La fe que mueve montañas (J. M. González y A. de Mello)

En mi comentario al evangelio de los domingos pasados he venido desarrollando el tema de la fe. Entre las intervenciones que mi reflexión ha suscitado quiero destacar las de J. Manuel González, director de la Escuela Bíblica Parresia, de Córdoba, Argentina, cuyas aportaciones pueden encontrarse en http://www.edebparresia.org/. Quien quiera seguir la discusión entera, con las diversas participaciones puede buscr lo comentarios al post del 6/7 de octubre. Aquí recojo sólo algunas aportaciones de Juan Manuel,colega y amigo. Empiezo con una introducción sobre la la fuerza de la fe. Siguen dos cuentos de T. de Mello. El tema acaba con una reflexión de J. Ratzinger. Gracias JMG.

Introducción: La fe y las montañas:

Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Tema: ¿De qué montañas se trata? ¡Qué sentido tiene el que se muevann?


CUENTO 1. ¡SUELTA LA RAMA!

Un ateo cayó por un precipicio y, mientras rodaba hacia abajo, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol, quedando suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo, pero sabiendo que no podría aguantar mucho tiempo en aquella situación.
Entonces tuvo una idea: «¡Dios!», gritó con todas sus fuerzas.
Pero sólo le respondió el silencio.
«¡Dios!», volvió a gritar. «¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!»
¡Más silencio! Pero, de pronto, una poderosa Voz, que hizo que retumbara todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto:
«Eso es lo que dicen todos cuando están en apuros».
«¡No, Dios, no!», gritó el hombre, ahora un poco más esperanzado. «¡Yo no soy como los demás! ¿Por qué había de serlo, si ya he empezado a creer al haber oído por mí mismo tu Voz? ¿O es que no lo ves?
Ahora todo lo que tienes que hacer es salvarme, y yo proclamaré tu nombre hasta los confines de la tierra!»
«De acuerdo», dijo la Voz, «te salvaré.
¡Suelta esa rama!».
«¿Soltar la rama?», gimió el pobre hombre. «Crees que estoy loco?»

Moraleja: Se dice que, cuando Moisés alzó su cayado sobre el Mar Rojo, no se produjo el esperado milagro. Sólo cuando el primer israelita se lanzó al mar, retrocedieron las olas y se dividieron las aguas, dejando expedito el paso a los judíos.

Anthony de Mello
La Oración de la Rana,
Tomo I, p.73-74


CUENTO 2: CUIDADO

El sacerdote anunció que el domingo siguiente vendría a la iglesia el mismísimo Jesucristo en persona y, lógicamente, la gente acudió en tropel a verlo. Todo el mundo esperaba que predicara, pero él, cuando fue presentado, se limitó a sonreír y dijo: «Hola». Todos, y en especial el sacerdote, le ofrecieron su casa para que pasara aquella noche, pero él rehusó cortésmente todas las invitaciones y dijo que pasaría la noche en la iglesia. Y todos pensaron que era muy apropiado.
A la mañana siguiente, a primera hora, salió de allí antes de que abrieran las puertas de la iglesia.
Y cuando llegaron el sacerdote y el pueblo, descubrieron horrorizados que su iglesia había sido profanada: las paredes estaban llenas de «pintadas» con la palabra «¡CUIDADO!»
No había sido respetado un solo lugar de la iglesia: puertas y ventanas, columnas y púlpito, el altar y hasta la Biblia que descansaba sobre el atril. En todas partes, ¡CUIDADO!, pintado con letras grandes o con letras pequeñas, con lapicero o con pluma, y en todos los colores imaginables. Dondequiera que uno mirara, podía ver la misma palabra:
«¡CUlDADO, cuidado, Cuidado, CUIDADO, cuidado, cuidado...!»
Ofensivo. Irritante. Desconcertante. Fascinante. Aterrador. ¿De qué se suponía que había que tener cuidado? No se decía. Tan sólo se
decía: «¡CUIDADO!»
El primer impulso de la gente fue borrar todo rastro de aquella profanación, de aquel sacrilegio. Y si no lo hicieron, fue únicamente por la posibilidad de que aquello hubiera sido obra del propio Jesús.
Y aquella misteriosa palabra, «¡CUIDADO!», comenzó, a partir de entonces, a surtir efecto en los feligreses cada vez que acudían a la iglesia. Comenzaron a tener cuidado con las Escrituras, y consiguieron servirse de ellas sin caer en el fanatismo.
Comenzaron a tener cuidado con los 7 sacramentos, y lograron santificarse sin incurrir en la superstición. El sacerdote comenzó a tener cuidado con su poder sobre los fieles, y aprendió a ayudarles sin necesidad de controlarlos. Y todo el mundo comenzó a tener cuidado con esa forma de religión que convierte a los incautos en santurrones. Comenzaron a tener cuidado con la legislación eclesiástica, y aprendieron a observar la ley sin dejar de ser compasivos con los débiles. Comenzaron a tener cuidado con la oración, y ésta dejó de ser un impedimento para adquirir confianza en sí mismos.

Comenzaron incluso a tener cuidado con sus ideas sobre Dios, y aprendieron a reconocer su presencia fuera de los estrechos límites de su iglesia.
Actualmente, la palabra en cuestión, que entonces fue motivo de escándalo, aparece inscrita en la parte superior de la entrada de la iglesia, y si pasas por allí de noche, puedes leerla en un enorme rótulo de luces de neón multicolores.

(A. De Mello, del mismo libro págs.125-136)

REFLEXIÓN:

"Tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. La duda impide que ambos se encierren herméticamente en su yo y tiende al mismo tiempo un puente que los comunica. Impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia".
INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO de J. Ratzinguer. Sígueme. Salamanca, 1979;
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