Desayuna conmigo (jueves, 9.7.20) “No llores por mí”

El sentido común

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Hoy, en este blog, nos toca abrir nuestro desayuno con un brindis por el pueblo argentino, deseándole un futuro despejado, de éxito y de reafirmación de su propia personalidad. Ojalá que sea un pueblo que proyecte todo su potencial en el conjunto de la humanidad, dejando atrás un pasado algo convulso y despajando la inestabilidad y la incertidumbre del presente. En este día del año 1816, el Congreso de Tucumán proclamó su independencia de España, iniciando un camino que los argentinos emprendieron solos, al amparo de sus propias iniciativas y fuerzas. Por altilocuente y justificativa que fuera la declaración de independencia (“era universal, constante y decidido el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España”), su pragmatismo les sirvió de avituallamiento para un recorrido al que, como les ocurre a los demás pueblos de la Tierra, todavía le que afortunadamente un largo trecho por delante.

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El título, tomado del estribillo del musical Evita, con letra de Tim Rice y música de Andrew Lloyd, nos deja un sublime sentimiento de pertenencia y añoranza hacia el pueblo del que uno tiene que alejarse: No llores por mí, Argentina, / mi alma está contigo, /mi vida entera te la dedico, / no te alejes, te necesito”. Al margen de su autoría y protagonismo, la música potencia el sentimiento hasta meter en danza al oyente, aunque no sea argentino. El pueblo que llora sus pérdidas y sus errores tiene siempre hambre de mejora y es, precisamente por ello, un pueblo vivo.

Sin duda, son muchos los argentinos que construyen la página Web de RD, se asoman a ella y la ojean. Convencido de que algunos de ellos también siguen este blog, en él brindamos hoy por ellos, por su buena voluntad, por sus deseos de mejora y por su orgullo de pueblo permeable a todos los demás pueblos de América y del resto del mundo. ¡Va por vosotros, amigos!, pero dejadnos llorar, aunque lo hagamos furtivamente, por vuestros sufrimientos y gritar abiertamente vuestros logros.

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Si con el título hemos pretendido homenajear a Argentina, con el subtítulo queremos hacer lo propio con relación al filósofo y teólogo Jaime Balmes, muerto un día como hoy de 1848, a los 38 años de edad, pues él toma el “sentido común” como la base o la seguridad humana que no permite duda: “me convencí –dice- de que dudar de todo es carecer de lo más preciso de la razón humana, que es el sentido común”.

Balmes es un filósofo original que no pertenece a ninguna escuela o corriente en particular, al que Pío XII calificó como Príncipe de la Apologética moderna. En 1848, el año de su muerte, fue elegido académico de número de la RAE, sin ni siquiera darle tiempo para tomar posesión. A partir del año 1841, despliega todo su genio y desarrolla una actividad portentosa, que hace que su personalidad sea admirada en toda Europa por sus ideas políticas y sociales y también por sus argumentaciones apologéticas, expuestas en cientos de artículos.

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Puede que hubiera algo de cierto en el menosprecio que le hace Unamuno al decir de él: “El espíritu del publicista catalán, una especie de escocés de quinta mano, tenía no poco de infantil; simplificaba todo lo que criticaba, ganando la discusión en claridad cuando perdía en exactitud la exposición de las doctrinas criticadas. Me he convencido más tarde de que quien no tenga de los grandes filósofos kantianos otra idea que la que de ellos nos da Balmes no los conoce. Balmes mismo no los conocía apenas, sino de referencias y por extractos y muy mal digeridos”.

Pero ello no es óbice para que Balmes fuera un gran pensador de merecida fama, con notable influencia todavía en nuestro tiempo. Que el lector juzgue por sí mismo y valore la importancia que puedan tener algunas de sus perlas intuitivas: “el pueblo comprende más pronto el lenguaje de las pasiones que el de la razón”; “hasta los sentimientos buenos, si se exaltan en demasía, son capaces de conducirnos a errores deplorables”; “la lectura es como el alimento; el provecho no está en proporción de lo que se come, sino de lo que se digiere”. Desde luego, hay mucho “sentido común” en algo que, aunque escrito hace casi doscientos años, sigue teniendo significado y mordiente para encarrilar bien nuestro tiempo.

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El día nos ofrece, además, otras pinceladas para entretener y enriquecer nuestro desayuno de hoy. Por orden cronológico, tenemos, en primer lugar, la “reina hermana”,Ana de Cléveris. Se trata de la cuarta esposa de Enrique VIII, esposa meramente “nominal” –de ahí lo de “hermana”-, pues fue un matrimonio de pura conveniencia que no se consumó durante los seis meses que duró, del 6 de enero al 9 de julio de 1540. Sin duda, fue algo extraño dado el currículo fogoso del monarca. La efeméride aflora aquí para evidenciar el despropósito que se comete cuando una cosa de tanta importancia para la concepción cristiana de la vida, como es el matrimonio, se ondea como estandarte a capricho del mandamás.

Los caprichos y conveniencias sexuales de un magnate de la religión cristiana, como lo fue Enrique VIII, me recuerdan, quizá por mera asociación de ideas, la exuberancia del sexo en el islam, desde sus mismos inicios en la importancia que tuvo en la vida de Mahoma, frente a las restricciones impuestas por el catolicismo. Ambas concepciones me parecen, sin embargo, muy extremistas. Claro que, entre la valoración que de ella hace el islam, como poco menos que sacramento de los paradisíacos gozos celestiales, y la permisividad de su práctica como instrumento para la transmisión de la vida, a que prácticamente la reduce el catolicismo, me parece mucho más atinada la primera que la segunda.

Otra pincela nos la da hoy el recuerdo de un hecho más de la amarga historia de la religión cristiana a lo largo de los siglos. Fueron muchos los musulmanes y los cristianos que se vieron envueltos en la “Guerra Civil Siria” que, en el año 1860, se desarrolló en todo el Oriente Medio. Se dice que, en un día como hoy de ese mismo año, fueron masacrados en Damasco veinte mil 

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cristianos y que en todo el territorio fueron destruidas a lo largo de esa guerra 560 iglesias. Damasco, la ciudad que tanta trascendencia tuvo en los orígenes mismos del cristianismo, la ciudad que me pareció tan dulce y hospitalaria cuando pude pasar en ella un fin de semana. ¡Qué dolor que hoy sigamos en las mismas y que los cristianos tengan que seguir pagando en todo ese territorio un alto precio por su condición de tales!

Finalmente, un día como hoy de 1922, se fundó en Lima la “Hermandad de Caballeros de San Martín de Porres y San Juan Matías”, tan vinculada al mundo de los dominicos, del que formé parte unos años y del que se sigue alimentando mi espíritu. Cada una de sus catorce “cuadrillas” tiene una misión evangelizadora para hacer fructificar el mensaje cristiano, mantener vivo el ejemplo de sus patronos y prestar ayuda social a los pobladores de asentamientos humanos en la periferia de Lima. Sirva esta pincelada como un complacido apoyo a los muchos peruanos que también frecuentan este medio de comunicación humana y de reflexión cristiana.

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En definitiva, es este un día o un desayuno que nos invita a contener las lágrimas para celebrar alborozados la fiesta de un pueblo hermano, el argentino, al tiempo que nos anima a hacer gala del enorme “sentido común” que despliega el auténtico cristianismo al hablar del hombre y de su destino, por más que ande todavía muy despistado con relación al extraordinario don divino que es la sexualidad humana como fuente no solo de vida, sino también de amor. Por lo demás, la guerra, y más cuando entra en liza la religión, y la sobreexplotación del sexo son serios obstáculos que los cristianos deberíamos superar con relativa facilidad siendo, como somos, tan partidarios de la paz y del amor, como de hecho lo fueron Martín de Porres y Juan Macías.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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