El hombre flotante (y Vivencias y convivencias 33)

La cultura occidental, greco-cristiana, ha sobrevalorado la virtud y el papel del hombre en sus dimensiones heroicas y conquistadoras, que impulsan la competitividad de las hazañas bélico-deportivas y productivas (político-empresariales). Al privilegiar así la virilidad del hombre como auténtico valor, nuestra tradición ha relegado a la mujer, injusta y neciamente, a un segundo plano, excluyéndola de los lugares en los que se toman las decisiones relevantes para la vida social y cultural.

El hombre ha ocupado tradicionalmente el puesto de vigilante del espacio natural ocupándolo masculinamente, mientras que la mujer ha ocupado tradicionalmente el tiempo interior a ese espacio, la casa doméstica o familiar, la vieja cueva reciclada modernamente. Pero hoy en día asistimos a una revuelta o revolución social, según la cual la mujer ha salido de su cueva o casa a la calle y al trabajo público, al tiempo que se abre desde la vieja naturaleza a la nueva cultura. El hombre se siente amenazado por una mujer que sale del interior al exterior, inseguro y condicionado por este nuevo modelo social y cultural.

Denominamos movimiento femenino/feminista a esta salida de sí de la mujer desde el interior al exterior, de la cueva a la cúpula, de la naturaleza a la cultura. Sin duda que esta nueva mujer asume tareas que antes eran propias del varón, realizándolas animosamente en un proceso de mediación entre el interior y el exterior, el ánima femenina y el ánimus masculino, lo presuntamente natural y lo presumidamente cultural, la casa-cueva y el espacio abierto. Se trata de un tránsito o transición de la mujer soterrada a la mujer liberada, lo que el varón lo percibe como una especie de mala mezcla y agresión.

Pero la respuesta al reto debe ser masculina y valiente, decidida, pero no masculinista. El problema es que esta decisión del hombre ante la presencia femenina de la mujer en sus antiguos territorios o propiedades, no debe ser agresiva sino asuntiva, no debe ser machista sino aprovechada sin resentimiento. Hay que dejar paso no solo a la libertad de la mujer, sino asimismo amigar su interna alma o ánima femenina, reprimida por nuestro exacerbado espíritu masculino. Dicho clara y concretamente, la mujer asalta espacios del varón, de modo que este puede resaltar y reasaltar espacios propios de la mujer y su feminidad de un modo compensatorio.

Tales son los espacios femeninos dejados abiertos por las féminas, tanto en el caso de la casa, como en el de la naturaleza y su ecología. Pero sobre todo el hombre actual puede y debe recuperar el tiempo interior otrora en posesión de la mujer, así pues la interioridad y la intimidad, los afectos y sentimientos, la sensibilidad perdida en su loca odisea patriarcal. Como dice con toda razón P.Valéry, todo hombre contiene una mujer, y añadimos que viceversa: toda mujer contiene un hombre; se trata de desreprimirlos y sacarlos a la luz. Hasta ahora el hombre ha contenido tanto a su mujer interior que ha reprimido su potencial femenino. Hora es de ponerlo en marcha, como está haciendo la mujer poniendo en marcha su potencial masculino, siquiera algunas veces agresivamente (pero hay que comprender la reacción feminista militante si no se exagera).

Ante el decaimiento de los privilegios que reforzaban, de un modo injusto y artificioso, su autoestima, el hombre actual se está viendo abocado a reconocer la igualdad y a asumir su propia vulnerabilidad como algo radicalmente humano. En este sentido cabe decir que el hombre se está desinflando, perdiendo su arrogancia y, en cierto sentido, debilitando (G.Vattimo). Las rígidas estructuras jerárquicas, monolíticas y uniformizadoras que le proporcionaban el monopolio del poder están siendo sustituidas por otros modos de organización que valoran la cooperación. Pese a la sensación de inseguridad y a la inquietud que este proceso puede suscitar en el hombre, con las consiguientes resistencias, nos parece que se trata de un cambio que, además de ser justo, resulta también beneficioso para el propio varón, pues le permite liberarse de un rol que al mismo tiempo que le privilegiaba, le alienaba también de su propia humanidad. De este modo el debilitamiento del hombre puede significar su desalienación: la creación de nuevos espacios en los que cultivar la humanidad.

Afrontamos así un nuevo equilibrio o mediación del hombre y la mujer, de lo masculino y lo femenino, del interior y el exterior. La mujer está captando bien esta nueva balanza de iguales y diferentes, ahora le toca el turno al hombre para integrarse más armoniosamente con la naturaleza exterior y con su naturaleza interior. De momento el hombre actual parece un hombre en flotación, el hombre flotante, observando cómo la mujer sale de su casa a la calle, mientras que él se demora en entrar a su propio almario o interior si es que lo tiene (porque no lo ha cultivado). Tenemos que fundar un nuevo encuentro ya no tanto entre el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, sino más sutilmente entre la mujer y el hombre, lo femenino y lo masculino. Y ello no solo a nivel físico o externo, sino también a nivel psíquico o interno. Lo reclama tanto el nuevo discurso político y social, como el nuevo decurso erótico y amoroso de nuestro tiempo.

La reafirmación de la mujer tras siglos de negación, opresión y represión, se está concretando especialmente en su mayor aparición y participación en el espacio público y en los centros de decisión, en los que quiere mostrar su valía. La mujer se enfrenta, pues, animosamente a un futuro que espera le resulte favorable y posibilite su emancipación: está dispuesta a asumir responsabilidades y a acabar con la discriminación.

Mientras tanto, el hombre, flotante, pierde sustento. Reconoce que su presunta superioridad no tenía ninguna base, carecía de fundamento. Para el hombre la tarea no es demostrar su valía, pues todo lo que había que demostrar ya ha quedado demostrado malamente. Su tarea consiste más bien en afrontar, asumir y elaborar su debilidad, sus debilidades y carencias. Su reto no consiste en salir para ocupar, sino en desocupar espacios en los que poder cuidar del tiempo interior, tiempo que había olvidado en el fragor de su activismo conquistador y productivista. La tarea del hombre en el presente ya no tiene nada de heroico, no es nada trascendente: consiste en asumir que no es un héroe, que no es ni debería ser un Superman. No necesita volar, sino tomar tierra, tocar tierra, aterrizar: rehumanizarse.

En los últimos tres mil años el hombre occidental ha sido como una especie de híbrido entre Ícaro y Prometeo, pues como éstos se ha lanzado a una presuntuosa e inviable conquista del cielo. Tras el fracaso de ese proyecto, que tuvo como insignia la palabra “progreso” y que se fue desinflando a lo largo del siglo pasado, al hombre occidental no le queda más remedio que reconciliarse con la tierra, dejar de imaginarla infantilmente como una matriarca que debe dar respuesta a todas sus necesidades en la conquista del cielo, para empezar a reconocerla más bien, y a cuidarla, como a una hermana, como a una amiga, como a una igual. Asumir que, como humano, proviene del humus, que es humus más o menos humanizado, y continuar con ese proceso de humanización que es en lo que consiste ser humano.

En la asunción de la humanidad es en lo que el hombre puede coincidir con los otros humanos y humanas. Para asumir su humanidad el hombre puede seguir a Sócrates, que presentó la filosofía como el conocimiento de uno mismo, que es lo que nos permite reconocernos en el otro (y en la otra), respetando su alteridad. El conocimiento de sí, que es cuidado-cultivo del alma individual, del alma común y del alma del mundo, implica libertad en igualdad, es decir, fratriarcalidad.

Sigamos pues proyectando la fratria, así pues, no el matriarcado ni el patriarcado, sino el fratriarcado: un personalismo que define al sujeto humano como persona, la cual es masculino-femenina o femenino-masculina, así pues simbólicamente andrógina. La androginia simbólica significa el encuentro entre lo femenino y lo masculino no solo fuera entre la mujer y el hombre, sino también dentro de cada hombre y mujer como integración de una personalidad abierta, y no autoreprimida unilateralmente.

VIVENCIAS Y CONVIVENCIAS 33

---La fuerza es animal, la ley es humana y la gracia divina.

---Amar es desarmar: amarnos para desarmarnos, desarmarnos para amarnos.

---En el principio era la vida: al final es la muerte.

---La ortodoxia y los gestores del dogma: el dogma como doma.

---El ortodoxo sigue las reglas aunque sean malas: el heterodoxo sigue las reglas sólo si son buenas: y el herético no sigue las reglas sean buenas o malas.

---La competencia dice autoridad: pero la autoridad no necesita competencia.

---Callarse pero sin encallarse: hablar pero sin redoblar.

---Destaca y vivirás, dice J.Joubert: pero no sobrevivirás.

---La ciudad es escaparate: el pueblo es escapada.

---Según Fray Luis de León, en la ciudad se habla mejor, pero en el campo se siente mejor.

---En la ciudad estoy con otros: en el campo estoy conmigo mismo.

---La civilización procede del ciudadano: la cultura procede del cultivo campestre.

---El hombre nace con el mito: y muere con la duda.

---El mito no es el timo, porque dice ficción: el timo es la verdad mitificada/mistificada.

---Sólo los girasoles jóvenes siguen al sol: los maduros o viejos se quedan anclados hacia el este y en paz.

---El hombre oscilante: la oscilación entre los contrarios domina nuestra vida.

---El mar y su sentido explayativo: el monte y su sentido recóndito.

---El niño ensueña la vida y el joven la proyecta: el maduro la exprime y el viejo la comprime.

---Parafraseando a Goethe, lo clásico se ocupa de la buena salud, y lo romántico de la enfermedad: pero la buena salud enferma.

---El fundamentalista es valiente con la verdad (propia) y cobarde con la verdad (ajena): por eso el fundamentalismo carece de sentido (común).

---Buscamos la verdad, pero la verdad nos encuentra en la muerte: es la muerte como trascendencia.

---Los clérigos tienen su fe o dogma: y los laicos su doxa o creencia.

---La vida sí tiene un sentido, un sentido de ridículo: la aventura humana y su desventura.

---Nuestro problema no es la ciencia, sino la realidad humana o humanada.

---Los cobardes suelen ser valientes: pero con el débil.

---La existencia como combate y la vida como victoria en Martin du Gard: pero perdió el combate.

---Marx propugna dar a cada uno según sus necesidades y obtener de cada uno según su capacidad: pero la sociedad actual ha invertido los términos, dando a cada cual según su valía o capacidad y no según su valor o mérito.

---La buena cocina saca el gusto de la comida: la mala el disgusto de los comensales.

---Comer para que el alma se suelde al cuerpo: beber para que el cuerpo se suelde al alma o espíritu.

---Los nórdicos no hablan comiendo: los latinos comen hablando.

---La comida se consume: el amor se consuma.

---El fútbol relaja a partir del césped verde y el campo abierto al juego de los contrarios.

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