Desayuna conmigo (jueves, 25.6.20) Pescadores

 

Trato animal

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He elegido como título para este desayuno la palabra “pescadores” por la resonancia evangélica que tiene, referida tanto a la condición de algunos de los discípulos que Jesús reclutó para su misión como a la descripción metafórica de cuál habría de ser su cometido futuro, pues los llamaba para convertirlos en “pescadores de hombres”. La referencia nos viene impuesta por el hecho de que hoy celebramos el “día de la gente del mar”, de la mucha gente que trabaja en el mar y vive de él.

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Fue la Conferencia Diplomática, reunida en Manila el 24 de junio de 2010, la que estableció este día, celebración promovida por la Organización Marítima Internacional y respaldada por la ONU. El eslogan que inspira la celebración de este año, “la gente del mar son trabajadores esenciales”, trata de realzar la importancia que el colectivo de la gente del mar está teniendo en la lucha mundial contra el coronavirus, como también otros colectivos que, por estar implicados más directamente en frenar la pandemia, son más fácilmente reconocidos y agasajados por toda la sociedad. 

El secretario general de la Organización Marítima Internacional subraya que “la labor que realiza la gente de mar es única y fundamental. Como otros trabajadores esenciales, la gente de mar se encuentra en la primera línea de esta lucha mundial. Merece por ello nuestro agradecimiento. La gente de mar también necesita y merece, sin embargo, que los Gobiernos adopten en todas partes medidas humanitarias, rápidas y decisivas, no solo durante la pandemia, sino en todo momento”.

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Entre esa gente están no solo los que trabajan en el transporte marítimo de mercancías y de turismo, sino también cuantos cultivan el mar como un campo productivo o lo utilizan como una despensa inagotable de alimentos para toda la humanidad. Son millones los puestos de trabajo que tienen el mar como su propio campo de operaciones, como su escenario.

En la perspectiva particular de nuestro blog debemos destacar que el mar tuvo que ver mucho con la vida de Jesús de Nazaret, aunque solo se moviera por los entornos del pequeñito mar de Galilea, también conocido como mar o lago de Tiberíades o lago de Genesaret. Se trata de un lago de agua dulce, situado a 209 metros bajo el nivel del mar en la falla del Mar Muerto, con una superficie de aproximada de 170 km2 y una profundidad media que no llega a 30 metros, en el que algunos de los futuros apóstoles trabajaban como pescadores.

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Los pescadores, los peces y el mar son temas recurrentes en los Evangelios. En el cristianismo primitivo el signo de identificación cristiana era un pez. Quedémonos en este desayuno con la idea de que los cristianos también somos “gente del mar” y que la Tierra es toda ella un mar en el que hoy viven unos siete mil quinientos millones de peces. Quedémonos, igualmente, con la idea de que los cristianos somos pescadores que debemos equipar bien nuestros anzuelos para echarlos en el mar de la humanidad, conscientes de que, si no utilizamos buenos cebos, volveremos a casa con las manos vacías. ¿Buenos cebos? ¿Credos, dogmas, ordenamientos, ritos, ornamentos y demás equipos sacros? No, pues todos ellos son en nuestro tiempo cebos absolutamente insípidos que no seducen a nadie. Nuestro único cebo, atractivo y sabroso, es el “pan de vida”, es decir, que nuestra vida siga las huellas de Jesús, vidas dedicadas a alimentar las mentes y los cuerpos de nuestros semejantes. El tiempo de la predicación debe dejar paso al de la acción, al del ejemplo, al de la fraternidad cristiana en ejercicio. El coronavirus nos ha puesto la situación de cara.

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En otro orden de cosas, la atención a lo que este día nos trae o nos sugiere, tras haber echado una mirada de comprensión y de admiración a cuantos se mueven sobre la superficie del mar, nos obliga a fijarnos, una vez más, en los cosos taurinos, en los que, en opinión de muchos, se maltrata salvajemente a los vigorosos “toros de lidia”, cuya existencia está ligada sin embargo a ellos. Lo digo porque hoy se celebra también el “día mundial antitaurino”, sentimiento o forma de ver las cosas a los que desde hace unos años se van sumando gentes de toda índole. Desde luego, la tauromaquia es prácticamente un sello de la cultura española y los aficionados la valoran como una fusión nuclear entre el toro y el torero en la que ambos se constituyen como tales, cada uno con su papel: el torero, como valiente héroe protagonista, que domina artísticamente una situación de gran peligro; el toro, como incontaminada exhibición de bravura, virilidad, belleza y nobleza.

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Sin ser aficionado a los toros, ya he contado que, por allá por el verano de 1968, me tocó defender las corridas de toros “españolas” ante algunos universitarios ingleses cuando ya en el Reino Unido se hacía una virulenta campaña antitaurina al amparo de la defensa de los derechos de los animales. Debo reconocer que no lo hice por convicción personal, sino por una especie de reacción química, provocada por el cuestionamiento de algo “muy español”. Desde luego, nadie estamos exentos de juzgar y actuar en clave subjetiva, imprimiendo a nuestros razonamientos y comportamientos un cierto sesgo que delata todo aquello que pensamos y sentimos profundamente. 

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Debido a que las corridas están a favor de las reses bravas, tanto que estas reciben de ellas no solo su razón de ser, sino también su muy especial status animal, para una condena tan agria como la de las campañas antitaurinas no hay más agarradero, recordado hasta la saciedad, que el tremendo dolor de un animal que es sometido a un esfuerzo gigantesco y condenado a morir acribillado por banderillas, espadas y estoques. Tras un largo comentario sobre lo que realmente es una corrida en sí, celebrada en un ambiente festivo, cosas que son de suyo comprensibles y hasta admirables, aquellos chavales se sorprendieron al oírme decirles que la bravura en ejercicio es un poderoso anestésico. No me costó convencerlos aduciendo lo que nos pasa a nosotros mismos, pues cuando estamos enrabietados y la adrenalina nos sale por los ojos, si braceamos y nos damos contra algo cortante, no sentimos en absoluto la herida hasta el punto de sorprendernos al ver que estamos chorreando sangre. Digamos o repitamos que, aun no siendo aficionado, no tengo empacho en reconocer que el toro de lidia es el animal más mimado del mundo y posiblemente el único que muere con las botas puestas en el desenlace de un desafío en el que el peligro que corre la vida del torero y el sacrificio del animal potencian la emoción. Aficionados he conocido a los que la sola presencia del toro bravo les emociona de tal manera que cambia no solo su estado de ánimo, sino también su metabolismo.

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Por lo demás, este mismo día del año 1951, todavía ayer mismo, se emitió el primer programa de televisión en color en los Estados Unidos y, en 2009, moría Michael Jackson para desesperación de tantos seguidores suyos. Un poco antes de todo eso, en 1946, se publicaba el “Diario de Ana Frank”, al que ya nos hemos referido en este blog. Hemos aflorado tres temas que objetivamente merecen una atención que aquí no podemos prestarles hoy, salvo que queramos convertir  este desayuno en otra cosa, sometidos como estamos a la tiranía de un espacio que a veces nos obliga no solo a seleccionar bien los temas, sino también a comprimirlos o condensarlos.

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Mientras el coronavirus sigue apretando y la crisis económica trata de ahogarnos, la vida sigue adelante, con sus retos, laberintos, trabajos y aficiones. Vida anodina y rutinaria para la inmensa mayoría, pero muy esforzada y heroica para cuantos se han visto metidos de lleno en el ajo. Abierta como está a todo lo humano, pues procede de una encarnación, la vida cristiana nunca podrá ser ni anodina ni rutinaria. Misión suya es valorar como es debido a los seres humanos y a los animales para respetar todos sus derechos y darles el trato que prescriben las “bienaventuranzas evangélicas”, el trato tan identificativo de lo cristiano, el del amor que todo lo ve bien y lo potencia.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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