Desayuna conmigo (lunes, 10.8.20) Sanjurjadas

Pinceladas y Parrilladas

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Entiendo por la “sanjurjada” del título la pretensión fallida de atrochar por un atajo para llegar rápido y con el menor esfuerzo a un destino deseado y valorado como mejor que lo existente. En el caso presente, la cosa viene a cuento de que, un día como hoy de 1932, se produjo un golpe de estado fallido, dirigido por el general José Sanjurjo contra la Segunda República Española. A nada vendría detenernos aquí en ese golpe como tal y en su desarrollo, ni tampoco cebarse en realzar los tintes de gafe que debía de ser ese general, pues, cuando seis años después se produjo otro golpe que triunfó tras una larga y cruenta guerra civil, la avioneta en que viajaba para ponerse al frente de las tropas golpistas se estrelló, por fallo técnico o por sabotaje. Sanjurjo se fracturó el cráneo y murió en el acto.

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A conspicuos y sesudos teólogos les oí decir en alguna ocasión que fue la mano providente de Dios la que anduvo no solo detrás de la muerte de Sanjurjo, sino también de la del general Mola, que también murió en un accidente aéreo, porque lo que Dios quería era dejarle el camino expedito al general Franco, el más católico de todos ellos, para dirigir la “cruzada española” contra los enemigos de la fe y los abanderados del diablo. Valga lo dicho solo como anécdota partidista y fundamentalista, pues obviamente se trata de una observación solo pretendidamente teológica a la hora de valorar la razón última de los acontecimientos que determinan el rumbo de la historia.

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En el sentido apuntado, son muchas las “sanjurjadas”, y no solo en el terreno militar, que los ciudadanos tenemos que soportar. Hay algo en nuestro ADN que nos empuja indefectiblemente a la mejora, incluso en las situaciones extremas del “cuanto peor, mejor”, y que nos da fuerzas para salir incluso de situaciones tan difíciles y complicadas como la pandemia que hoy estamos sufriendo. Pero, por mucho que nos gustaría haber salido ya de esa pandemia y haber superado del todo sus terribles secuelas económicas, lo evidente es que el camino no será el de una “sanjurjada”, ni sanitaria ni económica, para llegar a buen puerto. El único camino seguro que hoy se nos ofrece es armarse de paciencia histórica y padecer resignadamente los latigazos que a diario descarga la situación sobre nuestras doloridas espaldas, mientras tratamos de salir laboriosamente a flote y avanzar algo, yendo pasito a paso.

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La paciencia, la que realmente aguanta la situación mientras espera los frutos de la mejora, es nuestra única arma eficaz. Pero debemos estar muy atentos al rumbo que tomen esos cortos pasos posibles para no tener que lamentar, llegado el momento, vernos lejos de los objetivos y de las mejoras deseados. La “vida española” es, sin duda, de altísima calidad, incluso en medio de la pandemia y la crisis económica que sufrimos, y, como tal, ansiada por los ciudadanos de otros muchos países aunque tengan menos problemas sanitarios y económicos. Pero es una vida que tiene muchos frentes abiertos y  a la que se le ofrecen posibles mejoras no solo en el específico campo de la Constitución, sino también en ámbitos de la vida económica, social, cultural y moral de la población. Me refiero a largos caminos que es preciso ir recorriendo poco a poco. Pero ¡pobres de nosotros si nos dejamos seducir por los “sanjurjos” que no dejan de salirnos al paso y que nos prometen el oro y el moro, sin esfuerzos ni sacrificios, para disfrutarlos ya!

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No hay más camino válido para el hombre que el de la paciente y sosegada mejora de sus comportamientos día a día. ¡Ojalá que los diputados españoles (y los de cualquier otra nación) trabajaran en serio en esa mejora, acoplando la Constitución y todo su proceder político a la situación real de los ciudadanos! Lamentablemente, en nuestros Parlamentos hay demasiados “sanjurjos”, atrochando por atajos para lograr rápidamente los beneficios que esperan conseguir para ellos y para los suyos, a despecho del sufrimiento que sus procederes acarrean a los ciudadanos. También los hay en las instituciones eclesiales, en las que muchos dirigentes cierran los ojos al mundo que deben salvar para poner a buen recaudo sus privilegios, prestigios y emolumentos. Digamos, de paso, que el obispo brasileño Pedro Casaldáliga, hoy tan llorado y alabado, pero tan metido en el sufrimiento del pueblo, creyente o no, no ha sido uno de ellos y que el camino seguido por él lleva, cuando menos, a la autoestima del deber cumplido.

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El día nos invita, por lo demás, a una morrocotuda ebriedad de colorido luminoso, poniéndonos delante la espectacular obra de Joaquín Sorolla, prolífico pintor valenciano, que falleció un día como hoy de 1923. Iluminismo e impresionismo que desembocan en el arte contemporáneo. En los tiempos oscuros que vivimos, el blanco, su color preferido, nos invita a contemplar la luminosidad de la realidad humana que trata de aflorar a través de nuestros comportamientos. Si ayer hablábamos de “contemplata aliis tradere”, hoy la contemplación de la belleza plasmada por Sorolla nos invita a cambios radicales en el terreno de lo social y lo moral. En lo social, el virus impone ya de por sí la solidaridad como arma de autodefensa. En lo moral, la crisis económica postula la austeridad como método de inversión y esfuerzo para crear la riqueza necesaria para sostener el entramado social del Estado de bienestar. Una sociedad deficitaria y subvencionada, como es por ejemplo la española, no puede aguantar mucho tiempo sin reaccionar, apretarse el cinturón y sacar fuerzas de flaqueza para cambiar el calamitoso rumbo que lleva.

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La magnífica obra de Sorolla nos invita a mirar el blanco y la luz para embellecer los demás colores del espectro cromático de la vida y para no despeñarse por algún acantilado oculto. De Sorolla se ha dicho que sus más importantes aportes fueron la pincelada fluida y el colorido con los que desarrolló un auténtico estilo vanguardista para tintar las inquietudes culturales y filosóficas de la época. Dejemos constancia, al menos, de que Sorolla viajó por toda España, tratando de captar en su pintura la psicología y lo más pintoresco de cada región, potenciados por la destreza de su pincel y por la luminosidad de su color. Es imposible pararse ante sus cuadros y, tras dejarse empapar por su belleza, no sentir impulsos de mejora en todos los ámbitos de la conducta humana.

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La tercera palabra de nuestro título-subtítulo de hoy nos sitúa frente a san Lorenzo, el santo característico de los veranos tórridos y de inauditas leyendas que ponen los pelos de punta. Se trata de un servicial diácono de la iglesia en tiempos del papa san Sixto, víctima de las persecuciones cristianas, que un día como hoy del año 258 moría “asado” sobre una parrilla como si de un venado se tratara. Su nombre parece reflejar por sí solo cuanto él fue, pues Lorenzo significa “coronado de laureles, glorioso, valiente y fuerte”. ¡Ojalá fueran así los casi cuarenta mil “Lorenzos” que dicen que hay en España y que hoy celebran su santo! Aunque no sea un nombre frecuente,  figura entre los de mi familia y de mis amigos. ¡Enhorabuena a todos ellos!

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San Lorenzo fue uno de los siete diáconos u hombres de confianza con que contaba el papa cuando el emperador Valeriano condenó a muerte a todos los que se declarasen cristianos. La policía del emperador martirizó en un cementerio al papa y a cuatro de sus siete diáconos. La tradición cuenta que Lorenzo rogó al papa que lo llevara con él al martirio y que este le aseguró que no tardaría en seguirlo. De hecho, cuatro días después Lorenzo fue sacrificado. La leyenda pone de relieve la extraordinaria fuerza de su fe, tanta que sobrepasaba la de cualquier tormento, como demuestra la flema de que, estando ya asado de un costado, rogase a su verdugo que le diera la vuelta para ser asado por completo. Si toda muerte provoca repulsión, imaginar una como esa, por muy imposible que sea, haría explotar los nervios. Digo “imposible” porque un hombre tendido sobre una parrilla incandescente sufriría tal tormento que su mente se vendría completamente abajo en pocos segundos.

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El desayuno de hoy nos fuerza a ver la vida como una “parrilla incandescente”, visión que muchas veces no anda nada descaminada. De hecho, en repetidas ocasiones me he referido a ella como “juicio final”, como prueba de fuego de la que todos los vivientes salimos purificados y que, por ello, nuestro único e inmutable destino es Dios mismo, su gloria y su felicidad. Pero también la vida contiene el colorido y la luminosidad de Sorolla, belleza que nos sale al paso por todas partes para recordarnos que Dios nos acompaña en todo momento y que no nos suelta de la mano. Por eso, están fuera de lugar todas las sanjurjadas, no solo las de los salvapatrias espontáneos y espabilados, que continuamente nos salen al paso, sino también las de los remedos de “mesías” que van salvando el mundo al ritmo de sus propios emolumentos.  Pero la solidaridad o, si se prefiere la caridad, solo avanza pasito a paso, lentamente y con paciencia, haciendo el bien aquí y allá, mejorando la vida de todos y salvando el mundo lentamente de su propìa autodestrucción.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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