"Allí donde el obispo no puede llegar, llega el diácono" El Diaconado: un ministerio profundamente ligado al obispo

El arzobispo emerito Francisco Perez con el diácono Fernando Aranaz y esposas de diáconos
El arzobispo emerito Francisco Perez con el diácono Fernando Aranaz y esposas de diáconos

"El ministerio del diaconado en la Iglesia ha sido, desde sus orígenes, una vocación profundamente enraizada en el servicio, la fidelidad y la comunión eclesial. Entre los aspectos más significativos de este ministerio destaca su estrecha relación con el obispo"

"San Ignacio de Antioquía, uno de los primeros padres de la Iglesia, señalaba que sin el obispo, los presbíteros y los diáconos no había Iglesia"

"Con el paso del tiempo, el diaconado fue perdiendo algunas de estas funciones más visibles, convirtiéndose muchas veces en un simple paso hacia el sacerdocio. Sin embargo, el Concilio Vaticano II trajo una renovación significativa, al restaurar el diaconado permanente"

"Hoy más que nunca, en un mundo marcado por la soledad, la pobreza y la fragmentación, el ministerio del diácono, en plena comunión con su obispo, puede ser una respuesta elocuente al clamor de tantos que buscan a Dios en medio del sufrimiento"

El ministerio del diaconado en la Iglesia ha sido, desde sus orígenes, una vocación profundamente enraizada en el servicio, la fidelidad y la comunión eclesial. Entre los aspectos más significativos de este ministerio destaca su estrecha relación con el obispo, quien representa la cabeza visible de la Iglesia local. Esta vinculación no es meramente funcional o estructural, sino que tiene raíces profundas tanto en la praxis eclesial de los primeros siglos como en el simbolismo inherente al propio lenguaje que los designa: Obispo, como “el que vela desde lo alto”, y Diácono, como “el servidor”, o, en un sentido más amplio, “el lugarteniente del obispo”.

Especial Papa Francisco y Cónclave

Los términos griegos episkopos (ἐπίσκοπος) y diakonos (διάκονος) ayudan a comprender mejor esta relación. Episkopos, traducido como obispo, es aquel que vigila, cuida y supervisa desde una posición de responsabilidad, al estilo de un pastor que guía a su rebaño. Diakonos, por su parte, es literalmenteel que sirve, pero en el contexto eclesial adquiere el matiz de ser quien colabora directamente con el obispo, actuando muchas veces en su nombre, como representante suyo ante la comunidad. En los primeros tiempos del cristianismo, los diáconos no eran solo asistentes litúrgicos, sino también responsables de tareas fundamentales: distribuían los bienes entre los pobres, atendían a los necesitados, transmitían mensajes y decisiones del obispo, y colaboraban en la formación de los nuevos creyentes.

En la ordenación episcopal, dos diáconos sostienen los Evangelios sobre la cabeza del nuevo obispo
En la ordenación episcopal, dos diáconos sostienen los Evangelios sobre la cabeza del nuevo obispo

Esta relación cercana se vivía con tal intensidad que era frecuente que los diáconos compartieran incluso el martirio con su obispo. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos conmovedores en este sentido. Uno de los más emblemáticos es el caso de San Lorenzo, diácono del Papa Sixto II. Cuando el Papa fue arrestado y conducido al martirio, Lorenzo quiso seguirle, deseando compartir su destino por fidelidad y amor a la Iglesia. Fue martirizado pocos días después, mostrando así que el vínculo entre obispo y diácono no era solo ministerial, sino existencial. Era un compañerismo sellado por el Espíritu, que en muchos casos llegaba hasta el sacrificio de la vida. En España tenemos también a los martirizados en Tarragona, el obispo Fructuoso con sus diáconos Augurio y Eulogio.

San Ignacio de Antioquía, uno de los primeros padres de la Iglesia, señalaba que sin el obispo, los presbíteros y los diáconos no había Iglesia. Esta afirmación no solo resalta la importancia del diaconado, sino también su carácter esencial como parte de la estructura eclesial. Los diáconos, en cierto modo, hacían visible la autoridad y el cuidado pastoral del obispo en lugares y situaciones donde él no podía estar presente. Así, el diácono era el rostro del obispo entre el pueblo, especialmente entre los más pobres y necesitados. Era su mano derecha, su colaborador inseparable, su lugarteniente.

Con el paso del tiempo, el diaconado fue perdiendo algunas de estas funciones más visibles, convirtiéndose muchas veces en un simple paso hacia el sacerdocio. Sin embargo, el Concilio Vaticano II trajo una renovación significativa, al restaurar el diaconado permanente. Esta restauración ha permitido redescubrir la vocación original del diácono como servidor y colaborador directo del obispo. Hoy, en muchas diócesis del mundo, los diáconos visitan enfermos, acompañan a los pobres, colaboran en la catequesis, predican el Evangelio y celebran sacramentos como el bautismo o los matrimonios. Pero sobre todo, actúan en nombre del obispo, haciendo presente su cercanía pastoral en los rincones más humildes de la comunidad.

En tiempos en que la figura del obispo puede parecer lejana o simbólica para muchos fieles, el diácono cumple un papel decisivo como puente entre el pastor y su rebaño. Esta comunión no es decorativa ni secundaria: es constitutiva. Donde está el diácono, también está el obispo, no de forma física, pero sí espiritual y pastoral. El diácono representa su amor por el pueblo, su deseo de servir y acompañar, su opción por los más pobres y vulnerables.

Una anécdota que ilustra esta dimensión profundamente humana y pastoral la protagonizó Don Francisco Pérez, años antes de ser Arzobispo de Pamplona y Tudela. Por entonces, compatibilizaba la responsabilidad de formar y acompañar a los diáconos de Madrid con su labor como formador del Seminario Conciliar. Ya siendo obispo, tuve la dicha de participar en unos ejercicios espirituales que él dirigía, y de entre sus entrañables reflexiones recuerdo especialmente una que nos marcó profundamente: “Los diáconos tenéis la misión de recordarnos a los obispos que no nos olvidemos de los pobres. Aquella frase resonó con fuerza en todos nosotros. Por cierto, que a todos nos sorprendía —y conmovía— ver a un arzobispo sirviéndonos el café con una humildad tan natural. Era una auténtica lección viva que nos daba a los diáconos de lo que significa el servicio evangélico.

undefined

En este sentido, la fidelidad del diácono al obispo no es mera obediencia formal, sino una participación profunda en su misión. El diácono debe vivir en constante comunión con él, formarse según su enseñanza, y ser testigo visible de su acción pastoral. Esto exige del diácono una gran disponibilidad, una vida de oración constante y una entrega generosa que puede llegar, en algunos contextos, incluso al martirio, como en los primeros tiempos de la Iglesia.

En la misma ordenación episcopal se puede ver reflejada esta estrecha  relación, en cuanto que en el momento culmen en el que el obispo ordenante recita la oración consecratoria dos diáconos sostienen un evangeliario abierto sobre la cabeza del obispo. La relación entre el obispo y el diácono, entonces, no puede entenderse solamente en términos jerárquicos. Es una relación sacramental, espiritual y pastoral, en la que el diácono actúa como extensión viva del obispo en medio del pueblo. Así, el diaconado no es un ministerio de paso ni una función secundaria, sino una vocación estable, profunda, y esencial para la vida de la Iglesia.

Hoy más que nunca, en un mundo marcado por la soledad, la pobreza y la fragmentación, el ministerio del diácono, en plena comunión con su obispo, puede ser una respuesta elocuente al clamor de tantos que buscan a Dios en medio del sufrimiento. Allí donde el obispo no puede llegar, llega el diácono; donde la Iglesia necesita manos que sirvan, allí está el diácono; donde la comunidad requiere presencia viva del Evangelio, allí está este servidor fiel.

En definitiva, el diácono es, y debe seguir siendo, la mano derecha del obispo, su lugarteniente, el rostro visible del amor pastoral de Cristo que cuida, acompaña y salva.

Obispo Vicente con sus diáconos Pedro y Francisco
Obispo Vicente con sus diáconos Pedro y Francisco

Etiquetas

Volver arriba