14.11.21: Vendrá el Hijo del hombre: Apocalipsis y Reino; Karma y Yoga (Dom 33 TO)

El ciclo litúrgico 2021 culmina este domingo y el próximo con el “anuncio” del Hijo del Hombre y su Reino.  

El sol se apagará, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad… No pasará esta generación antes que todo eso se cumpla (Mc 13, 24-32).

Estas palabras son un compendio de la oración como apertura al futuro de Dios (¡venga tu Reino!) y de la acción humana como preparación marcada por el pan compartido (¡pan nuestro de cada día!) y el perdón (¡perdónanos como perdonamos!).

Al lado de ese Apocalipsis y Futuro cristiano, la tradición casi constante de Oriente (expresada por el hinduismo) presenta la vida como Karma (Samsara) y Yoga (liberación del tiempo).

En vez de presentar hoy la “cara” del Apocalipsis-Futuro cristiano, presentaré la “cruz” o “anverso” hindú: La vida como iluminación de la supra-vida, más allá del tiempo y de la acción humana. Así recojo el tema del próximo curso del Cites-Ávila (19-21.11).  Buen domingo a todos.

El hinduismo tiene un carácter monista: identifica toda realidad con el Uno. Por eso decimos que es pan-hénico (en griego: todo es uno) y tiene un rasgo místico (la religión se concibe como integración del ser humano en el misterio de la totalidad sagrada).De esa forma añadimos que es advaita: No hay verdadera “dualidad”; cada ser humano se descubre integrado en el “todo”; cada vida es así todas las vidas, siendo una misma (ella misma).

 Rompiendo la barrera de su individualidad, llegando al manantial donde emerge su auténtico sí mismo (Atmán), el humano se descubre identificado en y con el todo (Brahman), tanto en clave diacrónica (en su alma desemboca el alma o vida de miles de vidas anteriores) como sincrónica (el individuo es el Todo abarcador universal, divino, no una parte entre otrs). Infinitas veces repetida, configurada en mil maneras, esta experiencia de identificación con la totalidad constituye el sustrato radical de la religiosidad hindú.

 La finalidad, la esencia más honda,  de la experiencia religiosa no consiste en esperar la revelación de una palabra que nos viene desde fuera, ni en dialogar con un sujeto divino transcendente, ni en comunicarse con otros seres humano, ni en esperar la llegada (apocalipsis) del Mesías, sino en liberar la vida interna del humano esclavizado, llevándola a un estado de transcendencia donde el alma se engolfa en el (lo)  absoluto. Los caminos que ha tomado esta mística pan-hénica, de unificación transcendente, sonvariados, diferentes las fórmulas que emplea, pero la meta es siempre semejante: hacer que el alma, sierva en un cosmos de sufrimiento repetido y constante dispersión o muerte, penetre en su morada original que es lo divino.  Especulación religiosa y mística intimista se han unido: En su profundidad el Atmán es lo Brahmán; tal es la confesión de fe hinduista. Ése es el camino de del Atmán en cada ser humano; ese es el despliegue o revelación (avatara) de Brahmán en cada individuo.

Samsara, rueda de la vida, mapa del nirvana

Mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es más pequeño que un grano de arroz, que un grano de cebada,     que un grano de mostaza... Mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es más grande que la tierra, más grande que la atmósfera, más grande que el cielo, más grande que los mundos.

Mi Atmán, de quien son todas las actividades, todos los deseos  todos los colores, todos los sabores, que abarca todo, silencioso, indiferente... mi Atmán, que está en el interior de mi corazón, es Brahmán. Al dejar este mundo penetraré en é      (Chandogya-upanishad 3, 14).

              Lo divino puede recibir formas personales, como Shiva y Vishnú que son para muchísimos creyentes la expresión más alta y perfecta del misterio. Pero en el fondo de sí mismo, lo divino se despliega de manera impersonal, como gran Brahmán: Todo en que vivimos­ o nos introducimos cuando superamos el nivel de las conexiones exteriores que nos atan a un mundo de pura apariencia. Lo divino puede expandirse y multipli­carse también en múltiples figuras de dioses protectores y demonios, de personas o símbolos antiguos, que aparecen así como avataras, transparencia humana del misterio sagrado.

DIOS INTERIOR, LA RUEDA DE LA VIDA: SAMSARA, KARMA, DHARMA, MOKSA

Así es el mejor retiro de ayurveda y yoga del mundo

            Las religiones monoteístas ponen a Dios en el principio de su búsqueda y experiencia, y esperan su venida, esto es, su revelación plena, que para los cristianos se identifica con la venida del Hijo del Hombre, esto es, de la nueva humanidad. Por eso piden a Dios diciendo “venga tu reino”. Para los hindúes, en cambio, la pregunta por Dios como tal resulta secundaria y su “venida al fin del tiempo” no se entiende como fin (meta) de la historia humana, sino como desvelamiento de su realidad.

Ellos (los hindúes) se han fijado de manera preferente en la condición humana, que consideran sagrada. Más que la existencia o no existencia de un Dios o unos dioses (siempre discutible) valoran el sufrimiento y esclavitud, la liberación y plenitud del ser humano. Por eso, en el fondo, podemos afirmar que el hinduismo es un humanismosagrado.

Ciertamente, en un sentido, para los hindúes, el hombre es divino en cuanto forma parte de una realidad sagrada que lo engloba todo; es divino por hallarse inmerso en un gran proceso cósmico donde, de un modo general, pueden distinguirse cuatro momentos, que forman los artículos de fe o, mejor dicho, los presupuestos de toda su experiencia. Pero en otro sentido podemos afirmar que el hombre hindú se siente totalmente humano, porque lo humano y lo divino son inseparables. Los hindúes pueden discutir de todo, pero su visión del hombre implica siempre estos principios:

Samsara, un mundo de apariencia que gira sin cesar. El hombre se halla inmerso en el ciclo de existencias que giran, sin principio ni meta, sin sentido ni salida. Esta es la rueda del destino, que Nietzsche destacó en Europa hace más de un siglo y que entendió como experiencia de liberación para los hombres y mujeres que, en otro tiempo, habían querido evadirse, buscando una eternidad de tipo espiritual (platónico), por encima del destino.

Pues bien, los hindúes hicieron la experiencia contraria: ellos partieron del eterno retorno (entendido como destino o samsara, proceso incesante de reencarnaciones) para descubrir la novedad del hombre (que debe superar el eterno retorno).Por eso, ellos aceptan en un plano ese eterno incesante de violencia, pero en otro quieren superarlo, por la liberación final (de la que trata el momento 4º de este esquema). Por ahora, en este primer momento, los hombres nos hallamos encerrados en la rueda de una vida donde todo nace y muere para renacer (reencarnaciones). A ese nivel no se puede hablar de creación estrictamente dicha: no hay un Dios consciente y personal sobre el destino.

Miradas las cosas desde un fondo religioso, resulta secundario distinguir si este samsara tiene en sí una realidad objetiva (material o espiritual) o si es una apariencia (velo de mentira, maya). Sea como fuere, a ese nivel, la vida humana está vida hecha de muerte. En el fondo, el mayor y único pecado del hombre es el haber nacido en este mundo. Pero ese pecado es también su mayor oportunidad, pues le permite iniciar un camino de liberación de la muerte.

Karma,una ley de vinculación universal. La ciencia de occidente ha estudiado con toda precisión las leyes que relacionan los fenómenos externos objetivos (físicos y químicos, económicos y políticos, psicológicos y sociales). Pues bien, los hindúes vienen estudiando desde hace casi tres mil años las leyes de la existencia interior, es decir, del alma. Las vidas no se mueven (no empiezan ni terminan) de manera caprichosa o arbitraria, sino que existe una ley universal llamada karma que todo lo vincula, una causalidad psicológica (¿espiritual?) que explica y condiciona todos procesos de la realidad profunda.

En este sentido podemos afirmar que el hinduismo es la más racionalista de las religiones porque quiere explicar las condiciones y circunstancias de la vida humana: a su juicio, ninguna acción resulta estéril, ninguna pasa sin dejar consecuencias; ningún acontecimiento o condición vital (riqueza, salud, sexo) carece de razones. Todo lo que existe y lo que es (lo que sufre o se realiza) está determinado por la trayectoria pasada de la vida que sigue desplegándose por ellos, a través de un proceso de reencarnaciones en el que existimos.

No nacemos de la nada, ni del capricho de un posible Dios externo, sino del mismo proceso de la vida, conforme a una ley muy precisa de causalidad biológica, psíquica y espiritual. Por eso, lo que ha de ser en el futuro está determinado por aquello que ahora somos y hacemos. No hay pues nada irracional, ni influjo de dioses o diablos externos, que puedan salvarnos o condenarnos desde fuera. Somos parte del proceso de la vida sagrada. En ella estamos sumidos. Sólo en ella podemos y debemos liberarnos.

Dharma, conciencia o religión. Todo está inmerso en la ley del karma, pero sólo nosotros lo sabemos, de manera que tomamos conciencia de aquello que somos. Este es el milagro supremo: somos atmán o conciencia, de manera que podemos conocernos, conociendo lo divino que somos. Es como si un tipo de realidad originaria, que está más allá del nivel del karma, despertara en nosotros y empezara a descubrirse a sí mismo, sabiendo que es la Realidad eterna.

En ese sentido, dharma significa conciencia y religión, es decir, aceptación de lo que somos y del lugar que ocupamos en la rueda del samsara, para superarlo. Dharma es la conciencia divina del hombre, su capacidad de saberse más allá del tiempo que todo lo destruye. Esta es la primera norma de conducta, el principio de toda moral religiosa: aceptar lo que somos, sabiendo que no hemos surgido de la nada, ni tampoco del puro azar o de un destino carente de sentido, pues en nosotros se expresan y concretan todos los procesos de existencia del pasado, conforme a la ley de las reencarnaciones. En nosotros se despierta y puede encontrarse a sí mismo, de un modo más hondo, lo divino.

Moksa, camino y meta de liberación. El hinduismo es dialéctico: dice, por un lado, que estamos atados a la rueda del samsara (al karma de las reencarnaciones); pero añade que, aceptando y realizando nuestro dharma, podemos superar la angustia del destino, alcanzando así nuestra liberación, saliendo de la rueda de muertes sin fin, para introducirnos por siempre en en el Siempre la Vida sagrada y ya plena, en la Realidad en sí, más allá de los procesos, dolores y apariencias de este mundo perdido en el samsara. Moksa significa, en el fondo, salir del samsara: romper la rueda de la ley cósmica, superar el talión de las acciones. Llegamos de esa forma a la verdad de nuestra propia realidad en lo divino.

             Los hindúes han discutido prácticamente de todo: unos parecen aceptar a un Dios trascendente, otros lo niegan o le quitan toda su importancia; unos hablan de un Dios personal, otros de muchos dioses y demonios; unos parecen hundidos en la magia, otros se elevan hacia espacios de meditación intelectual, más allá de magias y razones discursivas; a unos les importa sólo la conciencia, otros parecen fijarse sobre todo en la conducta externa; unos son dualistas, otros monistas; unos acentúan la realidad del alma individual, otros la niegan etc. Pero todos ellos se vinculan en la confesión y dogma del samsara inicial y de la liberación final. Saben, por un lado, que el hombre se halla inmerso en un proceso de reencarnaciones; pero confiesan, a la vez, que puede y debe superar ese proceso, asumiendo su dharma, descubriendo su verdad superior y liberándose así del destino de muerte que es la vida sobre el mundo.

HOMBRE INTERIOR. MEDITACIÓN Y YOGA.

             El hinduismo clásico (de los siglos VII al II AEC) se expresa en unos textos sagrados llamados Upanishadas, que presentan la salvación en términos de ejercicio ascético o (y) búsqueda contemplativa. Normalmente, esa salvación se encuentra reservada a los brahmanes solitarios, que culminan su existencia en un gesto de profunda entrega religiosa. Ellos, varones de casta superior, han sido los portadores de la religión clásica de la India, que por eso se ha llamado a veces brahmanismo. Desde ese fondo podemos distinguir dos tipos de personas.

‒ Los que están sometidos a las obligaciones del mundo. Son los miembros de las castas inferiores (y las mujeres), dominados por las necesidades del eterno retorno de la vida (trabajo, familia, ocupaciones sociales); así cumplen con su dharma, esperando la posibilidad de una reencarnación más alta. Continúan apegados a las cosas de este mundo; no se pueden liberar directamente, no ha llegado para ellos el momento de quebrar la cadena de vidas de la tierra (reencarnaciones).

‒ Los liberados para liberarse. Normalmente, solo los miembros de la casta superior de los brahmanes tenían libertad, tiempo y condiciones para asumir el camino que puede llevarles a la liberación final. En principio son sólo varones de edad madura. Durante la primera mitad de su vida han cumplido los deberes de estado de ese mundo (trabajar, casarse, educar a los hijos); pero, realizada esa función, abandonan casa y posesiones, bienes y familia, para centrarse en el cultivo de su propia salvación, superando así la rueda de las reencarnaciones.

             Los miembros de las castas inferiores (vaysas arios y, sobre todo, sudras y parias) y las mujeres deben organizar este mundo lo mejor posible, conforme a las propias normas estamentales (codificadas en la Ley de Manu, que ratifica las jerarquías sociales). Sólo los varones de las clases superiores (especialmente los brahmanes y, en algún sentido los ksatriyas) pueden buscar y trazar ya en el mundo el camino de liberación definitiva, en gesto más ascético o más contemplativo, según los casos: Sólo así, y sólo ellos, pueden romper ya desde ahora la cadena de re-encarnaciones, quebrando por dentro la estructura de este mundo viejo y habitando ya en un ámbito de moksa (más allá del samsara cósmico).

Esta ruptura liberadora no puede interpretarse estrictamente como gracia de un “Dios exterior”, esto es, como don personal de un Dios personal, sino como revelación de la propia interioridad sagrada. Cada ser humano puede y debe liberarse por sí mismo de manera que la salvación es consecuencia de su misma acción, pero sabiendo que esa acción más alta es una dejación (des-acción), que le permite de superar el nivel del mundo viejo (de reencarnaciones). En ese sentido, en virtud de la paradoja que está al fondo de toda la experiencia religiosa, siendo activa, la liberación es también pasiva, gratuita: capacidad de vivir y moverse más allá de la ley, en la plenitud divina, acción ni reacción, sin ninguna forma de encadenamiento cósmico o social. Desde ese fondo se entienden los dos elementos (no momentos separados, ni sucesivos) del camino.

‒ Hay una ascesis, vinculada a la propia acción del hombre que se esfuerza por superar el nivel de las necesidades cósmicas, a través de un control de sus deseos. El asceta quiere dominar sus ritmos vitales (alimento y pensamiento, respiración y deseos erótico etc), para volverse sobre el mundo un ser liberado. Ciertamente come y respira, pero lo hace sin estar atado a ello, viviendo desde un nivel más alto, donde todo es gratuidad y ya no existen necesidades ni leyes. Se encuentra inmerso en los ritmos de la tierra, pero ellos no le determinan ni definan. Nada quiere, en nada se detiene, nada le esclaviza. Es un liberado del samsara.

‒ Hay una mística, que suele interpretarse como meditación, esto es, como presencia de la otra dimensión (del moksa) en los mismos cauces y momentos de esta vida. Los aspectos ascéticos anteriores son sólo preparatorios; lo que al hombre le desliga de la vida externa no es su esfuerzo, sino la negación del pensamiento. Por siglos y siglos, los hombres han ido creando y transmitiendo diversos universos mentales, vinculados a la gran cadena de reencarnaciones. Pues bien, esos universos les dominan y encadenan a la vida de la tierra. Por eso es necesario superar ese nivel (dejar de pensar, no desear), para que en el vacío de la mente y voluntad venga a expresarse el moksa, lo divino.

             Ascesis y contemplación son dos aspectos de un mismo proceso de superación cósmica: a través de ellos, el hombre religioso llega a las raíces de su propio ser, allí donde la vida se transmuta en una Supra-vida: cesa la multiplicidad de las figuras, la lucha entre opuestos, la cadena de reencarnaciones. Queda la verdad del hombre en lo divino. En este contexto, la religión se identifica con un tipo de yoga, de ejercicio y experiencia de meditación, que consta de cuatro momentos: 

  1. Plano corporal. Hay posturas de meditación, que consisten en dejar que el cuerpo repose sobre sí mismo, sin estar forzado de ninguna manera. La posición más significativa es quizá la del “loto”: dejar al tronco en quietud, sobre sí mismo, liberándole de tensiones musculares, casi en actitud de feto cósmico, en unidad con todo lo que existe.
  2. Plano de la respiración. El contacto primero y constante del hombre con el mundo es la respiración, de manera que se dice que morir es ex-pirar (dejar de mantenerse en simbiosis con el aire). Por eso, el segundo ejercicio del yoga es un respiración integrada y rítmica, desde el hondo del cuerpo, en tranquilidad total, sin ninguna excitación o violencia, que se expresa normalmente por la respiración.
  3. Plano mental:superación del deseo y pensamiento. El hombre se encuentra atado al ciclo de la vida por sus pensamientos y deseos. Por eso, la forma suprema de victoria sobre el mundo es dejar de pensarlo y desearlo. La verdad del hombre no es algo que se hace o se piensa, algo que se proyecta y busca, porque todas esas experiencias y procesos nos siguen atando a los procesos de la vida en esta realidad, que es eterno retorno de muerte. Este ejercicio de superación es paradójico, pues no se puede realizar al modo humano (de este mundo), que sólo conoce pensamientos y deseos, sino que nos arranca de este mundo y nos sitúa en un nivel de realidad, en el que no pensamos (sino que el Absoluto nos piensa, es en nosotros, sin ideas ni representaciones).
  4. Revelación de la Realidad más allá de toda realidad. Los momentos anteriores del yoga pertenecen al hombre y pueden (deben) planearse en ejercicio metódico de concentración. Pero el momento final ya no el del hombre como ser activo, sólo es posible como expresión de una Presencia superior, que se “apodera” del hombre, sin poseerle como demonio, sino liberándole de un “sí mismo egoísta”, para ser de esa manera él mismo, en lo divino. En ese sentido, hablando en perspectiva mundana, podemos afirmar que el yoguin (quien realiza el yoga) está ya fuera del mundo, más allá de las leyes del eterno retorno, en un nivel de Experiencia sin experiencia, de Totalidad sin totalidad, de Amor sin amores.

 Mirado así desde el fondo de sí mismo, el contemplativo o yoguin ha superado las leyes cósmicas, pero, desde una perspectiva mundana, su ejercicio requiere cierto adiestramiento y tiempo, de manera que sólo pueden practicarlo de un modo consecuente los miembros de las castas liberadas, los brahmanes, después que han dejado las restantes tareas de la vida y se especializan de manera programada en ese ejercicio “noble”, elitista, de meditación trascendental. Suelen ser hombres maduros, que han realizado en su juventud muchos ejercicios de auto-control, que han cumplido los debemos de la vida cósmica (se han casado, han cuidado a los hijos, han visto a sus nietos...), de manera que pueden, al fin, liberarse totalmente, sin más tarea que la pura contemplación (que antiguamente se realizaba habitando en el bosque). Sólo ellos pueden cultivar de forma decidida esa mística de identificación orante, esa experiencia de unidad pan-hênica, es decir, de identificación con la realidad de lo divino, en la que todo es uno (pan-hên), superando las formas, figuras y deseos particulares del mundo y de la historia.

Al romper las barreras de un tipo individualidad excluyente, llegando al manantial donde emerge su auténtico sí mismo (Atmán), los humanos superiores se descubren identificados con el Todo (Brahman), superando el paso de muerte del tiempo (en su alma desemboca el alma o vida de miles de vidas anteriores) y la ruptura que crea la distancia de unos con otros, de manera que cada uno es presencia y reflejo de todos, es presencia de la “divinidad”, sin dejar de ser él mismo, sino siéndolo del todo.. Infinitas veces repetida, configurada en mil maneras, esta experiencia de identificación con la totalidad constituye el sustrato radical de la religiosidad hindú. Ella no exige más riqueza que la inmersión de la vida particular en el Todo divino, ni más jerarquía que aquella que viene dada con la práctica personal de meditación.

 A partir de aquí deberíamos volver a la oración cristiana, con su formulación "apocalíptica", histórica, de encuentro personal con Dios (Venga tu reino) y de compromiso por la historia (el pan de cada día dánosle hoy, perdona como perdonamos... Pero esa comparación pueda hacerla cada la lector. Yo la seguiré haciendo en el curso del Cites, del que seguiré informado en este portal de RD.

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