección. La meta de la historia se expresa y concreta según eso en la gloria de Jesús, que está sentado a la Derecha del Padre y que nos atrae hacia su altura (cf. buen ladrón: Le 23, 43 y Esteban: Hech 7, 56-60).
Historia de la salvación e Iglesia
Algunos investigadores modernos, sobre todo protestantes, han tomado a Lucas como el primer representante del "proto-catolicismo", es decir, de la interpretación del movimiento de Jesús como religión organizada. La novedad escatológica de Jesús (el compromiso incesante de amor liberador) se perdería y, en el hueco que queda surgiría una visión progresiva de la historia que tiene su principio en Israel, se centra en Cristo y avanza por la iglesia hasta que llegue el final de la promesas, es decir la plenitud del tiempo. En esa línea se podría decir: Jesús anunció el Reino de Dios, pero llegó la iglesia. Lucas admitiría ese eslogan, pero cambiaría su sentido: Jesús anunció el reino de Dios y, gracias a Dios, surgió la iglesia, como portadora de ese anuncio, como garantía de continuidad del proyecto de Jesús. En ese contexto se pueden distinguir y vincular tres “tiempos”:
En el comienzo de la historia se halla Dios (Dios de todos los pueblos: cf. Hech 17), como fuente de vida, creador constante. Desde ese principio se entiende el camino de Israel. Lucas, el primer autor de origen pagano (no judío) del Nuevo Testamento, es paradójicamente el que más defiende el judaísmo, pues ya no lo ve desde dentro (como Pablo o Mateo, que tienen que luchar contra un “mal judaísmo”, para destacar por Jesús lo que ellos piensan que es el buen judaísmo), sino desde fuera, como algo ya pasado y muy hermoso. En este sentido resultan ejemplares los textos Lc 1-2 y Hech 1-5 que destacan la raíz veterotestamentaria de la vida y realidad cristiana. Por eso, frente a Mc 16 y Mt 28 que centran el mensaje de Jesús en Galilea, Lucas funda la venida de Jesús (cf. Lc 1) y el origen de la iglesia (cf. Hech 1-5) en el entorno del templo de Jerusalén. El evangelio se integra, por tanto, en la historia de la profecía y esperanza israelita.
En el centro del tiempo está Jesús, tal como viene a mostrarlo en su conjunto todo el evangelio (Lc). Ciertamente, el tiempo de Jesús está delimitado entre nacimiento y ascensión, de tal forma que tiene unos contornos fijos, bien precisos, dentro de la historia. Pero ese "tiempo de Jesús" no se puede interpretar en forma puramente cronológica, sino personal. Lo que importa es la persona de Jesús, su forma de vivir, su anuncio escatológico, su muerte y pascua (centrada en los “cuarenta días” de. Hech 1, 3). Ciertamente, Jesús sigue guiando el camino de la iglesia (cf. Hech 9, 5; 16, 7), pero en un sentido estricto él ha llegado al final de su camino histórico, de forma que ahora lo hallamos "sentado" a la derecha de Dios, desde donde envía su Espíritu (Hech 2, 32-33), para fundar así su iglesia, hasta el momento en que vuelva al fin para culminar su obra (Hech 3, 20).

Al fin está la etapa de la iglesia, definida como tiempo del Espíritu Santo, hasta la Parusía del mismo Jesús. El protagonista de ese tiempo (y del libro de los Hechos) es el Espíritu Santo, que aparece así como don del mismo Jesús resucitado. En ese sentido, el evangelio de Jesús (Lc) quedaría incompleto si no estuviera completado por el evangelio del Espíritu Santo (Hech). Como he dicho ya, la ausencia de Jesús es principio de salvación: él tiene que haber superado su antigua forma de existencia humana, para enviar su Espíritu (cf. Lc 24, 49; Hech 2, 33), iniciando el tiempo y camino de la iglesia en Pentecostés (Hech 2)
Cristología. Función del Espíritu Santo
Lucas podría haber escrito quizá otro tipo de trabajo: un ensayo moral sobre la novedad cristiana, un sermón pascual... Pero ha preferido comenzar trazando una historia seguida y unitaria de Jesús como centro de la revelación de Dios, que había comenzado en Israel (cf. Lc 1-2) y que culmina en la Iglesia (Hechos). De esa forma ha escrito un tratado sobre la acción total de Dios, sobre el despliegue completo de la salvación, que se centra en Cristo. El acontecimiento central, la historia fundante, no es un imperio militar (Roma), un templo sagrado (Jerusalén) o una doctrina filosófica, sino un ser humano, cuya fisonomía puede precisarse con cierto detalle.
Jesús, hijo de la historia israelita (humana: cf. Lc 3, 23-38), naciendo por obra del Espíritu (Lc 1-2). En esa línea, Lucas ha recreado la tradición (theologumenon) del nacimiento virginal, por obra del Espíritu Santo. Así ha mostrado que Jesús es judío, siendo más que judío (proviene del Espíritu de Dios): es humano verdadero, naciendo como Hijo de Dios. En este contexto ha presentado Lc la teología de la Navidad, desarrollando teológicamente la figura de María Virgen.
- Jesús, mensajero mesiánico (Lc 4, 16-30). Jesús asume en la sinagoga de Nazaret el programa y esperanza de Is 58, 6; 61, 1-2, apareciendo como portador del Espíritu de Dios, para liberar a los pobres de su pueblo (del conjunto de la humanidad). Toda su cristología ha de entenderse según eso desde el fondo profético de la esperanza de redención israelita (cf. Lc 1, 51-53), pero abierta ya a todos los pueblos.
- Jesús misericordioso, evangelista de los pobres. Algunas de la parábolas propias de Lucas (buen samaritano, hijo pródigo: Lc 10, 25-37; 15, 11-32) pertenecen a las obras maestras de la literatura cristiana. La compasión de Jesús se expresa de forma especial con las mujeres (cf. Lc 8, 1-3; 10, 38-42) y los marginados de la sociedad (prostitutas, publicanos: cf. 7, 36-50). Por otra parte, Lucas conserva y transmite los más duros textos de inversión y crítica social, en la línea de la profecía israelita (Lc 1, 51-53; 6, 20-21; 16, 19-31), pero los reinterpreta a partir del mandato más alto de Jesús (amor a los enemigos, no-juicio y perdón: Lc 6, 6-27-42).
- Jesús, el nuevo éxodo. A partir de Lc 9, 51, Lucas ha construido su evangelio como de ascenso hacia Jerusalén. En ese contexto abandona el orden de Marcos (cuyo texto reasume solo en 17, 1), presentando a Jesús como misionero del reino, iniciador de un ascenso mesiánico que sus discípulos asumen y continúan en Hech. En el final del proceso de Jesús y en el comienzo de la iglesia se encuentra Jerusalén (cf. Lc 18, 13; 24, 33.47.52; Hech 1, 2.8 etc), donde Jesús ha cumplido allí su tarea, muriendo y resucitando. Por eso, en contra de Mc 16, 7-8 y de Mt 28, 16-20, la misión cristiana comienza en Jerusalén para llegar desde allí hasta Roma (cf. Hech 28, 17-31).
- Jesús culminado: Resurrección y Ascensión (Lc 24, 3653; Hech 1, 1-14). La tradición de Marcos y Mateo culminaba con Jesús en Galilea (Jesús mismo decía al final: ¡yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos: Mt 28, 16-20). Lucas siente la necesidad de centrar (delimitar) el tiempo pascual, condensándolo en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles, mujeres y parientes (cf. Hech 1, 13-14), para completarlo y cerrarlo con la Ascensión (cf. Lc 24, 50-53; Hech 1, 1-7). Después viene el tiempo del Espíritu, que Jesús resucitado envía a sus discípulos (cf. Hech 2, 33)
Lucas ha escrito de esa forma una cristología histórica, de fuerte impostación litúrgica, definiendo los momentos centrales de la nueva celebración cristiana (Navidad, Pascua, Pentecostés). Su visión de Jesús se vincula a la misión eclesial (por medio del Espíritu) y a la esperanza escatológica (a la culminación futura de la historia). En ese contexto podemos hablar de una cristología pneumatológica (centrada en el Espíritu Santo).
Jesús es “función” del Espíritu. Nacimiento. Jesús, Hijo de Dios, no ha podido nacer sólo de otros seres humanos, dentro de una historia general de providencia divina, sino que ha debido surgir y ha surgido por influjo particular de Dios, por obra del Espíritu. El nacimiento humano de Jesús por medio del Espíritu que actúa en María (cf. Lc 1, 35) aparece así como principio de la revelación de Dios.Jesús es receptor y portador del Espíritu. Así formula Lucas la experiencia del bautismo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como paloma” (Lc 3, 22). Jesús aparece así como Espíritu Santo “corporalizado”, encarnado. En esa línea, algunos teólogos suelen hablar de la “Spirit Christology”, es decir, de la Cristología del Espíritu encarnado en Jesús. Dado un paso más, debemos añadir que el Espíritu no es sólo principio de nacimiento (como en Lc 1, 26-38) y re-nacimiento de Jesús (Bautismo), sino fuente de salvación mesiánica, en línea liberadora (cf. Lc 4, 18; Hech 10, 38).
El Espíritu del Resucitado. Pascua y Pentecostés. La novedad más significativa de la experiencia pascual según Lucas es Jesús que resucitado que “ha recibido el Espíritu”, da tal forma que puede venir a presentarse como Emisor del mismo Espíritu de Dios. De esa forma, él mismo dice: “he aquí que yo mismo os enviaré la promesa del Padre, es decir, el Espíritu Santo” (cf. Lc 24, 49). Así lo dice, de forma aún más precisa, el mismo Lucas, por boca de Pedro, en el primer sermón cristiano: “Elevado a la derecha de Dios, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado ahora…” (Hech 2, 33).
Para saber más
- Aletti, J-N. El arte de contar a Jesucristo. Lectura narrativa del evangelio de Lucas, Sígueme, Salamanca 1992
- Bovon, F. El evangelio según san Lucas. I-II Sígueme, Salamanca 1995 y 2002.
- Brown, R. E., Fitzmyer, J. A. y Murphy, R. E., Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo I-II, Verbo Divino, Estella 2004
- Brown, R.E., Introducción al Nuevo Testamento I-II, Trotta, Madrid 2002
- Cassidy, R. J., Jesús: política y sociedad: estudio del Evangelio de Lucas, Biblia y Fe, Madrid 1998.
- Conzelmann, H., El centro del tiempo. La teología de Lucas, Fax, Madrid 1974.
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