Las “ausencias” del señor profesor.

En campos hirsutos, de alargadas parameras sin sombra y agitadas ventoleras, en que es fácil quedarse a la intemperie, a cualquiera, en cualquier momento, le puede sorprender lo inesperado: un cantautor confundiendo su copla con una ópera, un “tío” de pueblo creyéndose doctor –que conste que conozco muchos hombres del pueblo tan humildes y realistas como serios consigo mismos; y hasta soldados rasos que, al verse de uniforme, se sienten generales. Son los menos naturalmente, porque de buena ley es que los hombres, de ordinario, no desentonan al representar su papel en la sociedad, pero quedan algunos.

Por bromear un poco antes de “besar el santo”, dos ocurrencias me acucian para referirme a lo de hoy.
Entre los abogados –o “picapleitos” como llama el vulgo a ciertos asesores del justiciable- se dan esos que el mismo vulgo califica de “ratoneros”, fértiles en ardides más que en sabiduría o ciencia jurídica. Tuve en mis años de San Sebastián un amigo abogado, y era de los que saben agarrarse al terreno que pisan con la fuerza y tesón de las lapas para pegarse al acantilado. Era, de todos modos, hábil y divertía verle sacarse de la manga sutilezas y argucias para dilatar, e incluso volcar hacia su lado el pleito perdido. Juanito, que así se llamaba el susodicho, orgulloso de sí mismo y de sus artes, me dijo un día, muy convencido él: “A mí, en los pleitos, que me echen catedráticos”; como dando a entender que las muchas teorías o los muchos “humos” no son siempre los mejores útiles para dar en el clavo.
La otra ocurrencia es parte de nuestra literatura y responde a nuestra natural precaución ante las fatuidades y los alardes aunque vengan de supuestos genios. La irónica e hilarante estrofa que se me ocurre la puso en circulación uno de nuestros poetas del s. XVIII –J. Iglesias de la Casa-, ese siglo azaroso tan empeñado en poner las cosas en su sitio, a pesar de conseguirlo tan pocas veces. Así dice: “¿Ves aquel señor graduado, borla roja, blanco guante que, “nemine discrepante”, fue en Salamanca aprobado? Pues, con su borla, su grado, cátedra, renta y dinero, es un grande majadero”. No parece, pues, que sea de ahora tan sólo la “barbarie de la ignorancia” hasta en las alturas, como pudiera sugerir G. Steiner en su aleccionador ensayo del mismo título.

El caso es que lo de esta mañana, si no fuera por lo que representa, sería para tomarlo a broma y dejarlo en paz, por lo del sabio refrán de las “palabras necias…”.
Pero no. El asunto no es de broma, como Lázaro Carreter endilga -en uno de sus “flashes” lingüísticos de El nuevo dardo en la palabra (Se habla español, pag. 230, ed. 2004), a ignorancias indebidas en personas obligadas a saber: “Licenciados universitarios desconocen qué significan ‘golpe bajo’, ‘rabo entre piernas’, ‘manga ancha’ o ‘francotirador’. Insisto en lo de licenciados universitarios; y, además, con oficio de hablar o escribir retribuido. La instrucción pública ha sufrido tantos ataques reformadores que hoy es ‘mustio collado’. En esto, sí: o revolución o muerte”. Las cosas pueden tomarse a broma en lo que tengan de broma. A pesar de todo y en cierto modo a broma lo he tomado y lo sigo tomando al componer este ensayo. Si lo comento no es por su fuste, sino por dar holgura y razón a verdades en que creo.
Según parece y estos días se ha prodigado en los “medios”, uno de los aspirantes a Secretario general del PSOE en el próximo Congreso general ha encomendado a una “comisión de expertos” la composición de un proyecto de renovación del partido, bajo este lema inspirador: “Somos socialistas. Por una nueva social-democracia”. Bueno es, en política y, sobre todo, en democracia, que los aspirantes a cualquier cosa se retraten antes de entrar en posesión de sus “prebendas”, que así se puede llamar a estos cargos hoy por lo buscados que andan.
Uno de estos días pasados, Carlos Herrera entrevistó en la COPE a uno de los coautores del proyecto en cuestión; catedrático, según dijo él mismo, de sociología.
Bien estuvo en muchas cosas el entrevistado, aunque apostara por otras seguramente discutibles. Se pronunció sobre el diálogo como fórmula indispensable de tratar los asuntos en la buena y sana democracia; del diálogo con los independentistas pero a condición de preservar siempre la unidad de España y el acatamiento del estatuto constitucional vigente; de la conveniencia de reformar la constitución, que calificó de buena, aunque susceptible y quizás ya necesitada de algunas reformas; del “federalismo” como baza para tratar el problema catalán (lo del “federalismo”,un mito más, a mi ver, entre los que se suelen crear en tiempos al parecer desmitificados). Bien, en general. Pero en otras respuestas…

Hacía ya tiempo que a los políticos de “ciertas izquierdas”, las que algunos llaman “montaraces” o “extremas” –otras “izquierdas” se han sacado ya el atrasado “chip” anticlerical de sus idearios políticos, sobre todo fuera de España- no se les oía “sermonear” con la “denuncia” de los acuerdos con la Iglesia, con el “desafuero” de las clases de religión o parecidos “hobbys” de su ensimismada propaganda. Hoy, en esta entrevista, el tema ha vuelto a saltar de lleno a la palestra.
A pesar de ser, y afirmarlo él mismo, que la “sociología religiosa” es parte de su especialidad, dijo algunas cosas tan sorprendentes, histórica y sobre todo culturalmente, como para sentirse uno perplejo.
Por ejemplo: afirmó con una rotundidad casi dogmática que en el concordato de la Iglesia con el régimen franquista se establecía que Franco entraría en las iglesias bajo palio. Al oírlo, me froté los ojos porque tal cláusula jamás la he visto en ese concordato. Y, además de no aparecer, resultaría absurdo que apareciera. Habló de Estado teocrático –referido sin duda al anterior sistema- cuando “lo teocrático” es bien diferente de lo “confesional”. Habló de los “concordatos” como si no se hubiera enterado aún de que los concordatos son protocolos jurídico-políticos similares a los tratados entre Estados, sólo que en el caso de estos acuerdos con la Iglesia, el nombre típico dado a los mismos ha sido el de “concordato”, que no significa otra cosa que “acuerdo” o “concordia”, y de los que, en la Historia, se han dado cientos y con toda clase de países y de regímenes, monárquicos, republicanos y hasta totalitarios, desde aquel de Worms en el s. XII. Dijo también que el concordato de 1953 se estableció con Franco y que se modernizó posteriormente, con la democracia, cuando la verdad es que aquel concordato quedó resueltamente derogado 0por el primer Acuerdo –ya en democracia- de 1976, al que siguieron en enero de 1979 otros cuatro acuerdos parciales, que no son concordato ni técnicamente reciben nombre de concordato, ya que conforman otro modo o calidad de “entente”. Defendió también que el Estado actualmente en España –no citó el fundamental art. 16 de la constitución para hacer la calificación jurídico-política- es “aconfesional” pero no “laico”. Bueno, estas calificaciones del Estado pueden tener mucho de puntos de vista o de matiz. Estado “aconfesional” es el caracterizado por dos notas definitorias: la de reconocer una religión determinada como “oficial” del Estado (en España eso no ocurre ya), y la de que el Estado haya de regirse en su obrar por las normas o al menos bajo la inspiración directa de esa religión (lo que en España tampoco sucede). De hecho, la ley del aborto no se hubiera dictado de ser verdad lo segundo. Y en cuanto a la cooperación mutua de los poderes por razones de “bien común”, nadie defiende hoy que esa cooperación no sea compatible con una verdadera separación Iglesia/Estado. Además, esa cooperación en España no entraña ningún privilegio para la Iglesia, ni discriminación con otras religiones, puesto que, ahora mismo, a parte que los Acuerdos con la Iglesia Católica, los hay también con otras religiones: la musulmana, la judía, la protestante evangélica, al menos; unos acuerdos cuya justicia y libertad exigen, por lógica elemental, que se proporcionen al arraigo más o menos extenso e intenso de las distintas creencias religiosas en la gente, en la historia, en la vida social y en la cultura de este país.
Dejó también claro que distinguía entre “laicidad” y “laicismo”; que defendía o era partidario de “lo laico” razonable y no del “laicismo” alocado de algunos. Menos mal que, al menos, tuvo ese buen gesto científico de distinguir entre la laicidad –un verdadero principio cristiano, constitucional en el Evangelio, y con presencia teórica, al menos, en el ideario cristiano mucho antes de que floreciera, como si de un invento de modernidad se tratara, en las constituciones civiles- y el laicismo, ese “ismo” que añade a la laicidad sana y correcta el consabido “tic” anticlerical, o de recluir lo religioso en las conciencias o en las sacristías, negándole presencia real donde los hombres se hacen conviviendo con otros, es decir, en la sociedad; o también –otra modalidad del mismo-- persiguiendo “lo religioso”, y “lo cristiano” especialmente, como si todo “lo religioso” de verdad no fuera –como son lo ”sapiens”, lo”faber”, lo “ludens” o lo “oeconomicus”- una dimensión más entre las naturales en seres humanos normales. Hoy la sociología religiosa más moderna y más acreditada no lo pone siquiera en duda.

Fuera de esto, todos mis respetos para el entrevistado señor catedrático de sociología. Admitiendo y hasta justificando los errores tan propios en cualquiera de los hombres, en mí como en cualquiera, lo de que, en el concordato del 53, se estableciera que Franco había de entrar bajo palio en lass iglesias y recintos sagrados católicos, me parece un desliz más propio de fanáticos o de “mandados” serviles que de gente ilustrada.
Al fin y al cabo, como bien se dice, el error siempre tiene disculpa en los hombres, mientras no sea malintencionado o recalcitrante. Lo que no pienso en este caso ni en otros parecidos. Porque a veces no es cosa de error puramente. Y por eso suelo remitirme al ensayo referido de George Steiner .
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