Del "buen pastor" de las catacumbas al "ecce homo" de Borja

“Es un hombre alto, de buena forma, de aspecto amigable y reverendo, su cabello es del color de la castaña bien madura, liso hasta las orejas, rizado y ondulado alrededor de sus hombros, partiéndose en la coronilla de la cabeza al estilo de los Nazarita. Su frente alta, grande e imponente. Sus mejillas sin mancha o arruga, con un encantador rojo. Su nariz y boca, formadas con exquisita simetría. Su barba espesa es de color como su cabello, no muy larga, pero en horquilla. De mirar inocente y maduro. Sus ojos grises, claros. Al reprobar la hipocresía es terrible. Al amonestar, cortés y equitativo al hablar. Nadie le ha visto reír, pero muchos lo han visto llorar. Un hombre con singular belleza y perfección, sobrepasando a los hijos del hombre”.

Es cuanto puede leerse en la carta que el cónsul Publio Léntulo, gobernador de Judea en vida de Jesús, antes de PoncioPilato, escribió al emperador Tiberio o al Senado romano. La carta, presuntamente apócrifa, fue descubierta en el siglo XII, dos siglos después de la derrota institucional de los iconoclastas. La crítica textual interna la hace más que sospechosa. Bastaría fijarse en la última frase que evoca dogmas de los primeros concilios (siglos IV-VI). La carta de Léntulo me sugiere hacer un sucinto recorrido de los estadios históricos figurativos de Jesús.

Pero antes deseo rememorar una sorprendente noticia aparecida en EL PAIS del 28/03/2001, tomada de la BBC. Se trata de una aproximación científica al que pudo ser el verdadero rostro de Jesús. Se hizo con la ayuda de un cráneo judío del siglo I hallado en Jerusalén y valiéndose de la última tecnología digital. La tarea de reconstrucción facial fue encomendada a la Universidad de Manchester. Al frente de un equipo de expertos, estaba el prestigioso forense Richard Neave. Con anterioridad, este forense había tenido éxito al identificar víctimas calcinadas en Londres. Su técnica es usada habitualmente por la policía en casos de cadáveres desfigurados.








El rostro que surgió del experimento tiene poco que ver con los conocidos retratos de Jesús. El varón judío del cráneo analizado tendría pómulos y nariz prominentes, cabello rizado, tez morena. Una versión más verosímil y más fiel a la realidad del presunto rostro de Jesús. La BBC apostilla: “Hay muchos varones parecidos a éste en Jerusalén. Es un auténtico judío de la zona y todavía puedes verle hoy pasear por la ciudad repetido en multitud de rostros”.

Fue el arqueólogo Joe Zygas quien eligió ese cráneo. Lo consideró el más idóneo, entre otros cadáveres encontrados por su grupo en un cementerio descubierto al construir una carretera en Jerusalén. Por los detalles del enterramiento, se comprobó que los esqueletos eran judíos. Se dató la inhumación en el siglo I. Neave pudo reconstruir fácilmente las cejas, la nariz y la mandíbula. En cuanto a color del cabello, barba y piel, hubo de recurrir a pinturas de cara de Jesús en frescos del siglo III conservados en Siria y en Irak. Naturalmente, el resultado no es apodíctico. Pero, al ser menos dependiente de la imaginación y la subjetividad, merece más credibilidad que los rostros ofrecidos por el arte.

La secta cristiana de los tres primeros siglos usaba signos cabalísticos para referirse a Jesús. Sin embargo, en las catacumbas, ya se puede individuar al Nazareno ataviado con una simple túnica. De la época de la clandestinidad es la imagen del Buen Pastor. Y, como queda apuntado, en Oriente, ya en el siglo III, se pintó el rostro de Jesús.

En el siglo IV, Constantino el Grande legalizó, protegió y encumbró el Cristianismo. Pasados pocos años, Teodosio lo impuso como religión del imperio. La situación favoreció el paulatino surgimiento de la imaginería cristiana.

Un bello elocuente ejemplo es el sarcófago de Iunius Bassus (a.359). En sus relieves, aparece Jesús, joven e imberbe, a caballo, entrando glorioso en Jerusalén y entregando la nueva Ley a Pedro y Pablo. Están otras escenas, como el prendimiento de Jesús, igualmente joven y sin barba, entre dos guardias.











Del mismo siglo IV es el mosaico del ábside de la basílica romana de Santa Pudenciana (a. 390). Jesús aparece como maestro, sentado, con aureola, en trance de enviar a los apóstoles a predicar. En su mano tiene un escrito: dominus conservator ecclesiae pudentianae. Aquí, Jesús es un adulto de unos 40 años, con barba y cabello largo hasta los hombros.











En el siglo V los artistas cristianos comienzan a representar a Jesús como pantocrator. Ésta será la figura preferida durante la Alta Edad Media, tanto por el arte bizantino como por el arte románico. Jesús mayestático, juez, todopoderoso, divino. Severo y bondadoso. Una clara referencia al poder totalitario de los emperadores de entonces y al tradicional concepto cristiano del timor Domini.














El pantocrator aparece con barba, bigote y espeso largo cabello, todo ello de color negro. Bendice con la mano derecha. En la mano izquierda sostiene un libro. El nimbo, alrededor de su cabeza, está dividido con cruz bizantina y a veces lleva las letras griegas alfa y ómega, primera y última del alfabeto.

Jesús es representado como Dios. Dios toma la figura de Jesús. Jesús y Dios se confunden. Una clara consecuencia de los dogmas nicenoconstantinopolitanos. Pero también de la reflexión que los artistas aplicaron a textos bíblicos. Así, en el evangelio de Juan 14, 8-9, leemos: “Dícele Felipe: Señor muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? Quien me ha visto ya ha visto al Padre”. La identificación-confusión de Jesús y Dios se encuentra, aunque menos explícita, en la 2ª carta de Pablo a los Corintios 3, 18 y 4, 6.

El Cristianismo medieval dio al pantocrator una importancia preeminente. Aparece en ábsides de los templos, en sus tímpanos, en sus portadas, en sus altares. La ciudad italiana de Ravena aloja cantidad de mosaicos del pantocator. Una borrachera artística. Pero, también podemos admirar semejantes mosaicos en templos tan emblemáticos como Santa Sofía en Estambul o la catedral de Monreale en Sicilia. Y en España, la cripta de San Isidoro en León o la iglesia de San Justo en Segovia, entre otros templos.






Sindone de Turín

Fue a partir del período gótico. En la Baja Edad Media y, sobre todo, con el Renacimiento y en la Edad Moderna, el rostro de Jesús adquirió multitud de semblantes, algunos nada verosímiles. La Síndone de Turín o el Velo de la Verónica sirvieron de modelos a muchos artistas. Aún tratándose de falsificaciones medievales, transmitían una tradición plausible. Pero otros pintores se dejaron llevar por su imaginación calenturienta. Nos ofrecieron rostros y cuerpos de Jesús que nada tienen que ver con el hijo de María y José.







Ecce homo de Elías García Martínez, antes y después de la restauración


He contemplado atentamente el “ecce homo” de Borja, después de la inconclusa restauración operada por la sedicente pintora Cecilia Giménez. En él encuentro puntos y aspectos que me retrotraen a los más arcaicos retratos de Jesús. Cabello, barba, bigote, nariz, boca. Puede ser coincidencia o intuición. Quien sabe si inspiración a persona humilde y creyente. El resultado – repito, inconcluso - es más exitoso que los edulcorantes retratos modernos del Nazareno. Analógica y paralelamente, cabría decir otro tanto sobre las imágenes de María surgidas de las descripciones de videntes de la “Señora”, sean de Lourdes, de Fátima o de El Escorial.

Volver arriba