Desayuna conmigo (domingo, 10.5.20) Haced lo que yo hago

Caminante, sí hay camino

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La liturgia de este domingo, en el que se celebra en España el día del clero, nos ofrece algunas claves muy interesantes para el propósito general de un blog como este, dedicado, por un lado, a alimentar una “esperanza radical”, esperanza sólida que es pura confianza, y, por otro, a promover una relectura audaz del cristianismo.

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En la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, se nos da cuenta ya de una Iglesia compleja en la que son necesarias varias funciones para atender el modo de vida adoptado por los primeros seguidores de Jesús, vida en común que quería más servicios que el de la predicación formal del evangelio y de la oración. Es de admirar la facilidad con que los Apóstoles proveen a esos servicios pidiendo a los seguidores que elijan ellos mismos a varones de buena fama para el “ministerio de las mesas”, pues a ellos les ocupaba todo su tiempo el de la oración y la palabra. Haríamos mal en deducir de ahí la necesidad de dos estamentos en la institucionalización del servicio eclesial, el sacerdotal y el diaconal, y, peor todavía, en separar ambos servicios de la vida de la comunidad, como si de dos estados de  vida cristiana se tratara, el sacerdotal y el laico.  

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En la segunda, el mismo apóstol Pedro dice a los fieles: “entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo”. Subrayo la idea de una sola vida cristiana, la de formar una casa espiritual en la que todos sus miembros ejercen un sacerdocio santo. En la Iglesia hay carismas muy distintos, pero una sola vida, la vida que se sustenta en la piedra angular en la que confluye todo el peso, piedra que denuncia los erráticos caminos que siguen cuantos se estrellan contra ella. Y esa piedra es el mismo Jesús, piedra desechada por los antiguos constructores y signo de contradicción, convertida ahora en camino, verdad y vida. Tras tal aseveración del mismo Jesús, aunque los cristianos hayan discutido acaloradamente, con excomuniones y penas de muerte de por medio, sobre el mensaje de salvación, ya no hay duda alguna sobre él, pues tenemos un solo camino, una sola verdad y una sola vida posibles.

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Podemos seguir discutiendo hasta la saciedad y formular un credo larguísimo de verdades dogmáticas, supuestamente intocables; podemos seguir legislando un todavía más voluminoso Derecho Canónico, que incluso detalle minuciosamente hasta cómo debemos comportarnos en el cuarto de baño, y montar una estructura eclesial, en forma de pirámide de responsabilidades concatenadas, que maraville a los seres humanos y hasta supere la armonía de un hormiguero o de un colmena; podemos incluso someter nuestros sentimientos religiosos y necesidades espirituales a lo que disponga un ritual de oraciones y sacramentos, discutiendo incluso, a la hora de medir el alcance de la gracia, si procede hablar de “muchos” o de “todos”, pero la única regla, precisa y tajante, es la que nos da el mismo Jesús en el evangelio de hoy: “el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago”. Quien redujo todos los mandamientos a uno solo y condensó todo su contenido en el del amor solo impuso una simple regla de conducta: haced lo que yo hago. Y ¿qué hace él? El bien, solo el bien. De ahí que sea claro que solo es cristiano el que hace lo que hizo Jesús, el que de verdad ama a sus semejantes.

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Dios ya no es un ser arcano, lejano e indiferente al acontecer humano, y, mucho menos, un tirano caprichoso que se venga de los pobres hombres con castigos horribles. Jesús nos enseña que en él vemos el rostro del Padre y, a través de él, debemos verlo también en el rostro de cada ser humano. Ciertamente, Jesús ya no está con nosotros, pero siete mil quinientos millones de seres humanos reproducen su rostro y su entidad. En ellos es donde podemos contemplar, admirar y servir al Dios en quien creemos.  El todopoderoso Dios del Antiguo Testamento, tan celoso de lo suyo, se  vuelve paternal, cercano y necesitado en la persona de cada uno de los seres humanos sin excepción posible, es decir, también en el rostro de los más contrahechos y deteriorados. 

La genialidad de Machado, alentando a seguir adelante desbrozando malezas para abrir caminos al andar, se descarga de todo riesgo posible en el caso de los cristianos a quienes se nos ofrece un camino, ciertamente escarpado y exigente, pero claro y rectilíneo, el camino que es Jesús mismo.

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Hoy se celebra, decíamos, el día del clero en España. Recuerdo mis tiempos de estudiante apostólico en los años 50, cuando España parecía la despensa o reserva sacerdotal de toda Europa. Cuando en 1957 a mi curso le tocó pasar del "estudiantado" al “noviciado”, los dominicos de España tuvieron que este último porque en aquel momento éramos más de ochenta. Afortunadamente, en España han pasado los tiempos en que, para estudiar, muchos no teníamos más opción que hacerlo en los seminarios o en las instituciones religiosas. Hoy la iglesia mira esperanzada hacia países del Tercer Mundo donde parece que hay prometedores brotes de vocaciones. No soy quien para decir a los “doctores de la Iglesia” qué deben hacer para cubrir sus necesidades ministeriales, pero la verdad es que me parece que se sigue una mala política o logística esperando que sea Dios quien provea con "llamada especial" a ocupar los ministerios eclesiales necesarios. Deben repasar y repensar, me parece a mí, el proceder de los Apóstoles en la primera lectura de la liturgia de este domingo, cuando acuden al pueblo para que los elija.

En el pueblo hay, efectivamente, montones de “hombres de fama” que pueden desempeñar todos los ministerios, los ya habidos y los todavía por inventar que se quiera. Hay, además, cientos de miles de mujeres “de buena fama”, dispuestas a adquirir la mayoría de edad en una Iglesia en la que una jerarquía misógina y machista las quiere mantener sumidas y en silencio, como si fueran criadas o esclavas. Y tienen, sobre todo, que afrontar el adelgazamiento necesario de una institución, la de Iglesia, inflacionaria hasta las trancas en dignidades y prebendas "clericales".

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Mil veces he dicho que la eucaristía hace la Iglesia, que ella es el centro y la realidad total de una Iglesia que se constituye en una celebración en la que, construidos sobre la piedra angular que es Jesús o formando parte de un cuerpo místico del que él es la cabeza, todos los fieles formamos una única eucaristía como granos de trigo y uva de un mismo pan de vida y de un mismo cáliz de salvación. Una única eucaristía en la que todos somos, al mismo tiempo, comensales y comida. Entendida así, no se ve problema alguno para que la cena del Señor pudiera ser plenamente celebrada en el seno de una familia o en el de una comunidad de vecinos, presidida por un varón o una mujer de “buena fama”. La mies es mucha, pero escasean los operarios por tener que someterse a una cadena de intereses espurios.

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Dejemos claro, en este día del clero español, que no hay una vida sacerdotal y otra laica, sino solo una “vida cristiana”. Una de las peores cosas que han podido ocurrir en el cristianismo es la constitución del clero en una especie de casta superior, privilegiada por una vocación especial, lo que ha propiciado que exista de facto una clase clerical en el seno de la Iglesia. Si se reduce a mínimos la institución eclesial, se adelgazan como es debido los dogmas, se simplifica el culto, se racionaliza el Derecho Canónico, se agranda la condición de pueblo de Dios de los seguidores de Jesús y, sobre todo, se hace lo que hacía Jesús siguiendo el camino que es él mismo, seguro que el Espíritu Santo podrá campar a sus anchas y guiarnos, a pesar de los obstáculos que le ponemos, hasta el final de los tiempos, incluso en estos tan convulsos del coronavirus, en los que, por sernos muy necesaria, está suscitando tanta solidaridad.

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El día nos trae, por lo demás, otras maravillas que me limito a enumerar: un día como hoy de 1497, Américo Vespucio, el que terminaría dando su nombre a todo el continente americano, emprendía su primer viaje a América; en 1508, Miguel Ángel comenzaba a pintar la Capilla Sixtina, la maravilla de cielos y tierra que expresa en pinturas la teología imperante en su tiempo, admirada por millones de devotos y curiosos turistas, y, finalmente, en 1720, se iniciaba la construcción de la maravillosa Plaza Mayor de Salamanca, ese remanso de paz y rítmica estructura de piedra que rezuma belleza, sosiego y dignidad.

Todos los cristianos tenemos un "ministerio sacerdotal" que desempeñar en una Iglesia que es el pueblo de Dios, construida sobre la piedra angular que es Jesús. Todos los cristianos formamos parte de una única eucaristía en la que estamos presentes no solo como comensales invitados a una cena, sino también como granos de trigo y uva que se ofrecen a la comunidad. Muchos caminan, pero sin saber adónde van. Para nosotros,  lo difícil no es saber adónde vamos, sino recorrer el camino de Jesús, el camino del hermano mayor que pasó  por este mundo haciendo el bien.

Correo electrónico: rmonhernandezmartin@gmail.com

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