El patriarca ruso Kirill y su peregrinación al Monte Athos



Del 27 al 29 de mayo de 2016, su santidad Kirill, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, giró una visita de peregrinación al Monte Athos. El 27 alcanzó Salónica, desde donde puso rumbo a la Santa Montaña. Primero se detuvo en Karyes, centro administrativo de la República Monástica y donde están afincados sus órganos ejecutivos de dirección. Celebró un oficio de intercesión en la catedral de la Dormición del Protaton. Acabado el cual, mantuvo un encuentro con los miembros del Sagrado Kinot (Hiera Kinotis), para, acto seguido, poner rumbo a San Pantaleón, donde siguió las completas con la Comunidad.

El 28, visitó la skita del Viejo Russikon –así se suele denominar también el monasterio San Pantaleón-, cuya catedral San Pantaleón consagró acto seguido, para oficiar luego la Divina liturgia en la iglesia nuevamente consagrada. El mismo día, se llegó hasta la skita de Xilourgou, cuya iglesia Santos Cirilo-y-Metodio, en el edificio monástico, asimismo consagró, presidiendo acto seguido un oficio de acción de gracias. El mismo 28, en fin, acogió junto a la Comunidad toda de San Pantaleón al presidente ruso Vladimir Putin, según tengo escrito en este mismo Blog (cf. «El presidente Putin en el Monte Athos»: RD: 01.06.16 | 00:07; «El presidente Putin y sus discursos en el Monte Athos»: RD: 03.06.16 | 20:19).

En la noche del 28 al 29, Su Santidad celebró las vigilias nocturnas en la iglesia de la Intercesión del monasterio San Pantaleón. Horas más tarde ponía punto final compartiendo la comida comunitaria. De Athos regresó a Salónica, para visitar allí, antes de volver a Moscú, la catedral de San Gregorio Palamas, considerado el más grande de los teólogos bizantinos y el que más influencia ha tenido en la actual teología ortodoxa.



Al día siguiente de su llega, mañana del 28, Su Santidad acudió a la skita de Xilourgou. En el mismo dintel lo esperaban el hieromonje Macario, confesor del monasterio San Pantaleón, el hieromonje Simeón, superior de la skita, y los miembros de la comunidad monástica. Kirill visitó la antigua catedral de la Dormición, así como la iglesia San-Juan-de-Ryla. Consagró la iglesia Santos-Cirilo-Metodio, en el edificio conventual, que data de 1885, antes de presidir la celebración de un oficio de acción de gracias en la iglesia nuevamente consagrada. Acto seguido, el Patriarca pronunció un discurso y ofreció vasos litúrgicos para el culto, visitando luego los edificios del eremitorio en compañía del hieromonje Simeón.

La skita de Xilourgou (en griego «carpintero»), dedicada a la Dormición de la Madre de Dios, es el primer monasterio ruso sobre Athos. Sito al este de la Santa Montaña, a una hora poco más o menos de Karyes, depende de San Pantaleón. Su fundación data del siglo X. Desde principios del XII, Xilourgou es mencionada como monasterio «ruso». Allí es, en fin, donde se detenían los rusos llegados de peregrinación al Monte Athos.

Bajo el higúmeno Laurent, en 1169, los monjes rusos se desplazaron de Xilourgou al gran monasterio San Pantaleón, acuerdo tomado por la asamblea de higúmenos de los monasterios athonitas, que confiaron así San Pantaleón a los monjes rusos. Desde entonces, Xilourgou depende de San Pantaleón.

En el siglo XIX, se alzaron asimismo dos iglesias suplementarias, una dedicada a san Juan de Ryla; la otra, a san Cirilo y san Metodio. Allí se venera con especial fervor un icono de la Madre de Dios conocida como la « Glykophilousa » («la dulce amante» o del «dulce beso»), ofrecido a la skita en 1802. Importantes trabajos de restauración han devuelto en los últimos años a este lugar su antiguo esplendor. En cuanto a la iglesia San-Juan-de-Ryla, fuertemente dañada, también ha conocido sensibles mejoras. No solo eso. Si los edificios conventuales han sido reconstruidos, la ruta que conduce al monasterio también ha sido reparada.

El 27 de mayo de 2016, primer día de la peregrinación, su santidad Kirill celebró un oficio de intercesión en el gran monasterio, al cabo del cual, dirigió a la asistencia este importante discurso para la vida monástica en la Santa Montaña y para su propia biografía eclesiástica.

«Eminencia reverendísima, Monseñor Apóstol de Mileto, Eminencias, Reverendo Padre Jeremías, queridos padres y hermanos, ¡Cristo ha resucitado!

Todo hombre que vuelve al Monte Athos repite la experiencia de un estado particular del alma al sentir de cerca la hazaña ascética multisecular de gentes que dejaron el mundo y se retiraron aquí, a este lugar descartado, para consagrarse a la oración, a la contemplación y al trabajo. La oración es el corazón de la vida monástica. Según un santo, un monje que no ora no es más que un tizón ennegrecido, una cepa que no ha ardido hasta el final, perfectamente inútil, incapaz de nada: ella no puede arder y no puede hacer nada. Pasa lo mismo en la vida monástica: si la oración sincera, la oración del corazón, cesa de ser el centro de la vida del monje, no queda nada por hacer, porque la oración es el corazón. De ahí que todos los habitantes de la Santa Montaña oren ardientemente, porque ellos unen la oración a los ejercicios del ayuno y de la soledad que en este lugar se perciben no por la razón, sino por el corazón, como fuente singular de gracia divina.

He venido aquí con mi acompañamiento para festejar con vosotros, muy queridos, el milenario de la primera mención en los documentos de los archivos de la presencia de monjes rusos sobre la Santa Montaña. La mayoría de los investigadores afirman que vinieron rusos sobre Athos inmediatamente después del Bautismo de nuestro pueblo, si no antes. Pero en la medida en que no tenemos testimonio escrito, contamos los mil años de la presencia rusa en Athos a partir de 1016: año bajo el que figura la firma del higúmeno del «monasterio de la Rus’».

Muchos acontecimientos se han encadenado durante mil años en la historia de Athos y en la de nuestro país. Pero los lazos tejidos en la antigüedad, jamás han sido verdaderamente rotos, ni siquiera durante los años más duros de la fiebre atea. Si era imposible físicamente comulgar, aquí en cambio, sobre el Monte Athos, y muy particularmente en el monasterio ruso San Pantaleón, oraciones por nuestro pueblo y por nuestra Iglesia continuaron elevándose hacia Dios. Desde que fue posible visitar la Santa Montaña, nuestros jerarcas, sacerdotes, peregrinos vinieron, al principio uno por año, después más y más.

Guardo en la memoria mi primera visita, mi primera peregrinación al Monte Athos. Yo acompañaba entonces al Patriarca Pimen. Fue en 1971. En aquella época había siete monjes. Llegamos entonces para las vigilias, a la iglesia de la Intercesión: no había electricidad, todo era sombra. Teníamos la impresión de que no había nadie: los pasillos estaban vacíos, no había un ruido. Cuando yo me aproximé a las puertas de la iglesia de la Intercesión, vi lamparillas iluminadas, cirios, y algunos monjes rusos encorvados. Entonces comprendí que nuestro pueblo estaba presente aquí, que nuestra Iglesia era presente. En definitiva, esta presencia no depende del número. Yo me acuerdo muy bien de la alegría que inundó mi corazón, porque en este pequeño rebaño yo discerní el futuro glorioso de nuestro monasterio.

Hoy, nosotros somos testigos de grandes mutaciones. Vienen peregrinos aquí en peregrinación desde todas las esquinas de la Rus’ histórica, de todos los países y de todos los pueblos viviendo en el espacio donde la Iglesia ortodoxa tiene la encomienda pastoral. Estamos altamente satisfechos de celebrar el milenario de la presencia rusa sobre el Monte Athos y de restaurar todo aquello que había sido destruido: destruido por el fuego, por el tiempo, por la ausencia. He aquí por qué yo miro con alegría particular este antiguo monasterio San Pantaleón, restaurado, bien es cierto, aquello que en él estaba dañado. Ello ha sido posible porque no hay barrera alguna para la preservación de los lazos espirituales entre la Rus’ y Athos. Sabemos con cuánta abnegación han respondido tantos ortodoxos a la llamada del Patriarca a contribuir a la restauración del monasterio San Pantaleón en la vigilia del milenario. También el Estado ruso ha respondido a esta llamada, claro, así como numerosos fieles por toda la Iglesia. Sus esfuerzos han permitido realizar este antiguo sueño.

Agradezco ahora a todos su trabajo: al Estado ruso, al Presidente que, yo lo espero, vendrá a orar con nosotros mañana, al primer ministro, que presidía la fundación de restauración y que ha contribuido en gran manera a la realización de los programas. Se lo agradezco también a los bienhechores, cuyo nombre, Señor, tú conoces. Algunos de entre ellos recibirán mañana condecoraciones. Pero lo esencial es que este inmenso trabajo testimonia la fe ardiente de nuestro pueblo y de su amor por Athos.

Me siento muy dichoso de saber que este amor sea sostenido aquí, sobre la Santa Montaña, y en primer lugar por vuestras oraciones, queridos hermanos. De ahí que yo me dirija a vosotros, suplicando no aflojar en la oración por la tierra de Rusia, por nuestra Iglesia, por nuestro pueblo que, incluso en las circunstancias más trágicas, ha guardado la fe y ha permanecido fiel a Cristo.



Me siento muy dichoso de ver al padre Jeremías, nuestro staretz, higúmeno y archimandrita de este monasterio. Me acuerdo del padre Jeremías cuando él era, no diré joven, sino muy valiente, no pareciéndose en nada a un viejo, trabajando en las obediencias que le eran confiadas. Quedé impresionado viendo al padre Jeremías volver de Salónica, desde donde él traía consigo productos alimentarios y lo necesario para la comunidad. Me acuerdo que cuando el Señor permitió que el padre Jeremías se rompiese la mano, no dejó por ello sus obediencias.

He aquí un ejemplo digno de mención que ayudará a los jóvenes monjes a tomar conciencia de la importancia de la obediencia en el monaquismo, independientemente de la situación que ellos ocupan en la Iglesia o en el monasterio. La obediencia es santa para el monje, y hay que aceptarla sin dolerse, con humildad, abrazándola según preceptúa el ritual.

Os saludo de nuevo, muy queridos, padre Jeremías, hermanos peregrinos, invitados y cuantos habéis venido a festejar este gran evento de la vida de la Iglesia rusa y de Athos. Que la bendición de Dios permanezca sobre vosotros todos. ¡Dios os guarde!».

El 29, al término de la Divina liturgia celebrada en la iglesia de la Intercesión de San Pantaleón, su santidad Kirill compartió la mesa con la comunidad. El gobernador de Athos, Aristos Kazmiroglou, y A. D. Beglov, director del grupo de trabajo ante el Presidente de la Federación de Rusia para los preparativos de las celebraciones del milenario de la presencia rusa en Athos, representante plenipotenciario del Presidente para la región federal central de la Federación de Rusia, pronunciaron sendos discursos.

En su respuesta, Kirill agradeció a cuantos participaron y contribuyeron en las celebraciones del milenario. Un gran número, según Su Santidad, entre ellos gentes alejadas de la fe. Para muchos –dijo-, este trabajo en común ha sido un primer paso en su caminar hacia Dios, y este hecho es uno de los principales resultados del jubileo.

«Esto se produce, por otra parte, a nivel nacional: gentes alejadas de la Iglesia, no se cansan de orar, tomando parte en la restauración o en la construcción de iglesias. Y los ateos de ayer devienen creyentes, sus indiferencias de ayer hacia la Iglesia ortodoxa rusa se transforman en fidelidad. El Señor conduce a cada uno de nosotros a su manera. Los unos por la reflexión, la lectura; los otros, por el arte que les descubre las profundidades del alma humana; otros todavía, por los astilleros, los proyectos, los trabajos de construcción o de restauración. Los esfuerzos que hacemos son pequeños pasos al encuentro del Señor. El, por su poder, salva a los hombres y cambia su vida», concluyó Kirill. Al final de la comida, el Patriarca se dirigió al embarcadero y dejó Athos rumbo a Salónica.



Contar en la Ortodoxia con el respaldo de Agion Oros (Santa Montaña de Athos) es mucho, sin duda. Llevar al presidente Putin de peregrino hasta el lugar, compartir con los monjes las solemnes fiestas milenarias, para las que ha sabido recabar fuertes desembolsos de dinero, sin reparar en sacrificios ni en gastos, supone asegurarse dicho respaldo. El patriarca ruso Kirill se ha marcado con ello un tanto cuya renta no tardaremos en conocer cuando tome la palabra durante las sesiones del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa en Creta.

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