“(...) tampoco creerán, aunque un muerto resucite”

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – 28 de septiembre de 2025

Nuestro querido país sigue siendo uno de los más desiguales del mundo. Es verdad que ha habido avances en los últimos años, pero la situación sigue siendo preocupante. La concentración de ingresos y el abismo en el desarrollo de las zonas rurales y urbanas son los elementos más complejos. El 1% de la población obtiene el 18% de los ingresos, mientras el 50% más pobre se distribuye el 7% de los ingresos. Según datos de este año, hay un 36,6% de hogares en pobreza monetaria y un 13,9% en pobreza extrema. Departamentos como Guajira y Chocó tienen tasas de pobreza mucho mayores que regiones como Boyacá y Cundinamarca. En regiones como Vaupés, Guajira, Guainía y Amazones hay más de 390.000 niños menores de 5 años sufriendo desnutrición crónica.

El programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó un informe de desarrollo humano 2025 con el título “Un llamado a decidir: personas y posibilidades en la era de la IA”. En este documento Colombia aparece como el tercer país con mayor desigualdad del planeta, según el coeficiente Gini, solo superado por Sudáfrica y Namibia. Necesitamos avanzar en la construcción de la paz, cuando vamos a celebrar el próximo año 10 años de la firma del acuerdo de paz entre la guerrilla de las Farc y el Estado. Los especialistas en procesos de paz insisten en la diferencia que existe entre el “hacer la paz” (Peace making) y el construir la paz (Peace building). Una cosa es hacer las ‘paces’, como decíamos cuando habíamos tenido una pelea con un amigo o amiga, y otra distinta, construir las condiciones que hacen posible esa paz que llaman ‘estable y duradera’. Desde luego, esto tiene un costo y será alto… vamos a comenzar a hablar de ‘Los precios de la paz’, en lugar de ‘Los costos de la guerra’… Esto supondrá que los que tienen más, estén dispuestos a compartir sus riquezas con los que tienen menos. Cosa que es bien difícil de que se de modo espontáneo y libre. Precisamente allí creo que está el origen de todas las guerras. Esto va a suponer más impuestos para los que tienen más y más ayudas y apoyos para los que tienen menos. Habrá que pagar más para financiar el desarrollo humano sostenible de toda la población, de modo que se le quite el piso a la violencia en la que ha estado sumido este pobre país durante tantos años.

Después de haber ofrecido estos pocos datos de la repartición de las riquezas en nuestro país, y de la necesidad de crear condiciones de mayor igualdad entre los colombianos, como paso necesario en la construcción de la paz, la parábola que nos cuenta hoy el Señor parece sacada de nuestra propia realidad: “Había un hombre rico que se vestía con ropa fina y elegante y que todos los días ofrecía espléndidos banquetes. Había también un pobre llamado Lázaro, que estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este hombre quería llenarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”. La historia muestra el destino definitivo del pobre después de su muerte, que es llevado al seno de Abraham, y el destino del rico del que solo dice que “fue enterrado” y llevado un lugar de tormento.

El diálogo entre el rico y Abraham es muy interesante. El rico quiere que Abraham advierta a sus hermanos, por algún medio, para que al morir no vayan al mismo lugar a donde él ha sido llevado. Pero Abraham le recuerda que para eso tienen a Moisés y a todos los profetas. Solo tienen que hacerles caso. Por fin, el rico termina diciendo: “Padre Abraham, eso no basta; pero si un muerto resucita y se les aparece, ellos se convertirán. Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque algún muerto resucite”. Resucitó el Señor, y tampoco le hemos hecho caso. Incluso, al que predica estas cosas lo acusan de estar echando ‘discursos sociales’, cuando lo que está en juego es el anuncio del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo y la vida digna para todos.

* Sacerdote jesuita

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