Peripecias de un códice mozárabe de origen riojano por tierras de Castilla

El códice riojano al que me refiero es un hermoso manuscrito copiado en Albelda a mediados del siglo XI y que es, sin duda, uno de los exponentes más significativos de la antigua liturgia hispánica, a la que también conocemos como liturgia mozárabe. Hoy, sin embargo, es considerado como perteneciente al archivo de Silos.

El año 1885 el monje benedictino francés Dom Mario Ferotin encontraba casualmente en la botica del pueblo de Silos uno de los códices más importantes y significativos del viejo rito hispánico.


Este joven monje francés, procedente de la célebre abadía de Solesmes, se había establecido en Silos junto con un grupo de monjes franceses en 1880. Durante los años de permanencia en España anduvo por viejos monasterios y catedrales buscando en sus archivos y bibliotecas algún manuscrito que le permitiese identificar a la autora de la Peregrinación a Tierra Santa. una especie de cuaderno de notas en el que la autora describe las vicisitudes de su viaje al Sinaí y a Tierra Santa a finales del siglo IV o comienzos del siglo V. Cuenta él, al relatar sus andanzas de investigador infatigable a lomos de caballería por tierras de Castilla y León, que en una ocasión en el lugar donde en otro tiempo se guardaron celosamente los códices manuscritos del monasterio, ante sus ojos incrédulos sólo aparecieron unos cuantos jamones colgados del techo expuestos al aire fresco de la sierra.

El manuscrito en cuestión, conservado en Silos, había sido copiado, sin embargo, en el escritorio del monasterio de Albelda por un presbítero llamado Bartolomé el cual, a juzgar por el colofón que figura en el mismo códice (ff. 331-332), concluyó su trabajo el año 1052. La copia del códice fue llevada a cabo por mandato de Domingo, abad del monasterio de San Prudencio de Laturce y costeada por un tal Sancho Garceiz (o García) de Albelda y su esposa Bicinia.

La factura del manuscrito, a juicio de Ferotin, es impecable y, por su excelente estado de conservación, parece que acabara de salir de manos del copista. La grafía es visigótica, espaciada y de trazos seguros y elegantes. Para las rúbricas se usa el minium y la grafía es más pequeña, aunque no por ello menos clara y legible.

Parece cierto que en el siglo XI la abadía de San Martín de Albelda, de la que dependía el monasterio de San Prudencio, contaba con uno de los escritorios de mayor prestigio y reputación, y en su biblioteca se conservaban algunos de los textos más puros de la liturgia hispánica. A este escritorio pertenece el Codex Albeldensis, llamado también Codex Vigilanus, en el que se contiene la colección más completa de los Concilios españoles y que se conserva actualmente en la Biblioteca del Escorial.

Fue seguramente su bella factura y su pureza lo que motivó la designación de este códice para que, hacia el año 1064, fuera llevado a Roma junto con otros tres códices mozárabes. Una delegación de tres obispos españoles, entre los que se encontraban el de Calahorra y el de Burgos, marcharon a Roma para presentar al Papa Alejandro II los libros litúrgicos mozárabes más representativos y para que el Papa dictaminara sobre la ortodoxia o no de la liturgia hispánica. El dictamen del Papa fue completamente favorable.

Fue seguramente el obispo de Burgos, Simenus o Simeón, uno de los componentes de la expedición episcopal a Roma y amigo entrañable del santo abad de Silos, el riojano Domingo de Cañas, el que, habiéndose hecho cargo de los códices presentados al Papa, los pasaría posteriormente al monasterio castellano de Silos. Esto explicaría la presencia del preciado códice de Albelda en la abadía de Silos. Pero nosotros, desde aquí, reivindicamos la riojanidad de tan prestigioso códice.
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