Agustinas africanas en Jerez



La ceremonia tuvo lugar el 30 de abril de 2016 en el Convento Santa María de Gracia (Jerez de la Frontera – España): seis jóvenes agustinas africanas emitieron ese día por la tarde los votos solemnes de su consagración a Dios ante la priora de la Comunidad, madre Fátima Román, durante la santa Misa presidida por el señor obispo de Asidonia-Jerez, monseñor José Mazuelos, lleno el presbiterio y abarrotada la iglesia conventual. Seguro que para recordar algo así hay que retroceder mucho en el tiempo. Y habida cuenta de que son de Kenia y Tanzania, es decir del África de la negritud, ese concepto que puso en danza el senegalés Léopold Sédar Senghor, probablemente entonces ni el mencionado convento haya vivido jamás nada igual.

Conozco a estas jóvenes desde su ingreso escalonado en la Comunidad, con su tímido inglés y su natal swahili de bagaje lingüístico. Afortunadamente el convento que les abrió las puertas procuró poner pronto a su alcance, con mucho sacrificio y no poca fe, buenas profesoras del idioma de Cervantes. Mi especialidad en san Agustín fue clave para que durante agosto de estos decenios les haya impartido doctrina agustiniana. He visto cómo crecían en saberes humanos y divinos, y con qué diligencia se adiestraban para los trabajos manuales y la religiosidad monástica. Hoy la Comunidad totaliza 22 monjas, de las cuales son africanas 16.

Celebrar una profesión así en un convento agustiniano del sur de España jóvenes del Continente en cuya cornisa mediterránea, sobre todo argelina, sirvió a la Iglesia el genial san Agustín de Hipona, supone resaltar valores de fraternidad, amistad, caridad, unidad y apostolicidad, esos conceptos hoy comunes en boca del papa Francisco, y más que necesarios en la vida de la Iglesia. Un acontecimiento como el que reseño, por otra parte, cobra especial relieve dentro de la crisis de África. Estas jóvenes, de ferviente oración y honda piedad, viven con el natural sobresalto por culpa del jihadismo, de los grupos incontrolados proclives a la sangre derramada y al crimen suelto, de los Boko Haram que asolan en su tierra poblados desprotegidos y degüellan a cristianos sin fin gracias a la dejación de funciones de los amos del orden internacional.

Lástima que el inquilino de la Casa Blanca, cuyos ancestros hay que buscar precisamente en África, se haya dormido a la sombra de los laureles de su Premio Nobel de la Paz abandonando a estos países subsaharianos en guerra. La ferocidad del Dáesh ha llegado allí -me dicen- a superar con mucho las fechorías criminales perpetradas por los temibles circunceliones de los tiempos de san Agustín.

Pero este león dormido que se va despertando entre rugidos muy de temer, llamado África, cuenta por fortuna con mártires cuya sangre sigue clamando a Dios, como la de Abel, y sería temerario imaginar que Dios, desde su Casa Blanca del cielo, deje también él, como el mediocre presidente que ocupa la de América, abandonados a su suerte a tantos cristianos de aquellas sufridas tierras. Mártires de Uganda, Kenia, Nigeria; mártires de las remotas épocas de san Cipriano, Tertuliano y san Agustín, unidos a tantos conventos de juvenil negritud hoy en España –este de Jerez no es el único, por supuesto- donde se vive a tope la vida contemplativa, harán que desde silenciosos claustros españoles se eleven hacia el cielo plegarias incesantes pidiendo a través del sacrificio y la alabanza por África.

Saben estas jóvenes agustinas de Jerez qué significa «una sola alma y un solo corazón [Hch 4,32] en camino hacia Dios» (Regla de San Agustín, 3). Y qué representa que «améis a esta Iglesia, y permanezcáis en esta Iglesia, y seáis de esta Iglesia» (San Agustín, Sermón 138,10). Mientras la canícula jerezana pega fuerte a eso del mediodía, profesor y alumnas solemos estudiar durante dos horas en un aula refrigerada las obras completas de san Agustín en la BAC. Verano tras verano vamos haciendo el agosto desde las Confesiones, la Regla de San Agustín, los Sermones pascuales, los valores monásticos agustinianos de la vida contemplativa, sin omitir tampoco, cuando se tercia, homilías dominicales. Todas, también las de la foto, entienden que su santo Fundador dejó dicho para siempre: «Nadie puede tener propicio a Dios Padre, si desprecia a la Iglesia madre» (Sermón 255 A).

Recuerdan, cómo no, la visita del papa Francisco a su tierra con este claro mensaje (25-30/11/15): «Mi visita se dirige a confirmar a la comunidad católica en su culto a Dios y en su testimonio del Evangelio, que enseña la dignidad de cada hombre y de cada mujer y nos manda abrir nuestro corazón a los demás, especialmente a los pobres y a los necesitados. Vivimos en tiempos donde los creyentes de las religiones y las personas de buena voluntad en cualquier lugar son llamados a promover la comprensión y el respeto recíprocos y a sostenerse unos a otros como miembros de una única familia humana. Todos nosotros, en efecto, somos hijos de Dios».

Ya de regreso a Roma (30/11/15), el papa Francisco habló de África sin morderse la lengua y cantando las verdades del barquero durante la rueda de prensa en el avión: «África –dijo- es una víctima. África siempre ha sido explotada por otras potencias. Desde África llegaban a Estados Unidos y eran vendidos los esclavos. Hay potencias que tratan únicamente de hacerse con las grandes riquezas de África. No sé, es el continente tal vez más rico... Pero no piensan en ayudar al crecimiento del país, que pueda trabajar, que todos tengan trabajo... La explotación. África es mártir. Es mártir de la explotación de la historia. Los que dicen que de África vienen todas las calamidades y todas las guerras, tal vez no entienden bien el daño que hacen a la humanidad ciertas formas de desarrollo. Por eso amo a África, porque África ha sido una víctima de otras potencias».

Las agustinas africanas de las que aquí se habla tienen esto bien asumido, por supuesto, pero también comprenden, faltaría más, que Jesús resucitado envió su Espíritu Santo a la Iglesia, y esta no tiene fronteras. Como tampoco las tiene su tierno y sencillo corazón, desde hace unos días consagrado de por vida a Dios en tierras de España.

El poeta lírico senegalés Léopold Sédar Senghor sigue resonando también para ellas:
« ¡Mujer desnuda, mujer negra
vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra;
la suavidad de tus manos vendaba mis ojos.
Y en pleno verano y en pleno mediodía,
te descubro.
Tierra prometida desde la alta cima de un puerto calcinado,
tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago del águila ».
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