"Han terminado los tiempos de los confesionalismos, pero también el del laicismo que cierra la puerta a Dios" Francisco: "Sueño una Europa sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos pero no  contrapuestos"

El Papa y la UE
El Papa y la UE Agencias

El Papa lanza sus "sueños" para el Viejo Continente, e invita a los cristianos a "despertar la conciencia de Europa" y a "comprometerse con valentía y determinación a ofrecer su colaboración en cada ámbito donde viven y trabajan", en una carta al cardenal Parolin

Advierte del riesgo de que el proyecto europeo "esté volviendo atrás" y de "la tentación de ir cada uno por su cuenta, buscando soluciones unilaterales"

“Sueño una Europa amiga de la persona y de las personas. Una tierra donde sea  respetada la dignidad de todos, donde la persona sea un valor en sí y no el objeto de un cálculo  económico o una mercancía”

“Sueño una Europa que sea una familia y una comunidad, que sepa valorar las  peculiaridades de todas las personas y los pueblos, sin olvidar que estos están unidos por  responsabilidades comunes”

“Se trata de elegir entre un modelo de  vida que descarta personas y cosas, y uno inclusivo que valora lo creado y a las criaturas”

“Sueño una Europa sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos pero no  contrapuestos. Una tierra abierta a la trascendencia, donde el que es creyente sea libre de profesar  públicamente la fe y de proponer el propio punto de vista en la sociedad”.  El Papa Francisco ha escrito una interesantísima carta al Viejo Continente, azotado por la división y en riesgo por la pandemia y la crisis cultural. Y sí: también religiosa.

Y lo hace admitiendo que “han terminado los tiempos  de los confesionalismos”, pero “se espera, también el de un cierto laicismo que cierra las puertas  a los demás y sobre todo a Dios, porque es evidente que una cultura o un sistema político que no  respete la apertura a la trascendencia, no respeta adecuadamente a la persona humana”.

Una realidad, en la que “los cristianos tienen hoy una gran responsabilidad: como la levadura en la masa, están  llamados a despertar la conciencia de Europa, para animar procesos que generen nuevos  dinamismos en la sociedad”. “Los exhorto, pues, a comprometerse con valentía y determinación a  ofrecer su colaboración en cada ámbito donde viven y trabajan”.

Medio siglo de relaciones con Europa

La carta, escrita con motivo de los 50 años de relaciones entre la Santa Sede y las instituciones europeas, así como el 40 aniversario de la COMECE, comienza combatiendo con el secretario de Estado, Pietro Parolin  (el destinatario de la misma) “algunas reflexiones sobre el futuro  de este continente, que me es particularmente querido, no sólo por los orígenes familiares, sino  también por el rol central que este ha tenido y pienso que todavía debe tener —si bien con tonos  diversos— en la historia de la humanidad”.  

Caritas alerta de la debilidad de los servicios sociales en Europa y urge a la fortalecerlos
Caritas alerta de la debilidad de los servicios sociales en Europa y urge a la fortalecerlos

“El proyecto europeo surge como voluntad de poner fin a las divisiones del pasado”, sostiene Bergoglio, que apunta cómo en nuestro tiempo, marcado por la pandemia del coronavirus, da la sensación de “estar volviendo atrás”, por lo que es preciso “hacer una elección: o se sigue el camino tomado en el último decenio, alentado por la  tentación de la autonomía, enfrentando crecientes incomprensiones, contraposiciones y conflictos; o  bien se redescubre ese camino de la fraternidad, que sin duda fue el que inspiró y animó a los  Padres fundadores de la Europa moderna”.

“En las noticias europeas de los últimos meses, la pandemia puso en evidencia todo esto: la  tentación de ir cada uno por su cuenta, buscando soluciones unilaterales a un problema que  trasciende los límites de los Estados, pero también, gracias al gran espíritu de mediación que  caracteriza a las Instituciones europeas, el deseo de recorrer con convicción el camino de la  fraternidad que es además camino de la solidaridad, poniendo en marcha la creatividad y nuevas  iniciativas”, subrayó el Pontífice, quien pidió “consolidar las medidas adoptadas para evitar que los empujes  centrífugos recobren fuerza”.

El Papa Francisco y Europa
El Papa Francisco y Europa

"Europa, vuelve a descubrir tus ideales"

En este sentido, el Papa recuerda las palabras de Juan Pablo II en Compostela: “Europa, vuelve a encontrarte. Sé tú  misma”, para añadir: “Europa: Tú, que has sido una fragua de ideales durante  siglos y ahora parece que pierdes tu impulso, no te detengas a mirar tu pasado como un álbum de  recuerdos”.

“Europa, ¡vuelve a encontrarte! Vuelve a descubrir tus ideales, que tienen raíces profundas.  ¡Sé tú misma!”, clama Bergoglio, quien pregunta “¿qué Europa soñamos para el futuro? ¿En qué consiste su contribución original?”

“Sueño una Europa amiga de la persona y de las personas. Una tierra donde sea  respetada la dignidad de todos, donde la persona sea un valor en sí y no el objeto de un cálculo  económico o una mercancía”, apunta el Papa, quien pide cuidar la vida “en todas sus etapas, desde que surge  invisible en el seno materno hasta su fin natural, porque ningún ser humano es dueño de la vida, sea  propia o ajena”.

Para ello, invita a “proteger al que es más frágil y débil, especialmente a los ancianos, los enfermos  que necesitan tratamientos costosos y las personas con discapacidad”, tutelando los derechos, pero también los deberes. “Sueño una Europa que sea una familia y una comunidad”, añade, que “sepa valorar las  peculiaridades de todas las personas y los pueblos, sin olvidar que estos están unidos por  responsabilidades comunes”.

Consejo de la UE
Consejo de la UE

Una Europa dividida y sin futuro

Porque “Europa es una auténtica  familia de pueblos, distintos entre sí, pero sin embargo unidos por una historia y un destino común”, y porque “una Europa dividida, compuesta de  realidades solitarias e independientes, fácilmente se encontrará incapaz de hacer frente a los  desafíos del futuro”.

En cambio, añade, “una Europa comunidad, solidaria y fraterna, sabrá aprovechar las  diferencias y el aporte de cada uno para afrontar juntos las cuestiones que le esperan, comenzando  por la pandemia, pero también por el desafío ecológico, que no se limita sólo a la protección de los recursos naturales y a la calidad del ambiente en que vivimos”.

“Se trata de elegir entre un modelo de  vida que descarta personas y cosas, y uno inclusivo que valora lo creado y a las criaturas”, recuerda Bergoglio. 

“Sueño una Europa solidaria y generosa. Un lugar acogedor y hospitalario, donde la caridad  —que es la mayor virtud cristiana— venza toda forma de indiferencia y egoísmo”, añade, señalando que “ser solidarios implica hacerse prójimos”, y que, en el caso de Europa, “significa particularmente hacerse  disponible, cercana y diligente para sostener —a través de la cooperación internacional— a los  otros continentes —pienso especialmente en África—, de modo que se resuelvan los conflictos en  curso y se ponga en marcha un desarrollo humano sostenible”.  

Migrantes Lampedusa
Migrantes Lampedusa

Ante la actual tesitura, el Pontífice alerta de la propensión a “cerrarnos en nosotros mismos y a vivir con miedo a todo lo que nos rodea y es  diferente a nosotros”, especialmente en el caso de los migrantes. “Es evidente que la necesaria acogida de los  migrantes no puede limitarse a simples operaciones de asistencia al que llega, a menudo escapando  de conflictos, hambre o desastres naturales, sino que debe consentir su integración para que puedan  ‘conocer, respetar y también asimilar la cultura y las tradiciones de la nación que los acoge’”.

Mon. Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano
Mon. Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano

Carta del Papa a Parolin

Publicamos a continuación la carta que el Santo Padre ha dirigido al Emmo. Secretario de  Estado con ocasión del 40º aniversario de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), el 50º aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y  la Unión Europea y el 50º aniversario de la presencia de la Santa Sede como Observador  Permanente ante el Consejo de Europa.  

En coincidencia con estos aniversarios, estaba programada, del 28 al 30 de octubre, una  visita del cardenal Parolin a Bruselas, que ha sido cancelada debido al empeoramiento de la  emergencia sanitaria. Se prevé que las reuniones con las autoridades de la Unión Europea y los  miembros de la COMECE puedan efectuarse en video-conexión. 

Al Venerado Hermano  

Señor Cardenal PIETRO PAROLIN  

Secretario de Estado  

En este año, la Santa Sede y la Iglesia en Europa celebran algunos acontecimientos  significativos. Hace cincuenta años se concretó la colaboración entre la Santa Sede y las  Instituciones europeas surgidas después de la segunda guerra mundial, mediante el establecimiento  de las relaciones diplomáticas con las entonces Comunidades Europeas y la presencia de la Santa  Sede como Observador ante el Consejo de Europa. Después, en 1980, se creó la Comisión de los  Episcopados de las Comunidades Europeas (COMECE), en la que participan con un delegado  propio todas las Conferencias Episcopales de los Estados Miembros de la Unión Europea, con el  objetivo de favorecer «una colaboración más estrecha entre dichos Episcopados, en orden a las  cuestiones pastorales relacionadas con el desarrollo de las competencias y de las actividades de la  Unión».[1] Además, este año se celebró el 70.º aniversario de la Declaración Schuman, un  acontecimiento de gran importancia que ha inspirado el largo camino de integración del continente,  haciendo posible que se superen las hostilidades producidas a causa de los dos conflictos mundiales.  A la luz de estos acontecimientos, usted tiene previsto próximamente visitas significativas a las  Autoridades de la Unión Europea, a la Asamblea Plenaria de la COMECE y a las Autoridades del  Consejo de Europa, por lo que considero oportuno compartirle algunas reflexiones sobre el futuro  de este continente, que me es particularmente querido, no sólo por los orígenes familiares, sino  también por el rol central que este ha tenido y pienso que todavía debe tener —si bien con tonos  diversos— en la historia de la humanidad.  

Ese rol se vuelve todavía más relevante en el contexto de pandemia que estamos  atravesando. De hecho, el proyecto europeo surge como voluntad de poner fin a las divisiones del  pasado. Nace de la conciencia de que juntos y unidos somos más fuertes, que «la unidad es superior  al conflicto»[2] y que la solidaridad puede ser «un modo de hacer la historia, un ámbito viviente  donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que  engendra nueva vida».[3] En nuestro tiempo, que «da muestras de estar volviendo atrás»,[4] en el que  prevalece la idea de ir cada uno por su cuenta, la pandemia constituye como una línea divisoria que  obliga a hacer una elección: o se sigue el camino tomado en el último decenio, alentado por la  tentación de la autonomía, enfrentando crecientes incomprensiones, contraposiciones y conflictos; o  bien se redescubre ese camino de la fraternidad, que sin duda fue el que inspiró y animó a los  Padres fundadores de la Europa moderna, a partir justamente de Robert Schuman.  

En las noticias europeas de los últimos meses, la pandemia puso en evidencia todo esto: la  tentación de ir cada uno por su cuenta, buscando soluciones unilaterales a un problema que  trasciende los límites de los Estados, pero también, gracias al gran espíritu de mediación que  caracteriza a las Instituciones europeas, el deseo de recorrer con convicción el camino de la  fraternidad que es además camino de la solidaridad, poniendo en marcha la creatividad y nuevas  iniciativas.  

Sin embargo, es necesario consolidar las medidas adoptadas para evitar que los empujes  centrífugos recobren fuerza. Resuenan hoy con gran actualidad las palabras que san Juan Pablo II  pronunció en el Acto europeo en Santiago de Compostela: Europa, «vuelve a encontrarte. Sé tú  misma».[5] En un tiempo de cambios repentinos se corre el riesgo de perder la propia identidad,  especialmente cuando desaparecen los valores compartidos sobre los que se funda la sociedad. 

En este momento, quisiera decirle a Europa: Tú, que has sido una fragua de ideales durante  siglos y ahora parece que pierdes tu impulso, no te detengas a mirar tu pasado como un álbum de  recuerdos. Con el tiempo, aun las memorias más hermosas se desvanecen y acaban siendo  olvidadas. Tarde o temprano nos damos cuenta de que los contornos del propio rostro se esfuman,  nos encontramos cansados y agobiados de vivir el tiempo presente, y con poca esperanza de mirar  al futuro. Sin una noble motivación nos descubrimos frágiles y divididos, y más inclinados a  lamentarnos y a dejarnos atraer por quien hace de las quejas y de la división un estilo de vida  personal, social y político.  

Europa, ¡vuelve a encontrarte! Vuelve a descubrir tus ideales, que tienen raíces profundas.  ¡Sé tú misma! No tengas miedo de tu historia milenaria, que es una ventana abierta al futuro más  que al pasado. No tengas miedo de tu anhelo de verdad, que desde la antigua Grecia abrazó la tierra,  sacando a la luz los interrogantes más profundos de todo ser humano; de tu sed de justicia, que se  desarrolló con el derecho romano y, con el paso del tiempo, se convirtió en respeto por todo ser  humano y por sus derechos; de tu deseo de eternidad, enriquecido por el encuentro con la tradición  judeo-cristiana, que se refleja en tu patrimonio de fe, de arte y de cultura.  

La UE, según Bansky
La UE, según Bansky

Hoy, mientras en Europa tantos se interrogan con desconfianza sobre su futuro, muchos  otros la miran con esperanza, convencidos de que todavía tiene algo que ofrecer al mundo y a la  humanidad. Es la misma confianza que inspiró a Robert Schuman, consciente de que «la  contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para  el mantenimiento de unas relaciones pacíficas».[6] Es la misma confianza que podemos tener  nosotros, a partir de valores compartidos y arraigados en la historia y en la cultura de esta tierra.  

Por tanto, ¿qué Europa soñamos para el futuro? ¿En qué consiste su contribución original?  En el mundo actual, no se trata de recuperar una hegemonía política o una centralidad geográfica, ni  se trata de elaborar soluciones innovadoras a los problemas económicos y sociales. La originalidad  europea está sobre todo en su concepción del hombre y de la realidad; en su capacidad de iniciativa  y en su solidaridad dinámica.  

Sueño, entonces, una Europa amiga de la persona y de las personas. Una tierra donde sea  respetada la dignidad de todos, donde la persona sea un valor en sí y no el objeto de un cálculo  económico o una mercancía. Una tierra que cuide la vida en todas sus etapas, desde que surge  invisible en el seno materno hasta su fin natural, porque ningún ser humano es dueño de la vida, sea  propia o ajena. Una tierra que favorezca el trabajo como medio privilegiado para el crecimiento  personal y para la edificación del bien común, creando fuentes de empleo especialmente para los  más jóvenes. Ser amigos de la persona significa colaborar con su instrucción y su desarrollo  cultural. Significa proteger al que es más frágil y débil, especialmente a los ancianos, los enfermos  que necesitan tratamientos costosos y las personas con discapacidad. Ser amigos de la persona  significa tutelar los derechos, pero también señalar los deberes. Significa recordar que cada uno está  llamado a ofrecer la propia contribución a la sociedad, porque ninguno es un universo cerrado en sí  mismo y no se puede exigir respeto para sí, sin respeto por los demás; no se puede recibir si al  mismo tiempo no se está dispuesto a dar.  

Sueño una Europa que sea una familia y una comunidad. Un lugar que sepa valorar las  peculiaridades de todas las personas y los pueblos, sin olvidar que estos están unidos por  responsabilidades comunes. Ser familia significa vivir la unidad teniendo en cuenta la diversidad, a  partir de la diferencia fundamental entre hombre y mujer. En este sentido, Europa es una auténtica  familia de pueblos, distintos entre sí, pero sin embargo unidos por una historia y un destino común.  Los últimos años, y aún más la pandemia, han demostrado que nadie puede salir adelante solo y que  un cierto modo individualista de entender la vida y la sociedad lleva solamente al desánimo y a la  soledad. Todo ser humano aspira a ser parte de una comunidad, es decir, de una realidad más grande  que lo trasciende y que da sentido a su individualidad. Una Europa dividida, compuesta de  realidades solitarias e independientes, fácilmente se encontrará incapaz de hacer frente a los  desafíos del futuro. En cambio, una Europa comunidad, solidaria y fraterna, sabrá aprovechar las  diferencias y el aporte de cada uno para afrontar juntos las cuestiones que le esperan, comenzando  por la pandemia, pero también por el desafío ecológico, que no se limita sólo a la protección de los recursos naturales y a la calidad del ambiente en que vivimos. Se trata de elegir entre un modelo de  vida que descarta personas y cosas, y uno inclusivo que valora lo creado y a las criaturas.  Sueño una Europa solidaria y generosa. Un lugar acogedor y hospitalario, donde la caridad  —que es la mayor virtud cristiana— venza toda forma de indiferencia y egoísmo. La solidaridad es  expresión fundamental de toda comunidad y exige que cada uno se haga cargo del otro. Ciertamente  hablamos de una “solidaridad inteligente” que no se limite solamente a asistir las necesidades  fundamentales en casos puntuales.  

Ser solidarios significa guiar al más débil por un camino de crecimiento personal y social,  para que un día este pueda a su vez ayudar a los demás. Como un buen médico, que no se limita a  suministrar una medicina, sino que acompaña al paciente hasta la recuperación total.  

Ser solidarios implica hacerse prójimos. Para Europa significa particularmente hacerse  disponible, cercana y diligente para sostener —a través de la cooperación internacional— a los  otros continentes —pienso especialmente en África—, de modo que se resuelvan los conflictos en  curso y se ponga en marcha un desarrollo humano sostenible.  

Acuerdo UE-Turquía
Acuerdo UE-Turquía Agencias

Además, la solidaridad se nutre de gratuidad y engendra gratitud. Y la gratitud nos lleva a  mirar al otro con amor; pero cuando nos olvidamos de agradecer por los beneficios recibidos, somos  más propensos a cerrarnos en nosotros mismos y a vivir con miedo a todo lo que nos rodea y es  diferente a nosotros.  

Lo vemos en los numerosos temores que atraviesan nuestras sociedades actuales, entre los  que no puedo callar el recelo respecto a los migrantes. Sólo una Europa que sea comunidad  solidaria puede hacer frente a este desafío de forma provechosa, mientras que las soluciones  parciales ya han demostrado su insuficiencia. Es evidente, en efecto, que la necesaria acogida de los  migrantes no puede limitarse a simples operaciones de asistencia al que llega, a menudo escapando  de conflictos, hambre o desastres naturales, sino que debe consentir su integración para que puedan  «conocer, respetar y también asimilar la cultura y las tradiciones de la nación que los acoge».[7] 

Sueño una Europa sanamente laica, donde Dios y el César sean distintos pero no  contrapuestos. Una tierra abierta a la trascendencia, donde el que es creyente sea libre de profesar  públicamente la fe y de proponer el propio punto de vista en la sociedad. Han terminado los tiempos  de los confesionalismos, pero —se espera— también el de un cierto laicismo que cierra las puertas  a los demás y sobre todo a Dios,[8] porque es evidente que una cultura o un sistema político que no  respete la apertura a la trascendencia, no respeta adecuadamente a la persona humana.  

Los cristianos tienen hoy una gran responsabilidad: como la levadura en la masa, están  llamados a despertar la conciencia de Europa, para animar procesos que generen nuevos  dinamismos en la sociedad.[9] Los exhorto, pues, a comprometerse con valentía y determinación a  ofrecer su colaboración en cada ámbito donde viven y trabajan.  

Señor Cardenal:  

Estas breves palabras nacen de mi solicitud de Pastor y de la certeza de que Europa aún tiene  mucho que dar al mundo. No tienen, por tanto, otra pretensión que la de ser un aporte personal a la  reflexión tan necesaria sobre su futuro. Le agradecería si puede compartir su contenido en los  diálogos que tendrá usted los próximos días con las Autoridades europeas y con los miembros de la  COMECE, que exhorto a colaborar con espíritu de comunión fraterna con todos los obispos del  continente, reunidos en el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE). Le ruego  que lleve a cada uno mi saludo personal y el signo de mi cercanía a los pueblos que representan. Sus  encuentros serán ciertamente una ocasión propicia para profundizar las relaciones de la Santa Sede  con la Unión Europea y con el Consejo de Europa, y para confirmar a la Iglesia en su misión  evangelizadora y en su servicio al bien común.  

Que no le falte a nuestra querida Europa la protección de sus santos Patronos: san Benito,  los santos Cirilo y Metodio, santa Brígida, santa Catalina y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith  Stein), hombres y mujeres que por amor al Señor han trabajado sin cesar en el servicio de los más  pobres y en favor del desarrollo humano, social y cultural de todos los pueblos europeos. 

BOLLETTINO N. 0556 - 27.10.2020 19 

Mientras me encomiendo a sus oraciones y a las de cuantos tendrá ocasión de encontrar  durante su viaje, le pido que lleve a todos mi Bendición.  

Vaticano, 22 de octubre de 2020,  

memoria de san Juan Pablo II.  

FRANCISCO  

_________________________  

[1] Estatuto de la COMECE, art. 1.  

[2] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 228.  

[3] Ibíd. 

[4] Carta. enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 11.  

[5] 9 noviembre 1982, 4.  

[6] Declaración Schuman, París, 9 mayo 1950.  

[7] Discurso a los participantes en la Conferencia “Repensando Europa” (28 octubre 2017).  [8] Cf. Entrevista al semanario católico belga “Tertio” (7 diciembre 2016).  

[9] Discurso a los participantes en la Conferencia “Repensando Europa”.

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