Salmo 38 (37). Orar en tiempo de pandemia

El salmo 38 es una oración para enfermos que, en situación crisis personal y social, van al templo,para confesarse responsables, pidiendo perdón y curación ante  Yahvé, que es la Salud, en presencia del pueblo que acoge y acompaña a los orantes, en solidaridad y comunión sanadora.

       Este salmo tiene elementos de “confesión de pecados”, pues enfermedad y pecado son aspectos de la fragilidad humana, como algunos han puesto de relieve. Pero la responsabilidad ante la pandemia, con el deseo de curación, no es sólo de los enfermos,  sino de todos, enfermos y sanos, que se comprometen a cambiar (a convertirse)  en transformación y comunión de vida, uniendo la medicina de los profesionales de la sanidad con la "sanación" personal y social, vinculada a un tipo más profundo de amor mutuos.  

      Tengo la impresión de que la "liturgia actual" de las iglesias apenas ha creado verdaderas oraciones y celebraciones de salud en tiempo de pandemia. Pero este salmo 38 puede abrir un camino antiguo y nuevo (personal y social) en esa línea.

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Tres son los supuestos y principios de este salmo 38

1. Relación con Dios, el “yo” más profundo del enfermo: Sufrimiento y culpa. El Dios de este salmo es Yahvé (El que es, la Vida más honda del enfermo), no como Señor tronante (Júpiter airado que domina la escena desde fuera, sin introducirse en ella), sino como Verdad, Realidad del ser humano. Por eso, el diálogo del enfermo con Yahvé es un diálogo consigo mismo, con el Impulso, Sentido y Desenlace de su existencia.

El “teoloquio” (dálogo con Dios) es un verdadero soliloquio, un “discurso interno” abierto a la verdad y al ser más hondo del enfermo. En este contexto se vinculan (en magnitudes variables) el dolor del enfermo, un tipo de culpa o responsabilidad del conjunto social, y la invocación o llamada al principio de la Vida.
2. Relación con los demás: Ante la hostilidad de los “enemigos”. En contra de una sociedad actual que tiende a dejar al enfermo a solas con su dolor, su deterioro o su locura (en unas instalaciones sanitarias, en manos de profesionales, aislados del resto de la población), la enfermedad en el mundo de los salmos (como en gran parte de las sociedades mal llamadas arcaicas) es un fenómeno social. El aquejado de algún tipo de dolencia tiende a sentirse culpable, condenado por la sociedad, con la que normalmente se enfrenta o, mejor dicho, interacciona en clave de tensión difícil de resolver. Según eso, la curación implica un cambio o reajuste en el tejido social.

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3. El enfermo ante sí mismo. Es evidente que el enfermo de este salmos acepta utiliza los medios normales de cuidado y sanación que le ofrece el conjunto social; según es, este salmo no va en contra de la medicina “científica” (por así decirlo) de su entorno. Pero, al mismo tiempo, más allá de esa medicina, implica (exige y pone en movimiento) un tipo más hondo de “confesión” personal y de transformación social, pues lo que quiere y busca no es un puro cambio externo del enfermo, sino una renovación total de su persona, en un contexto marcada por el “orden” sagrado (social) del templo.           

           Este salmo tiene una “retórica” de tipo histórico, social y literario, que aparece en otros textos penitenciales y de oración (confesión y petición de ayuda) de los enfermos. Por eso, tanto las descripciones de su enfermedad como las referencias a los “enemigos” que quieren su muerte han de tomarse como formulaciones “oratorias” que pueden resultar hirientes e injustas para algunos lectores modernos.  El orante no se dirige aquí a Dios (y a los oyentes que le escuchan) con palabras exclusivamente suyas, sino con un “formulario”, atribuido simbólicamente a David, que solía utilizarse en el templo.

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            En el título de este formulario pone leaskir, que puede traducirse como “memorial”, en conmemoración” o recuerdo” (memoria) de algo. Este es, según eso, un “salmo recordatorio” para aquellos enfermos que viene a orar (pedir salud) al templo (cf. Sal 70; 1 Cron 16, 4). En una línea convergente, los cristianos celebran su oración como “recuerdo-memorial” (en griego anamnesis) de Jesús-crucificado. El Antiguo Testamento hablaba de sacrificios cruentos de memorial. Pues bien, en nuestro caso, este salmo es el “memorial” de vida que el enfermo eleva en el contexto del templo ante Dios y ante los sacerdotes, representantes del pueblo, diciendo:  

1 Salmo de David. En memorial.
2 Yahvé, no me corrijas con ira, | no me castigues con cólera.

3 Tus flechas se me han clavado, | tu mano pesa sobre mí.
4 No hay parte ilesa en mi carne | a causa de tu furor;
| no tienen descanso mis huesos | a causa de mis pecados.
5 Mis culpas sobrepasan mi cabeza, | son un peso superior a mis fuerzas.
6 Mis llagas están podridas y supuran | por causa de mi insensatez;
7 voy encorvado y encogido, | todo el día camino sombrío.
8 Tengo las espaldas ardiendo, | no hay parte ilesa en mi carne;
9 estoy agotado, deshecho del todo; | rujo con más fuerza que un león.
10 Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia, | no se te ocultan mis gemidos;
11 siento palpitar mi corazón, me abandonan las fuerzas,
| y me falta hasta la luz de los ojos.

12 Mis amigos y compañeros | se alejan de mí, | mis parientes se quedan a distancia;
13 me tienden lazos los que atentan contra mí, |
los que desean mi daño me amenazan de muerte, | todo el día murmuran traiciones.
14 Pero yo, como un sordo, no oigo; | como un mudo, no abro la boca;
15 soy como uno que no oye | y no puede replicar.
16 Porque en ti, Yahvé, espero, | y tú me escucharás, Yahvé, Dios mío;
17 Porque esto pido: que no se alegren por mi causa;
| que, cuando resbale mi pie, | no canten triunfo.

18 Porque yo estoy a punto de caer, | y mi pena no se aparta de mí:
19 Porque confieso mi culpa, | me aflige mi pecado.
20 Mis enemigos están vivos y son poderosos,
| son muchos los que me aborrecen sin razón,
21 los que me pagan males por bienes,
| los que me atacan cuando procuro el bien.

22 No me abandones, Yahvé; | Dios mío, no te quedes lejos;
23 ven aprisa a socorrerme, | Señor mío, mi salvación[1].

            El salmo puede dividirse en cuatro partes:

  • (1) Introducción (38, 2). El enfermo proclama su caso ante Dios, pidiéndole ayuda.
  • (2) El enfermo ante Dios (38, 3-11). Presentando su caso, el salmista describe su enfermedad.
  • (3) El enfermo ante los demás (38, 12-21), esto es, ante aquellos que  son testigos y, de algún modo, responsables de su dolor.
  • (4) Conclusión: Ven aprisa a socorrerme ( 38-22-23).  El enfermo vuelve a pedir ayuda a Dios, pues él constituye la causa y sentido central de su dolencia.

1. Introducción (38, 2).

El enfermo se sitúa ante “Yahvé”, a quien concibe como Ser de su propio ser (hondura de su existencia). Ciertamente, en un sentido Yahvé (El que es) se encuentra fuera del salmista; pero en otro sentido forma parte de su propio ser, pues la enfermedad del hombre es un momento esencial de la “identidad de Dios”, que empieza apareciendo como principio de ira y de cólera. El Dios bíblico no es la “bondad abstracta”, ni la “perfección inmutable” que ha puesto de relieve una filosofía “ontológica” de tipo idealista (del “ser” separado, sin pasión ni dolor alguno). En contra de eso, el Dios bíblico (El que Es: “ser” de todo lo que existe) empieza presentándose ante el hombre como fuente de corrección-castigo, en clave de “dolor”.

            En ese aspecto, debemos empezar hablando con toda seriedad del “dolor” de Dios, vinculado a su propia “cólera”, al ardor de su “ira”, tal como ha puesto de relieve el judío Pablo en el comienzo de la Carta a los Romanos donde describe de forma apasionado la ira de Dios, que no castiga desde fuera, descargando su cólera en los hombres, sino que sufre en ellos y con ellos en un proceso fuerte de transformación, convirtiendo la cólera en perdón, el dolor en gozo, la muerte en vida, como muestra la muerte y resurrección de Jesús. En el camino que conduce de la Ira de Dios a la muerte solidaria y salvador de Cristo entienden los cristianos el principio de este salmo

2. Tus flechas se me han clavado: El enfermo ante Dios (38, 3-11).

Está en el fondo el tema del Dios arquero, que descarga sobre los hombres las flechas  de su ira (como en el caso del mismo Apolo, que empieza siendo “dios” de enfermedad, peste y muerte. En un contexto semejante, pero mucho más cercao al libro de Job, el enfermo del salmo se descubre herido por el mismo Dios, con argumentos e imágenes dramáticas, propias del Antiguo Testamento:

 La enfermedad tiene rasgos de lepra o peste: “Mis llagas están podridas, voy encorvado y encogido, estoy agotado, deshecho del todo…” (38, 6.9). Parece lepra, pero no se dice, el salmista prefiere describir la dolencia de un modo general, de manera que pueda referirse a diversos tipos de enfermedades y dolores de los hombres.
La enfermedad viene de Dios… Dios mismo es quien ha “hecho” al hombre enfermo, antes de todo pecado, antes de todo castigo por su parte. Hay un mal moralismo que ha querido “salvaguardar” el falso honor de Dios, diciendo que no tiene culpa alguna, que la causa del dolor y de la muerte es sólo el pecado humano. Pues bien, en contra de eso, el salmista sabe que el dolor, la enfermedad (y la muerte) forma parte de la creación de Dios, son la presencia de su furor (^m<+[.z:) expresado en forma humana.
Y sin embargo, al mismo tiempo, desde el fondo de su enfermedad, el salmista evoca y confiesa sus pecados (38, 4).No se defiende como Job, no acusa a Dios, como si él fuera el único culpable. El salmista se confiesa también él “pecador”; de alguna forma misteriosa es “responsable” de su propia enfermedad. Ciertamente, no se considera responsable de todo, no se humilla ante Dios en forma de esclavo, pero se reconoce ante él (¡con él¡) como pecador.


     Ésta es la palabra clave del salmista: Está agotado ante Dios, pero sigue rugiendo como un león de voz atronadora; siente que le abandonan las fuerzas, no tiene en los ojos, pero gime ante el Dios de sus dolores, presentándole sus ansias (38, 10: yti_w"a]T;-lk'). No se esconde, ni aplasta ante él, como un esclavo, sino que protesta y se eleva, con intenso deseo de Vida, una vida que se identifica en el fondo con el mismo Dios que late (sufre y busca) en su enfermedad.

3. Muchos me aborrecen.El enfermo ante los otros (38, 12-21).

Esta es la parte quizá más difícil de entender, pero más luminosa del salmo. El salmista ha querido “arreglar” antes sus cuentas con el Dios que late en su dolor, como explosión de cólera abierta a la Vida; pues bien, ahora, necesita arreglar las cuentas con los demás seres humano, pues sabe que su enfermedad no es sólo “suya”, sino también de sus “amigos” y compañeros, de todo su  contexto social, en una perspectiva cercana a la de Pablo en 1 Cor 12, donde presenta a la iglesia (humanidad) como un cuerpo en el que todos somos “solidarios”, culpables y beneficiarios, de la vida y muerte del conjunto.

            Esta es una experiencia que nosotros (modernos del siglo XXI) hemos perdido en gran parte. Ciertamente, hemos creado un gran “sistema sanitario”, con hospitales y residencias por el que colocamos a los enfermos  y ancianos, bajo supervisión de sanitarios y cuidadores de diverso tipo, mientras que los demás se desentiende, como si la enfermedad no fuera suya (de todos) y como si la muerte no existiera. Pues bien, en contra de eso, el salmista sabe que su enfermedad es de todos, porque el más enfermo es el eslabón más débil de una “cadena” de opresiones.
            El salmista enfermo descubre, de un modo sangrante, que muchos pretendidos amigos no le querían (sino que se aprovechaban de él), de forma que ahora, cuando esta enfermo, prefieren que se muera, que les deje tranquilos, que pague sus culpas, como si él fuera el único “culpable” (responsable) de su suerte). Ésta es una experiencia atroz que ahora (año 2021), en el mundo llamado culto y moderno, resulta casi insoportable. Ciertamente, hay también  responsabilidad sanitaria, con mucho dinero empleado en la sanidad, con una ciencia buena que procura fabricar vacunas y crear buenos hospitales…, pero el salmista supone que todo eso se hace para el propio triunfo de los ricos (de los sanos e importantes).
            Ésta es la “tragedia” (o mejor dicho la “traición” y pecado) de una sociedad que fabrica vacunas para ricos, que parece desinteresarse de los enfermos pobres y convierte la “gran pandemia” actual en fuente de ganancia para unos y de servidumbre para otros. Ciertamente, las acusaciones del salmo deben matizarse y precisarse, pero hay en el fondo de ellas una verdad permanente: “mis amigos se alejan de mí…, mis enemigos son poderosos…”.  De esa forma sale a flote y se expresa el “odio” de fondo de un tipo de sociedad donde, en la base de muchas afirmaciones que parecen compasivas, late el “mal espíritu” de sálvese quien pueda, de forma que muchos se alegran de que sufran y mueran “los otros” (no “nosotros” que somos los buenos).

4. Conclusión. Ven aprisa a socorrerme ( 38-22-23). Ciertamente, la enfermedad no proviene (al menos siempre) del pecado (del pecado de los enfermos y, sobre todo, del pecado de aquellos que promueven y aplauden un tipo de sociedad donde los enfermos y oprimidos son los otros)… Pero en ella se descubre y expresa el pecado, como sabe el salmista enfermo que ha venido ante el templo (ante el grupo social) a declarar su pecado (38, 19: “confieso mi culpa,  me aflige mi pecado”). No quiere excusarse, tambien él es responsable. Frente a esa grandeza, está el pecado de aquellos que le acusan, le responsabilizan de su propia enfermedad y, en el fondo, se alegran de que muera.

            En este contexto, el salmistra apela a Dios, y en Dios se dirige a toda la sociedad de los que escuchan su confesión y atienden su palabra. Así le pide ayuda a Dios diciendo “Yahvé,  no me abandones”, ven aprisa a socorrerme tú que eres Adonai, mi Salvacion. Reconoce la mano poderosa de Dios en el despliegue de su enfermedad, pues sabe que Dios mismo “sufre en los enfermos” (como sufrirá Dios Padre en el grito de Jesús crucificado). De un modo latente, él afirma  que su sufrimiento y el sufrimiento del mundo entero es un  “dolor de parto”, principio de la nueva creación (como dice Pablo en Rom 8). Por eso quiere que su dolor y el de todos los sufrientes se un dolor solidario, un dolor acommpañado por el amor de los otros, en de comunion de amor en Dios, con todos los vivientes del mundo.
2: Sal 6,2 | 9: Sal 102,4-6 | 12: Job 12,4s; 19,13-19; Sal 31,12; 41,6-10; 88,9 | 22: Sal 22,12; 35,22; 40,14-18.


[1] Traducción de L. Alonso Schökel, revisada por la CEE, Biblia Litúrgica. Cf. Sal 6,2 | 9: Sal 102,4-6 | 12: Job 12,4s; 19,13-19; Sal 31,12; 41,6-10; 88,9 | 22: Sal 22,12; 35,22; 40,14-18.

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