Desayuna conmigo (miércoles, 1.7.20) Impresionante Vaticano

Canto, humor y deporte

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El inteligente lector comprenderá a la primera que el subtítulo que hemos elegido para encuadrar nuestro desayuno de hoy no es una concreción del título. ¡Apañados iríamos, aunque se trate de tres importantes dimensiones de la vida humana! Y, claro está, su contenido tampoco tiene nada que ver con el hecho de que hoy sea el primer día de julio, día de aperturas de fronteras y de inicio de viajes de negocios o turísticos, largamente esperados. Lo del Vaticano responde a una celebración concreta y los substantivos del subtítulo, a diversas efemérides de este día.

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Efectivamente, hoy nos encontramos con que en este día de 1981 se inició en la Ciudad del Vaticano la publicación de “L’Osservatore Romano”, poquito después de la proclamación del “Reino de Italia” en el mes de marzo del mismo año, aglutinando los Estados Pontificios y los demás territorios de la península itálica. El Vaticano (¿vaticinio, profecía?) no se convertirá en Estado-ciudad (Status Civitatis Vaticanæ) hasta 1929.

Aunque no sea órgano oficial de la Santa Sede, el “L’Osservatore Romano” es una de las tres fuentes oficiales que la Santa Sede utiliza para la divulgación de las noticias referidas a ella. Las otras dos son: “Radio Vaticana” y “Vatican Media” (su televisión pública). Bástenos hoy recordar los lemas que aparecen bajo el título de su página inicial: Unicuique suum (a cada uno lo suyo) y Non praevalebunt (las puertas del Infierno no prevalecerán), lemas que, como ocurre con tantísimos otros, no hacen más que enunciar un propósito o deseo que, por lo general, no se cumple.


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En cuanto a lo de “dar a cada uno lo suyo”, es el lema propio de la justicia, esa virtud cuya ausencia de un mundo plegado a intereses egoístas hace que los seres humanos tengamos que sufrir las peores de nuestras calamidades. Hablando con rigor, lo propio cristiano es la caridad, la genuina acción divina que es pura gracia, pura donación amorosa, razón por la que, llevada al contexto de la justicia, hemos de entenderla como su consumación, como su esplendor. De hecho, decimos que la misericordia es la justicia de Dios y que la alegría consustancial del cristianismo es el premio de la prueba a que está sometida toda vida humana.

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En cuanto a lo de que “las puertas del infierno no prevalecerán”, solo puede ser el lema de un cristianismo atrabiliario, prisionero del dualismo bíblico inicial, que enfoca la historia humana como una lucha titánica entre el bien, personificado en Dios, y el mal, personificado en el Demonio, en vez de verla como historia viva de salvación o recorrido temporal de una gracia divina que crea al hombre y lo conduce a su plenitud a pesar de sus anclajes a la temporalidad. Es una pena que los cristianos no nos paremos a contemplar el esperpento que es creer en un Dios omnipotente que, por desbordamiento de su gracia, crea un mundo en el que surge un monstruo con el que tiene que pelear por los siglos de los siglos, monstruo que solo es frenado en su propósito maligno hasta ser definitivamente derrotado por el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios hecho hombre.

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Por lo demás, hasta la existencia del mismo Vaticano se convierte en un signo más de contradicción, tanto por su “status político” en el seno de una religión que no es reino de este mundo, como por la ostentación de una soberbia construcción para la práctica de una religión que no necesita templos. Claro que todo ello está muy en consonancia con las aspiraciones mundanas de una “institución eclesial”, que ciertamente tiene mucho de “institución” pero posiblemente nada de “eclesial”. ¿Se atreve alguien a imaginar siquiera a Jesús de Nazaret, que recorría a pie los caminos polvorientos de Palestina, predicando el sermón de la montaña en esa Basílica, embutido en ricos ropajes y rebosante de joyas? ¡Alucinante!

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El día nos trae, además, la presencia de una música convertida en protesta política, pensamiento filosófico y religión exocéntrica, conocida como el “reggae”, que nació en Jamaica hace cincuenta años, “como medio de reflexión sobre la injusticia, la resistencia y el amor, que se vive en la isla a todos los niveles” y cuyo “día internacional” se celebra hoy desde el año 1994. El “reggae conserva intactas toda una serie de funciones sociales básicas de la música como vehículo de opiniones sociales, práctica catártica y loa religiosa”. El 29 de noviembre de 2018, la UNESCO declaró el "reggae" como patrimonio inmaterial de la humanidad, un reconocimiento que pone de relieve sus valores culturales y sociales.

Tras llevarnos de la información a la música, la mañana nos obliga a pararnos unos segundos en el humor, pues hoy se celebra también el “día internacional del chiste”. “El chiste es un cuento o historia breve. Se cuenta con la intención de hacer reír. Surge como una ocurrencia graciosa, que encierra una idea disparatada, un doble sentido o una burla. Puede ser hablado, escrito o dibujado. Está fundado en el humor y utiliza un juego de palabras que sorprende al oyente, motivando la risa como respuesta”.

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Si partimos del hecho de que a todo el mundo le gusta reír, contar chistes es un recurso jugoso a la hora de animar todas las reuniones y las tertulias entre compañeros, amigos y familiares. Pero, claro está, los chistes pueden ser buenos o malos. Para los buenos no hay ni temas ni colectivos exentos de verse metidos en el ajo, porque la fuerza humorística del chiste no está ni en el qué ni en el quién de la narración, sino en la sorpresa de su golpe de gracia. En cuanto a los malos, que suelen utilizar lo más escabroso o sucio del tema como único resorte, en vez provocar el aplauso y la risa perseguidos, su final solo produce el alivio de una pesadez inaguantable o de un sonrojo por vergüenza ajena. De hecho, cuando los pretendidos chistes carecen de la chispa y de la sorpresa necesarias para provocar la carcajada, se convierten en pequeños relatos insulsos, en el caso claro está de que no sean meras groserías vulgares.

A los amantes de los deportes y en especial a los del ciclismo, el mes de julio, que hoy comenzamos, nos pone instintivamente encima de la mesa el Tour de Francia, considerado como la carrera más importante del mundo. La situación anómala que padecemos no impedirá afortunadamente que se celebre también este año, aunque se haga a finales de agosto. El tema nos sale al paso, además, porque el Tour se inició en Montgeron un día como hoy de 1903. Su forma actual de correr por equipos se impuso en el año 1930, cuando se legalizaron los equipos nacionales.

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Todavía recuerdo la viva emoción con que muchos españoles seguimos los Tour de los años 1991, 1992, 1993, 1994 y 1995, los cinco Tour seguidos que ganó Miguel Indurain, uno de los cuatro que en la actualidad tienen ese récord. Los otros tres fueron Anquetil, Merckx e Hinault. Desde luego, a pesar de que el ciclismo sea un desarrollo deportivo cuyo triunfo requiere acertadas estrategias y tácticas, parece un deporte pensado para héroes muy sacrificados y capaces de sacar fuerzas de flaqueza. No tiene nada de extraño que, dado el desgaste que causa, sea uno de los deportes que más se preste a la trampa peligrosa de un dopaje que puede causar la muerte del ciclista por agotamiento físico.

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Digamos, en el contexto de hoy, que el cristianismo es mucho más exigente que el Tour de Francia y que el cristiano que de verdad acopla su vida a la de Jesús de Nazaret consigue ganar cada día un Tour. Se trata, sin embargo, de una vida más llena de sonrisas que las que producen los mejores chistes, que consigue llevar a buen puerto las más exigentes aspiraciones del “reggae” y que hace crecer la justicia a su derredor. Su voz no se oirá por los altavoces vaticanos, pero gritará fuerte por la garganta de los pobres y los desheredados de este mundo, es decir, de lo auténticos protagonistas del “sermón de la montaña”. A fin de cuentas, si el cristianismo no es una conversión que ahorma las conductas humanas para acoplarlas a las exigencias evangélicas, pierde su fuerza y termina siendo una campana que tañe al viento.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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