Desayuna conmigo (miércoles, 26.2.20) La cuaresma, tiempo de mejoras

Como la vida misma

cuaresma

Aunque la Iglesia haya fijado en cuarenta días el tiempo litúrgico que la prepara para la celebración central, la de la Pascua de la resurrección de Jesús, no debemos olvidar que el número bíblico 4, y sobre todo el 40, es simbólico. Son innumerables las veces que en ella aparecen referidos a eventos de larga duración. Bástenos recordar ahora que los 40 años de sufrimientos del pueblo elegido en el desierto del Sinaí tuvieron su réplica en otros tantos días de ayuno de Jesús en el desierto de Judea, donde fue “tentado por el diablo”, y que es su eco, hoy tan amortiguado, el que reproduce la cuaresma cristiana, el tiempo litúrgico de conversión y de penitencia con que los cristianos preparamos la celebración pascual.

Imposición de la ceniza

La Cuaresma se inicia hoy, Miércoles de Ceniza, con un rito impactante que, al imponer la ceniza, recuerda la futilidad de toda nuestra existencia: Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Somos polvo y al polvo volveremos. Verdad implacable y fuerte que pone los pelos de punta, pero que fija unas coordenadas claras de comportamiento que nos ayudan a no perdernos.  

Nada tiene de extraño que, con esas premisas, se haya llegado a planificar un largo tiempo litúrgico en el que las privaciones (ayunos y abstinencias) y las mortificaciones (flagelos y cilicios) camparan a sus anchas a fin de doblegar la débil y dolorida carne que somos. La verdad ha sido que, a pesar de los trucos y trampas de que los ricos se han valido para burlar los rigores cuaresmales comprando bulas y haciendo limosnas, han sido muchos los cristianos que, adentrándose de lleno en el espíritu cuaresmal, han doblegado sus frágiles cuerpos a base de hambres y latigazos.

Lo ha dicho el papa Francisco

Pero el ayuno y la abstinencia materiales deben tener una dimensión mucho más espiritual a tenor del canto de Isaías (58: 4-9), en el que se valora el ayuno de la comodidad de una vida fácil, de la mínima resistencia, de la mentalidad gregaria, del placer por el placer y, sobre todo, del poder de la autocomplacencia, de la gloria, del egoísmo, de la insensibilidad y de la inhumanidad, además de la competitividad y de los beneficios a costa de otros. Ayuno y abstinencia equivalen, pues, a todo un programa de vida espiritual basado en el simbolismo de una ceniza que es producto de la combustión de todo lo malo, de todo lo perjudicial.

En el desarrollo social, mientras el carnaval se ha ido agrandando a base de añadirle más días, abarcando ya los dos fines de semana en torno a su propio martes, la cuaresma ha ido dulcificando sus prácticas de penitencia para convertirse, poco más o menos, en un tiempo ordinario, sin más relevancia que la de desembocar en las procesiones de Semana Santa, esos impresionantes espectáculos turísticos aureolados de religiosidad. Hablo de una tendencia que viene de lejos.  Cuando “in illo tempore” yo era estudiante de teología, el ayuno se reducía prácticamente a un ligero cambio en las comidas de solo el Viernes Santo. En cuanto a la abstinencia, dada la variedad gastronómica de que hoy disponemos, lo de no comer carne es hoy algo que incluso aconsejan algunas dietas saludables. Por otro lado, afortunadamente las crueles prácticas del cilicio y del flagelo han desaparecido prácticamente de la ascesis cristiana. Incluso el cumplimiento legal escrupuloso de la penitencia cuaresmal no entraña en nuestros días ni privación ni sacrificio corporal.

Preparación

De ahí que, si queremos encontrar hoy algún significado a la penitencia cuaresmal como preparación para la Pascua, deberíamos fijarnos más bien en lo que son los entrenamientos de los deportistas o los contratos en prácticas de los aprendices de cualquier profesión. Achicando el simbolismo de totalidad que tiene la cifra de cuarenta en la Biblia a la materialidad pura de su significado matemático de días, podríamos entender la cuaresma como compendio de todo el desarrollo cristiano, pues, en última instancia, para un cristiano la vida entera es como un entrenamiento para la eternidad o como un continuo aprendizaje de comportamientos evangélicos.

De hecho, la aspiración permanente a una forma de vida mejor (tener más dinero, más salud, más conocimientos, más autoestima, más relevancia social, mejores habilidades, más razones para vivir, más motivaciones para servir y, en última instancia, más amor), inserta en nuestros mismos genes, nos somete a un proceso de continuo esfuerzo y sacrificio. En este sentido, la mejora de nuestra forma de vida está sometida permanentemente a un proceso cuaresmal, es decir, la vida es una cuaresma.

También el papa es ceniza

La cuaresma litúrgica, que hoy, en su inicio, nos recuerda que somos polvo y ceniza y nos somete a un largo tiempo de comportamientos penitenciales a base de abstinencias y ayunos para alcanzar la plenitud pascual, se proyecta sobre la vida entera, tan plagada de carencias en su proceso de consumación. La vida entera es un proceso cuaresmal de mejora hacia la plenitud.

En este contexto, tal vez la explicación más clara para un tiempo de exigencias cuaresmales en pos de una mejora sustancial de nuestra vida cristiana nos venga dada por la filosofía de los valores que postula un esfuerzo sostenido para “convertir” los contravalores en valores, para despojarnos de cuanto nos deteriora en todas nuestras dimensiones vitales a fin de fomentar cuanto nos enriquece en cada una de ellas. Se trata, pues, de ser mejores personas, más dignas, más humanas y más comprometidas en la mejora de la comunidad de la que formamos parte.

Correo electrónico: ramonhenandezmartin@gmail.com

Volver arriba