Véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos. Muerte como luz, con Juan de la Cruz, Emimaría y Newton.
Publiqué hace dos días una nota sobre las cenizas de los muertos, evocando el entierro de Pedro, con un documento quizá ambiguos de la Congregación de la Doctrina de la fe, y respondió mi amiga y colega Emimaría en RD con una reflexión sobre la muerte en la luz de Dios.
Recojo aquí esa reflexión, ofreciendo, desde ella, un comentario sobre la muerte, en Juan de la Cruz (Cántico espiritual 10´) con una nota final sobre el mundo gravedad de amor y Sensorium Dei según Newton, que ha sido quizá el mayor científico de estos tiempos modernos. Gracias Emi, por comentar mi texto y motivarme para escribir lo que sigue, con Juan de la Cruz y Newton
| X. Pikaza
Comentario de Emimaría Castellano Herrero
Gracias Xabier Pikaza, por abordar este tema. Pienso que has sido muy prudente, incluso concesivo con el documento de la Congregación de la Doctrina de la Fe. Te cuento. Leyendo el Documento y leyéndote a ti, he sentido un poco de algo parecido a la claustrofobia. Porque es como si "solo" se contemplara al muerto individual y presente ahora y aquí.
Considero que el cristianismo no es una "religión" junto a otras, que genera una cultura social y religiosa junto a otras...creo a pies juntillas que el mensaje de Cristo nació con aspiración universal (id y predicad el Evangelio a toda criatura) porque todos somos hijos de Dios. Y en este sentido los ojos de la Iglesia tienen que ser capaces de abarcar a todos los tiempos, a todas las criaturas y remontarse por encima de las particularidades, porque es el mundo entero (el planeta tierra) el gran cementerio de miles de generaciones de vivientes. .exactamente igual que es la "cuna que nos recibe y amamanta a todos cuando nacemos).
Ese descenso a lo pequeño, a lo territorial, a lo individual, a lo tradicional...me suena a vieja y cascada campana incapaz de tañer con buen sonido. No es posible que con la cantidad de textos y buenos teólogos que hemos tenido, la Iglesia siga anclada en el pasado. No es posible que continúe sin ver y comprender que, sembramos un cuerpo físico y resucitamos con uno espiritual" (sea esto lo que sea).
"Resucitar un cuerpo espiritual" implica un cambio de un cuerpo mortal, corruptible y débil a un cuerpo incorruptible, glorioso y poderoso, preparado para una vida eterna. Y ese cuerpo, como decía un sabio maestro mío (Segundo Fernández García), se nos da nada más morir, "porque Dios es Dios de vivos no de muertos".
Nuestros cuerpos materiales ya no son. Y la presencia viva de los que nos preceden, no está en la tumba o el columbario, sino en el Amor que nos une a todos. Personalmente creo y así lo vivo, que creer en Dios como Espíritu de Amor, es trascender el espacio, el tiempo y la materia, porque "El lo llena todo, lo invade todo y lo gobierna todo"
Y esta es la mejor descripción de un Cristo que tiene como cuerpo a su Iglesia de la cual es la cabeza. Nosotros estamos ¡YA! escondidos con El en Dios. Sin posibilidad de separación o vida fuera de la suya (FB Xabier Pikaza 5.11. 25).
Juan de la Cruz. Cántico espiritual 10. Veante mis ojos
Así dice Juan de la Cruz retomando motivos de de la vida humana como encarnación de Dios-Luz a partir de Jn 1, 1-14: Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos, pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos.
Ésta es una petición común de personas enojadas que quieren superar su enojo y saben que sólo el amado puede calmarlo (deshacerlo) y darnos de esa forma sosiego, contento y paz cumplida (=vida eterna) al mirarnos. Expone así el tema visión beatífica, esto es, de aquella mirada que nos beatifica, nos hace felices, dándonos amor, gozo y paz, los tres frutos de Espíritu/Luz de Dios en nuestra vida (Gal 5, 21).
¡Apaga mis enojos, pues que ninguno (=nadie) basta a deshacellos, es decir, a calmar esos enojos y a calmarme! En este contexto, la amante (=la persona enamorada) se atreve a presentar su enfado al Amado, acusándole de ser el responsable de sus males, si es que no viene, le mira y le calma para siempre.
Esa mirada de Dios que nos ama dándonos su felicidad al mirarnos, bañándonos en su luz, es el cielo, eso que los salmos de Israel y los evangelios llaman “luz eterna”(et lux aeterna luceat eis, que la luz eterna les alumbre, en amor, gozo y paz, Gal 5, 21)
. Basta que nos miren en amor para hacernos felices. “Me ha mirado”, decimos, y eso significa que me quiere y con eso basta, puedo ser feliz En este contexto desarrolla Juan de la Cruz (=SJC) su visión de la buena concupiscencia (el buen deseo saciado de cielo, recreaando la teología del deseo, de Pablo en Rom 13,8-9, y la de Buda, el Iluminado por excelencia de la historia de la humanidad).
Sólo la presencia, mirada y amor del Amado pacifica, disipa los enojos del primer llanto de la vida tras el nacimiento, pues Dios ha hecho para empezar llorando en la luz del nacimiento, para recorrer un camino de luz que culmina en el cielo, que el mismo Juan de la Cruz ha definido diciendo “gocémonos amados al vernos y vámonos a ver en tu hermosura” (cf. Cantico 36).
- Tiene, pues, esta propiedad la concupiscencia del amor,
- que todo lo que no sea amor….
- la cansa y fatiga y enoja y la pone desabrida,
- no viendo cumplirse lo que ella quiere.
- Y a esto, y a las fatigas que tiene por ver a Dios,
- llama aquí enojos, los cuales ninguna cosa
- basta para deshacellos, sino la posesión del Amado
- (Coment 10, 5)[1].
Y véante mis ojos. La Amante del poema de SJC es difícil de saciar, pues ella quiere convertirse en pura ante los ojos del Amado le alumbra (le da lumbre y luz completa) le calma o aquieta.
La Amante empieza llorando al nacer, pero pronto se pone contenta, muy pronto, pues sólo con ver al amado que viene es ya feliz…como el niño que empieza llorando cuando nace, porque le han expulsado del seno de la madre, pero pronto, al sentirla y luego al verla sonríe y se siente feliz.
Por eso, la Amante a quien engendra la luz del amado se vuelve feliz Por eso pide al amado “y véante mis ojos”, pues sólo con verle sonríe con lágrima de amor.. Por eso pide “y véante mis ojos”; sólo verle, eso le basta, como sigue comentando el mismo SJC en comentario al Cántico en prosa
Y véante mis ojos.
- Esto es, véate yo cara a cara con los ojos de mi alma,
- pues eres lumbre de ellos.
- Demás de que Dios es lumbre sobrenatural
- de los ojos del alma, sin la cual está en tinieblas,
- llámale ella aquí por afición lumbre de sus ojos...
- Y sólo para ti quiero tenellos.
- En lo cual quiere el alma obligar al Esposo
- a que la deje ver esta lumbre de sus ojos,
- no sólo porque, no teniendo otra, estará en tinieblas,
- sino también porque no los quiere tener (esos ojos)
- para ninguna otra cosa que para él
- (Coment 10, 6-9).
La plenitud del amor son unos ojos que Dios nos ha dado no sólo para ver cosas sino para verle a él, descubriendo que él nos mira y mirando (viendo) aue nos ama, dialogando con nosotros, en mirada recíproca de amor, como Amante y Amado que se sacien al mirarse siendo de esa forma iluminados. La luz del ser humano son los ojos que ven y se iluminan siendo vistos, dándose mutuamente vida[2].
Pues eres lumbre de ellos. Según Gen 1, 1-3, la luz es la primera de las realidades, que Dios creó el primer día, y en esa luz pudo crear todo lo restante, siguiendo por el sol, la luna, las estrellas y la tierra, pues todo en realidad es luz.
La luz es, según eso, la esencia de todas las cosas, entidad suprema, Realidad de realidades, Luz de luz en Cristo, pues en luz y como luz hemos sido creados, para ver y ser vistos, saciándonos en la visión.
Lo primero que necesitamos y descubrimos los seres humanos, es la luz, saliendo del vientre oscuro, cuando la madre no da a luz, poniéndonos en el seno de claridad del mundo, y así empezamos llorando y “orando”, pidiendo una mano que nos acoja, una mirada que abra nuestros ojos en el mundo concebido como “sensorium Dei”, pues así definía Newton al mundo, como lugar y tiempo en que los hombres sienten/contemplan a Dios..
- La luz física parece de tipo “material” y está vinculada, de algún modo, a las grandes luminarias del cielo (sol, luna y estrellas), aunque las transciende; ella aparece así como presupuesto y sentido de nuestra comprensión (visión) de lo que existe, pues todo se mide partiendo de la velocidad y longitudes de onda de sus radiaciones.
- La luz metafísica o mística proviene de la esencia superior de Dios, como sabe un tipo de filosofía espiritual, en línea neoplatónica y cristiana: el hombre existe para contemplar las ideas eternas y por ellas a Dios. -La luz del amor mutuo desborda el plano anterior (sin negarlo): se enciende y alumbra en los ojos del amor, es rostro enamorado. SJC ha destacado este último motivo, vinculado al anterior. Así habla de la iluminación de unos ojos que se alumbran mutuamente y del Amado superior que es luz suprema, amor que alumbra todo lo que existe[3].
Y sólo para ti quiero tenellos.Sólo tengoojos de luz para que Dios me mire y se mire a si mismo en ellos De esa forma quiero que mis ojos sean para “ver” a Dios y para que Dios pueda verme y verse en ellos, de forma que los dos quedemos transfigurados y gozosos al mirarnos.
(1) Los científicos entre ellos Newton saben algo de esto, interpretando y estudiando la luz desde una línea cósmica como “poder de gravedad” que mantiene unido el universo, pues el cosmos entero es un estallido y esencia de luz, vinclada en amor a todas las luces. Todo es luz, protones, fotones, ondas y/o partículas que podemos empezar a observar por microscopio o telescopio las realidades más simples y las más extensas, situándonos, al mismo tiempo antes los límites del conocimiento, pues más allá de las ondas-luz no vemos ni sabemos nada, pues como dice un salmo “sólo en la luz vemos la luz” (Salmo 36, 9).
(2) Siguiendo en esa línea, pero en otro plano, los metafísicos griegos y los poetas judíos y Cristianos (con San Juan de la Cruz) afirman que la luz de los ojos profundos sirve para contemplar verdades o ideas eternas, en sentido superior, trascendente e inmanente al mismo tiempos, en comunicación y engendramiento de miradas, pues de una mirada de amor hemos nacido, y en amor que ad-mira somos. Así vemos aquello que está fuera, estando dentro de nosotros; somos ojos que observan y miran, descubriendo así el orden de una realidad que se expande y existe en armonía eterna, viendo, al mismo tiempo, nuestro interior eterno, hecho de luz de Dios, contemplándole a él, al contemplarnos a nosotros, en una historia que no es eterno retorno de la mismo, sino esperanza de resurrección..
SJC ha destacado la mirada dialogante: unos ojos que buscan otros ojos y que miran porque quieren ser mirados, en proceso de creatividad, pues sólo al vernos (si nos miran y miramos en amor) nos hacemos de verdad personas, existimos, en Dios y como Dios, en el cruce de dos eternidades, que son en el fondo la misma, Dios en nosotros, nosotros en Dios
. En ese contexto se sitúa la Amante del poema de Juan de la Cruz cuando dice “sólo para ti quiero tenellos”: quiero ser ojos para ver al Amado, y el amado me vea, , de manera que, al mirarnos, nos digamos y ofrezcamos la existencia[4].
Una nota sobre el mundo como sensorium Dei, espacio/tiempo de Dios con Newton
Quiero insistir en la dualidad espacio-tiempo, como sabían los antiguos que unían geografía e historia, como ha hecho científicamente Albert. Einstein (1879-1955), judío de raza y religión que vinculó en su principio de “relatividad universal” espacio curvo y tiempo abierto, mundo y Dios como mirada. Desde ese espacio-tiempo quiero he querido la canción de amor de SJC, Cántico 10, Véante mis ojos (con Pablo en Rom 8, cuando dice emocionado que el mismo el Espíritu santo gime y canta en nosotros, esperando la filiación, nacieno plenamente en luz, como hijos de Dios).
Me sitúo, según eso, en la línea del mayor de los científicos modernos, que ha sido quizá Isaac Newton (1643-1727), cuando, tras haber formulado las leyes de gravedad-atracción cósmica (amor que todo lo vincula), desde las galaxias al sistema solar, dedicó su larga vida al estudio del “sensorium Dei”, sensorio o sensibilidad divina del hombre en el mundo que es espacio-tiempo, curvado (círculo) y abierto de Dios tal como se expresaba, a su juicio, en la medidas simbólicas del templo de Jerusalén y del conjunto de la Biblia[5].
Mi “sensibilidad” ante la Biblia no es la de Newton, pero me vincula con él una intensa pasión por la Biblia, como lugar y camino de revelación (espacio y tiempo) de Dios, con de Juan de la Cruz (1541-1591), que ha sido quizá el mayor de los místicos modernos, digno compañero de Newton en su experiencia de la vida “sensorium” del Dios de Jesús, amante carnero/ciervo vulnerado/degollado (Ap 5) que no mueve con su amor simplemente los astros y planetas del gran cosmos (cf, Aristóteles, Metafísica, XII, 7; Benedicto XVI, Deus Caritasest 10 (Dios es amor), sino en especial la vida y amor de los hombres.
El ser humano nace por ser amado y no tiene en su vida otra tarea que responder amando para así encontrarse a sí mismo, en el espacio-tiempo (geografía, historia) de Dios con los otros hombres y mujeres en conversación de amor, en mirada de infinito, que es es Visión Beata o beatífica.
Algunos dicen que somos animales racionales (pensamos, luego existimos). Otros responden que somos “máquinas” económicas, “fabricados” para a producir y gastar objetos de consumo. Pero en este reflexión, que ha empezado con el entierro de Pedro y reflexión profunda de Emimaría, he qerido quiero mostrar que formamos parte de una larga conversación de amor, que ha comenzado con el surgimiento de los primeros seres humanos, conforme al simbolismo bíblico de Gen 1-3, que sigue definiendo lo que somos y queremos este año de gracia 2026.
NOTAS
[1] Muchos teólogos ha tendido a condenar la concupiscencia, como pasión desordenada de la carne o de los ojos: Nada pedir, nada rehusar, por nada enojarte (cf. 1 Jn 2, 16-17). En contra de eso, SJC piensa que el enojo (los enojos) son un punto de partida dal camino de amor en contra de un budismo o gnosis plana, sin deseos. En contra de eso, la Amante de SJC comienza desnudando ante el Amado su enojo, su concupiscencia como aspecto positivo del amor enamorado. La amante no observa estoicamente lo que pasa, como alguien a quien todo le deja indiferente, sin alterarse por nada. Al contrario, ella se presenta como enojadiza, hasta irritable, porque sabe que sólo la luz del Amado le permite ver, pedir y ser.
[2] Destacando la absoluta trascendencia de Dios, E. Levinas, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca 1977, había rechazado la reciprocidad de amor entre hombre y Dios, destacando el valor de un rostro siempre mendigo: unos ojos que piden ayuda, más allá de todo sistema de poder, sin más autoridad que su impotencia. Esos ojos que sólo pueden suplicar, estando a merced de quienes les miran son, a su juicio, el mayor signo divino; por eso, creer en Dios significa acoger y ayudar con misericordia, sobre toda ley o imposición, a los necesitados. SJC no habría negado la importancia de esos ojos suplicantes desde su impotencia, perose ha fijado más en la luz y calor de unos ojos que no sólo suplican, sino también responden, en diálogo amoroso de vida y ternura. De esa forma, SJC se sitúa más cerca de la línea que han explorado otros filósofos judío como, M. Buber, en Yo y tú, Nueva Visión, Buenos Aires 1956 y F. Rosenzweig, La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997, destacando la reciprocidad en el amor enamorado.
[3] SJC asume así temas de la poesía amorosa del Renacimiento: Sólo el Amado ilumina los ojos de la amante para que vea en amor todas las cosas. El Cántico nos introduce en una dinámica de conocimiento sensitivo integral, donde se implican sentidos interiores y exteriores, en la línea de una inteligencia senciente (X. Zubiri), que nosotros llamaríamos sensibilidad amante. El hombre no conoce por razones, sino por los sentidos y la vida, que se expresa a través de la mirada. Por eso, la amante confiesa que el Amado es luz de sus ojos, alegría de su vida, principio de su conocimiento. Lo que algunos podrían tomar como exageración poético-amorosa constituye para SJC el principio y sentido de toda antropología.
[4] Al final de esa línea se sitúa la escatología cristiana cuando habla de la visión beatífica: el cielo es ver a Dios (y a otros seres personales) cara a cara. El puro espectador observa desde fuera lo que tiene ante de los ojos, sin darse ni implicarse en lo que mira, en una línea que nos puede conducir al voyeurismo (desnudar a los demás con nuestros ojos, para dominarles, como puro objeto). Amado y amante se crean al mirarse, se entregan y acogen en gracia, no para rechazar el gozo, sino para compartirlo: “gocémonos amado / y vámonos a ver en tu hermosura...” (CB 36). Leído así, el Cántico Espiritual es un itinerario de miradas. En ese fondo y camino de amor podrá evocar SJC el sentido total de la realidad, la belleza y gozo de las cosas. El amor vincula, por un lado, a los Amantes entre sí, separándolos del resto de las cosas; pero también les vincula a todo lo que existe y les permite interpretar la realidad como expansión del mismo amor enamorado. Entendido así, el Cántico se puede interpretar como libro de la creación, amor de mirada.. Esta es su novedad, su ruptura epistemológica, en línea de conocimiento enamorado.
[5] Cf. A. P. de Laborda, Leibniz y Newton, Salmanticensis, Salamanca 1977