"Vive el Evangelio como libertad (...). ¿Se convertirá Roma al evangelio? ¿Destruirá Roma al papa Francisco?" La alternativa de Francisco: ser manipulado (destruido) en Roma o convertir a Roma al Evangelio

El Papa saluda a un niño en la audiencia general
El Papa saluda a un niño en la audiencia general Vatican Media

La alternativa se planteó hace 800 años, como dijo Victoriano Casas (1944-1989), franciscano alcantarino, hace 40 años, en su libro clave sobre Francisco de Asís (1982)

Francisco de Asís (1181-1226) fue a Roma el año 1209, con su proyecto de conversión cristiana, pero Roma, con grandes palabras de alabanza, destruyó (rechazó) la propuesta de fraternidad y pobreza de Francisco, por coacción externa y por manejos internos de algunos pretendidos amigos

Éste era el tema de fondo de Victorino el 1982 (¡hace 40 años!). A su juicio, Roma había condenado y destruído ya en su vida el evangelio de Francisco de Asís. Ésta sigue siendo hoy (2022) la alternativa del Papa Francisco: ¿Se convertirá Roma al evangelio? ¿Destruirá Roma al papa Francisco?

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 Historia de unaalternativa

Victoriano me pidió un prólogo para su libro y lo escribí en Roma donde estaba haciendo gestiones por mi (nuestro) proyecto la Iglesia. Yo era entonces más optimista que él. Pensaba que Francisco de Asís estaba ya volviendo. Y así concluí mi prólogo a su libro.

Victoriano murió pronto (1989) tras volver de  su última peregrinación a Asís, y me dejó con nuestra gran nostalgia. Yo seguí viviendo, con el mismo deseo (visión) de la vuelta de Francisco.

Y Francisco vino a Roma, conforme a mi “sueño”  en la persona de Jorge Bergoglio desde Argentina (año 2013) y tomó como papa el nombre y proyecto del hermano pobre de Asís. Pero la alternativa sigue sin decidirse, lo mismo que  en el libro libro de Victoriano  y en mi libro de hace 40 años: Unos apuestan (apostamos) por Francisco. Y otros piensan, como temía Victoriano, que Roma está manipulando (y al fin detruyendo) el  proyecto franciscano del Papa Bergoglio.

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No quiero ni puedo decir quién ganará: Si Roma o si Francisco. Pero la suerte se está echando en este momento. En más de una postal de RD y en más de un libro he presentado mi visión del tema y mi apuesta por Francisco, especialmente en mi diccionario de pensadores cristianos Aquí me limito a reproducir el centro y tema de mi epílogo/prólogo de 1982, lo que entones pensaba (soñaba) y decía sobre la vuelta de Francisco a Roma. Hay  una visión más completa deltema. cf.  libro digital entero con mi prólogo.

Francisco vuelve a Roma para construir su iglesia (del prólogo de 1982).Carta de envío. (5.10.1992). 

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 Querido Victoriano

He subido a la terraza de esta casa de campo, en pleno Lazio, con Roma a un lado (a lo lejos), al otro los montes tusculanos. He visto los montes que siguen y siguen hasta Así, la tierra de Francisco. Lleno de recuerdos de estudiante, me he dejado embriagar por el ensueño de la vieja madre tierra, y por el recuerdo-deseo de Francisco y he sentido un fuerte impulso de Evangelio sin glosa, conforme al programa de Francisco.

                Brotando de ese fondo de Evangelio he visto al hermano Francisco que venía de nuevo desde así, la sombra de los bosques, por la vera de las viñas, con sus doce compañeros. He vuelto la mirada al otro lado, y allí, hacia el occidente, sobresaliendo de todos los tejados, he vuelto a distinguir la cúpula de Roma: San Pedro, el Vaticano. Como sin quererlo he tenido que entornar los ojos. No sé si era el brillo del sol, la esperanza o la fatiga del trabajo medio-realizado.

Francisco y sus amigos avanzaban hacia Roma. Habían sobrepasado la nueva muralla de la autopista circular, entraban al enjambre de los barrios y las casas. En alegría contagiosa y fe absoluta volvían hacia el Papa, disponiéndose a decir, como al principio, su palabra de Evangelio, de pobreza fraterna y de esperanza. Estaba pensando en eso cuando sentí que los ojos me hacían daño.

 Los había abierto de nuevo. Bajo el mediodía latino estaba descubriendo de nuevo las colinas; en el lado opuesto seguía Roma, bañada de esperanza. Ahora sentía la seguridad de que en medio de la tierra se encontraban y avanzaban los nuevos hermanos menores, millones de cristianos, fieles y pequeños, que ofrecían su palabra en ámbito de Iglesia. ¿Caminaban hacia Roma? ¿Volvían ya de Roma, enriquecidos con la nueva misión ya confirmada? No lo sé. Ya no lo podía distinguir. Con eso bastaba. He bajado de la terraza y me he puesto a transcribir las palabras de mi prólogo a tu libro carta. Con esta evocación final quiero enviarlas. Quizá ellas puedan ayudar a comprender tu libro. Estoy convencido de que Francisco tiene que volver a Roma, pues lo que hay ahora ya no sirve, ya no es evangelio.  

Del prólogo antiguo 1992, tras 40  años. La iglesia de Francisco.

1) Fraternidad abierta a la naturaleza.

                  Tuvo Francisco una raíz de caballero, un aire de esforzado soñador que se dispone a descubrir espacios nuevos de vida y de sentido. Había sido caballero, pero no conquistador; tuvo que luchar contra enemigos reales, pero nunca asumió un papel violento, una osadía de batallas o de imposiciones. Por eso, más que caballero fue poeta, trovador: se sintió implicado en, embriagado en su perfume, rico en su riqueza, enamorado de Dios desbordante en su potencia creadora.

Había estado perdido en sus quereres, en las fuerzas de un mundo que rasga y aplasta, enfrenta y divide. Se hallaba oprimido en su propio pecado, en un campo de olvido, escapismo, ansiedades. Pero Dios le llamó a su evangelio a través de la misma naturaleza, abandonando para siempre los poderes y riquezas de la violencia del mundo.

               En esa línea, Francisco se dejó impulsar y transformar por una religiosidad de madre y hermana naturaleza (sol, luna y estrellas; tierra y agua, viento y fuego). Para escuchar la música de Dios y beber el agua de la vida verdadera tuvo que dejar en un segundo plano todas las restantes cosas, para transfigurarse y así transfigurarse en ellas, como hermano pobre de Dios, hermano y amigo de todos los seres. 

2) Camino de Jesús en la carne fraterna

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               De esa manera, por intuición de fe que precede a todas las razones, Francisco ha descubierto que la plenitud cósmica ha quedado asumida, condensada y desbordada en la vida y cruz de Jesucristo.  

Esta es su primera corrección: más allá de todo espiritualismo descarnado, Francisco ha descubierto el Evangelio de la carne, esto es, de la vida humana. Como pura carne desnuda venimos al mundo, como carne enamorada seguimos viviendo, y viviremos en plenitud siguiendo el evangelio, sin ninguna posesión material o espiritual, desnudos al amor. 

               Desde esta perspectiva han de entenderse las  "reglas" de vida religiosa, esto es, cristiana que ofrece a sus hermanos pobres de dinero, ricos de amor de Dios y de la vida: ellas actualizan de un modo radical el Evangelio, en renuncia plena y absoluta entrega. Sin afán de novedades, Francisco lleva a sus discípulos y amigos a ese campo de plena transparencia de Jesús que instaura el Evangelio.

Esto significa un correctivo en la visión de lo divino: allí donde la antigua sacralidad genérica del plano anterior parecía centrarse en un todo impersonal emerge el Padre, con su rasgo concreto, impredecible, trascendente. A partir del Evangelio de Jesús emerge el Padre verdadero, padre-madre-hermano universal de todos los hombres y mujeres en Cristo

  Francisco había corrido el riesgo de identificar a Dios con lo sagrado, esa especie de totalidad originaria en que se instaura y desborda nuestra vida, en forma de poder y de dominio. Pues bien, el Evangelio de Jesús, apasionadamente vivido, le ha obligado a superar ese peligro de poder y de riqueza. Francisco ha descubierto por Jesús al Padre-Madre, Altísimo Señor, que se hace pobre en nosotros, dándonos su vida, sin quedar con nada. 

  Los iluminados de aquel tiempo y de siempre, los que absolutizan su experiencia interior de sacralidad, terminan destruyendo el orden de la Iglesia: se sienten dueños de una especie de hilo rojo que está unido al absoluto y dejan que Dios mismo se despliegue en su experiencia como poder y dominación, como riqueza en las riquezas de la misma Iglesia.

Francisco ha sabido que Dios se da del todo, haciéndose el más pobre con nosotros, para que nosotros, siendo pobres en Cristo, podamos con él tenerlo todo y darlo todo, en una iglesia concreta que se vuelve pobre, presencia y testimonio de evangelio.  Francisco estaba seguro de que la iglesia podía y debía convertirse (aunque quizá, de hecho, como afirmas tú, Victoriano) la iglesia del poder acabó triunfando; ella canonizó a Francisco para quitarle dejarle después a un lado, para seguir construyendo la iglesia del poder y riqueza de siempre.

  Esto es necesario resaltarlo en tiempos como éstos (1982, 2022), propensos a escindir la experiencia de Francisco del camino de la Iglesia (en tiempos en que muchos parecen expulsar a Francisco de la iglesia, optando por el poder, en contra del evangelio) 

Siguen estando ahí los que canonizan a Francisco, pero lo hacer para luego hacer lo contrario de Francisco. Esos son los que creen en una iglesia espiritual, para hacerse luego dueños de la iglesia material del mundo. Francisco, en cambio, pensó que sólo había una iglesia que es  una siendo múltiple y fraterna; que es santa, siendo pobre; que católica y apostólica  no teniendo más principio que el evangelio.   

Pocas veces se ha encontrado un hombre de tanta libertad interior que, al mismo tiempo, sepa inscribirse con fidelidad plena en el contexto concreto de la Iglesia de Jesús. Ha sido precisamente esta necesidad de introducir su movimiento en el espacio y tiempo de la Iglesia concreta lo que puso a Francisco en camino hacia Roma.

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Quizá sin darse cuenta, Francisco ha repetido, intuitivamente, la actitud de Pablo. Se ha encontrado con Jesús. Quiere vivir su Evangelio de una forma radical, siente la necesidad de proclamarlo entre los hombres.  

Pablo se acercó a Jerusalén para exponerle su Evangelio a Pedro y recibir así su mano de hermandad abierta a las iglesias. Francisco vino a Roma el año 1209 y no cesó hasta presentar su forma de Evangelio al Papa, a fin de recibir su aprobación para el conjunto de la Iglesia. Allí donde la extrema libertad en el amor y seguimiento de Jesús se encuentra unida a la más fiel obediencia y comunión con el conjunto de la Iglesia ha de entenderse la figura y obra de Francisco. Quiero que Francisco, el tuyo, el auténtico, vuelva nuevamente a Roma. 

3) Iglesia creadora, Evangelio como gracia y vida.

 Siglos de tradición repetitiva, reflejada en libros y fijada en leyes, corrían el riesgo de convertir el Evangelio en agua de un pasado que no mueve ni transforma los actuales corazones de los hombres. Pues bien, Francisco tuvo la osadía de tomar el Evangelio como voz presente: lo asumió a la letra y lo vivió hasta el fondo, de manera que su propio caminar vino a mostrarse como signo y realidad de Cristo sobre el mundo.

En primer lugar, Francisco vive el Evangelio como libertad. Los hombres y mujeres de la tierra se hallan dominados por afanes de riqueza: trabajan para poseer, luchan por defender lo poseído y se combaten mutuamente, originando de esa forma una espiral de ambición, en la que todos terminan por hallarse amenazados, destruidos, impotentes. Pues bien, en contra de esa esclavitud del poseer, Francisco instaura aquello que podríamos llamar la libertad de la pobreza. No pretende condenar el mundo como malo, a fin de promover así una especie de paz supramundana.

Francisco ha rechazado la servidumbre de la posesión para instaurar la libertad de un mundo fraterno sin violencia. Por eso va rompiendo uno por uno los cebos de su fiebre de dominio: asume en radicalidad el seguimiento de Jesús y es libre no porque ha logrado impedir que otros le manden, sino porque consigue arrancar hasta el cimiento de su propio instinto posesivo. Pase lo que pase, hagan lo que hagan con su vida, él se descubre libre, y como tal se entrega en manos de una realidad que está centrada en Jesucristo, dentro de la Iglesia.

Esta libertad, que se edifica sobre la renuncia a todo instinto posesivo, se traduce en una gran capacidad de creación. La mayor parte de los hombres intentamos crear para provecho propio; por eso hacemos mundos dominantes, conflictivos, pervertidos. Renunciando a todo lo que sea creación por egoísmo, Francisco se ha ido convirtiendo en transparente ante la luz del Evangelio.

No impone su ley, no obliga a los demás, nunca se empeña en defender coactivamente sus razones. Pues bien, precisamente así empieza a ser creador: viene a resultar transfigurado de tal forma que a su paso se renueve el Evangelio, el hombre vuelve a ser humano, el mundo espacio del misterio de Dios y transparencia de gracia ante nosotros. De esa forma empezaremos a entender algo mejor la paradoja radical del Evangelio: Dios no ha cimentado el mundo en su poder de imposición, sino en la pura gratuidad del Señor crucificado. No está el crear en imponerse de una forma masiva sobre el mundo sino en dar gratuitamente, a fin de que la vida sea, en pura entrega, en plena transparencia.

Este gesto creativo configura totalmente la existencia.  En este fondo se interpretan sus llagas, que son de toda su vida, de toda su carne:: su vida entera viene a convertirse en signo de Jesús, lugar de su presencia entre los hombres. Tenemos la impresión de que Francisco va cesando, va muriendo. En su camino emerge el Cristo, como el hombre nuevo, liberado, creador desde la entrega, transfigurado en la cruz, resucitado desde el fondo de la muerte. A partir de aquí, yo pienso que el proyecto de Francisco ha de entenderse en clave de experiencia pascual.  

Francisco y sus primeros compañeros, que en un momento clave son doce, vienen a entender su vida como nuevo colegio apostólico: siguen a Jesús en el proceso de su entrega y de su muerte; permanecen dolorosamente fieles al Calvario de la plena entrega; saben sufrir hasta el final el desamparo; entonces, sólo entonces, reciben sorprendidos, en gesto de absoluta gratuidad, el gozo de la Pascua. Me atrevería a sospechar que todo el camino de Francisco ha culminado en esta especie de nueva aparición pascual: el mismo Jesús se desvela, en lo más hondo de su vida, como un día vino a desvelarse a Pedro, a Pablo, a los apóstoles; no le confía una nueva misión de crear espacios de Iglesia diferente, pues la Iglesia de Jesús ya está fundada en la palabra y testimonio de los apóstoles. Pero Francisco  fundamenta de nuevo la Iglesia en su el principio, le injerta en la raíz, le hace ser un pregonero de la vida y libertad del Evangelio entre los hombres.

4) Iglesia de Francisco, fraternidad de redimidos.

                   Hubo un momento en que se pudo pensar que en el camino de Francisco habría que sufrir la pérdida del cuerpo (esto es, de la carne). Así venían a exigirlo aquellas sectas más o menos maniqueas que acababan predicando el dualismo: el hombre interno se transforma en Dios; la carne de la tierra se abandona, se somete y muere. Pues bien, en un esfuerzo de austera y genuina fidelidad evangélica, Francisco termina reconciliándose con el hermano cuerpo, asumiendo su misterio como espacio de presencia de Jesús, esto es, espacio de muerte y resurrección.

Quizá a lo largo del camino parece más intenso todo lo que alude a muerte: debemos someter al cuerpo, destruyendo su deseo de dominio impositivo. Pero, tomando todo el arco de su vida, en el "Canto de las Creaturas" y en el gesto de tranquilidad reconciliada de sus años finales, Francisco nos ha dejado una especie de Evangelio encarnado, el testimonio de un cuerpo que, superando la dimensión del gozar y del perderse, se convierte de algún modo en expresión de Pascua.

Es fraternidad con todos los hombres. Antes de crear ninguna especie de asociación religiosa, Francisco ha proclamado y vivido la fraternidad universal: se siente identificado con Jesús, hermano original; asume su camino, extiende su Evangelio entre los hombres y mujeres de su tiempo. De pronto, sus discípulos inundan los caminos y los bosques, las calles y las plazas con un tipo de mensaje diferente. No empiezan siendo nobles ni plebeyos, oprimidos ni opresores, grandes ni aun pequeños.

Vienen simplemente como hermanos, y en función de tales se dejan recibir, reciben la limosna de amistad de quienes quieran obsequiarles y libremente ofrecen a todos su presencia fraternal, transfigurada. Cesan las antiguas divisiones, las fronteras de las gentes, los estratos sociales. No terminan por imposición externa, por dominio o ley obligatoria. Mueren porque surge en libertad algo más alto: la presencia fraterna de Francisco, que acoge y se deja acoger, ama y se deja amar, viviendo de una forma confiada, libre, transparente, entre los hombres. Aquí, en esta fraternidad abierta, se explícita para el mundo el mensaje de la Pascua: Jesús se vuelve hermano de todos los que habitan en la tierra.

Es una fraternidad de hombres y mujeres libres en autonomía personal, en gracia compatida. Por eso, los hermanos vivirán la pobreza no sólo en forma de comunión intracomunitaria de bienes, sino en forma de total desprendimiento real de todas las posesiones de la orden, del conjunto de la iglesia. La iglesia no puede tener nada para sí, tendrá que “vender” sus muchos vaticanos para dar todo y compartirlo todo con los pobres, como quiso Jesús.

Esta es una fraternidad abierta al cosmos. La victoria de la cruz de Jesús se ha explicitado por los anchos espacios, en el cielo y en la tierra. Desde esa perspectiva, Francisco ha terminado concibiendo a cada una de las cosas como signo luminoso de hermandad: sol y tierra, aguas y vientos, vida y muerte, todo lo que existe se explícita como espacio de amistad fraterna, signo del Señor resucitado en nuestra vida.

De esa forma, Francisco, el hombre de la renuncia total —de la total pobreza— se convierte en el hermano de la plena transparencia: no posee nada y lo goza todo; no reserva nada para sí y todo lo encuentra transformado, como realidad abierta a su palabra y su presencia. De esa forma se ha cambiado el orden de la vida: termina la actitud impositiva, empieza un nuevo estilo de transparencia entre los hombres y las cosas del cielo y de la tierra.

Es fraternidad misionera. Lo has mostrado bien: al situarse en el hondón del Evangelio, Francisco y sus compañeros descubrieron, casi por instinto, la exigencia de la misión de Cristo dentro y fuera de la Iglesia. Ellos no pertenecían —no debían pertenecer— al orden de la jerarquía que predica oficialmente la palabra y preside el sacramento. Pero son hermanos de Jesús: han vivido en toda fuerza la experiencia pascual y se han sentido llamados a expresarla. Como misioneros libres del Evangelio y testigos de la fraternidad del Señor, van por los pueblos de la tierra, en gesto de absoluta transparencia: no imponen nunca nada, no critican ni destruyen lo que existe. Asumen el mundo como está, en libertad y benevolencia. Después ofrecen sencillamente su palabra, el testimonio de su desprendimiento, de la gracia y hermandad sobre la tierra.

Así culminó su recorrido como seguidor de Jesucristo. Entonces pudo morir, como un hermano que nos sale al encuentro y nos ayuda en la aventura gratificante de la fraternidad.   

Con esto terminaba  mi prólogo del año 1992 Vuelva a leer su principio quien quiera recordarlo y responder a la pregunta de mi amigo Victorino:

¿Logrará Francisco que Roma se convierta al Evangelio? ¿o será o Roma la que destruya de nuevo el evangelio de Francisco?

Dejo aquí el tema abierto para otras ocasiones

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