Distribución de espacios en la celebración
Con la reforma litúrgica los sacerdotes han dejado de dar la espalda a la asamblea y el altar ha sido colocado de cara, a la vista de todos los fieles. Pero muchos sacerdotes siguen todavía con la vieja idea de que su sitio es el altar. Por eso, nada más llegar, lo besan y se instalan tras él como si se colocaran en una atalaya. Desde ese lugar estratégico, con todos sus libros y papeles a la vista, dirigen a la asamblea, dan órdenes y controlan el desarrollo de toda la ceremonia. Sólo se sientan para escuchar las lecturas; a no ser que decidan leerlas ellos mismos.
Ahora viene mi reflexión positiva. La estructura de la misa se apoya en dos grandes momentos, el de la palabra y el banquete. La liturgia de la palabra se desenvuelve en torno al ambón, desde el que es proclamado el mensaje, y en torno a la sede, desde la que el sacerdote preside, dirige las oraciones, modera la celebración, escucha la palabra y, en muchos casos, pronuncia su homilía. Desde la sede el sacerdote ejerce su misión de ser el guía y animador de la comunidad. Esa es su misión y ese es su servicio.
El segundo momento de la celebración es el banquete eucarístico y se desarrolla en torno a la mesa del altar. Es entonces, al presentar las ofrendas, cuando el sacerdote abandona la sede y se acerca al altar. A partir de ese momento el sacerdote deposita los dones de pan y de vino sobre la mesa, pronuncia la acción de gracias en nombre de toda la comunidad congregada, parte el pan y distribuye a los fieles los dones consagrados, convertidos en el cuerpo y en la sangre del Señor. Es el momento de la comunión.