Salmo 51 (50). Miserere mei Deus. Líbrame de las sangres, Señor

Éste ha sido y sigue siendo el salmo  de, uno de los textos más importantes de la historia espiritual de occidente, que ha enseñado a generaciones de creyentes (judíos y cristianos), e incluso a no creyentes, a descubrir y expresar las entrañas de su interioridad en línea de ofensa moral y de perdón religioso.

Pero estrictamente hablando no es un salmo de penitencia (arrepentimiento y conversión del pecador), sino un canto de perdón, pues su tema principal no es la confesión del pecado del hombre, que tiene que cambiar de vida, a base de esfuerzo propio, sino la confesión o alabanza del Dios que perdona y transforma al pecador.

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Introducción y texto

             Este salmo mantiene elementos antiguos, vinculados a la liturgia penitencial del templo antes de la caída de Jerusalén (587 a.C.), pero sólo se entiende en un momento posterior, a partir de la gran proclamación profética de Jer 24,7; Ez 11,19; Ez 36,26 y, sobre todo de Is 40-55, cuando los israelitas del segundo tempo (a partir del 525 a.C.) descubren y cantan el perdón de Dios, que les impulsa y les permite comenzar un nuevo camino de fidelidad personal, como pueblo de perdonados.

            El mensaje de Sal 51 se entiende en un contexto de celebración de templo, y está quizá vinculado con algún rito de expiaxión; pero los símbolos de purificación ritual quedan aquí elevados y convertidos en experiencia más honda de transformación personal. Pocas veces se ha logrado expresar con más finura las raíces y matices del pecado, entendido básicamente como “ofensa contra Dios”, esto es, como destrucción (negación) del fondo divino de la existencia de los hombres. Este salmo nos sitúa, según eso, ante un Dios que es radicalmente “moral”, vinculado a la conciencia de rectitud y fidelidad de los hombres, pero no en sentido de “puro talión” (¡ojo por ojo!), sino de superación interior del talión, en forma de perdón, que no va en contra de la gravedad del pecado (¡todo da lo mismo!), sino que la destaca aún más, pues no es simple rechaza de la ley, sino rechazo del amor original de Dios.

 1 Al Director. Salmo de David.

  • 2 Cuando el profeta Natán lo visitó, después de haberse unido aquel a Betsabé.
  • 3 Misericordia, Dios mío, por tu bondad, | por tu inmensa compasión borra mi culpa;
  • 4 lava del todo mi delito, | limpia mi pecado.
  • 5 Pues yo reconozco mi culpa, | tengo siempre presente mi pecado.
  • 6 Contra ti, contra ti solo pequé, | cometí la maldad en tu presencia.
  • En la sentencia tendrás razón, | en el juicio resultarás inocente.
  • 7 Mira, en pecado nací, | en pasión me concibió mi madre.
  • 8 Mira, tú amas la verdad en lo que está oculto, | y en mi interior me inculcas sabiduría.
  • 9 Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; | lávame: quedaré más blanco que la nieve.
  • 10 Hazme oír el gozo y la alegría, | que se alegren los huesos quebrantados.
  • 11 Aparta de mi pecado tu vista, | borra en mí toda culpa.
  • 12 Oh Dios, crea en mí un corazón puro, | renuévame por dentro con espíritu firme.
  • 13 No me arrojes lejos de tu rostro, | no me quites tu santo espíritu.
  • 14 Devuélveme la alegría de tu salvación, | afiánzame con espíritu de prontitud.
  • 15 Enseñaré a los malvados tus caminos, | los pecadores volverán a ti.
  • 16 Líbrame de la sangre, oh Dios, | Dios, Salvador mío, | y cantará mi lengua tu justicia.
  • 17 Señor, me abrirás los labios, | y mi boca proclamará tu alabanza.
  • 18 Los sacrificios no te satisfacen: | si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
  • 19 El sacrificio agradable a Dios | es un espíritu quebrantado;
  • un corazón quebrantado y humillado, | tú, oh Dios, tú no lo desprecias.
  • 20 Por tu buena voluntad, favorece a Sión, | reconstruye las murallas de Jerusalén:
  • 21 entonces aceptarás los sacrificios rituales, | ofrendas y holocaustos,
  • sobre tu altar se inmolarán novillos.

Enséñanos A Orar, De Xabier Pikaza Ibarrondo. Editorial Verbo Divino ...

            Este salmo está muy vinculado a anterior (Sal 50 o 49), de manera que algunos investigadores prefieren comentarlos juntos. Sin negar su relación, pienso que son independientes, y así hemos visto ya por separado Sal 50, para ofrecer ahora una visión de conjunto de Sal 51. El título actual lo interpreta como oración de David tras haber pecado, “violando” a Betsabé y haciendo morir a Urías, su esposo (2 Sam 11). Ése es un buen contexto, pero es muy limitado. Evidentemente, no puede ser obra personal de David, sino que ha de tomarse, entenderse, aplicarse y superarse desde experiencia de conjunto de la Biblia.

            Sal 51 es un texto unitario y repetitivo, rico en afirmaciones sobre la gracia de Dios (sobre el Dios que es Gracia) y sobre el pecado de los hombres, visualizado desde una experiencia de pura y santidad, propia del templo, pero extendida a toda la vida de un buen israelita. Sólo en ese contexto se entiende y aplican algunas de sus afirmaciones, que hoy (año 2021), tras la revelación de Jesús y el “avance” de la modernidad psicológica y personal, han de matizarse. Es significativa en este campo la reinterpretación que ha ofrecido Pablo en su carta a los Romanos.

            Este salmo ha podido ser utilizado en un contexto penitencial menos adecuado, como texto para difuntos, moribundos e incluso condenados a muerte, sin tener en cuenta su aspecto originario de perdón. Estrictamente no es un salmo de Jesús, que insistió aún más en la gracia del perdón y en la curación (sanación) de los pecados, pero puede entenderse y se entiende bien en su contexto. Puede dividirse de diversas formas, de un modo más minucioso. Aquí distinto sólo tres partes: (1) Misericordia, Dios mío (51, 3-11). Confesión de un hombre perdonado. (2) Crea en mí un corazón puro (51, 12-19). Compromiso y tarea del hombre perdonado. (3) Posible añadido (51, 20-21). Reconstruye las murallas de Jerusalén

(1) Misericordia, Dios mío (51, 3-11). Confesión de un perdonado.

  •  3 Misericordia, Dios mío, por tu bondad, | por tu inmensa compasión borra mi culpa;
  • 4 lava del todo mi delito, | limpia mi pecado.
  • 5 Pues yo reconozco mi culpa, | tengo siempre presente mi pecado.
  • 6 Contra ti, contra ti solo pequé, | cometí la maldad en tu presencia.
  • En la sentencia tendrás razón, | en el juicio resultarás inocente.
  • 7 Mira, en pecado nací, | en pasión me concibió mi madre.
  • 8 Mira, tú amas la verdad en lo que está oculto, | y en mi interior me inculcas sabiduría.
  • 9 Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; | lávame: quedaré más blanco que la nieve.
  • 10 Hazme oír el gozo y la alegría, | que se alegren los huesos quebrantados.
  • 11 Aparta de mi pecado tu vista, | borra en mí toda culpa.

Esta no es la invocación de un condenado, sino la confesión agradecida de uno que se descubre perdonado, y así, desde el perdón ya recibido, sondea en su pecado anterior, reconoce su culpa y la confiesa ante Dios.

           Lo primero que sorprende en este salmo es la abundancia de los atributos de misericordia de Dios, que nos sitúan en el contexto de la renovación del pacto (en Ex 34, 6-7), tras el pecado del becerro de oro, con el nuevo comienzo de Israel, que nos sitúa después del exilio (587-539 a.C.). Misericordia de mí, ten hen/gracia de mi, por tu bondad   por tu hesed, que es tu fidelidad a la alianza), por tu gran compasión,es decir, por ru rehem. Es Dios quien posibilita y define el nuevo comienzo del hombre. Sólo desde aquí (desde el principio-misericordia que defina al Dios israelita) se entiende la confesión de los pecados:

- Borra, lava, limpia (51, 3-4). El pecado se concibe como una deuda que Dios ha de cancelar, como una mancha que se lava, una impureza que se limpia. El pecador se descubre a sí mismo como impuro, sucio, deudor… Antes no lo sabía; sólo ahora, al descubrirse en paz con Dios (sin deberle nada) puede decirle y le dice que “perdón…”. Se lo dice, sin duda, en el templo, donde ha ido a reconocerse “pecador” y a ser declarado “limpio” por los sacerdotes. Pero ahora, desde el fondo de su salmo, puede prescindir de los sacerdotes y los ritos, situándose y descubriéndose limpio, de un modo directo, ante Dios. Éste es un descubrimiento que tiene un origen “teológico”, pero que puede desligarse en algún sentido de Dios, como expresión de la propia conciencia moral. El salmo nos sitúa así ante la propia “iluminación” interior de la conciencia. Sin ella no seríamos humanos.

- Pues yo reconozco mi culpa, contra ti sólo pequé (51-56). Como he dicho, el despliege de la conciencia puede separarse en un momento dado de Dios (tomando un matiz puramente ético). Pero el salmo sabe que, en sentido radical, la conciencia tiene un sentido “teológico”: No nace del pecado en sí, sino del descubrimiento de la gracia, esto es, de la vida como “don”. Ciertamente, el salmista sabe con toda la experiencia de Israel, que el pecado tiene siempre un elemento de violencia o rechazo contra el prójimo, eso no hace falta discutirlo. La novedad está en el hecho de que esa violencia contra el prójimo viene a presentarse en su sentido radical como “pecado” contra Dios, de forma que el salmista puede añadir “contra ti, contra ti solo peque”, como ratificado desde el NT, Mt 25,31-56.

            El descubrimiento de la identidad de fondo de Dios y del prójimo constituye la aportación más honda de Israel a la historia de la “conciencia” de la humanidad, tal como Jesús formulará en Mc 12, 28-34 par desde una perspectiva radicalmente israelita. En esa línea, cuando el salmista siga diciendo “de forma que en el juicio resultes inocente”, no está defendiendo sólo a Dios, sino al prójimo en Dios.

 -Mira, en pecado nací, en pasión me concibió mi madre (51, 7). Estas son quizá las palabras más hirientes del salmo, que tienden a interpretarse desde el “pecado” de Eva (Gen 2-3) y la visión de la caída original de Pablo en Rom 5. La primera expresión (en pecado nací) puede evocar el dolor del nacimiento, referido a la palabra de Gen 3, 16: “y con dolor parirás a tus hijos”; dolor de madre, dolor de hijo, nacimiento de la vida. No parece referirse a un pecado moral, sino al carácter duro de la existencia humana. La segunda (en pasión me concibió mi madre) parece referirse a la ansiedad o ardor de la madre en relación a su marido (cf. también Gen 16).

No se trata, pues, de un pecado en sentido moral, sino de una condición dura, conflictiva, dolorosa, de la existencia humana. En esta se pueden citar otros pasajes de la Biblia, como los de Sal 58, 4 y Gen 8, 21 (el hombre es pecador desde el principio) o Job 14, 4 (¿cómo puede ser puro el nacido de mujer, carne de carne…). Desde el momento en que es concebido y en que nace el ser humano es un viviente “problemático.

- Mira, tú amas la verdad en lo más oculto, en mi interior me inculcas sabiduría (51, 8). Este verso ha de tomarse en unión con el anterior, pues comienza con la misma partícula (hen, he aquí, mira…). Es como si dijera “el hombre es concebido y nace en dolor-fragilidad y, sin embargo, tú “amas la verdad”, entendida aquí como fidelidad-fortaleza. A un hombre así, nacido de mujer-dolor, Dios mismo quiere hacerle “firme”, introducirle en su verdad (ésta es con hen/gratuidad, hesed/fidelidad y rehem/misericordia) la cuarta palabra clave de Dios en Ex 34, 6-7), inculcándole/enseñándole sabiduría. Dios mismo aparece así, de alguna forma, como verdadera madre, educadora del ser humano, garante y principio de la maduración humana.

 Desde ese fondo se entienden los últimos versos de esta primera parte (51, 9-11), que son como un anuncio y principio de la siguiente (51, 12-19). Sal 51, 9 parece situarnos en un contexto ritual de fondo, vinculado con la purificación de los leprosos y de aquellos que se han vuelto de alguna forma impuros, que han de ser rociados con agua, utilizando para ello un ramo de hisopo o de otra planta semejante, limpiándose las manos o el cuerpo con agua, como manda Lev 14 y Num 19).

Éste es, según eso un gesto ritual, realizado por sacerdotes, pero posiblemente el salmo ya no exige ese tipo de rito, sino que se refiere a una limpieza interior y total de la persona. En ese contexto se añade (en la línea del principio: 51, 3-4) la palabra radical del perdón de Dios del que brota la transformación del hombre: Hazme oír el gozo y la alegría, aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

(2) Crea en mí un corazón puro (51, 12-19). Compromiso y tarea del perdonado.

  •  12 Oh Dios, crea en mí un corazón puro, | renuévame por dentro con espíritu firme.
  • 13 No me arrojes lejos de tu rostro, | no me quites tu santo espíritu.
  • 14 Devuélveme la alegría de tu salvación, | afiánzame con espíritu de prontitud.
  • 15 Enseñaré a los malvados tus caminos, | los pecadores volverán a ti.
  • 16 Líbrame de la sangre, oh Dios, | Dios, Salvador mío, | y cantará mi lengua tu justicia.
  • 17 Señor, me abrirás los labios, | y mi boca proclamará tu alabanza.
  • 18 Los sacrificios no te satisfacen: | si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
  • 19 El sacrificio agradable a Dios | es un espíritu quebrantado;
  • un corazón quebrantado y humillado, | tú, oh Dios, tú no lo desprecias.

Esta segunda parte retoma los motivos anteriores, insistiendo en la confesión del Dios que, amando y perdonando a los hombres, les permite o, mejor dicho, les capacita para iniciar un camino más hondo de fidelidad a la alianza y de transformación del pueblo. Sin duda, en el judaísmo de ese tiempo había tendencias distintas, que conocemos por la redacción final del Pentateuco, con los últimos profetas, los apocalípticos y los libros sapienciales. Pues bien, en ese contexto, esta segunda parte salmo aparece como una intensa proclamación de fe, con el compromiso por una recreación interior del judaísmo. Estos son sus cuatro elementos principaels:

 - Afiánzame con tu espíritu. (51, 12-14). Estos tres versos matizan el sentido de la “ruah” o espíritu de Dios, que definirán la novedad del judaísmo, que, conforme a la promesa profética anterior (Jer 24,7; Ez 11,19; 36,26), tendrá que definirse por la nueva y activa presencia del “espíritu”, entendido como fuerza recreadora de Dios, presencia de su Vida en la vida de los creyentes. El espíritu recibe así  tres nombres distintos, que definen su acción (la acción de Dios), en la vida de los hombres.

 (a) Es ruah nakôn, espíritu de firmeza (51, 12); no es aliento vacilante como el de los tiempos anterior al exilio; sino fuerza de Dios que arraiga y fundamenta el corazón de los perdonados en la vida de Dios.

(b) Es ruah qodsheka, espíritu de la santidad de Dios (cf. 51, 13), que mantiene a los hombres vinculados al rostro/presencia de Dios, como esencia y sentido de toda santidad personal.

(c) Es finalmente ruah nediba   que debe traducirse como espíritu de prontitud (51, 14), esto es, de la determinación para realizar la obra de Dios. Estos versos nos sitúan ante un tiempo y obra de nueva creación, que se ha de parecer a la primera, cuando el “huracán” o aliento creador se cernía sobre las agua del caos (cf. Gen 1, 1-3).

 - Enseñaré a los malvados tus caminos… (51, 14). Este salmista perdonado, portador del Espíritu, igual que el rey mesías (cf. Is 11, 2-3) o el siervo de Yahvé (Is 61, 1-2), viene a presentarse como portador y testigo de la obra de Dios en el mundo, que se expresa en forma de enseñanza sapiencial más que de proclamación profética (aunque ambos aspectos no se excluyen). Por eso dice “enseñaré tu camino a los malvados, que son aquellos israelitas que se alejan del camino de la alianza, tal como el salmista la interpreta; son pecadores, como salmista, pero en el sentido fuerte de la palabra, pues no aceptan el perdón de Dios, ni se dejan transformar por su espíritu, ni aceptan los caminos y compromisos del nuevo judaísmo. Pues bien, el salmista se compromete a enseñarles precisamente a ellos el buen camino, que no es el de los justos sin más, sino el de los arrepentidos.

- “Líbrame de las sangres, oh Dios, Dios, Salvador mío…” (51, 16). Parece en principio una petición extraña, fuera de lugar en un salmo como éste; pero es claro que al estar colocada aquí (en un contexto en que aparecen los pecados de enfrentamiento entre hermanos, 50, 16-20), esas sangres han de tener un profundo y urgente sentido. Son las sangres de los que interpretan la reconstrucción de Israel en línea violenta, de guerra, de asesinato (en este contexto se puede entender la expresión “todas las sangres” de Mt 23, 35). Hubo, sin duda, en aquel tiempo, y seguirá habiendo en el contexto del alzamiento macabeo (167-165 a. C.) y de la guerra judía del 67-70 d.C., una intensísima “pasión de sangre”, un deseo fuerte de transformación de Israel por medio de la guerra. Contra esa sangre violenta se eleva aquí el salmista, postulando un camino de perdón, que no sea de sangre.

- Los sacrificios no te satisfacen… un corazón quebrantado humillado tú no lo desprecias (51, 18-19). Estos versos han interesado en general a los comentaristas y deben entenderse en la línea de Sal 50, 9-15, como he comentado ya. El salmista no condena sin más el ritual del templo. No tiene sentido atribuirle un sentido “anti-sacrificial” moderno, que han puesto de relieve algunos lectores. No se le puede aplicar tampoco el programa de la Carta a los Hebreos, con la sustitución del culto de Aarón por un culto de Melquisedec, sin sacrificios animales… Sal 50 no condena esos sacrificios sin más, pero los sitúa en un segundo plano. No rechaza por principio los ritos de sangre animal del templo de Jerusalén, pero los coloca en un segundo plano. A su juicio, el verdadero judaísmo es el de aquellos que tienen un “corazón quebrantado y humillado ante Dios”, para iniciar así un camino nuevo, centrado sin duda en Jerusalén y en la nación israelita, pero abierto de algún modo las naciones.

             Así entendido, este salmo ha de tomarse como un “programa y proyecto” de recreación del judaísmo, a partir de una intensa confesión interior de pureza y fidelidad a Dios, en una línea en la que se retoman muchos elementos deuteronomistas de la antigua tradición israelita, desde la perspectiva de los “hasidim” o piadosos, que no son apocalípticos sin más (no esperan al juicio inminente de Dios contra los imperios opresores), ni tampoco puramente sapienciales (en la línea de Job o el Eclesiastés), sino judíos cercanos al templo de Jerusalén, pero centrados en la pureza de vida interior de los “fieles”.

3) Posible añadido (51, 20-21). Reconstruye las murallas de Jerusalén

  •  20 Por tu buena voluntad, favorece a Sión, | reconstruye las murallas de Jerusalén:
  • 21 entonces aceptarás los sacrificios rituales, | ofrendas y holocaustos,
  • sobre tu altar se inmolarán novillos.

. Digo “posible” porque no estoy plenamente convencido de que estos dos versos sean un añadido, como muchos han pensado. De una forma lógica, dentro su perspectiva, los grandes comentaristas reformados, desde principios del siglo XIX han supuesto que estos versos, en los que se pide a Dios que “reconstruya las murallas caídas” de Jerusalén y que restaure el culto ritual del templo, con los sacrificios de novillos, han sido añadidos al salmo en un momento posterior (en el tiempo de la reconstrucción de Esdras y Nehemías), pues van en contra del espíritu anterior del canto.

            Es posible que así, que estos versos se añadieron más tarde, como una glosa o corrección externa, hasta que en un momento fueron introducidos en el texto canónico. Pero no es evidente que fuera así. No conocemos bien las tensiones interiores del judaísmo del tiempo de este salmo (siglo V-IV a.C.). Para muchos judíos era muy posible (y necesario) vincular una crítica intensa de los sacrificios sangrientos (insistiendo en el culto interior de la vida entera), con una aceptación ritual de esos sacrificios realizados según ley y tradición en el templo, como muestra no sólo la “rebelión” de los macabeos (siglo II a.C.) y la posterior de los celotas (siglo I d.C.).

            De todas formas, es posible que el salmo primitivo no tuviera esos dos versos finales, que se añadían en algunas ceremonias especiales. Lo cierto es que las partes anteriores del salmo ofrecían un espléndido programa de reconstrucción interna y externa del judaísmo, partiendo de la experiencia del Dios de la gracia-perdón y del impulso misionero de su espíritu. Pero el judaísmo nacional, que ha vinculado siempre el aspecto interno  y el externo de la religión,  su identidad particular y su apertura universal, ha tenido y sigue teniendo la necesidad de añadir unas palabras como las de Sal 51, 20-22: “Reconstruya las murallas de Jerusalén”

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             Este salmo ha sido leído y vivido por gran parte de la iglesia cristiana como si fuera un salmo directamente cristiano, sin necesidad de reformularlo a partir de lo que dice Jesús en Jn 4, 21: “Ni en este monte, ni en Jerusalén, sino en espíritu y verdad”. Ciertamente,  Sal 51 tiene mucho “espíritu y verdad”, muchos rasgos y experiencias que forman parte del evangelio, pero le falta algo que es esencial en Jesús: La opción a favor de los pobres, excluidos y enfermos, en un gesto y camino que le llevará a enfrentarse con las autoridades de un templo, centrado en las ofrendas de carneros y novillos,  siendo ajusticiado por ello.

            Éste es un salmo admirable, una de las grandes joyas de la experiencia espiritual de la humanidad. Resulta esencial su experiencia de perdón, que precede a la conversión y penitencia; sigue siendo fundamental su llamada a la renovación interior del corazón, a la presencia y obra del Espíritu de Dios en la vida de los hombres. Por eso ha sido y seguirá siendo leído, cantado y celebrado por generaciones y generaciones de cristianos, que ratifican y agradecen así la raíz israelita de su experiencia religiosa.       Pero hay rasgos que podrían (deberían) precisarse.

- El primero es, quizá, la llamada a “reconstruir las murallas de Jerusalén”, en un plano que acaba siendo militar, nacionalista. Para ser totalmente judío y cristiano este salmo tiene que superar las barreras confesionales del judaísmo y de la iglesia. Éste ha de ser un salmo de la humanidad, que sigue estando llamada al perdón y a la interioridad.

- En segundo lugar hay que superar un tipo de “penitencialismo” que responde más a Juan Bautista que a Jesús, que no ha insistido en el pecado, ni siquiera en el perdón, y menos en la penitencia, sino en el don de la vida. Este salmo, manipulado a veces por un tipo de jerarquías religiosas que se creen dueñas (reguladoras) del perdón, ha contribuido a la imposición del pecado sobre la gracia, manteniendo a muchos aplastados bajo el peso de su culpa, mas que liberados de ella por la vida.

- En ese contexto ha sido “desgraciada” la interpretación de muchos que han leído, entendido y aplicado de forma sesgada las palabras de 51, 15: “En pecado nací, en pasión (=culpa) me concibió mi madre”. Como he dicho en el comentario, esas palabras no pueden entenderse como una condena del origen “sexual/genital” de la vida humana, y mucho menos de la mujer/madre como tal, pero en esa línea han sido interpretadas a veces. Ellas provienen de un contexto patriarcalista que ha de ser entendido históricamente, para ser luego criticado y superado, cosa que has ahora no ha hecho de forma adecuada un tipo de iglesia.

- Lo mismo hay que decir de las palabras finales “el sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias” (51, 19). Estas palabras han de ser entendidas históricamente, pero ellas no responden a la “raíz” del judaísmo y menos aún del cristianismo; ellas provienen de un espíritu “sacrificial” encogido, propicio para ser manipulado por un tipo de sacerdotes que, en un sentido, se oponen al principio de la creación y del ser humano. El Dios judío más profundo, el Dios de Cristo no quiere un “corazón quebrantado” ni una humillación sacrificial, sino un amor intenso, una vida creadora. No nos ha creado Dios para tenernos sometidos por el quebrantamiento y la humillación,  sino para expresar, compartir y promover un espíritu de vida y creación de amor.

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