Tierra Santa (Canaán, Israel, Palestina), Paz de Dios, una bomba de relojería

Esa tierra que llamamos “santa” desde diversas perspectivas (judía, cristiana, musulmana) ha tenido y tiene muchos nombres, que no sólo recogen su dura, plural y riquísima historia, sino que sino que evocan un reto explosivo, entre culturas, políticas y pueblos, llamados a convivir (por historia, por religión y familia...), pero que puede estallar, como bomba de relojería, desde Ar-Maguedón de Galilea (donde el Apocalipsis ubica la batalla final de los tiempos) hasta Jerusalén con el Valle de Josafat (donde muchos sitúan la guerra venidera entre el Bien y el Mal, Dios y el Diablo).

Éstos los tres nombres y rasgos principales de esa tierra:

‒ Es la Tierra de Canaán, propia de paganos, comerciantes astutos, hermanos de sangre de los fenicios, también comerciantes, y parientes de los mercaderes arameo/sirios (tanto el nombre de Canaán como el Fenicia parecen significar “tierra de púrpura”, donde se tejen y reciben color los vestidos, que se venden entre Egipto y Mesopotamia). Éste es nombre primero, y según muchos el mas adecuado para el conjunto de esa, desde el Hermón hasta el Sinaí, desde el Gran Mar hasta el Río Jordán o el Desierto de Oriente.

‒ Es la tierra de Israel, nombre impuesto por los “conquistadores” (repobladores, recreadores) "pre-judíos", de religión monoteísta, luchadores de un Dios llamado Yahvé (desde el siglo XIII-XI a.C.) que desarrollaron allí la más fantástica de las aventuras religiosas de la antigüedad occidental, y quizá del mundo entero. Así quieren llamar hoy a toda aquella tierra los judíos modernos, creadores del Estado de Israel (a partir del año 1948), tierra de conquista que, como en tiempo de Nehemías (primera "re-conquista" del siglo V. aC, se mantiene y defiendo con una mano orando y con la otra blandiendo la espada.

‒ Es la tierra de Palestina, nombre tomado de los filisteos que se apoderaron de parte de aquel territorio (sobre todo en la franja costera del entorno de Gaza y de otras grandes grandes ciudades del llano), casi al mismo tiempo que los israelitas (siglo XIII-XI a.C.), aunque después fueron en parte vencidos y sometidos Éste es el nombre que impusieron a toda la región los romanos a partir de las guerras judías del I-II d.C. (sobre todo tras el 135). Éste es nombre que los árabes actuales (en gran parte musulmanes) quieren darle en la actualidad, sintiéndose herederos no sólo de los filisteos antiguos, sino también de los árabes que siempre vivieron en su entorno, para volverse dominante a partir de la conquista musulmana (648 dC) por lo menos hasta la independencia de Israel (1948 dC).

Esa tierra ha sido también otras cosas: persa (desde el 6439 aC), helenista (desde el 332 aC), romana (desde el 54 aC.), bizantino/cristiana (desde el 313 dC), de nuevo cristiana con las cruzadas (desde el 1098 dC), luego otra vez musulmana, egipcia, turca, británica (1918-1948)... Pero hoy me parecen dominantes los tres rasgos citados: Cananeo/pagana, israelita y musulmana, con elementos cristianos, con intereses del capitalismo mundial y de la Umma o nación ideal del islamismo.

Viví en aquella tierra, he vuelto

Viví en aquella tierra por un tiempo (año 1981), en la Casa de Santiago, con Florentino Díez, geógrafo y arqueólogo, biblista y teólogo, y sobre todo amigo, que enseñó a conocer e interpretar matices, lugares y tiempos. Con su libro indispensable (Guía de Tierra Santa, Verbo Divino Estella 2012) he vuelto el mes pasado (12. 2014), para recorrer de nuevo, con Mabel y con el FAM de Einkaren, los espacios, los recuerdos, los entornos.

A ellos, a Florentino García y a Emilio Pinto de Einkaren Viajes dedico esta reflexión primera sobre la tierra “santa” de cananeos, israelitas y palestinos. No tengo soluciones, pero puedo ayudar a entender la situación esperanzada, pero tensa y explosiva, en que nos hallamos.


Perdone el lector apresurado la "extensión" de mis reflexiones. Escribo estremecido por el asunto de las "caricaturas de Mahoma" y los asesinatos pretendidamente islamistas de Paris (8-9. 1. 2015). Pienso que si le interesa el tema de la vida y futuro del hombre en el mundo podrán ayudarle. Para saber más acuda al libro de Florentino Díez.


(Imagen: La foto del libro muestra en primer lugar la Cúpula de la Roca: Mezquita de Abrahán para los musulmanes, templo de Salomón para los judíos, que lloran en el muro que está debajo, aquí invisble. Al fondo se ve la cúpula azul de la Iglesia de la Resurrección de Jesús).


Ésta es mi confesión ante aquella tierra:

Soy cananeo, sin duda , por vasco y heredero de los pueblos paganos. Me siento miembro de la vida universal, de las religiones del mundo, y de un tipo de primer comercio mundial, pues allí, en la Tierra de Canaán, se inventaron/descubrieron/expandieron, en el entorno siro-fenicio la Escritura Alfabética, con la gran agricultura, un tipo de moneda mundial, con el mercado marino de occidente.

Soy israelita, leo la Biblia pasablemente en Hebreo, la entiendo y comento... y siento (asumo) la historia antigua de Israel como mi historia. Me siento más cerca de Isaías y de Jeremías que de Homero y y Virgilio. Las promesas de Israel me siguen "con-venciendo", es decir, me hacen buscar la victoria de la vida sobre la muerte, en esperanza creadora.

Pero soy también Palestino... y me siento vinculado con la gran tradición de los pueblos del mar (filisteos antiguos) y con los árabes más recientes, muchos de ellos convertidos al Islam, que les ha dado unidad y una mística de Shalom/Shalam paz mundial, aunque también con sus riesgos... el Soy cananeo, sin duda, pero también israelita y palestino. Muchos somos las tres cosas, por origen, tierra y por historia.

Y en todo eso soy cristiano, , no como una cosa más que se sume con las anteriores, sino como alguien que descubierto en Jesús el secreto y camino que le permite ser, al mismo tiempo, pagano, israelita y musulmán, siendo radicalmente humano. Desde esta perspectiva empieza recogiendo mi nueva impresión los pos caminos de esa "tierra santa". Seguirán, Dios mediante, dos nuevas postales.

1. Tierra de Canaán, tierra prometida.

La Biblia supone que el mismo Dios ha concedido a los israelita una tierra, la tierra de Canaán, que se extiende desde Fenicia (Sidón) hasta el sur de Palestina (Gaza, ciudades del Mar Muerto: cf. Gen 10, 15-19) o, con más precisión, desde Dan hasta Berseba (cf. Jc 21, 1; 1 Sam 3, 20; 2 Sam 17. 11).

‒ Es la tierra de los cananeos, comerciantes, de grandes ciudades, entre Egipto y Mesopotamia, en el camino entre las grandes culturas de Oriente.
‒ Es la tierra las promesas, que Dios concede a los israelitas, conforme al testimonio unánime del Antiguo Testamento (cf. Ex 6, 4; Num 13, 2; Dt 32, 49; Sal 105, 11). Ella está especialmente vinculada a las tradiciones de Abrahán y a los relatos de la conquista, que trazan dos líneas de tradición distintas pero vinculadas.
‒ Es la tierra de los “palestinos”, filisteos antiguos, árabes nuevos, musulmanes y cristianos, y también sabras judíos, lugar de cruce de culturas y de historias. Pero aquí quiero destacar su aspecto “israelita”, desde la tradición de la Biblia.

Así quiero empezar hablando de la tierra prometida. Toda la antropología bíblica está vinculada a la experiencia de la tierra que Dios ha prometido a los hombres, especialmente a los israelitas, como lugar de vida y plenitud de los hombres, dentro de un mundo también creado por Dios (Ge 1-2). Pensando en esa Tierra prometida a la que deben entrar los israelitas ha sido escrito el Pentateuco. La tierra aparece así como teofanía o manifestación de Dios (cf. Gen 15, 7; Dt 8, 1-10), según muestra el final del Pentateuco (Dt 34, 1-12) y el comienzo de los libros históricos (cf. Jos 1, 2-6). Ciertamente, muchos pueblos han interpretado su entorno natural (montañas y mares, ríos y valles etc.) como bendición de Dios y experiencia salvadora, de manera que han mantenido y cultivado un tipo de adoración de la tierra (Pacha Mama, Amalur etc.).

Pues bien, los israelitas han aportado en este campo una experiencia especial. Por una parte, han desacralizado toda tierra, afirmando que ninguna es sagrada, ni puede adorarse (Ex 20, 4; Dt 5, 8). Por otra parte, han concebido su tierra, Eretz de Israel, como signo de elección y presencia divina.

La tierra aparece así como el primero de los dones naturales de Dios, pero no es Madre-Diosa de la que nacen los hombres, como en los mitos cosmogónicos de oriente y occidente, sino barro del que los hombres han surgido por obra de Dios (cf. Gen 2, 7) y don que Dios les ha ofrecido y que ellos deben heredar (Gen 15, 7; Dt 3, 28; 12, 10; 31, 7; 1 Sam 2, 8; Jer 3, 18) a través del éxodo liberador y de un camino de desierto. Finalmente, ella es meta a la que tiende la vida del pueblo: Moisés muere sin haberla alcanzado (Dt 34) y los profetas y apocalípticos la siguen prometiendo (cf. Is 65, 17; 66, 22), como repite el Apocalipsis cristiano (Ap 21, 1).

Por defender su tierra, centrada en Jerusalén, lucharon muchos judíos, tanto en tiempos anteriores a Jesús (macabeos), como posteriores (guerra del 67-70 d. de C). Por conquistar esa tierra lucharon los cruzados cristianos del siglo XII y por defenderla han creado algunos judíos el Estado actual de Israel, en conflicto con los palestinos y otros grupos árabes.

2. Tierra que mana leche y miel.

La Biblia afirma que Yahvé prometió a los hebreos esclavizados en Egipto una «tierra de leche y miel» (cf. Éx 3, 8.17; 13, 5), como garantía plenitud, una tierra buena y ancha (tobah wrhabah), a diferencia de Egipto que era lugar de maldad y estrechez. La tierra que Dios promete a los hombres es un espacio de abundancia y amplitud, de gozo y ternura, que están simbolizados por la leche y la miel. Esta expresión (tierra que mana leche y miel: zabat halab wdba´s) proviene de textos mitológicos y está relacionada con la maternidad de Dios que ofrece a los hombres su leche (cuidado materno) y su miel (dulzura) en la tierra. En ese contexto se añade que los israelitas van a renacer desde el amor de Dios (cf. Lev 20, 24; Num 13, 27; Dt 6, 3; 11, 9 etc). Es evidente que en el fondo de ese deseo influye la añoranza del paraíso (Gen 2-3), reinterpretado en forma histórica, como experiencia de vida feliz.

La tierra futura anhelada es más que un espacio puramente geográfico o material: Palestina ha sido y sigue siendo campo de contrastes, de dureza, sacrificio y muerte. Sin embargo, a los ojos del israelita ella aparece, como símbolo de nuevo nacimiento, cuna de humanidad.

Ciertamente, esa expresión (tierra que mana leche y miel) puede convertirse en un signo mítico: el Dios de la Biblia nos sacaría de este mundo real para llevarnos a una tierra imaginaria, un jardín de maravillas que solamente existe en nivel de fantasía. Pues bien, en contra de eso, los textos del Pentateuco saben que los hebreos se dirigen de hecho hacia una tierra concreta y disputada sobre el mundo, ellos se dirigen al meqom (Ex 3, 8) o lugar donde se encuentran asentados los seis (o siete) pueblos cananeos, heteos (=hititas), amorreos, etc., para iniciar allí su andadura como pueblo mesiánico, en un camino concreto de conflictos y esperanzas.

3. Tierra de Abrahán, padre de judíos, cristianos y musulmanes

La tradición de la promesa de la tierra se encuentra vinculada con la memoria de Abrahán, desarrollada en los capítulos centrales del Génesis. Conforme a esa memoria, Abrahán «toma» pacíficamente una tierra que era de otros, teniendo que pactar con sus habitantes (con sus dioses), apareciendo así como peregrino en una tierra que no es sólo suya, como indicaremos comentando el texto básico de Gen 12, 1-8.

Dios acaba de bendecir a Abrahán y le ha mandado que salga de su tierra (de Mesopotamia), con su familia, hacia una tierra nueva que el mismo Dios le mostraría. Pero esta tierra de “Abahám” ha de ser tierra de judíos, cristianos y musulmanes, pues todos ellos recogen y aplican la tradición del patriarca.

(a) Salieron hacia la tierra de Canaán y entraron en la tierra de Canaán… (Gen 12, 5) Dios no le había dicho todavía dónde debe dirigirse. ¿Por qué viene a Canaán? Se puede responder de dos maneras. El redactor (que sabe ya cuál es la tierra prometida) nos haría ver que Abrahán iba cumpliendo la promesa, aunque él no lo supiera. Pero también se podría pensar que Abrahán estaba haciendo lo único sensato en su lugar y tiempo: toma la ruta del Creciente Fértil y por ella avanza con los otros caminantes de la historia. Desde Harrán, siguiendo la lógica de las emigraciones, Abrahán tiene que pasar por Siria y Canaán para llegar a Egipto.

(b) Y penetró Abrahán por la tierra hasta el maqom de Siquem, hasta la encina de Moréh (de la Visión) (Gen 12, 6). Ha dejado todo para seguir la palabra de Dios. Pero, al mismo tiempo, va buscando a Dios, como lo indica el hecho de que viene hasta el maqom o santuario. Quizá pudiéramos decir que viene encarnándose religiosamente por la tierra que atraviesa. Podría añadirse que la misma palabra de Dios le ha llevado a buscar su presencia en los lugares donde otros le invocaban ya. En esa misma línea ha de entenderse la referencia a la encina de Moréh. En Palestina eran abundantes los → árboles sagrados, vinculados a veces con el culto baalista que los profetas persiguieron. En este momento no hay aún ningún rechazo antipagano (aunque el texto recuerda que entonces habitaba en la tierra el cananeo: 12, 6). Abrahán llega al santuario de la encina que es árbol de visión o instrucción-revelación, como indica su nombre Moréh (vinculado a yarah, torah etc), para recibir allí la palabra de Dios.

(c) Yahvé se apareció a Abrahán (Gen 12, 7). De pronto, en medio del camino, el proceso de su búsqueda humana se abre y Dios actúa nuevamente con el nombre propio de Yahvé. Al principio estaba sólo la palabra (wayy‘omer: Gen 12, 1). Ahora llega la visión (wayyera‘: 12, 7); Dios mismo aparece en su forma personal, como Yahvé, mostrándole su presencia. Abrahán busca en una tierra donde ya había otras personas habitando y adorando a Dios, junto al santuario antiguo (cananeo) de Siquem, bajo el árbol sagrado de las revelaciones. Yahvé se le muestra de manera nueva, como el Dios que le había llamado, diciéndole que saliera de su patria; le ha estado esperando aquí, en la tierra nueva, cumpliendo su palabra y declarando así la santidad del lugar al que ha llegado. De ahora en adelante, Siquem ya no será significativa (para los israelitas) por su viejo santuario cananeo sino porque Yahvé se ha revelado allí, mostrando su rostro (presencia) al patriarca peregrino y diciéndole su palabra: «a tu descendencia daré esta tierra» (12, 7). El centro de atención ya no es la tierra sino el mismo Dios de Abrahán que le ofrece su palabra y le promete su asistencia.

(d) Y Abrahán construyó allí un altar para Yahvé que se le había aparecido (Gen 12, 7) . Elevar un altar significa aceptar la palabra de Dios, respondiendo a ella con gratitud. El altar (mizbeah) es el lugar donde los fieles sacrifican (zabah), mostrando su fe en Dios y dándole gracias. Si Abrahán eleva un altar es porque cree, porque admite la palabra de Dios, porque sigue firme en su esperanza. Abrahán responde a la revelación de Dios fijando un signo sagrado sobre el suelo, creando así un espacio religioso que es garantía de presencia de Dios y principio de respuesta humana. Normalmente, la historia debería terminar aquí, como hieros logos o leyenda sagrada de un santuario (Siquem). Pero ese final hubiera sido contrario a la promesa de Abrahán y al contenido más profundo de la experiencia israelita. Abrahán no puede acabar su camino religioso edificando un solo altar, para quedar allí fijo, convertido en sacerdote de un templo. Todos los altares de Abrahán son etapas de una peregrinación que sigue abierta hacia el futuro que marcan las promesas. Por eso, el texto continúa.

(e) Y se trasladó desde allí a la montaña, al este de Betel… plantó su tienda, construyó un altar… e invocó el nombre de Yahvé (Gen 12, 8). Esta noticia (sobre el altar de → Betel) se relaciona con la que ofrece Gen 28, 11-22 donde se narra el sueño de Jacob, con la visión de la presencia de Dios, la erección de una estela sagrada y la promesa de construir un santuario. Este último relato se encuentra más desarrollado y ofrece una visión más precisa del origen del santuario de Betel (=Casa de Dios). Sin embargo, la tradición recogida en Gen 12, 8 resulta también significativa. Miremos un mapa de Palestina. El patriarca sigue dirigiéndose hacia el sur, tomando posesión prospectiva, esperanzada, caminante, de la tierra de Canaán. El texto dice que plantó su tienda. La plantó para luego levantarla (ese es el sentido de Gen 12, 9), en camino que le va llevando al cumplimiento definitivo de la promesa. Ha recibido un signo de Dios (se le ha mostrado) y responde, tanto en Siquem como en Betel, construyendo un altar, es decir, poniendo marcas de misterio en su camino y abriendo así un espacio de experiencia religiosa para sus descendientes.

La misma dinámica de la vocación hace que Abrahán viva en caminos, morando en tiendas (sin suelo firme, sin tierra propia); pero su mismo gesto, fundado en la palabra de Dios, va ofreciendo signo y principio de vida para sus descendientes. Es significativo el hecho de que en este primer momento no aparezca Jerusalén, un motivo que después ha sido integrado en los recuerdos del patriarca en Gen 14, 18-24. Por ahora, Abrahán sigue su camino y, por las huellas del Creciente Fértil, desciende hacia el Neguev, para tomar luego la ruta del hambre (y deseo de abundancia) que conduce a Egipto (Gen 12, 10).

4. Tierra de las tres religiones

En esa línea de peregrinación y camino de Abrahán quiero poner de relieve el hecho de que Canaán (tierra de Israel, tierra de los filisteos) ha de ser por Abrahán la tierra de las tres religiones que allí encuentran su patria:

‒ Tierra sólo judía. Los judíos tienden a considerar a Abrahán como alguien que les pertenece sólo a ellos, pero tanto los cristianos como los musulmanes rechazan esa postura. Los cristianos se creen hijos de Abrahán, por medio de la fe en Cristo; los musulmanes afirman que el mismo Abrahán ha construido su Caaba, ha iniciado la verdadera religión y ha profetizado (pedido) la venida de Mahoma, sello y culmen de la profecía. En esa línea hay un tipo de judíos que quieren que esa tierra sea sólo de ellos, estableciendo allí un “estado nacional judío”, donde sólo los judíos sean ciudadanos de primera, y los demás (musulmanes o cristianos) sólo huéspedes, permitidos, pero sin verdadera libertad.

- Tierra sólo musulmana. Los musulmanes de la tierra de “Palestina” se sienten herederos de los filisteos, pero también del verdadero Abrahán a quien toman como su padre en línea nacional, genalógica: Es padre de los árabes de la Meca, a través de Ismael, pero sobre todo es padre en línea de fe: ha proclamado el monoteísmo, ha sido fiel a Dios y ha dejado el signo de esa fe no sólo en el santuario de la Caaba de la Meca, sino a través del Santuario de la Roca de Jerusalén (del Monte Moria, en el lugar donde estuvo el Templo de Salomón). A su juicio, antes que templo judío, el Maqom o Lugar Santo de Jerusalén fue templo musulmán de Abrahán, para todos los creyentes musulmanes. Allí se recoge y conserva la tradición del Sacrificio de Isaac (recordada en el Muharam islámico). Desde allí subió Muhammad al cielo. Eso significa que los israelitas judíos son posteriores, una reforma temporal y parcial establecida por Salomón… La verdadera Jerusalén es musulmana, en el sentido universasl.

‒ Para los cristianos, Abrahán es el padre de todos los creyentes, como ha precisado de forma ejemplar san Pablo en Rom 4. Creyó en Dios antes de ser circuncidado (de cumplir la ley nacional del judaísmo) y por eso puede presentarse como padre de todos los circuncisos (de los judíos que nacen de su carne y cumplen la ley posterior de Moisés) y de los incircuncisos, es decir, de aquellos que no cumplen la ley (no son judíos) pero creen en Dios. Por eso, el mismo Dios le ha destinado a ser padre de todos los pueblos, por medio de la fe, a través de Jesús. Sólo la fe vincula a todos los humanos, les hace ser un pueblo, superando en Cristo la violencia antigua y encontrando el camino de la reconciliación universal. Gálatas 3 añade que Dios ofreció sus promesas a Abrahán y a su Descendiente; no dijo a sus descendientes, como si fueran muchos, sino a su Descendiente, el cual es el Cristo...Por eso "si sois de Cristo sois esperma (=descendencia) de Abrahán; sois herederos de la promesa" (Gál 3,16-17.28-29).

En esa línea, recordando con honor a Jerusalén, por la historia de su templo y por la muerte y resurrección de Jesús, los cristianos quieren que la Tierra Santa (Israel, Palestina, Canaán) sea lugar de encuentro espiritual entre todos los pueblos.

5. Tierra conquistada. Historia antigua, situación actual.

Volvamos a la tradición judía. Junto a la historia pacífica de Abrahán que camina sin guerra por la tierra de Canaán, sabiendo que es un don de Dios, aceptando la presencia de otras gentes y otros cultos con los que tiene que pactar, el conjunto del Pentateuco judío y de un modo el libro de Josué han impuesto la visión de la conquista violenta de la tierra, que Dios ha concedido a los israelitas y que ellos pueden conquistar y poseer de un modo violento.

«Cuando marche mi ángel ante ti y te introduzca en la tierra del amorreo, del hitita y ferezeo... no adores a sus dioses ni les sirvas, no fabriques lugares de culto como los suyos, sino que has de destruirlos y derribar también sus piedras sagradas (Ex 23, 23-24).

Estas palabras forman parte de un pacto de constitución sacral y/o social del pueblo (cf. Ex 34, 10-11; Jc 2, 1-5; Dt 7 y 20), que vincula a los federados de Yahvé, haciendo que se opongan a los cananeos para destruirlos, en guerra militar e innovación popular.

«Cuando Yahvé, tu Dios te haya introducido en la tierra a la cual entrarás para tomarla en posesión, y haya expulsado de delante de ti a muchas naciones (heteos, gergeseos, amorreos, cananeos, ferezeos, heveos y jebuseos: siete naciones mayores y más fuertes que tú) y cuando Yahvé tu Dios las haya entregado delante de ti y tú las hayas derrotado, entonces destrúyelas por completo. No harás alianza con ellas ni tendrás de ellas misericordia. No emparentarás con ellas: No darás tu hija a su hijo, ni tomarás su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirá a otros dioses, de modo que el furor de Yahvé se encenderá sobre vosotros y pronto os destruirá. Ciertamente así habéis de proceder con ellos: Derribaréis sus altares, romperéis sus piedras rituales, cortaréis sus árboles de Ashera y quemaréis sus imágenes en el fuego. Porque tú eres un pueblo santo para Yahvé tu Dios; Yahvé u Dios te ha escogido para que le seas un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra» (Dt 7, 2-6)


Ciertamente, en contra de lo que mandaba la teología oficial Deuteronomio los israelitas no mataron de hecho a todos los habitantes de la tierra, sino que lucharon básicamente contra la oligarquía sacral cananea y destruyeron, en guerra sagrada, sus signos de opresión fundamental, ligados al rey y al culto de los ídolos. Así vinieron a presentarse como nación santa y pueblo sacerdotal (cf. Ex 19, 5-6), sobre una tierra que ellos consideraron como exclusivamente suya, tierra santa. De todas formas, su visión de la tierra como don de Dios que se traduce en forma de posesión política, que puede y debe conseguirse y mantenerse por las armas, forma parte de una de las líneas básica de la teología y de la práctica social israelita, desde los macabeos y celotas hasta nuestros días.

En esa línea se mantiene la teología oficial de los “sionistas” del Estado de Israel en la actualidad: Ellos piensan que tienen el derecho a conquistar y mantener incluso por la fuerza la tierra que Dios les concedió en tiempo antiguo. De esa forma, lo que era don de Dios, en un plano religioso, viene a interpretarse como objeto y resultado de de una conquista violenta. La posesión y defensa de esa tierra de Canaán (o de Palestina, es decir, de los filisteos), concebida como «tierra santa» (Zac 2, 12), constituye uno de los temas básicos de la historia israelita, tema aún no resuelto por la teología oficial sionista de algunos judíos actuales.

Estos judíos sionistas de la guerra, que han tomado la tierra de Canaán, expulsando o sometiendo a los antiguos y nuevos palestinos, se mantiene en una línea bíblica… Pero hay otras líneas, como son las del mismo judaísmo pacífico, con la línea cristiana y musulmana. Todas ellas tendrán que pactar si es que quieren que la tierra sea lugar de Dios para todos.
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