06.08.2020 San Salvador Transfiguración: Tres en lo alto, nueve en el llano (y el niño enfermo)

Está Jesús sobre el monte con los tres discípulos principales (Pedro, Santiago, Andrés) que se duermen, mientras él se transfigura con Elías y Moisés. Los nueve restantes han quedado en el llano y discuten con escribas y gente sobre un niño mudo al que ninguno consigue curar.

Los poderes sociales, religiosos o económicos resultan impotentes ante el drama de ese niño mudo, enloquecido, hijo de padre angustiado, hasta que baja Jesús de la montaña... Sólo si los tres dormidos del monte despiertan y los nueve  inútiles del llano asumen su compromiso de evangelio nacerá nuevamente la Iglesia

La transfiguración de Rafael – De Arte Sacra

 Hoy, 6.Agosto.2020, día de la Transfiguración del Señor (San Salvador) quiero retomar el motivo de las dos iglesias: La del Monte, con los tres "jerarcas" (Pedro, Santiago, Juan), lleva tiempo dormida; la del Llano no puede sanar al enfermo... Hay otras posibles lectura de las dos partes principales de este relato (Mc 9, 2.29), quizá con más mística. Pero la que ofrezco, partiendo de mi Comentario de Marcos, responde mejor al "genio" del evangelio, como podrá ver quien siga leyendo.

Tres dormidos en el monte. Transfiguración (9, 2-8).

 (a. Situación) 2 Y seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, los llevó a solas a un monte alto y se transfiguró ante ellos. 3 Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como ningún batanero del mundo podría blanquearlos. 4 Se les aparecieron también Elías y Moisés, que conversaban con Jesús.

(b. Pedro)  5 Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Rabbi (=Maestro) (que bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 6 Estaban tan asustados que no sabía lo que decía.

(c. Dios) 7 Vino entonces una nube que los cubrió y se oyó una voz desde la nube:  Este es mi Hijo amado; escuchadle. 8 De pronto, cuando miraron alrededor, vieron sólo a Jesús con ellos.

Situación (9, 2-8). Arriba, en la montaña de la gloria, habita Jesús con sus discípulos privilegiados, Pedro, Santiago y Juan. Posiblemente, en su origen, el texto evocaba una experiencia de resurrección: brilla sobre Jesús la gloria de Dios en la montaña de su pascua; por eso le avala el testimonio de Moisés y Elías (signos de Escritura, AT), que conversan con él en actitud de gloria. Los tres discípulos deben entrar en oración mientras Jesús les muestra su gloria pascual.

Pedro (9, 5-6). Los discípulos descubren en el rostro de Jesús el resplandor de Dios y ven en su figura la culminación de las promesas de Israel. Dios ha revelado ya su gloria y plenitud sobre la tierra. Pero el texto indica que su gesto es egoísta e ignorante: lo que Pedro quiere es permanecer allí por siempre, sin pasar por la cruz, en tres tabernáculos de cielo, en eterna fiesta de separación y gozo, con el Jesús transfigurado (y con Moisés y Elías).

Que los otros, los muchos sufrientes que han quedado abajo, en el valle de locura y discusión del mundo, sigan sufriendo, continúen para siempre mudos.¿Qué importa eso? Ellos, los privilegiados de la tierra (Pedro, Santiago, Juan), realizan la oración perfecta con los privilegiados del cielo (Moisés, Elías y Jesús). Así quieren formar la iglesia petrina y zebedea del triunfo judío (nacional, de grupo) que cultiva su propia identidad impositiva y/o separada, olvidando a los sufrientes del valle de la historia.

La transfiguración

Esta es la oración suprema, el Tabor de la ambigüedad, donde se expresa por un lado la grandeza de Jesús (a quien el Padre constituye Hijo ante sus fieles), y por otro el riesgo de Pedro y sus compañeros centrales (gloriosos y egoístas) que quieren controlar la gloria de la pascua sin abrirla a los sufrientes y posesos (mudos) del valle de locura de este mundo. El deseo del Pedro Taborita, que llama a Jesús Rabbi judío (como hará en 11, 21 y Judas en 14, 45), está en la línea de su cristología precedente de rechazo de la muerte del Hijo del humano (8, 82).

Pedro (y los zebedeos) buscan una culminación israelita que no exija entrega de la vida. Ellos son capaces de entender la gloria del Tabor como experiencia pascual, pero de pascua sin muerte, sin entrega en favor de los demás, en gloria que se olvida de los endemoniados y posesos del mundo. Pedro y los zebedeos representan, pues, una experiencia de resurrección en la montaña de Moisés y Elías, aislándose allí para siempre, construyendo las tiendas de la celebración judía. En ese sentido, podemos interpretar el Tabor petrino y zebedeo como un Jerusalén judeocristiano con un Jesús que se encierra en los límites del pueblo judío y que en el fondo olvida la función universal de su muerte.

Tabor es, por un lado, una experiencia positiva. Todo nos permite suponer que Marcos ha recordado en esta escena un relato de aparición de Jesús resucitado: la gloria de Dios está expresándose en el Cristo de la pascua. Pero esta es, al mismo tiempo, una experiencia parcial, que destaca el nivel israelita del triunfo de Jesús (con Moisés y Elías), corriendo el riesgo de olvidar al auténtico Jesús a quien el mismo Dios llama su Hijo, pidiendo que le escuchemos; es una experiencia que no ha logrado entender el sentido radical de la entrega de Jesús que penetra por la muerte en la miseria del mundo (el poseso de 9, 14-29) y que extiende su palabra hacia todos los humanos.

Dios (9, 7-8). Ciertamente, Pedro (con los zebedeos) conoce algo, ha tenido una visión de Jesús; pero en sentido más profundo ignora y no sabe lo dice por el miedo (9, 6). Podemos comparar esa ignorancia y miedo de Pedro y los zebedeos con el miedo de las mujeres de 16, 7-8. Es evidente que este Pedro del Tabor no ha culminado su camino, no ha comprendido el sentido de la muerte de Jesús, no ha ido todavía a Galilea (16, 8), para reunirse con el resto de los discípulos e iniciar una iglesia verdaderamente mesiánica.

La voz de Dios (¡este es mi Hijo amado, escuchadle!) está diciendo a Pedro y a los otros dos que tienen que tienen que acoger la palabra de Jesús y escucharle, pues todavía no lo han hecho. Ellos parecen moverse entre un mesianismo de poder (quieren al Jesús glorioso, que les conceda el dominio sobre el mundo) y al  Jesús glorificado (que les permita vivir ya en la gloria, más allá de la nube, sin hacer el camino de Jesús. Pues bien, la voz de Dios les invita a retomar el camino de Jesús desde el principio, desde el bautismo, para entender lo que ha significado ese camino de entrega de la vida al servicio de los demás, como indica el pasaje siguiente18. 

Nueve inútiles en el llano (Mc 9, 14-29)

Editorial Verbo Divino :: Evangelio de Marcos

(a. Situación)14 Cuando llegaron a donde estaban los otros discípulos, vieron mucha gente alrededor y a unos escribas discutiendo con ellos. 15 Toda la gente, al verlo, quedó sorprendida y corrió a saludarlo. 16 Y les preguntó: )De qué estáis discutiendo con ellos? 17 Uno de entre la gente le contestó: Maestro, te he traído a mi hijo, pues tiene un espíritu mudo. 18 Cada vez que se apodera de él, lo tira por tierra, y le hace echar espumarajos y rechinar los dientes hasta quedarse rígido. He pedido a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.

(b. Creo: la fe del padre) 19 Él (Jesús), respondiéndoles, les dijo: (Generación incrédula! )Hasta cuando tendré que estar entre vosotros? )Hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo.20 Se lo llevaron y, en cuanto el espíritu le vio, sacudió violentamente al muchacho, que cayó por tierra y se revolcaba echando espumarajos. 21 Entonces le preguntó al padre:  )Cuánto tiempo hace que le sucede esto? El padre contestó: Desde pequeño. 22 Y muchas veces lo ha tirado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos.23 Jesús le dijo: (Dices si puedo. Todo es posible a quien cree.24 El padre del niño gritó al instante: (Creo, pero ayuda mi incredulidad!

(c. Lo levantó: la acción de Jesús)25 Jesús, viendo que se aglomeraba la gente, increpó al espíritu impuro, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él. 26 Y el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto, de forma que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, lo levantó, y él se puso en pie.

(d. Oración) 28 Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: )Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?29 Les contestó: Esta tipo (de demonios) no puede salir si no es con oración.

Moda: ''La transfiguración'', Rafael. Pintura

Situación (9, 14-18). Abajo estaban nueve discípulos impotentes con el niño del demonio mudo, discutiendo con escribas sobre el modo de curarle (9, 14). Los tres de arriba discutían sobre la doctrina de los escribas, en torno al triunfo de Elías y al sufrimiento del Hijo de Dios (9, 7) que se entrega como Hijo del humano. Sobre el valle de este mundo, discípulos y escriba representan la religión inútil de la ideología legal, del ritualismo muerto.

Es evidente que mantienen la perspectiva de una iglesia judía que no ha sido capaz de asumir el camino universal (creador) del sufrimiento mesiánico de Jesús. El hijo enfermo parece hallarse en contexto judío (entre discípulos y escribas); pero en un sentido más extenso puede ser representante de la humanidad necesitada, pues no hay en su vida ni en la vida de su padre nada que se pueda identificar como judío.

Estamos en el centro de un fuerte conflicto religioso, social y familiar.Arriba Jesús rodeado por tres discípulos egoístas que prefieren quedarse allí, en tiendas de descanso y olvido. Abajo un padre impotente con el hijo enfermo,rodeado de escribas y nueve discípulos inútiles del Cristo. Esta es la tragedia de la humanidad, este el problema de la iglesia.

Los visionarios del monte piensan que han hallado a Dios, que han visto su misterio y quieren descansar ya con el Cristo transfigurado, sin participar de la pasión del mundo, sin asumir la complejidad de la historia, olvidando los problemas (disputas, locuras) de este mundo viejo. Los inútiles del llano disputan y razonan con los muchos escribas de la historia, pero sus razones y gritos no consiguen curar al niño enfermo.

Pint Ren Quin~L7.RAFAEL.LA TRANSFIGURACIÓN. | Enrique Viola | Flickr

Se ratifica así el divorcio de la iglesia, la ruptura entre una pascua que no llega al sufrimiento de la vida (los de arriba, olvidados del enfermo) y una discusión mundana sobre leyes que no logran curar al niño enfermo. Unos desean construir la casa de recogimiento particular, tabernáculos santos, en una pretendida plenitud sin compromiso misionero les separa del mundo. Otros viven en la casa de la disputa permanente, en enfrentamiento ineficaz con escribas y padres enfermos. En cierto sentido, los últimos son más coherentes, pues al menos saben que existe opresión sobre la tierra. En torno a ella discuten. Conocen algo del dolor del mundo, pero no logran remediarlo.   

Al fondo sigue la tragedia de la humanidad representada por un padre e hijo enfermos. Sólo Jesús puede superarla, bajando con los discípulos orantes al valle de locura y discusión, para curar al hijo por el padre, mostrando que este tipo de demonios sólo pueden salir con oración (9, 29), esto es, subiendo a la montaña de la pascua para recibir allí la fuerza de Dios y bajar luego, al servicio de los pobres. En la unión de esos niveles se mantiene Jesús, vinculando plegaria y acción liberadora, en gesto que Marcos relaciona con muerte y resurrección de Jesús (9, 13).

 Pues bien, Jesús unifica esos niveles, al mostrarse por un lado como Hijo amado de Dios (9, 7) y  por otro como hombre que ayuda al padre enfermo a dialogar con su hijo mudo (9, 22-24). Nos hallamos ante dos escenas paralelas de paternidad y filiación vinculadas por el mismo Jesús, Hijo divino del monte que ayuda al hijo enfermo del valle.

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--Arriba está Jesús a quien el mismo Dios llama su Hijo, culminando un camino iniciado por la ley (Moisés) y los profetas (Elías), rodeado de discípulos que miran ignorantes y no saben expandir hacia los otros su experiencia. Dios en cambio sabe y de esa forma le define y constituye en palabra de amor, revelando a los discípulos que es su Hijo amado, en palabra que sólo Jesús y los lectores de Marcos conocen (cf. 1, 11). Ahora expande esa palabra, para que la iglesia entera (representada por los tres) sepa y actúe en consecuencia:(Este es mi Hijo Querido, escuchadle! (9, 7). La experiencia pascual de transfiguración debe expandirse, de manera que todos descubran el sentido de Jesús como Hijo a quien el Padre Dios avala. Esta revelación superior (voz de la Nube) desvela, al mismo tiempo, la paternidad engendradora de Dios y el poder creador (salvador) de Jesús, el Querido (agapêtos) a quien debemos escuchar.

--Abajo hay un padre fracasado que no puede hablar a su hijo enfermo(cf. 9, 17-24) ni decirle aquello que Dios ha dicho a Jesús: (Eres mi hijo! Desde este fondo ha de entenderse la terapia comunicativa de Jesús: que el padre del enfermo acepte a su hijo y le quiera (le crea), llamándole agapêtos, querido, traduciendo en forma humana el misterio celeste del Dios que habla en la nube. Este es la escena: un padre incrédulo, un hijo mudo, incomunicados entre sí, entre unos profesionales de la religión (escribas, discípulos inútiles del Cristo) que no saben más que discutir gritando. En el centro de la tierra habita una familia rota, una sociedad impotente, consumiéndose en estériles disputas. La iglesia mundanizada (abajo), se muestra así inútil, mientras la iglesia sacralizada (arriba) sueña de forma egoísta en su propia tranquilidad celeste, olvidándose del mundo, ignorando al verdadero Cristo que ha venido a dar la vida por los oprimidos. Toda la historia humana, impotente y enloquecedora, se condensa en este padre angustiado, presumiblemente judío (aunque su confesión religiosa importa poco), que desea curar a su hijo sin lograrlo, pues no tiene palabra sanadora, paterna, para ello.

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Nadie (ni escribas judíos, ni discípulos del Cristo) le ha dicho palabra. Sólo Jesús, que desciende del monte de la transfiguración como Hijo querido, en camino de entrega de vida, lo consigue. Así llega hasta el lugar donde se separan vida y muerte, para introducir la experiencia de su filiación, la voz del Padre Dios que le llamó al principio (1, 11) y que ahora ratifica para todos su misión formadora de familia (9, 7). Uniendo las escenas laterales del tríptico (9, 2-8 y 9, 14-29) vemos que Jesús quiere ofrecer al padre inútil su más íntima experiencia del Dios dador de vida que le ha dicho(Hijo querido! El padre semi-creyentes ((creo pero ayuda mi incredulidad!: 9, 24), debe decir a su hijo enfermo(eres mi amado! para así curarle22.

Creo: la fe del padre (9, 19-24). Frente al Dios que quiere hablarnos por Jesús (¡escuchadle!) se sitúa un niño mudo. Es el hijo de la historia humana, sometido al silencio; nadie ha sembrado en él palabra (contra 4, 1-32) y al poder de la violencia le destruye. Su caso es una segunda versión del geraseno de 5, 1-20. La enfermedad brotaba allí de la ciudad violenta; aquí surge del padre, que quiere creer en el hijo, pero que no puede, hasta que Jesús le ayuda. Así describe el padre la enfermedad de su hijo:

 --¡Tiene un espíritu (=demonio) mudo! (9, 17). Está encerrado en su propio vacío, sin acceso a la comunicación: no puede o no quiere hablar, vive en aislamiento. No ha escuchado jamás una voz personal y de esa forma habita en el silencio. Ciertos monjes cristianos (y no cristianos) han especulado peligrosamente sobre la interioridad aislada; han exaltado el santo silencio, condenándose a una vida de falta de comunicación. Filósofos y místicos también han insistido en el silencio metafísico, que nos uniría al ser o a Dios más allá de la palabra. Pues bien, Marcos indica que este niño está atrapado en las cadenas de un silencio demoníaco (=pneuma alalon): malvive en un mundo sin diálogo, sufre y se agita en un espacio y tiempo pervertido sin palabra que le una con el padre ni con otros seres humanos. Su enfermedad le aloja en el vacio violento de su angustia, en inquietud muda y destructora, cercana ya a la muerte23.

--Y, cada vez que el espíritu le agarra le arrastra, le hace echar espuma y golpear los dientes y le seca (9, 18). Malvive en gesto de violencia corporalizada. Su silencio es causa y consecuencia de agresividad intensa. No escucha a nadie, en nadie puede confiar, nunca le han dicho o no ha sentido que le digan (Eres mi hijo, yo te quiero!. Por eso, padece su vida como un deseo de muerte que se enrosca en sí misma, en círculo incesante de violencia. El padre lo sabe y se sabe impotente. No puede ofrecer a su hijo, enfermo desde niño (9, 21), una palabra personal.

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--El espíritu le arroja muchas veces al fuego y al agua, para perderle (9, 22). El niño habita en un conflicto que parece connatural a su existencia hecha de muerte, trenzada en lazos de agresividad ostentosa, destructiva. Es claro que se mata sin querer matarse, para hacer sufrir al padre, para decirle que se ocupe de él, para pedirle ayuda. Así vive y se agota este niño, en el borde de una vida hecha de muerte, en relación de violencia frente al padre, a quien desea en el fondo matar (o castigar) con su protesta de violencia.

 La misma enfermedad del hijo es un lenguaje pervertido, una forma de expresar la carencia de fe o/y su falta de cariño del padre. Por eso, la  primera forma que él tiene de oponerse al padre (y al resto de la sociedad) es el silencio: el niño se cierra, aislándose en el mundo resguardado de su enfermedad, fuera de las decepciones de su ambiente. La segunda es su auto-agresividad: los gestos evocados (silencio, arrastrarse con espuma en la boca, amagos de suicidio) son síntomas de impotencia personal y falta de comunicación. Se trata, sin duda, de una enfermedad psicosomática. Este niño malvive en la noche de su propio trastorno, entre el fuego y el agua, en juego delirante con la muerte. Los gestos de su enfermedad son ambivalentes: por un lado le apartan de los otros (de la familia); por otro son un modo de torturarles e implorar su ayuda.

Sobre este fondo ha de entenderse la intervención de Jesús quien comienza pidiendo al padre que explique la enfermedad de su hijo. Lógicamente, Jesús cura al padre, haciéndole capaz de comprender al niño y decirle: ¡Eres mi hijo, yo te quiero!. Su terapia es de tipo antropológico (de humanización y transparencia de lenguaje), siendo profundamente religiosa:

 --Por un lado, el padre es causante de la enfermedad de su hijo y así, para curarle, debe curarse a sí mismo, iniciando un camino de fe, con la ayuda de Jesús, redescubriendo la exigencia y gracia de su paternidad en clave de confianza. Convertir al padre para que cure al hijo: esa es la estrategia de Jesús.

--El padre es enfermo pero está dispuesto a colaborar. Por eso ha buscado a los discípulos, por eso viene a Jesús. No se empeña en mantener su posible razón, no se defiende a sí mismo, no echa la culpa al niño mudo. Sabe observar, asume su responsabilidad, deja que Dios le transforme.

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 Jesús penetra en ese infierno de ruptura y opresión que enferma al niño. Viene de la montaña del encuentro con Dios, donde ha escuchado la voz de la nube que dice (Hijo querido! (9, 7; cf. 1, 11). Por eso puede actuar como hermano de los hombres, llegando al lugar de mayor disociación y lucha, hasta el abismo de violencia y silencio donde no llegaba el padre. Así se muestra terapeuta o creador de familia. Dialoga con el padre, no le acusa ni humilla. Simplemente le escucha, deja que se vaya desahogando y al final le lleva al lugar donde la fe (en Dios, en sí mismo) le permite curar al hijo enfermo24. 

--Todo es posible para quien cree, dice Jesús (9, 23), en palabra que proviene de la tradición israelita (cf. Gén 18, 14) y que Pablo interpreta como fuente de vida cristiana (Gal 2-4; Rom 1-5). Esa fe es fuerza de transformación de la persona, en el plano individual y social. La misma familia (diálogo del padre con el hijo) viene a recrearse en ella. Allí donde otros podían colocar las relaciones de carne y sangre y el orgullo de raza como fuente de vida social ha colocado Jesús la fe mutua, la confianza creadora del padre que diciendo (creo! puede confesar al niño enfermo:(eres mi hijo querido!

--Creo, pero ayuda mi incredulidad, dice el padre (9, 24) en palabra que invierte el orden normal de las relaciones familiares. Se afirma de ordinario que los hijos deben creer en los padres, obedeciéndoles sumisos. Aquí es el mismo padre quien, creyendo en el Dios de la vida (gran Padre), puede confesar su fe en el hijo. Marcos ha reservado el símbolo de padre para Dios y por eso en la comunidad cristiana no habla de padre (cf. 3, 31-35; 10, 28-30). Pues bien, en este caso ha presentado a un verdadero padre humano que,  imitando a Dios, confía en su hijo e inicia con él un camino de curación que antes era imposible25.

Lo levantó: la acción de Jesús (9, 25-27). Así aparece Jesús en su doble función de amigo y sanador. Por un lado, penetra en el abismo de dolor del hijo, asumiendo su violencia para así curarle. Por otro llega al corazón del padre, madurándole en la fe y haciéndole capaz de curar al niño enfermo. Jesús no actúa como mago indiferente, sobre el dolor del enfermo. Desde la montaña de su gloria (transfiguración) ha bajado al valle de locura y violencia que es el mundo, para rehacer la relación del padre con el hijo. Le duele la increencia y exclama, en fuerte desahogo: ¿Hasta cuándo estaré entre vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? (9, 19).

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Los hombres no creen en Dios y unos en otros, por eso enferman de este modo. No creen, por eso se oponen entre sí. A Jesús le pesa la falta de fe, tanto en relación con Dios como en relación a los humanos. Por eso se desahoga, pero asume, desde el hijo enfermo, la miseria de la historia, en gesto de encarnación sufriente y redentora. Sufre Jesús la falta de fe de de esta generación (cf. 9, 19) e inicia un camino sanador que empieza por el padre: no le sustituye, no ocupa su lugar, no le niega la tarea de su paternidad, sino que le ayuda a creer, para reengendrar al hijo enfermo.

            El Cristo de la transfiguración se introduce en el lugar de la mayor miseria humana (allí donde padre e hijo no dialogan). Pues bien, este Jesús que ha escuchado la voz de Dios Padre ((eres mi Hijo!) y quiere que todos puedan acogerla con él (como él), habiendo curado al padre (¡yo creo, pero ayuda  mi incredulidad…), puede curar al hijo, como dice el texto: “Increpó al espíritu impuro, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, te ordeno que salgas y no vuelvas a entrar en él”. Estas palabras marcan lo que ya ha sucedido: una vez que el padre se ha curado (¡tiene fe!) puede curare el hijo26.

            El texto presenta este proceso de un modo simbólico fuerte: « el espíritu salió entre gritos y violentas convulsiones. El niño quedó como muerto»; pero eso es sólo una visibilización externa de un proceso que se ha producido en el nivel de la fe y de la oración, como indica la última parte del texto. , de forma que muchos decían que había muerto. 27 Pero Jesús, tomándole de la mano, lo levantó, y él se puso en pie.

Oración (9, 28-29). Desde el fondo anterior pueden entenderse mejor las actitudes de los personajes, situados estratégicamente al principio y fin del texto:

 --Los escribas (9, 14) no pueden expulsar a estos demonios, porque han colocado la estructura de su ley sobre el dolor y destrucción del ser humano (cf. Marcos 2, 1-12; 2, 23-3 , 6; 3, 22-30; 7, 1-23). Defienden la legalidad que parece situarse por encima de la angustia y sufrimiento de unos marginados cuya curación importa poco: Dios habita para ellos en el cumplimiento de la ley, no en el dolor de la historia; Dios se expresa en la estructura sacral de la nación israelita; por eso es secundario el sufrimiento de los locos.

--Los discípulos del llano también son incapaces de curarles (cf. 9, 14-18). Ciertamente, ellos debían saber que Dios sufre en los necesitados, pero no pueden ayudarles de verdad porque carecen de fe transformadora (cf. 9, 19) y oración (9, 29), pues no han subido a la montaña de la pascua, ni han asumido desde allí el camino de entrega del Hijo del humano.

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--Sólo Jesús puede curar, porque ha hecho el camino de la fe, en oración, descendiendo del monte de pascua para dar la vida en favor de los humanos. Sólo él penetra en el dolor del niño enfermo, dando al padre fe para curarle. La oración de Jesús (y sus discípulos) se vuelve creatividad (paternidad y maternidad) humana. Quien ora de verdad desciende para ayudar a los necesitados de la historia, en actitud de sanación.

 Esto es lo que Jesús ha querido iniciar con los discípulos del monte. Sólo la oración pascual (experiencia de fe), vinculada a la entrega de la vida, puede introducirnos en la hondura del sufrimiento humano, en el lugar de la injusticia, para ofrecer allí la palabra creadora de Jesús. Por eso, la frase final (esta especie de demonios sólo sale con oración: 9, 29) podría invertirse: la oración sólo es verdadera cuando expulsa a los demonios.

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La oración de la que aquí se habla nos conduce al lugar de la miseria para que ofrezcamos el testimonio de la paternidad creadora de Dios. Ella nos hace verdaderamente padres, capaces de creer y de crear fe en nuestro entorno. De esa forma se vinculan plegaria y expulsión de los demonios: (a) Nos pone en manos de un Misterio que se expresa como padre. Diálogo absoluto, en plena transparencia, con aquel que nos hace ser personas y nos ama, eso es la oración. (b) La expulsión de los demonios es obra de oración. Sólo el orante se adentra en el abismo de locura, en el lugar donde se engendran las faltas de comunicación personal y las luchas sociales. Por eso, la fe expresada en oración, se expande en el encuentro con los pobres (los posesos) y en la misma asistencia sanadora .  

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