Bienaventuranzas, felicidad Vivir por alegría. La iglesia, proyecto y guía de felicidad

Los hombres no viven por obligación, por ley o miedo, bajo la amenaza de un pronto castigo, sino por felicidad, pues de lo contrario morirán de infierno interior y/o exterior, se matarán unos a otros.

Esa es la primera palabras de la Biblia (Gen 1), es la más honda palabra de Jesús, su programa de bienaventuranza que es centro y raíz del evangelio, buena nueva y terapia de alegrís. 

Pero en contra de Dios y de Jesús, miles e incluso millones de así dichos "clérigos" cristianos se han amargado y nos siguen  amargando con proclamas, visiones, juramentos, leyes y torturas de infelicidad, sacrificios falsos e infiernos.

Tienen miedo de Dios y de la libertad,miedo de que los hombres y mujeres sean felices, pues en el momento en que lo sean prescindirán de los dioses falsos, de las "religiones" político-sociales y/o intimistas  impuestas por miedos, mentiras y opresiones.  Hazles esclavos en el mundo, así creeran en Dios, dicen algunos.

En uno de mis primeros trabajos de incipiente teología (el año 1973, precisamente en Arbol, revista del CSIC) yo saludaba emocionado la obra de J. M.Díez Alegría SJ, hermano de un famoso General y Político de España... Ambos, el SJ perseguido y el general que optó por la libertad,arriesgaron su vida por ofrecer un poco de alegría a los "tristes y oprimidos españoles" (Imagen 1-3).

 Recordando a los dos ofrezco hoy otra vez mi introducciòn al programa  de alegría de Jesús, en libertad, sin imposición, ni miedo, como único camino de vida de la iglesia y de la humanidad.

undefined

La bienaventuranzas son un ideal y camino de felicidad que ha sido propuesto por las grandes religiones (Hinduismo, Budismo…) y, de un modo especial por el judeo‒cristianismo, que llama bienaventurados a los hombres y mujeres que comparten la felicidad de Dios, haciéndose felices unos a los otros. Desde ese fondo, expone este libro la bienaventuranza de aquellos que han recibido y cultivan el don de abrir caminos de felicidad entre los hombres.

 En esa línea he querido tratar en este libro del arte, gracia y compromiso de ser nosotros felices y de hacer felices a los otros, dentro de una historia compleja, amenazada por diversos factores endógenos y exógenos de enfrentamientos sociales y miedos personales. Comenzaré trazando así el programa de dos grandes “bienaventurados” de la tradición oriental (Krisna y Buda), para fijarme después en Job, el prototipo judío de la mal‒aventuranza, para detenerme finalmente, en Jesús de Nazaret, a quien presento, desde una perspectiva cristiana, como el bienaventurado por excelencia.

DIEZ ALEGRIA, JOSE MARIA - Iberlibro

Este es un libro básicamente cristiano, pero no presenta el tema de la felicidad de un modo confesional y menos aún en clave dogmática, sino antropológica, desde una perspectiva más literaria que teológica, como análisis y exposición de algunos textos centrales del Antiguo y Nuevo Testamento, que desembocan en las bienaventuranzas de los evangelios de Lucas y Mateo. No he querido sacar conclusiones de tipo tradicional ni más moderno, sino dejar que los mismos textos hablen de manera que pueden interesar a los lectores.

Como el lector sabrá, sin duda, existen hoy en el mercado cientos de miles de libro que prometen felicidad inmediata y segura en una línea de autoayuda, con títulos como Ser felices en quince días, Programa de felicidad acelerada, o quizá también Guía de infelices… A diferencia de esos y otros muchos, este libro ha querido situarse en un plano más sobrio de estudio de textos, para ayudar a conocer, pensar, sentir y caminar mejor por una vía de felicidad antigua y nueva, que ha sido y sigue centran en la cultura de occidente, y de un modo especial en el cristianismo.

Higinio del Río: MANUEL DÍEZ-ALEGRÍA: LA BIOGRAFÍA DE UN MILITAR CLAVE EN  LA HISTORIA DE ESPAÑA

No es un libro de terapia, no asegura ningún tipo de felicidad infalible, pero abre un arco de luces, un abanico de posibilidades de bienaventuranza en un plano personal, cultural e incluso, sobre todo, religioso, desde la tradición milenaria de las grandes religiones y culturas. Sabe que la felicidad no se consigue con libros, ni con ejercicios de auto‒control, ni con fáciles terapias mentales, pues ella es más fácil (y difícil) que eso, pero puede encontrarse (recibirse) y cultivarse en amor en las plazas y caminos de la vida. 

 oooooooooooooooo

Felices vosotros: las Bienaventuranzas

 Teniendo eso en cuenta y para exponerlo de un modo más extenso, volveré a decir que la felicidad es lo más fácil: Aceptar y promover la propia vida, en comunión acogedora y creadora con otros hombres y mujeres, en un plano familiar y social, en el contexto de unas relaciones que se abren por círculos y elipses con‒céntricas y des‒céntricas hacia todos los seres humanos, en una tierra que Dios ha querido que sea espacio y camino de felicidad abierta al futuro de la Vida.

Pero, al mismo tiempo, es un arte y programa erizado de estrecheces o angustias (=angosturas), empezando por el círculo biológica, amenazado por la enfermedad y la vejez y presidido por la muerte, en un contexto de riesgos enfrentamientos sociales. La felicidad es un arte y un modo de vida que depende de muchos factores que no pueden conseguirse por decreto, pues no es algo que podemos alcanzar con nuestro esfuerzo, sino un regalo de vida del que provenimos, un don, un arte, una habilidad, una planta de belleza que debemos cultivar con muchísimo cuidado, como iré diciendo, aquí y allá, mientras vaya analizando y desgranando textos de las grandes religiones y especialmente de la Biblia.

Debemos recordar que la felicidad es actualmente (año 2023) un proyecto y camino colonizado (manipulado, dominado) por técnicas y terapias, a menudo mentirosas, de placer exprés, de tipo biológico y psicológico, económico y social, presidido por el dinero. En esa línea, entendió y proclamó Jesús la felicidad y la infelicidad del hombre a partir de dos grandes imágenes, una de Dios, concebido como evangelio (buena nueva de vida) y otra del otra Mammón (puro dinero: Mt 6, 24), concebido como riesgo de destrucción humana, esto es, de malaventuranza.

Estos dos principios, Dios y Mammón, se oponen entre sí de diversas formas, no sólo en la Biblia (en el judeo‒cristianismo) sino en las grandes tradiciones de oriente, entre las que evocaré, como ha he dicho, el hinduismo y el budismo. En ese sentido, la felicidad vinculada con Dios (no la de Mammón) resulta inseparable de la identidad personal (varón, mujer) y la cultura del entorno, en enfermedad y salud, con el trabajo, las relaciones sociales y la economía; pero ella tiene también un elemento religioso, estrechamente vinculado, en nuestro entorno, con el cristianismo:

 ‒ En esa línea, un elemento esencial del Dios de Jesús es abrir espacios de felicidad,y en esa línea su mensaje se define como evangelio o buena nueva de alegría, formulada en las bienaventuranzas (felices los que…, felices cuando…: Lc 6,20‒26 y Mt 5, 2‒12). Ésta no es una felicidad de quita y pon, mercado y consumo, que se compra y vende, sino de fidelidad a la vida, esto es, de fe en uno mismo y en otros seres humanos, en un contexto donde el hombre se define esencialmente como biografía personal y compartida de búsqueda de felicidad entre nacimiento y muerte.

 ‒ La felicidad así entendida es un camino de gracia y libertad, de manera que, aunque depende también de elementos más externos (un tipo de salud, entorno familiar, trabajo y bienes materiales…), ella se identifica sobre todo con la propio opción y libertad de los hombres, que muchas veces prefieren ser infelices, corriendo así el riesgo de perder (destruir) su identidad. Desde ese fondo, al lado de las bienaventuranzas, la Biblia ha marcado una serie de malaventuranzas, de rupturas y fracaso personales y sociales, definidos no sólo por varios tipos de carencia externa (de salud, familia, trabajo, medios económicos…), sino especialmente por un tipo de egoísmo, la envidia y abundancia falsa que con Jesús (Mt 6, 24 he llamado Mammón).

Pikaza: "El problema de la Iglesia es que los cristianos no son felices"

             La felicidad no es algo especial, añadido a la vida, como un accidente casual, sino el mismo “sabor y gusto” de la vida, aceptada y cultivada con agradecimiento de amor. En esa línea iremos viendo que ella es algo que se recibe y comparte, algo que tenemos y nos tiene (nos llena por dentro), aquello más hondo que, en este mundo de mercado, no puede comprarse y venderse por dinero, ni guardarse con violencia, pues sólo se mantiene allí donde se comparte y se regala.

  oooooooooooo

Como he recordado ya, muchos hablan de felicidades a la carta que tienden a identificarse con el dinero (Mammón, el dios final en que culminan y se condensan todos los dioses de la historia), con propaganda de amores y salud, coches y viajes, comidas y perfumes, sexo asegurado y fama, seguridad laboral y vacaciones, con tiempo sin fin para disfrutar, como si la vida no corriera en el reloj de arena del tiempo, como si no hubiera muerte. En este contexto se sitúan las ofertas de terapias inmediatas de felicidad mental, con libros y ejercicios de fácil auto‒ayuda, servicios eficaces pseudo‒religiosos, con cursos y cursillos de sanación asegurada…

            Todo esto puede venir respaldado con el uso y abuso de estimulantes químicos, desde las recetas de una medicina fácil (¿blanda?) de pastillas hasta las drogas más duras para perderse y volar en universos de dicha siempre asegurados, a la mano. En muchos ambientes se tiene la impresión de que los hombres y mujeres han abandonado el camino de la felicidad personal, centrada en la aceptación de uno mismo y el amor gratuito a los demás, para comprar felicidades rápidas y falsas.

El mundo en que hemos crecido (siglo XXI) nos está colocando ante un “ideal” de felicidad que tiende a ganarse, comprarse y gastarse con dinero, un bienestar fundado en la compra y uso rápido de cosas, propias del mercantilismo falsamente liberal de la felicidad convertida en objeto de consumo, en un mercado donde todo se compra y consume, en un tiempo y lugar donde se piensa que la felicidad viene precisamente del mercado.

Muchos identifican felicidad con (poder) salir de compras, con la ilusión de adquirir y asegurar un tipo de placer inmediato con “marcas” de coches, perfumes y sexo, con mil accesorios menos necesarios de bolsos, vacaciones y bebidas estimulantes, con el espejismo de que el tener más (en línea de compra) nos dará el gozo mayor que no logramos alcanzar por nosotros mismos. De esa forma tendemos a montar en el coche más brillantes de una caravana frenética, donde el Dios‒Mammón, que es puro Tener (consumir sin gozar de verdad, hacer sexo sin amar ni comprometerse), en Mercado de compras constantemente renovadas por las máquinas que siguen produciendo objetos e ilusiones de consumo cada vez más rápido.

Esta felicidad del consumo de Mammón estávinculada con objetos nuevos que prometen más felicidad, con templos del Mercado, propios de un mundo maravilloso, va más allá de nuestras posibilidades personales y sociales, pues somos incapaces de consumir todo lo que quisiéramos, y, por otra parte, no podemos vivir en felicidad y concordia en un mundo donde los objetos de consumo externo resultan al fin limitados.

Más aún, esta felicidad del consumo divide a los hombres y los pueblos entre aquellos que tienen y aquellos no tienen, creando miedos, envidias y enfrentamientos de unos grupos y pueblos con otros. En esa línea, para decir las cosas de un modo muy simple y en el fondo es falso (como seguiremos viendo), podemos distinguir la felicidad de los ricos y los pobres:

La infelicidad de muchos ricos nace del hecho de pensar que no podrán lograr ni mantener lo suficiente.  Ésta es la angustia o neurosis propia de algunos que, teniendo demasiadas cosas y aun pudiendo tener más en un sentido material, piensan que no les basta, o que carecen de aquello que de verdad importa, y se sienten limitados, sin recursos suficientes para alcanzar lo que de verdad desean, cansados de una vida que al fin les cansa, de forma que deciden salir de la carrera, abandonar la vida, gozar con más cosas o, al fin, incluso suicidarse, aguardando una muerte que no aceptan (quieren morir de drogas y eutanasias falsas, sin saber ni aceptar que mueren).

La infelicidad de algunos pobres nace del hecho de que, abriendo los ojos al mercado de felicidad que parecer dar las muchas las cosas, no llegan a tener lo suficiente (comida, trabajo, educación…) y emigran a otros a otros mundos, que han entrevisto por televisión o propaganda, pensando que allí encontrarán no sólo las cosas externas que más necesitan (comida, bienestar externo…), sino la felicidad más honda de poder vivir como personas. Buscan así un tipo de felicidad de sociedades ricas de consumo ricas y egoístas, y chocan con el duro realismo de aquellos que se lo impiden, creando barreras y vallas para el paso y comunión de unos con otros.

 ooooooooooooooooo

           Esa división de felicidad de ricos y pobres sigue siendo significativa pero resulta insuficiente, pues influyen en el tema otros factores de tipo personal y social, de carácter psíquico y anímico, vinculados con enfermedades personales y sociales y con falsos ideales de consume y mercado, en un mundo donde la felicidad parece siempre escaparse cuando hemos logrado conseguirla. En esa línea se podría hablar, aunque con muchos matices y excepciones, de una doble infelicidad: 

 ‒ Hay una infelicidad más propia de ricos, que “también” (o sobre todo) lloran,pues no pueden resolver sus grandes conflictos personales y afectivos, comprar o ganar toda la felicidad con su riqueza, y para defenderla en sentido económico hacen guerras y promueven movimientos de élite, de tipo social o nacional, a veces con fondo religioso, construyendo muros y vallas para impedir que otros vengan y les arrebaten sus riquezas de consumo... quedando, al fin, muchos de ellos presos en la cárcel de su propia desdicha.

Y hay una infelicidad más propia de pobres que lloran porque no tienen lo suficiente para vivir, dentro de una empresa‒productora y un mercado regulado por Mammón, que es el puro interés de un dinero (un capital) al servicio de sí mismo, un capital que presenta como productor de felicidad, siendo en sí principio de infelicidad, como sabe y dice el evangelio (Lc 6, 20‒21). Pues bien, en ese contexto, el hambre y llanto de los pobres llega al cielo de Dios (cf. Ex 2, 23‒25) y marca la historia de los hombres (cf. Mt 25,31‒46).

             Éste es el lugar donde nos sitúa, de un modo al parecer simplista, pero radicalmente verdadero, el evangelio de Jesús en un tiempo (siglo I d.C.), que estaba marcado en Galilea por el hambre y el llanto de los más pobres, cuando, en su nombre, elevaba su lamento (¡hay de vosotros…!) sobre los ricos, es decir, sobre aquellos que se sacian y que ríen por (con) un tipo de riqueza que les destruye a ellos, los ricos, haciéndoles hace malaventurados, destruyendo también, en otro sentido a los pobres (6, 20‒26).

            Esta doble “suerte” de pobres y ricos no está formulada de un modo separado o por aislado, como si un grupo y el otro, se dividieran en compartimentos estancos, pues la “falsa felicidad” de unos y la desdicha de otros se encuentran internamente relacionadas, de manera paradójica, atravesando al mismo tiempo la vida y corazón de gran parte de los hombres y mujeres que aparecen al mismo tiempo como felices y desventurados, conforma a la perspectiva en que se miren sus vidas.

Hay muchos problemas sin resolver, pero el evangelio nos permite descubrir que en este mundo concreto en que vivimos la felicidad de un tipo de riqueza es en el fondo desgracia, y la infelicidad de los pobres puede ser principio de gracia y felicidad, a la luz de una mirada profunda mirada interior, pues, siendo realidades sociales (externas), riqueza y pobreza son también actitudes y formas de vida interior de cada persona.

            Tal como el texto clave de Lc 6, 20‒26 ha formulado el tema, la bienaventuranza supuesta y mentirosa de los ricos (que consumen y ríen) está vinculada a la malaventuranza gozosa de los pobres que son (han de ser) felices desde su indigencia, expresada como carencia doble, como hambre y llanto, dolor del cuerpo y del alma. La suerte de unos y de otros se vincula, pues los ricos lo son (consumen y ríen) a costa de los pobres, a quienes oprimen o expulsan, y los pobres lo son porque se encuentran perseguidos (discriminados, expulsados) por los ricos, en un mundo paradójico donde puede haber pobres más ricos de corazón que los mismos ricos de fortuna externa como supone Mt 5, 3 y todo el evangelio.

            La felicidad es por un lado un elemento propio de cada hombre o mujer, algo que pudiéramos llamar “privado”, en un mundo donde hay pobres felices y ricos infelices, aunque, como Jesús ha puesto de relieve, en la situación actual de riqueza de unos (¡hay de vosotros!) y de pobreza de otros (¡dichosos los pobres…!). Pero, siendo un elemento clave de la vida personal y familiar, la riqueza y pobreza tienen también rasgos y aspectos radicalmente sociales, como sabe Lc 6,20‒26, cuando opone la bienaventuranza de unos y el lamento (los ayes) de los otros.  En esa línea, la felicidad es una mística que puede ser engañosa, pero que es necesaria, pues para ella hemos nacido, y sólo creyendo en ella podemos seguir viviendo.

 oooooooooooo

 Éste es un tema central (por no decir el centro) de la vida y del futuro de los hombres en la tierra, porque únicamente en la medida que puedan ser felices seguirá habiendo seres humanos en la tierra, pues ellos son por definición unos vivientes que puede suicidarse, esto es negarse a vivir. Desde aquí se plantea la pregunta clave de nuestro tiempo: ¿Podrá vivir, vivirá el hombre sin felicidad sobre la tierra?

Quizá en otro tiempo se planteaba menos este tema: Parecía que “la gente” vivía por impulso biológico, movida por un tipo de “conato” o deseo más alto de vida, como puso de relieve B. Espinosa (1632‒1667), quizá el mayor filósofo judío de la modernidad, intérprete extremado de la Biblia, que identificaba a Dios con el deseo e impulso de la vida. Pero ahora (2020) parece que ese deseo “bíblico” de vida se está desconectando de su fuente, y son muchos los que se preguntan (preguntamos): ¿Por qué seguir viviendo en circunstancias de infelicidad extrema? ¿No es mejor una eu‒tanasia (buena muerte) que una kako‒zoê, una vida desgraciada.

El valor supremo no es la vida como tal, sino una vida buena, en felicidad y esperanza de futuro. Antaño eran quizá menos los que planteaban ese tema, pues la mayoría se aferraba sin más a la vida, como valor en sí, y en esa línea el Dios de la Biblia se llamaba Vida (Hai), es decir, El que Es‒Vive (Yahvé).  Ahora, en cambio, somos muchos los que empezamos a plantear con perplejidad y dolor esa pregunta (¡la tenemos planteadas de antemano!), debiendo responder a ella por nosotros mismos, en comunidad eclesial (si somos cristianos), en grupo o familia, y cada uno por sí mismo, en un mundo donde la pregunta por Dios se encuentra nuevamente vinculada a los problemas centrales de la vida y su felicidad (en riqueza y/o pobreza, en salud y/o enfermedad, en hartura y/o hambre, en paz y/o violencia…).

Ese tema y pregunta se encuentra ya en la Biblia judía (libro de Job) y sobre todo en el mensaje y camino de Reino de Jesús de Nazaret que anuncia la llegada del Reino de la felicidad, diciendo, al mismo tiempo, que, de no aceptar ese Reino vendrá la destrucción sobre todos. Ésta es el tema que Jesús plantea a la humanidad entero, planteándolo, al mismo tiempo, a cada uno de nosotros, sin que nadie pueda imponernos desde fuera su respuesta, al servicio por intereses de poder o de dinero.

Ciertamente, en un momento dado, la misma Biblia identifica a Dios con el Terror Sagrado (cf. Gen 31, 54), de tal forma que Bildad, su tercer amigo, le dice a Job, que está aterrado por la enfermedad y la desdicha, que se someta al poder‒terror (pahad) más alto de Dios, pues sólo así, con más terror al fondo de su vida podrá ser “rehabilitado”, sobreviviendo y recibiendo un poco de felicidad subordinada dentro del “apocalipsis” demoníaco (¿divino?) de la vida (cf. Job 25, 2‒6).

En esa línea, un tipo de cristianos han insistido más en el terror de Dios que en su amor y su felicidad (salvación), y por eso han apelado al “fuego” del infierno más que al gozo de la vida que se expande y florece en libertad. Pues bien, en el centro de ese Dios, que es conocimiento y felicidad para los hombres, quiero situar este trabajo, en oposición a un tipo de pensadores que, como el Barón de Holbach (1723‒1789), retomando un motivo marginal de la filosofía griega, dicen que los dioses han sido creados por ignorancia y miedo, y que la religión era es un invento para tener a los hombres sometidos.

En contra de esa visión, no quiero descubrir ni presentar a Dios en los bordes del miedo sino en la entraña de la vida del hombre que ha sido creado para el gozo, allí donde se elevan las grandes cuestiones antiguas (formuladas de manera clásica por I. Kant: 1724‒1804), que siguen siendo nuestras: «Quién soy, de dónde vengo y qué he de hacer para ser feliz. Cómo puedo amar y ser amado; en qué puedo esperar, cómo podemos y debemos comportarnos, para no matarnos todos, destruyendo la vida sobre el mundo».

Kant planteaba esas preguntas «¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre?» (Lógica, Introducción 3), pero lo hacía de manera muy racionalista, sin apenas fijarse en sus implicaciones y consecuencias históricas, existenciales y sociales, que son las importantes, en la línea de aquello que lleva a la felicidad y nos mantiene en ella. Éste es, a mi juicio, el lugar de la pregunta o, mejor dicho, de la revelación de Dios, como experiencia y camino de felicidad para los hombres que son conscientes de la Vida que late en sus vidas, de un modo gratuito, libremente. 

Entendido así, Dios ha de entenderse como “exceso de felicidad”, entendiendo esa palabra (exceso), en el sentido de “excederse”, es decir, como Aquel/Aquello que está que se sale, haciéndonos salir y caminar, como decía el Papa Francisco (Evangelii Gaudium, 2013), pues va más allá de los límites normales, de las leyes conmutativas, que pueden formularse y aplicarse por talión (a cada uno según su merecido). Este Dios de la felicidad (=que es felicidad) se sitúa en la línea del éxtasis, de aquello que desborda (se desborda) y se concede o regala sin necesidad, por gracia.

En ese plano de desbordamiento y gratuidad, sobre todas las razones necesarias, emerge el Dios cristiano de la felicidad, que no es el orden impositivo (demostrable, ineludible), en la línea de las leyes de matemáticos, físicos y sabios del sistema (entre los cuales se hallaba Descartes), sino el Dios de Patriarcas y Profetas, de Job y Jesucristo (como respondía Pascal). Dios es aquel que nos sorprende con su amor‒vida, que es felicidad, cuando se agotan todas las razones, no en contra, sino en la base y fondo inagotable de todas ellas.

 oooooooooooooooo

Ése es el gozo y tarea de Dios, y no hay en la vida nada que pueda ofrecer a los hombres más felicidad que hallarse inmersos en Él, como han sabido los auténticos creyentes, como Francisco de Asís y Teresa de Ávila, sabiendo que se encuentra ya presente cuando le buscamos, que nos ama y nos hace felices antes que le amemos. Dios es por tanto, ante todo, un gozo de amor (antes de todo posible pavor numinoso, del que hablaba R. Otto, Lo Santo, 1917), un estremecimiento de Vida más alta, es decir, dentro de nuestra propia vida, pues somos seres excéntricos, vivimos, nos movemos y somos dentro de nosotros, siendo fuera de nosotros mismos.

  Hasta tiempos recientes habíamos marchado sobre el mundo, por tensión vital y por costumbre, conforme al mandato de la Biblia: «Creced, multiplicaos, dominad la tierra» (Gn 1, 28). Pero hemos crecido, nos hemos multiplicado (¡algunos dicen que demasiado!) y hemos dado mil veces la vuelta al planeta, para dominarlo (¡algunos dicen que para destruirlo!).

Hemos cumplido la tarea que Dios nos señaló al principio, pero ahora (año 2023) nos hallamos enfrentados ante un duro destino de vida y de riesgo de muerte, pues, si no aprendemos a vivir en rectitud (en gratuidad y amor mutuo), en Gozo más alto de Vida en Dios, podemos terminar destruyéndonos todos, sumidos por el agujero negro de la inhumanidad dominadora. Nos hallamos pues ante una encrucijada, que el Dios de la Biblia había previsto al alzar su letrero ante Israel:

Hoy pongo ante ti la vida y la muerte, el bien y el mal, escoge bien y vivirás,pues de lo contrario acabarás en manos de tu misma muerte (cf. Dt 30, 15-16).

 Así lo había destacado ya Gen 2‒3 plantando ante los hombres y mujeres el árbol del conocimiento (saber quiénes somos) y el de la vida y muerte (optar por la felicidad o suicidarnos). Ésta no es una elección espiritualista (referida sólo al alma), sino una experiencia y opción de la que dependía y sigue dependiendo todo lo que somos, pues hoy  nos hallamos ante el riesgo de un suicidio individual y colectivo, de tal forma que si no tomamos el camino de la felicidad en amor, acabaremos vagando sin rumbo, sin luces ni futuro, para dejarnos morir o destruirnos, de un modo individual y colectivo, como especie en guerra sin fin, bajo el poder de la Triple Bomba (atómico/militar, social y personal), por angustia o falta de felicidad y sentido.

Vivir sin más (por obligación o costumbre, por conato vital o naturaleza) se ha vuelto insuficiente para mantenernos en una tierra que giramos y giramos para encontrarnos siempre en el mismo sitio, con la misma soledad, con riesgo mayor, ante los problemas agrandados de la ansiedad y de la angustia, de la voluntad cansada de poder y cargada de amargura, por falta de querer. 

Ha llegado el momento de una experiencia y decisión más honda, y sólo podremos abrir futuro y morar sobre el mundo si sabemos que la Vida merece la pena, no sólo en un plano intelectual, sino moral y afectivo, personal y social, esto es, si la vida “estalla” (sa abre, se sale) en nosotros en felicidad, en el sentido más hondo de la palabra. En ese fondo tenemos que plantear, como por un rodeo, el tema de Dios que es felicidad para los hombres o no es, no puede existir.

En otro tiempo parecía que Él estaba siempre a mano, para actuar desde sí mismo, respondiendo de inmediato a nuestras voces, como un poder que los jerarcas del sistema eclesiástico y civil podían evocar e imponer a su placer sobre nosotros. Pero ahora sabemos que Dios no está “a la mano” (como instrumento utilizable, para arreglar averías de la vida), pues él es la misma Vida, el Impulso radical, «aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).

 oooooooooooooo

            Siendo labor exigente (de fuente, origen y camino, de muerte y supervivencia), esta tarea de vivir y sentir la felicidad de Dios (de dar testimonio de ella) constituye, como he dicho, el gozo más alto del hombre. No hay mayor bienaventuranza que haber hallado a Dios (haberse dejado hallar por él), y así vivir y decirlo con la vida, compartiendo con otros el camino. Ésa ha sido mi experiencia más honda, y por eso me atrevo a escribirla en este libro, como creyente emocionado ante el hecho de existir en libertad y felicidad de amor, en una iglesia en la que me siento responsable de compartir la vida y mensaje de felicidad de Jesús con aquellos que me la han regalado y con aquellos por quienes y con quienes puedo hacer camino.

En esa línea, la felicidad es para mí un don recibido y sólo podemos conservarla y aumentarla al compartirla con otros, en contra de un sistema de poder y de dinero que “vende” placeres a unos a costa de otros, con el triunfo de unas religiones nuevas, entendidas como estimulantes y/o “narcóticos”, drogas infalibles, “pastillas” de felicidad.  Pero, como he dicho ya, la felicidad no se compra ni vende, sino que “es”, vale en sí misma, en comunión de unos hombres con otros, pero está relacionada con la salud y la asistencia médica y con un tipo de bienes fundamentales, al servicio de la vida.

La felicidad no se consume con estimulantes, pero está relacionada con una buena cobertura sanitaria.  La felicidad no se aprende en escuelas técnicas, pero va unida a la educación en tradiciones humanistas de valores… La felicidad no es una trama de vida social, pero se encuentra entrelazada con un tipo de relaciones familiares y sociales de comunicación afectiva… Pues bien, en ese contexto, ella tiene mucho que ver con la religión, entendida en su sentido más profundo como “religación”, es decir, como vinculación de cada ser humano consigo mismo, con su entorno familiar y social, con el mundo (ecología) y el sentido de la vida.

En esa línea, bien tomadas, como oferta y experiencia de sentido (no de dogmatismo), las religiones han sido y seguirán siendo escuelas y espacios de felicidad, aunque a veces (¡quizá demasiadas!) han acudido al miedo, al terror de Dios, para mantener sometidos a sus fieles, en vez de liberarles en la felicidad. Así lo mostraré en este trabajo, que se centra y culmina en las bienaventuranzas (Lc 6, 20‒26; Mt 5, 3‒12),

Cammini di felicità: la proposta delle religioni (Frontiere) : Pikaza,  Xabier: Amazon.es: Libros

In un esercizio di “teologia comparata” o comunque di confronto attento e fecondo, l’autore propone una lettura originale della felicità navigando tra diverse proposte religiose. Mentre la felicità orientale insiste sulla liberazione interiore e sulla negazione dei desideri, l’ebraismo prima e il cristianesimo poi interpretano la libertà non come “uscita” dal mondo, ma come sua trasfigurazione: sono esperienze di felicità, ad esempio, anche l’amore e la gioia per la terra, le feste, la convivialità… la felicità però non è a buon prezzo. La sua scuola è la sofferenza come sa la Sapienza orientale e quella raccontata con l’esperienza di Giobbe; essa ancora diventa motivo di scandalo per tutti coloro, come denuncia Gesù, che intendono la felicità come mantenimento dei propri privilegi, impedendo agli altri, specialmente ai poveri, di essere felici, cioè di vivere una vita degna e piena.

Volver arriba