Desayuna conmigo (martes, 31.3.20) Resistiré

tacos y piropos

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La historia de Job, tan bien construida y tan conmovedora, viene a demostrarnos únicamente que en todo lo que nos ocurre está la mano de Dios. Sin embargo, a uno le resulta difícil imaginarse a Dios departiendo en amigable tertulia con el demonio y, más aún, apostando con él. ¡Pura creatividad literaria! Pero quizá lo más difícil sea aceptar que Dios someta a unas pruebas tan despiadadas a sus mejores fieles, como despojarlos de sus bienes, de sus familias, de su salud y hasta de la decencia de su propio cuerpo. Sin embargo, en este contexto, a lo que uno no puede cerrarse es a que la vida nos juega a veces malas pasadas. Aunque no llegue por lo general a la crueldad con que fue tratado Job en la fábula, sí que nos exige a veces una paciencia y una confianza del calibre de la suya para digerir y afrontar ciertos acontecimientos. 

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Sin ir más lejos, estos días estamos sometidos a la tensión de duros agobios psicológicos, al miedo material a la muerte, al espanto de la soledad de vernos en una UCI y puede que hasta el de imaginarnos de cuerpo presente en un tanatorio sin flores ni murmullos amigables. Y más aún, pues es posible que nuestra peor congoja provenga de la posibilidad de que el dichoso virus se lleve por delante a uno de nuestros seres queridos sin que ni siquiera podamos acompañarlo en tan terrible trance. Además, sobre nosotros se cierne ya la amenaza de un próximo futuro muy negro por las secuelas que nos dejará la paralización casi total de la economía.

No deja de ser un consuelo que la fábula de Job tenga el final romántico de ver cómo los protagonistas se besan y los buenos son premiados con todo tipo de bienes, plasmando lo del “ciento por uno”. Nuestras turbias y desbordadas aguas actuales retornarán pronto a su cauce y nosotros, aunque heridos, nos olvidaremos pronto de tantas crisis y tristezas para volver a sonreír.

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Mientras unos dudan de que saquemos conclusiones positivas del brutal ataque de coronavirus que estamos sufriendo, otros esperan que, tras él, nunca más volveremos a ser los mismos, obligados como nos hemos visto a deponer actitudes tan arraigadas de división, enfrentamiento, egoísmo y avaricia. En otras palabras, mientras unos temen que todo siga igual o vaya incluso a peor por las estrecheces económicas que ya nos atenazan, otros confían en que esta sociedad nuestra mejore sustancialmente los comportamientos depredadores que hemos venido teniendo unos con otros. Una actitud realista intermedia, la que se fija solo en su contenido y ve la botella como realmente está, mediada, nos exige abordar con cautela y paciencia ese próximo futuro. Por un lado, no hay lugar para un pesimismo paralizante, pues, si la crisis se acentúa, seguro que sabremos hacerle frente con esfuerzo y sacrificio hasta superarla. Por otro, tampoco lo hay para un optimismo emocional porque, aunque hayamos visto la hermosura y saboreado los frutos de una gran solidaridad social, no será fácil renunciar a la forma de vida que hemos venido llevando hasta ahora, tan anclada en la importancia del dinero y del placer inmediato a despecho de cuanto nos rodea. Mejorar una determinada forma de vida requiere ir dando pequeños pasos hacia adelante y armarse de paciencia histórica.

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Lo entenderemos mejor si hoy somos capaces de ponemos en la piel de cuantos “sefardíes”, tras varios siglos de expulsión, han logrado regresar a su amada Sefarad, a sentir de cerca lo español y a vivir al estilo en que los españoles sabemos hacerlo. Ese deseo ha permanecido muy vivo en el pueblo sefardita generación tras generación desde que fueron expulsados de España por los Reyes Católicos, un día como hoy de 1492. Sefarad, cuya antigua lengua han seguido hablando con tanta donosura, ha sido siempre su patria, su guía, su tierra prometida. Es mucho lo que los españoles debemos a ese pueblo. Su deambular por la historia tiene mucho que enseñarnos sobre lo que vale y lo que realmente cuesta la vida.

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Un día como hoy de 1889, se inauguraba en París la torre Eiffel, el gran monstruo de metal en opinión de algunos, de más de trescientos metros de altura, que había tardado más de dos años en construirse. Pero, casi de inmediato tras su inauguración, se hizo valer como el gran ingenio monumental arquitectónico que es, como el monumento que más representa a París y más simboliza a Francia. Durante muchos años fue el más alto del mundo, hasta que llegó la inaudita competición por la altura de los grandes rascacielos diseminados por todo el mundo. Nada tiene de particular que hoy sea uno de los monumentos más frecuentados por los turistas que visitan París y que, por su altura y solidez, preste a los parisinos importantes servicios de radiofonía y televisión. Quizá hoy, dadas las horas bajas que vivimos, podría convertirse en horizonte de esperanza para contemplar la belleza y la altura que pronto podremos alcanzar.

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No deberíamos dejar pasar esta mañana sin arrimarnos a alguna mesa mexicana para degustar con los amigos mexicanos de este blog su famoso “taco”, pues hoy  celebran su famoso “día del taco”. Los lectores de este blog ya saben la simpatía que, desde niño, siento por los mexicanos. ¡Viva México una vez más! Espero poder acompañar este deseo con alguna foto de tan nutritivo plato gastronómico.

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Por curiosidad, me he asomado al diccionario de la RAE para para ver las acepciones de la palabra” taco” y me he encontrado con la friolera de que tiene nada menos que 27, más el significado de algunas expresiones adverbiales. La referida a la gastronomía mexicana viene en décima posición. Es curioso que la acepción posiblemente más conocida en España, la de “echar tacos” o “soltar tacos,” no aparezca hasta la décimo novena. “Echar un taco” es algo muy delicado, pues en vez de servir para un legítimo desahogo o para reafirmar con fuerza una verdad o un hecho, puede que se quede solo en desahogo verbal malsonante y burdo. Otro tanto puede suceder con la inveterada costumbre de “echar un piropo” (bonita costumbre española, hoy en aguda crisis por mor de un feminismo desorbitado), pues lo mismo sirve para adornar la belleza de una mujer con la gracia de todas las musas que para vomitar ponzoñas y guarradas.

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Vivimos tiempos de honduras y de alturas, de sucias palabras y de ingeniosos piropos, de hospitales a rebosar y de una primavera en expectativa. Volveremos a recrearnos por las cumbres montañosas, aprenderemos a utilizar hermosas palabras y aprovecharemos la primavera para fructificar. La fe y la paciencia de Job no fueron doblegadas por las pruebas y nosotros, que hemos aprendido a no ser egoístas, levantaremos poco a poco la hermosa torre de una sociedad mejor, una torre más valiosa y hermosa que las de Babel y Eiffel juntas.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gamail.com

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