Nuevas claves del Concilio Panortodoxo



Si no fuera porque las claves siguen llegando sin cesar, del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa quedaría a estas alturas el vago recuerdo de lo que empezó un poco chungo y salió no más que a medias. La prensa nos viene a confirmar, por lo menos en ciertos casos, el clamoroso despropósito que la espantada de Creta supuso, por incomparecencia de cuatro Iglesias ortodoxas contrarias, diríase, a los diálogos de Platón: quiero decir negadas, por lo que entonces se vislumbraba y ahora mismo se va confirmando, a dialogar en Concilio, suprema sede dialógica inter-eclesial. El caso es que ahora pretenden aferrarse, dale que te pego y leña al mono, a razones que, por mucho que las pondere quien las esgrime, están lejos de justificar semejante desentono. Vamos con algún señalamiento.

El primero lo suministra la delegación del Patriarcado Ecuménico presente en Roma durante la solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, patronos de la Iglesia de Roma. El Papa la recibió en el Vaticano –28 de junio- encabezada esta vez por Metodio, metropolita de Boston, a quien acompañaba el arzobispo Job de Telmessos y el reverendo diácono patriarcal Nephon Tsimalis. El dato tendría poco recorrido informativo si no fuera porque nuestro arzobispo Job había sido nombrado semanas antes copresidente de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. Todo un detalle del patriarca Bartolomé I, que abrió Creta recordando que el papa Francisco había elevado oraciones esos días, y en concreto durante el ángelus dominical, por el éxito de la cumbre.

Es posible que ni merezca la pena traerlo al caso que expongo, ya que Francisco tuvo en el Concilio, de observadores católicos, al cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos, y al arzobispo Brian Farrell, secretario del dicasterio. Yo entiendo, no obstante, muy oportuno señalar que el citado arzobispo Job ejerció de portavoz conciliar ante los medios y, en consecuencia, es uno de los que mejor conocen lo que Creta fue por dentro y por fuera. Contar el papa Francisco en casa con una fuente de primera mano como la del arzobispo Job, es, por ende, breva que no cae todos los días.



A todo ello cumple sumar el nombramiento antedicho cuando tenemos septiembre a la vista, mes durante el cual se reunirá esta Comisión mixta, para la que Job de Telmessos tendrá que confirmar la talla a la que sobradamente se ha hecho acreedor. Y quién sabe si por la que ha sido promovido tan rápidamente. Que Bartolomé I se lo mandase a Francisco integrando la delegación ortodoxa en las fiestas patronales de Roma no deja de ser todo un detalle: bueno es que los llamados a codirigir un organismo así vayan siendo conocidos de los primados en él implicados. Nótese bien que monseñor Job de Telmessos ha venido a sustituir nada menos que al metropolita de Pérgamo, Juan Zizioulas, una de las cabezas teológicas de la Ortodoxia mejor amuebladas del momento actual. Asimismo, durante los últimos tiempos ha trabajado de firme en Chambésy, lugar de célebres conferencias panortodoxas y sede igualmente de la famosa Sinaxis de los Primados 2016, y un sitio después de todo tan cercano al que por años y años fuera su director y secretario en los preparativos del Sínodo Panortodoxo, es decir, el llorado metropolita Damaskinos Papandréou. La rapidez en su carrera y, sobre todo, las funciones desempeñadas últimamente, denotan, pues, que su promoción eclesiástica ha sido cosa del mismo Patriarca Ecuménico.

La verdad es que, volviendo a las claves, monseñor Job de Telmessos tuvo la oportunidad de dar pruebas de finura informativa a propósito del asunto-Ucrania. Hay solventes analistas de Creta que insinúan cada vez con más sólida razón que la ausencia de las cuatro Iglesias en Kolymbari-Creta, sobre todo Rusia, no parecían tener muchas ganas de acudir a Creta, y menos a sabiendas del complejo asunto interortodoxo de Ucrania. Como representante del patriarca de Constantinopla a Job le tocó lidiar en Interfax religión, ya mediado junio, aunque antes de la cumbre, ese morlaco.

«Yo no excluyo –declaraba entonces- que, cuando el patriarca Bartolomé reciba la misiva de los diputados ucranianos, él la someterá al examen del Santo Sínodo. Nada de extraordinario en este procedimiento, aplicado, por lo demás, en todo aquello que concierne a las cuestiones importantes». Se había anunciado la última semana que la Rada (Parlamento) de Ucrania había adoptado una misiva dirigida al patriarca Bartolomé en la cual se le pedía publicar un Tomos otorgando la autocefalia a la Iglesia ortodoxa de Ucrania y reconociendo inválida el Acta de 1686 en virtud de la cual, «y ello en violación de los cánones», la metrópoli de Kiev había sido incorporada al patriarcado de Moscú. El joven canadiense con vinculaciones familiares en Galizia (Ucrania occidental), arzobispo Job, no marraba, pues, ilustrando el procedimiento a seguir.

Prueba de que tampoco hablaba a humo de pajas es la noticia que Orthodoxie.com acaba de sacar: «Durante su sesión del 13 de julio 2016, el Santo Sínodo del Patriarcado Ecuménico ha tomado la decisión siguiente respecto a la autocefalia de la Iglesia ortodoxa en Ucrania: «Ha sido examinada la demanda del Parlamento de Ucrania sometida al Patriarcado Ecuménico de conceder el estatuto de autocefalia a la Iglesia de Ucrania, la cual demanda ha sido deferida a la Comisión sinodal competente para su apropiado estudio». Dicho en román paladino: «ha sido admitida a trámite». Un paso, claro es, que al patriarcado ruso no le habrá hecho ninguna gracia.

A Job de Telmessos, pues, le aguardan tareas apasionantes, sin duda, nada tranquilas jornadas tal vez, aunque también, seguro, de mucha trascendencia, en las que habrá de pisar los caminos rectos que el alto cargo para el que ha sido designado le pide. Esta última noticia, verbigracia, es patata caliente de Creta, y con ella guardan, sin duda, relación las tres siguientes. De entrada tenemos dos que han saltado a los medios a muy poca distancia la una de la otra. Afirman ambas, desde su mensaje subliminal, la importancia religiosa de sus respectivos países.

Orthodoxie divulgó la primera el 10 de julio informando de que en la Laura de Potchaïev, millares de fieles se habían reunido en la procesión panucraniana «por la paz, el amor y la oración por Ucrania». Es decir, aireando el sentimiento nacionalista y los deseos panortodoxos de convertirse en Iglesia ortodoxa independiente del patriarcado moscovita cuyo Tomos de autocefalia Constantinopla podría conceder, haciendo honor a los cánones, con resultados, en ese supuesto, devastadores dentro de la misma Iglesia ortodoxa rusa: hay demógrafos que, tirando de agenda, sostienen que al menos el 40% del clero de Moscú es ucraniano.

La otra vio asimismo la luz en Orthodoxie el 19 de julio dando cuenta de una multitudinaria manifestación de peregrinos –decenas de millares- participando en la procesión en memoria de la Familia imperial rusa en Ekaterinburgo. Esta vez, también con el tácito propósito de agitar como grímpola los aires imperialistas de la Santa Rusia y probar con ello que el gran pueblo ruso cierra filas precisamente en Ekaterimburgo -la ciudad donde fue asesinado el Zar Nicolás II y su familia, hoy beatificados-, tras el patriarca Kirill y el mismo presidente Putin, cada día más unidos en los deseos expansionistas de la imperial Rusia de los zares.

En medio de ambas informaciones, y volviendo a lo de las claves, Orthodoxie se despachaba el 18 de julio con una tercera noticia presidida por una foto intencionadamente trucada (las caras de los personajes quedan semiocultas). La fuente ortodoxa informa de que un jerarca del Patriarcado de Constantinopla ha visitado al líder del «Patriarcado de Kiev», cismático escindido hace unos años del Patriarcado ruso. El jerarca no es otro que el arzobispo de la diócesis de Winnipeg y del Centro de la Iglesia ortodoxa ucraniana en Canadá, metropolita Yurij (Kalichtchuk). El metropolita de Lougansk y Altchev, Mitrofán (Iglesia ortodoxa de Ucrania) ha señalado este encuentro, del 14 de julio en Kiev, desde el Departamento de relaciones eclesiásticas exteriores de la Iglesia ortodoxa de Ucrania.

Mitrofán ha expresado en una carta su pesar de que el metropolita Yurij no haya encontrado, en cambio, posibilidad de visitar al primado de la Iglesia canónica ortodoxa de Ucrania, su beatitud el metropolita de Kiev y de toda Ucrania Onofrio, habiendo acordado, esta vez sí, encontrarse públicamente con el «patriarca» Filaret, que originó el cisma en Ucrania. Tales encuentros -ha subrayado Mitrofán- son incompatibles tanto con el espíritu de los cánones eclesiásticos y el orden que prevalece en las acciones mutuas de los obispos canónicos del entero mundo ortodoxo, como con el espíritu de unidad de la Iglesia, bajo cuyo signo ha discurrido el Concilio en Creta, del que tanto se habla en los documentos conciliares. Mitrofán, además, expresa su esperanza de que lo acontecido constituya un desgraciado malentendido y no afecte a las relaciones tradicionalmente cálidas y amistosas entre la Iglesia ortodoxa de Ucrania y el Patriarcado de Constantinopla.

Las heridas de la ausencia cretense, por tanto, siguen ahí, sin cicatrizar. Y ya se verá qué dicen los meses venideros. Buena pinta, desde luego, no tienen. Y mucho me temo que noticias como las comentadas acaben siendo cosas de no poco momento ni fáciles de remediar. Tampoco sería extraño que eso que llamamos Historia, que se escribe y se borra, trate mejor lo de Creta que algunos historiadores contemporáneos.

Soy de los que creen que hay que seguir hablando. Más aún: dialogando, que es más que hablar. Las Iglesias, aunque no concuerden en sus programas, deben intentarlo en su procedimiento y para eso tienen que hablar hasta por los codos, aunque sería preferible que hablaran con el corazón, que a veces también se muestra razonable. Sabemos bien que la conversación sigue siendo una de las bellas artes, aunque esté a veces en bocas arteras y radicalmente incapacitadas para las artes del diálogo. Queremos hablar y queremos que se nos escuche, pero no reparamos en que podemos aturdir al interlocutor si lo hacemos todos a la vez y a grito pelado. No sería bueno, por eso, a propósito de Creta, que las Iglesias ortodoxas se olvidasen de dialogar.
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