José de Segovia Highsmith y el escapismo de Ripley (3)

La fe era para ella un deseo de escapar de sí misma. ¿Quién no ha querido escapar de sí mismo?

Highsmith se pasó casi toda su vida escribiendo sobre Jesucristo, ya que mantuvo con Dios una discusión desde los veinte años, que parece que no acabó nunca.

Fascinados por el mal, Patricia Highsmith (1921-1995) revela la fragilidad de nuestra moralidad. Cuando The Times la escogió como la mejor escritora de novelas de crímenes, por delante de Agatha Christie o Simenon, demostraba la atracción que ejerce ya sobre varias generaciones ese maestro del escapismo que es Tom Ripley en su ciclo de cinco libros y las películas que ha inspirado. Encarnado por Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon o John Malkovich, este asesino y falsificador representa el prototipo de antihéroe. Y como todo antihéroe, tiene más discernimiento que principios. Aunque a menudo es descrito como un psicópata, para Highsmith podría ser cualquiera de nosotros.

Ripley es con frecuencia comparado con Raskolnikov de Crimen y castigo (1866). Cuando estudiaba a los 19 años el segundo curso de literatura en Barnard, volvió a leer la novela de Dostoievski que tanto le impresionó a los 13 años. Ambos deciden matar por razones que van más allá de los valores morales tradicionales y parece que pueden escapar de la justicia. Raskolnikov confiesa su crimen, aunque lo justifica por el bien de otros, mientras que Ripley no muestra remordimiento, ni ve necesidad alguna de explicarlo moralmente.

Simone, la esposa del personaje que Ripley convierte en asesino, no tiene dudas sobre quién es él, “ese monstruo”. Materialista y manipulador sin escrúpulos, Tom seduce a Jonathan Trevanny para llevarle al sendero del crimen. Se muestra “civilizado”, ama el arte y la música clásica, mientras que desaprueba el juego y la prostitución. En sus primeras notas lo describe en 1954 como “un joven estadounidense, medio homosexual, un pintor mediocre de aspecto inofensivo, atractivo para algunos y repelente para otros”

Aunque su homosexualidad nunca se hace explícita, si no fuera de ficción sería el candidato ideal para ser uno de los personajes que analiza el comentado podcast Los malos gais –un impresionante trabajo de investigación de dos historiadores homosexuales que se han propuesto acabar con la “leyenda rosa” del LGTBI, contando las vidas de nazis a asesinos en serie con una honestidad poco apreciada por aquellos que comparten su orientación sexual–. Highsmith es una lesbiana tan inquietante como desagradable en su trato con las mujeres, casi misógina. De hecho, dijo muchas veces que se identificaba más con ese asesino masculino que es Ripley, que con las mujeres de sus historias. Claramente le traspasa sus problemas a su personaje.

La novela de Highsmith, 'El talento de Mr. Ripley' (1955) fue llevada al cine por René Clément con 'A pleno sol' (1960), primero en Francia, donde residió la escritora mucho tiempo.

Extraños en la pantalla

La novela de Highsmith El talento de Mr. Ripley (1955) fue llevada al cine por René Clément con A pleno sol” (1960), primero en Francia, donde residió la escritora mucho tiempo. Para muchos, la robusta figura de Matt Damon en la adaptación del británico Anthony Minghella en 1999, no resiste la comparación con la hermosura de Alain Delon, ¡no digamos John Malkovich! La cuestión es que la bonhomía de Damon muestra la ambigüedad de Ripley y lo turbio de Malkovich en la versión de Liliana Cavani, en 2002, su astucia, mientras Delon representa su encanto y seducción. Son todos aspectos del mismo personaje. El secreto del antihéroe de Highsmith es que despierta la simpatía del espectador, lo que no logran los protagonistas de muchas de las series actuales, que francamente, te da igual lo que les pase. No te importan lo más mínimo.

La cuidada adaptación de Minguella se ve hasta en la localización del rodaje en Positano (Italia), donde Highsmith vio a un joven moreno con pantalones cortos y sandalias, andando por la playa, desde el balcón de su habitación del Albergo Miramare en el verano de 1952. Es el germen de la historia que comienza a escribir dos veranos después en una casa de campo alquilada al dueño de una funeraria en Lennox (Massachusetts). Para escribir, Pat necesitaba compañía, pero tenía que ser molesta. Así era de enfermizo su carácter. Para su arte, le hacía falta una “mala influencia”, o sea una mujer negativa, crítica, represora y nada creativa, para poder luchar contra ella.

Encarnado por Alain Delon, Dennis Hopper, Matt Damon o John Malkovich, este asesino y falsificador representa el prototipo de antihéroe.

El Ripley preferido por Highsmith, entre aquellos que pudo ver en el cine antes de morir, era el de Wim Wenders. El director alemán la admiraba tanto como su guionista, el escritor Peter Handke. Los dos fueron a verla a Moncourt en 1974. Ella había vendido todos los derechos de sus libros a Hollywood, que no hacía nada con ellos, pero les dio una copia de un manuscrito de un libro sobre Ripley que ni siquiera había dado a su agente todavía. Era El amigo americano (1977). Al principio no le convenció Dennis Hooper como Ripley, pero cuando la volvió a ver en París se deshizo en elogios de él. Según ella, capta la esencia de su personaje, más que las anteriores.

La máscara de Ripley

Como tantos homosexuales, Ripley está casado. Su matrimonio puede parecer poco convincente, pero Heloise se divierte en cruceros con amigas, mientras Tom flirtea con muchachos. Sería algo así como un “matrimonio abierto”. Muchos calificarían a la rubia rica, desatenta y consentida mujer francesa de Ripley como amoral, pero como suele ocurrir con Highsmith, las apariencias engañan. La mascara de Ripley era para ella, “una obra religiosa, basada en el efecto que tiene Jesús sobre un grupo de amigos”, algo difícil de imaginar en la historia sobre este pintor que se suicida.

Dice la biógrafa Joan Schenkar que Highsmith leía la Biblia todas las mañanas, cuando empezaba a beber también, lo que no paraba a lo largo del día. ¿Qué influencia tenía entonces, la Biblia en ella? En uno de los cuadernos que escribió en la colonia de artistas de Yaddo –recomendada por Truman Capote y con el novelista negro Chester Himes en la habitación de enfrente, que aunque era homosexual como ella, intentó besarla–, se maravilla: “¡Qué hermosas son las palabras de Pedro y Juan cuando los arrestan por sus predicaciones sobre Jesucristo!”.

La cuidada adaptación de Minguella se ve hasta en la localización del rodaje en Positano (Italia), donde Highsmith vio al joven que inspiró a Ripley en el verano de 1952.

En la misma reflexión Pat incluye la frase del profesor del Seminario Teológico Union de Nueva York, Niebuhr: “El origen de todo pecado está en que el hombre se olvida de que Dios es el centro del universo”. Cuando dice el filósofo John Gray en la BBC que Highsmith es una “inquebrantable atea que no siente más que desprecio por la religión”, creo que no conoce bien su biografía. En lo que no se equivoca es que “a diferencia de la mayor parte de los ateos, no cree que la moralidad tenga raíces profundas en la naturaleza humana”.

“¿A dónde huiré?”

Las contradicciones de Highsmith, en vez de alejarme, me acercan a ella. En la dualidad de Ripley encuentro el conflicto que hay en cada uno de nosotros. Lo que pasa es que nuestro álter ego tiene nuestros mayores defectos y las fantasías más descabelladas. Para Pat, es “el triunfo del mal sobre el bien”. Highsmith se pasó casi toda su vida escribiendo sobre Jesucristo. Mantuvo con Dios una discusión desde los veinte años, que parece que no acabó nunca.

Dice la biógrafa Joan Schenkar que Highsmith leía la Biblia todas las mañanas, cuando empezaba a beber también, lo que no paraba a lo largo del día.

Justo después de que se publicara El talento de Mr. Ripley, Pat deja a la mujer con la que tenía una relación de cuatro años y va de viaje con otra a México, en medio de una gran depresión. Al volver en 1956, siente la necesidad de “pasar tiempo con Dios” y empieza a ir a una pequeña iglesia presbiteriana en Palisades (Nueva York), donde acabará cantando en el coro. La fe era para ellaun deseo de escapar de sí misma. ¿Quién no ha querido escapar de sí mismo? Pero “¿a dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?”, dice el adúltero asesino David en el Salmo 139.

La obra de Highsmith nos muestra que “ni aún las tinieblas me encubrirán”. Su Luz hace que “la noche resplandezca como el día” (v. 11). No podemos escapar de ese Dios que nos conoce mejor que nosotros mismos. “En su Libro están escritas todas las cosas” (v. 16). No podemos faltar al examen final de su Juicio. Él “prueba y conoce todos nuestros pensamientos” (v. 23). Ve el “camino de perversidad” en que estamos, pero nos “guía en el camino eterno”.

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