Abandonarse a la divina bondad

Para que el de Temor sea don del Espíritu Septiforme ha de ser temor filial, un temor, entendámonos, que se inspira en el amor a Dios, o sea en el horror a ofenderle.

Quien de Dios habla, o en el templo se comporta, digamos, sin el debido respeto, no está bajo el influjo del don de Temor.

Las Iglesias pentecostales, con más de 400 millones de creyentes -segunda comunidad de fe cristiana en magnitud después de la Iglesia católica-, suponen todo un desafío para las Iglesias tradicionales.

Solemnidad de Pentecostés

El don de Temor no es tenerle miedo a Dios, sino gracia mediante la cual el Espíritu Santo recuerda que nos hemos de abandonar humildes, con respeto y confianza, a sus divinas inspiraciones. El quid aquí estriba en cómo aplicar esta definición al movimiento ecuménico, o entender Pentecostés en clave de unidad eclesial, horizonte de veras espacioso y fascinante.

Se dice que las Iglesias tienen miedo y se aíslan unas de otras.  De ahí la pregunta: ¿Es que no reconcilió Cristo a Judíos y Gentiles y los puso a adorar juntos a un sólo Cristo? ¿Por qué, entonces las Iglesias siguen encerrándose en sí mismas?

Si son capaces de ir más allá de los impedimentos que las separan, Cristo será Fiel a Su Promesa de conceder un tiempo de paz al mundo entero. Esta paz atraerá a cada ser, dentro del Cuerpo Místico de Cristo, cumpliendo sus palabras del Ut unum sint: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). 

Denota  en el fondo esta hermosa súplica que hasta la creación entera tendrá que vérselas con la unidad espiritual, y no con papeles firmados ni buenas palabras. Unidad espiritual que no puede llevarse a cabo sin que el Espíritu de Dios conceda su Poder a la humanidad, lo cual será posible gracias precisamente al don de Temor de Dios.

Es este don un hábito sobrenatural mediante cuya eficiencia el cristiano, por obra del Espíritu Santo, teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse -por muy poco que fuere- de Él, y desea someterse por completo a la divina voluntad (+STh II-II,19). Dios es a la vez Amor absoluto y Señor total; debe, pues, ser al mismo tiempo amado y reverenciado.

Es de notar que aquí no se habla de temor servil. Para que sea don del Espíritu Septiforme ha de ser temor filial, temor, entendámonos, que se inspira en el amor a Dios, o sea en el horror a ofenderle.

Por otra parte, el temor de Dios y la esperanza enseñan al hombre a fiarse sólo de Dios y a no depositar confianza alguna en las criaturas -esto en ecumenismo es fundamental-, porque se trata de un movimiento que, en contra de lo que muchos aseguran, lo fía todo a Dios y en Dios. De ahí que quien a Dios teme sea el único que no teme a nada en este mundo, ya que mantiene siempre activa la esperanza.

El don de Temor

El justo, afirma el salmista, «no temerá las malas noticias, pues su corazón está firme en el Señor» (Sal 111,7-8). En realidad, no hay mala noticia alguna para él, puesto que, una vez recibido el Evangelio, o sea la Buena Noticia, ya está seguro de que todas las noticias son buenas: sabe que todo colabora para el bien de los que aman a Dios (Rm 8,28).

Fomenta de igual modo el temor de Dios la virtud de la religión, induce a venerar a Dios y a todo lo sagrado. Quien de Dios habla, o en el templo se comporta, digamos, sin el debido respeto, no está bajo el influjo del don de Temor. En efecto, hemos de «ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y reverencia» (Heb 12,28), impulsados por el don del que aquí se habla.

El temor de Dios, en fin, nos guarda en la humildad, que sólo es perfecta, como fácilmente cabe suponer, en quienes saben «humillarse bajo la poderosa mano de Dios» (1Pe 5,6). El que teme a Dios no se engríe, ni se atribuye los bienes que hace, ni se rebela contra Él en los padecimientos. Al contrario, se mantiene humilde y paciente, suave y obediente, dulce y consecuente.

Dicen algunos que el don de Temor es el menor de los dones del Espíritu Santo. Lo cierto es que, aun así, posee en el Espíritu Santo una fuerza maravillosa, colosal diríase, para purificar e impulsar las virtudes cristianas. Ha de ser, pues, inculcado con ahínco y exhortado con aprecio en la predicación, en la catequesis, en las jornadas ecuménicas.

Casi todas las Iglesias y confesiones cristianas han tomado conciencia de su responsabilidad ecuménica y se prestan al diálogo bilateral y multilateral, pero a la vez se puede también observar, por numerosos motivos, una crisis del «ecumenismo de consenso», pues hay cuestiones controvertidas en las cuales el consenso se resiste. ¿Qué hacer entonces para que las conclusiones teológicas alcanzadas en diálogo y encuentros fraternales impregnen la vida de la Iglesia y se puedan sacar de ellas consecuencias para la unidad?

En el contexto ecuménico actual, un fenómeno a considerar es la  «pentecostalización», o sea el empuje que van tomando muchas Iglesias libres. Las Iglesias pentecostales, con más de 400 millones de creyentes -segunda comunidad de fe cristiana en magnitud después de la Iglesia católica-, suponen todo un desafío para las Iglesias tradicionales.

En vista de lo cual, se hace patente que en el punto decisivo de nuestro caminar ecuménico, necesitamos una llamada de atención del ecumenismo, y, dentro de él, una entrega radical al Santo Espíritu para que actúe con sus dones. En resumen, un replanteamiento del ecumenismo a la luz del don de Temor.

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Concluye el tiempo pascual con la solemnidad de Pentecostés, por cuyo misterio sigue Dios derramando los dones de su Espíritu sobre todos los confines de la tierra. A la vista de tanta pandemia, tanta guerra, tanto dolor y tanta insolidaridad con el fenómeno migratorio, se hace hoy más necesario que nunca repetir a menudo esta bellísima oración de la sagrada Liturgia con la que también yo doy por terminadas mis reflexiones de este Septenario de Pentecostés 2021:

«Que tu Espíritu, Señor, nos penetre con su fuerza, para que nuestro pensar te sea grato y nuestro obrar concuerde con tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor». – Amén.

Madrid: 22.05.2021

Vigilia de Pentecostés

El papa Francisco y las Iglesias pentecostales

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