Pedro de Galilia: Las 'llaves' y las 'lágrimas' del discípulo. José María Marin: "Los herederos de Pedro pasan de ser perseguidos a dominar, de servir a gobernar, de proponer a imponer"

Xabier Pikaza: "El Papa debería dejar el Estado Vaticano, renunciando a su propiedad y soberanía"
Xabier Pikaza: "El Papa debería dejar el Estado Vaticano, renunciando a su propiedad y soberanía"

"Podríamos decir que Jesús nombra a Pedro 'mayordomo' (o en su versión femenina 'ama de llaves') del palacio y la hacienda del señor"

"A mediados del siglo II, Pedro comienza a deslizarse por una pendiente que lleva a sus 'sucesores' a convertirse en una de las instituciones más poderosas e influyentes de la sociedad"

"El primado de Pedro adquiere un poder imperial y monárquico que sorprende, por su alejamiento, casi absoluto, del mensaje de Jesús. El oficio de servir se transforma en un oficio magisterial supremo y universal"

"Tendremos que desandar mucho hasta volver a recuperar la humildad y la belleza del joven pescador que, finalmente, se enamoró de Jesús y de su evangelio liberador"

"Servir y llorar nos ayudará a ir despojándonos de todo aquello que nos separa del único Señor"

Entre los discípulos, Pedro fue sin duda el más impulsivo del grupo: el primero en hablar en cualquier circunstancia, el que se atreve a corregir a Jesús cuando anuncia su pasión, el que se opone a que el Señor le lave los pies, el que promete fidelidad cuando Jesús anuncia que todos le van a abandonar… Para finalmente descubrir su fragilidad y terminar negando a Jesús. Tampoco es de extrañar que Jesús, por todo ello lo viese como cabecilla natural del grupo después de su muerte.

Hace más de 10 años que vivo mi sacerdocio entre las gentes del distrito marino y marinero de Castellón. La parroquia tiene como titular, acertadamente a san Pedro Apóstol, patrón de los pescadores. Estos días de fiestas patronales, sin ruido y sin consumo, sin procesiones ni turistas, me han permitido acercarme con más calma al joven pescador de Galilea que cautivó, con su liderazgo natural y su fragilidad, a Jesús de Nazaret.

Las llaves del mayordomo

El presbiterio de la iglesia parroquial está presidido por una majestuosa imagen de Pedro Apóstol, con las llaves en sus manos, como sugiere el evangelio de Mateo: “A ti te daré las llaves del reino de los cielos” (16,19). En el contexto cultural de esta frase puesta en boca de Jesús, entregar las llaves a alguien, significa nombrarle responsable, dotarlo de autoridad sobre el resto de los sirvientes. Podríamos decir que Jesús le nombra “mayordomo” (o en su versión femenina “ama de llaves”) del palacio y la hacienda del señor.

Es decir: el criado principal. Jesús, sabe que la comunidad necesita un líder, un responsable y encomienda esta misión a Pedro y a sus sucesores. Pedro, de no ser un corrupto, sabe que no es el dueño de nada, ni tiene privilegios sobre los demás. Su misión es amar más (al Señor y los criados del Señor). Las llaves le han de convertir en siervo de los siervos de Dios, como bien ha recogido la tradición.

Las llaves de Pedro

El problema surge cuando con el paso de los siglos se va configurando una sucesión apostólica, con otros símbolos y títulos (Príncipe de los Apóstoles, Santidad, Vicario de Cristo, Sumo Pontífice) y añadiendo cotas de poder y gloria que le van alejando del evangelio hasta hacerle, prácticamente, irreconocible.

Recorrer la historia de los papas y el pontificado impresiona: el origen, lo leemos en los el Evangelios. No pudo ser más mínimo: un crucificado y sus discípulos, sin poder económico, ni político, ni militar, ni tampoco religioso. El pequeño grupo va creciendo y extendiéndose lentamente, con serias dificultades, persecuciones, torturas y martirio.

Pero a mediados del siglo II, comienza a deslizarse por una pendiente que lleva a sus “sucesores” a convertirse en una de las instituciones más poderosas e influyentes de la sociedad. Tanto es así que sin el cristianismo no podríamos entender la historia de Europa, ni de occidente.

Los herederos de Pedro se van deslizando, paso a paso, hasta pasar de ser perseguidos a dominar, de servir a gobernar, de proponer a imponer. El primado de Pedro adquiere un poder imperial y monárquico que sorprende, por su alejamiento, casi absoluto, del mensaje de Jesús. El oficio de servir se transforma en un oficio magisterial supremo y universal (Vaticano I, Const. dogmática Pastor aeternus,) llegando, incluso, a la extraña prerrogativa de la infalibilidad (Vaticano II, Const. dogmática Lumen gentium, 25.

El poder de las llaves del papado

Tendremos que desandar mucho hasta volver a recuperar la humildad y la belleza del joven pescador que, finalmente, se enamoró de Jesús y de su evangelio liberador, hasta desprenderse de todo, incluida la propia vida, imitando así a su Maestro y Señor. “…no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda” (Hechos, 3, 6-8).

En este volver al origen son de agradecer los gestos y los proyectos introducidos por el Papa Francisco que deberemos ir asumiendo todos en la Iglesia, juntos y en comunión con él. Retorno que nos deberá conducir a todos, a buscar la voluntad de Dios, colocando la libertad y la causa de los pobres, en el centro de nuestra predicación y de la vida de la Iglesia.

Las lágrimas de San Pedro El Greco

Las lágrimas del discípulo

Por fortuna, en la parroquia, contamos también con otra imagen: en una de las paredes de la sacristía (por esas coincidencias de la vida, en las que trabaja a gusto la providencia de Dios), cuelga una excelente copia del famoso lienzo: “Las lágrimas de san Pedro” del Greco.

Aquella trágica tarde fue de una intensidad inimaginable. La última Cena de Jesús con sus discípulos se interrumpe violentamente con la traición de Judas, que después de entregar al Maestro por treinta monedas de plata, angustiado hasta el extremo se quita la vida. Pedro, por el contrario, aprovecha la ocasión para reafirmar su adhesión: “aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré”. Impulsivo como era no contaba que, sin el Maestro a su lado será también débil frente al peligro.

La noche será larga, lo que se avecina es más de lo que todos pueden soportar, el mismo Jesús "empezó a entristecerse y a sentir angustia” (Mateo 26, 37) aunque, en todo momento se mantendrá en pie haciendo temblar al mismísimo Pilatos, el gobernador. Pedro, por su parte, vivirá el límite más profundo de su propia fragilidad: el Maestro, ante el Sanedrín, el discípulo, sentado en el patio camuflado entre criados y curiosos, inicia su proceso de ruptura.

La narración impresiona por su expresividad y dramatismo:

Tú también estabas con el Galileo... “No sé lo que dices”.
Éste estaba con el Nazareno… “¡No conozco a ese hombre!”
Tú eres uno de ellos, el acento te delata… “empezó a echar maldiciones y a jurar que no lo conocía”.
“Salió afuera, lloró amargamente”.

La traición de Judas

La traición de Judas fue directa, a la cara. Pone a Jesús en manos de sus enemigos, con un beso. Después lleno de amargura se quitó la vida. Pareciera a primera vista que Judas fue valiente: traicionó a Jesús dando la cara. Pero su verdadera traición no fue el beso sino dudar de la identidad y la honestidad de Jesús. Si algo había escuchado, una y otra vez de sus labios era su profundo deseo de “recuperar lo perdido”, si algo conoció Judas, de la vida de Jesús, fue precisamente su deseo y capacidad divina para la misericordia y perdón. Judas se traicionó a sí mismo cometiendo el error de cerrar definitivamente la puerta a un nuevo encuentro con el Hijo de Dios, que había venido a este mundo, no a juzgarlo sino a salvarlo.

Pedro, delante de Jesús, promete estar a su lado, aunque tenga que morir. Después, sin dar la cara, le niega por tres veces. Pareciera a primera vista que Pedro fue un cobarde: le traicionó por la espalda. Finalmente se retira y llora amargamente.

El acoso va creciendo y en cada negación Pedro se va alejando más de sí mismo (su origen, su lengua, su identidad), de su pertenencia al grupo (se desvincula de sus amigos y su comunidad) y de Jesús (su guía, su verdad, su camino). Con la tensión y la frustración del fracaso de la cruz, se derrumba y lo niega todo para salvar la vida. Jesús le había advertido: “el espíritu es fuerte, pero la carne es débil” (Mateo 26, 41).

San Pedro llora

Cuando descubrió su profunda fragilidad personal, Pedro, no rompe la baraja sigue jugando. La partida no ha terminado.

Pedro acertó aquí: “salió fuera”, vomitó el miedo que le había convertido en una marioneta de la situación y “lloró amargamente”. Ahora está preparado para un nuevo encuentro con Jesús. De algún modo no ha perdido todas las esperanzas: “volverá” y me dará una nueva oportunidad. Las lágrimas cayeron en tierra buena, el amor a Jesús y el eco de su Palabra, aliviarán la sequía interior y la semilla volverá a germinar y dar fruto. Ahora Pedro está capacitado para tomar las “llaves”, cargar con su fragilidad y la de los demás. Ahora abrirá la puerta del Reino, para no cerrarla a nadie, ni nunca más: “Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Llaves y lágrimas

Unir las dos experiencias, con su fuerza simbólica y trasformadora nos ayudará a todos a descubrir nuestra fragilidad humana, personal y colectiva y confiar más en el amor incondicional de Dios. Servir y llorar nos ayudará a ir despojándonos de todo aquello que nos separa del único Señor, convencidos de que “sobre esa roca” (que no es más que nadie, ni cuenta con ningún privilegio superior), Cristo, sigue construyendo, cada día, su Iglesia.

Vaticano

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