Moingt: ‘L’esprit du christianisme’, 3/4

En este segundo capítulo, sobre la revelación, Moingt explica y justifica su manera de entender cómo se ha manifestado Dios a los hombres. La mejor síntesis de este capítulo, y su verdadero objetivo dentro del plan de este libro, lo ofrece el mismo autor en el Epílogo:

    

2. LA REVELACIÓN DE DIOS

Podría decirse que el segundo capítulo no deja de ser un análisis teológico del conjunto de la fe mediante la confrontación de dos tradiciones, la apostólica y la dogmática. Es verdad, pero mostrando que la primera no implicaba ni religión ni dogma, y ponía de relieve la fe en Dios, padre universal de los hombres y a Cristo como “hombre nuevo”, mientras que la segunda se definía en conjunto por su culto sacrificial, y volvía  a la idea de Dios creador y juez y a las normas del Antiguo Testamento. Yo hacía hincapié en que “el espíritu” del cristianismo debería  buscarse en su orientación antropológica y en una novedad histórica que había provocado un choque cultural tan fuerte que los analistas han podido detectar en él el anuncio del “fin de la religión”.

No puede decirse mejor ni más breve, porque realmente este capítulo es un tratado teológico que abarca 120 páginas ampliando este tema.

Como vengo diciendo, creo que el valor fundamental de este libro es establecer la diferencia entre “el espíritu del cristianismo y la religión” con la autoridad teológica y religiosa del autor. El espíritu es esencial, mientras que la religión es un medio que ha extendido universalmente ese espíritu pero que, como un medio, puede resultar necesario, accesorio, o incluso perjudicial, según las circunstancias.

Ahora bien, establecer las fronteras entre ambos es discrecional (pero necesario) porque en gran parte se manifiestan entremezclados. Moingt establece la frontera entre la tradición apostólica y la dogmática, y la sitúa hacia finales del siglo II de nuestra era.

No desaprobaría Moingt que nosotros nos “atrevamos a pensar” por nosotros mismo sobre esta gran sugerencia que él nos aporta, y señalemos otras posibles fronteras tanto o más significativas.

Yo vería la gran frontera entre el espíritu del cristianismo y la religión cristiana en el paso de los evangelios sinópticos (lo que nos ha llegado de la vida de Jesús) y el resto del Nuevo Testamento (las epístolas auténticas de Pablo son previas a los evangelios escritos, pero no a la vida de Jesús). Efectivamente, la vida de Jesús y los evangelios tienen un talante profético, mientras que en el resto del Nuevo Testamento predomina el estilo sapiencial, e incluso algo de gnóstico (salvación por las creencias en una divinidad).

Otra frontera, un poco más tardía, se podría establecer entre las epístolas auténticas de Pablo y el resto de las cartas del Nuevo Testamento y de los primeros Padres de la Iglesia. Bastaría leer por orden cronológico las cartas del Nuevo Testamento (no por el orden en que aparecen en las ediciones de la Biblia) para apreciar en Pablo un predominio del Espíritu y una organización carismática de las comunidades, mientras que en los escritos posteriores ya se comienza a hablar de guardar “el buen depósito” de la fe (2 Tim 1,13-14; haca el año 100 a 120 d. C) y a establecer una organización jerárquica de obispos, presbíteros, diáconos, y los restantes miembros de las comunidades de creyentes.

La tradición interpreta que Dios, desde su altura, manifiesta (revela) su voluntad y sus enseñanzas a los hombres por medio de los profetas; y la imagen más grabada que conservamos de estas manifestaciones de Dios es su aparición con fuego y grandes truenos en el monte Sinaí, en el que entregó a Moisés las tablas de la Ley. Sin embargo las primeras tradiciones judías sobre Abraham nos muestran a un Dios muy cercano, el Dios de un pueblo, el Dios de mi padre Abraham como le llamaba Jacob. Un Dios que se aproxima, pero también un Dios desconocido, oculto en la Historia, que camina junto a nosotros.

Para un cristiano, la principal fuente de la revelación es la que se ha realizado en el mismo Cristo y la que él nos ha comunicado. Por eso Moingt comienza recordando las declaraciones de Jesús a Nicodemo y a la mujer samaritana, en las que advierte que hay que renacer del Espíritu y que los verdaderos adoradores no adorarán a Dios en el templo sino en Espíritu y en verdad, o en lo más íntimo de su propia vivienda. En cambio esta tradición de libertad en el Espíritu ha sido sustituida a finales del siglo II por una religión de creencias y de culto como mostrará en las dos grandes secciones de este capítulo. 

2.1 La revelación de Jesús en la predicación de los apóstoles

Confieso que este capítulo me está decepcionando un poco, porque yo había acogido con gran entusiasmo la coincidencia del espíritu del cristianismo con lo mejor de la conciencia humana, y esperaba que ahora nos mostrara la revelación de Dios (sus manera de manifestarse a los hombres)  en las mejores descripciones de toda la Biblia, del arte y de la cultura universal, e incluso de las creencias de los no creyentes (como el amor, la justicia, la solidaridad, la armonía planetaria…).

Reconozco sin embargo que el autor cumple con lo que nos había anunciado; quiere comparar la revelación que nos transmitió la tradición apostólica con la tradición dogmática posterior. Lo que me resta interés es que considero que la tradición apostólica (desde las cartas de Pablo) ya es teología naciente, ya es religión (creencias especulativas) aunque muy cargadas de adhesión al programa de Jesús.

Destacaré aquí las principales ideas que expone el autor en este capítulo para mostrar la diferencia entre la tradición apostólica y la dogmática, sin entrar en el desarrollo teológico de cada tema.

En primer lugar destaca el mensaje de la Resurrección de Jesús y la resurrección de todos los cristianos, provenientes del judaísmo o del paganismo, por  su unión al Cristo resucitado, que  los libera de la esclavitud de la Ley: “Si el Espíritu de Aquél que ha ha resucitado a Jesús de entre los muertos habita en vosotros… dará también la vida a vuestros cuerpos mortales” (Rom 8,11). Por esta superación de la Ley, “la religión constituyó un obstáculo para la fe…porque los doctores del judaísmo no supieron encontrar en las Escrituras lo que allí les sería desvelado. Esta vida infundida por el “Espíritu creador” convierte a los creyentes en un hombre nuevo, incluso ya en esta vida mortal. (Por mi parte quiero señalar la semejanza con el ideal del hombre nuevo proclamado por el Che Guevara).

A pesar de las dificultades para precisar en qué consiste la revelación, todo el testimonio cristiano confirma que Dios se ha revelado en Jesús, y los evangelios nos muestran cuál fue el proyecto de Jesús y cómo lo cumplió en beneficio de los más desfavorecidos. Más novedoso puede resultar la influencia que Moingt cree que pudo tener en Jesús el ambiente helenista difundido en Palestina, especialmente la humanitas de la filosofía estoica.

En cuanto al título de Hijo de Dios aplicado a Jesús, es un tema complejo con muchos matices, pero es importante destacar algunas expresiones textuales del autor: los sinópticos y Pedro lo emplean “en el sentido mesiánico de enviado de Dios, que no supone un origen eterno”. Pablo y Juan le dan un sentido más íntimo, pero Pablo lo sitúa en el momento de la resurrección (Rom 1,4), y Juan 17,1 sitúa su “glorificación” en su muerte y subida al cielo. Lucas, Mateo y Juan anticipan de alguna manera su glorificación, pero atribuirle el sentido que le dará el concilio de  Nicea “es una anticipación abusiva… y ningún autor del Nuevo Testamento podría admitir la idea, de origen pagano, de (que exista) una generación en Dios”.

Dios se nos revela en Jesús y las enseñanzas de Jesús nos van mostrando a Dios. Moingt destaca la exaltación mística en que Jesús exclama “¡Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra! Porque, ocultando estas cosas a los entendidos, se las has revelado a los sencillos!” (Lc 10,21-22). Según la interpretación más local y espontánea, los entendidos son los escribas y fariseos, y los sencillos son los discípulos y el pueblo que le escucha. La profundidad del éxtasis invita a interpretarla de un modo amplio a todos los orgullosos de su saber y al pueblo sencillo de buen corazón. Moingt la relaciona también con el misterio oculto en Dios durante siglos del que habla Pablo en Romanos 16,25-26 sobre la extensión del reino de Dios a los gentiles. Jesús sintiría un gran gozo porque el Padre le había confiado el anuncio de la salvación a todos los pueblos.

2.2 La revelación de Dios en la enseñanza de la Iglesia

Moingt ha expuesto “la tradición apostólica” basándose esencialmente en las cartas de Pablo y en el evangelio de Juan, y va a exponer “la tradición de la Iglesia” como “la forma institucional, jerárquica y cultual (o religiosa) que asume el cristianismo con la designación de obispos a comienzos del siglo III y la enseñanza autoritaria y dogmática que dará a las comunidades por medio de estos obispos”. Su intención “no es presentarlas como opuestas, como si la segunda hubiera eclipsado a la primera, sino de establecer la diferencia” porque esto será conveniente para ambas.

Trata en particular sobre el desarrollo histórico de la doctrina de la Iglesia sobre la Redención, la Encarnación, la Trinidad, y la misión desempeñada por María y por la Iglesia. Creo que esta amplísima exposición, siempre muy matizada, es de más interés para los teólogos que para los cristianos en general (¿los mencionados sencillos?), que conocemos suficientemente los resultados de esta evolución histórica. Moingth no escribe esto para que lo lean no creyentes, pues está en el estilo de la teología y terminología tradicionales. Sino para teólogos que hoy buscan abrirse a fórmulas e interpretaciones más amplias para que logren poder dialogar con no creyentes, sin escrúpulos de separarse de la fe de Jesús.

En el fondo de estas reflexiones está el antiguo problema de si la fe se basa solamente en la Escritura o en la Escritura y en la Tradición; pero ¿qué fe? (¿creencias conceptuales o adhesión al proyecto de Jesús?; ¿qué Escritura? (¿el Eclesiastés?); ¿qué tradición? Estos tres pilares están expresados según las experiencias y los conceptos culturales de cada época.

Mi adhesión al proyecto de Jesús se basa principalmente en la consonancia que percibo entre lo que los evangelios sinópticos nos cuentan sobre Jesús (aunque estén adaptados al lenguaje y a las necesidades de su época), lo que me dice mi conciencia (a pesar de las rémoras de mis propios intereses), y lo que me llega de los signos de los tiempos (con su lenta evolución científica y ética).

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