Desayuna conmigo (sábado, 25.7.20) Tensiones y preocupaciones

¡Viva Galicia!

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Unas pocas horas para saludar a algunos amigos del lugar y a otros que vienen de aquí y de allá, de Madrid y Barcelona pongamos por caso, con el permiso del tórrido Lorenzo que nos atiza de lo lindo en estos lares y que nos obliga durante el día a confinarnos en alguna sombra, han sido más que suficientes para palpar la tensión que hay tras las mascarillas y los temores que se ciernen sobre un futuro más que problemático. No importa que los afectos y las emociones hayan tenido que verse reducidos a lo simplemente gestual, dadas las circunstancias.

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Salir de la pequeña ciudad que lo cobija a uno y palpar las preocupaciones que se están viviendo en todas partes obliga a darse un baño de realidad descarnada. El futuro es ahora más incierto que nunca y la vida social se nos muestra muy deslavazada en la distancia obligada. De hecho, llevo un par de días dando un montón de besos y abrazos no ya virtuales sino gestuales. La mirada y el gesto se han convertido en nuestros más poderosos transmisores corporales del momento. Todo ello está bien y nos acerca bastante unos a otros, pero no hasta el punto de trabar nuestras vidas, como era la costumbre anterior, para descargar los nervios y desfogar los corazones.

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El miedo está ahí, se palpa en el aire. Por lo cercano e incisivo que se siente, hasta podría cortarse con un cuchillo. Miedo a que el vecino se convierta en un arma letal y a que uno, sin quererlo y tras haber hecho cuanto estaba en su mano, pueda verse mañana mismo sin los recursos necesarios para que su familia lleve una vida digna. De hecho, en España mismo son ya miles los que están viviendo colgados del aire.

Además, sabemos que la sociedad en que vivimos ya no podrá ser la misma. Y esa sociedad es la única que conocemos. ¿Qué vendrá ahora? Nadie lo sabe, porque lo nuevo tendrá que ir gestándose poco a poco. Esperábamos el calor como arma contra el virus, pero eso no ha funcionado: en la parte de España en que ahora me encuentro nos estamos turrando estos días y, sin embargo, no podemos salir de casa sin mascarilla. Y ahora estamos esperando la vacuna como una gracia celestial que nos redima de la pesada cruz que llevamos sobre la espalda. ¿Será así? Ni siquiera sabemos cuándo dispondremos de esa vacuna y, lógicamente, menos todavía si de verdad ella nos liberará del virus definitivamente.

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Con ser todo ello muy frustrante, lo peor es seguramente que quienes tienen la obligación profesional tanto de orientar como de dirigir nuestros comportamientos parecen perdidos frente a sus cometidos profesionales. Si ya es de por sí un monumental lío saber cuándo y cómo llevar mascarillas y cumplir las demás recomendaciones para frenar el virus, porque no se nos han dado unas directrices claras y definidas, cosa que no sería difícil si lo hubieran hecho personas realmente entendidas, ahora nos están llevando de la Ceca a Meca con lo de salir y no salir, de viajar y no viajar, de reunirse o disolverse, pongo por caso. Los ciudadanos nos hemos comportado, al menos durante un largo período de tiempo, como un rebaño disciplinado, pero ahora vivimos momentos en que ese rebaño está abandonado, sin pastores que lo dirijan. Además, hemos roto toda disciplina y nos hemos vuelto locos de remate. Hartos quizá de dar bandazos, cada cual hace de su capa un sayo y tira por donde le viene en gana.

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Desde mis supinas ignorancias al respecto, creo que no debería ser difícil que se dieran normas de comportamiento personal claras para confinar el virus y ahogarlo del todo en su soledad. Tampoco parece difícil que se dictaran normas para el proceder social a fin de que todos supiéramos realmente a qué atenernos. Los ciudadanos hemos demostrado sobradamente que, si se nos dirige bien social y políticamente, somos capaces de ir al fin del mundo. Pero es una real calamidad que tengamos los líderes sanitarios y políticos que tenemos. La desorientación y el miedo que se perciben en la calle son fruto de la incompetencia de quienes dirigen la sociedad.

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En medio de esta terrible tensión, el día nos invita a dar un fuerte abrazo a todos los gallegos y a cuantos españoles e hispanohablantes se identifican con la festividad de Santiago que hoy celebramos. Aunque sea una festividad que en España haya venido a menos en los últimos tiempos, ella sola nos aporta un rasgo importante de nuestro mismo ser. Para los gallegos es prácticamente su “todo”, no solo por la ciudad de Santiago de Compostela, donde tienen su gobierno, sino por lo que, a lo largo de los siglos y todavía hoy, representa el Camino de Santiago. Desde el espacio de este blog queremos felicitar al pueblo gallego por su laboriosidad. Además de los muy amigos gallegos que me honro en conservar, a los que desde aquí les mando un entrañable abrazo gestual, me resulta muy agradable recordar las lágrimas gallegas que me tocó enjuagar durante los meses que estuve en Bristol (Inglaterra). Digamos que los gallegos son un pueblo muy abierto y muy trabajador, dos cosas que los honran sobremanera. Por muy sinuosos o retorcidos que algunos los consideren, mi experiencia me dice que son directos y que te golpean impetuosos las puertas del corazón. ¡Viva Galicia!

Por otro lado, recordemos siquiera que desde el 25 de julio de 1992, cuando mujeres negras de 32 países de América se reunieron en la República Dominicana para dar realce a la lucha por los derechos de las mujeres afro, hoy se viene celebrando el “día internacional de la mujer afrodescendiente”.

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Son mujeres que hoy todavía sufren miradas estigmatizadoras y a las que todavía se valora como hipersexualidadas, mujeres objeto sin personalidad propia, pura mercancía. Solo en América Latina y El Caribe hay alrededor de 200 millones de personas afrodescendientes. Esta celebración se propone enfrentar el racismo y el sexismo que aboca a las mujeres afro a situaciones de pobreza y marginalidad; combatir los estereotipos y los prejuicios que pesan sobre las mujeres negras; promover la participación de las mujeres afrodescendientes en la vida pública y en la toma de decisiones en distintos ámbitos de la comunidad y demandar a los países el impulso de políticas a favor de la integración de este colectivo.

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Mundo difícil el que se ha convertido repentinamente en escenario para nuestras vidas. Sin duda, la cruz que ahora nos toca llevar es pesada. Para nosotros, los cristianos, que somos o debemos ser radicalmente providencialistas, hay una esperanza que vence toda desesperación, una gracia que frena y fagocita toda desgracia. La vida humana nunca ha sido fácil, y menos para los cristianos que seguimos fervorosamente las huellas de un condenado a muerte y ejecutado con suma crueldad. Pero sabemos que todo ello es provisional y transitorio, parte de un camino exigente que conduce a lo definitivo y perdurable, a una meta gloriosa. Las lágrimas pasarán y los esfuerzos se verán recompensados. Por más que nos cueste sangre y sudor, los cristianos iremos construyendo poco a poco “caminos humanos”. Seguro que, tras los dolores de parto del virus y de la presente crisis, pariremos una humanidad mucho mejor. Tal es nuestra esperanza y tal es ya nuestra alegría presente.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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