La Biblia de Jefferson.

Todo el mensaje de Jesús quedó tergiversado por Pablo de Tarso, por su megalomanía y su paranoidismo. El Jesús de Pablo de Tarso no existe. No tiene que ver nada con otro que se pueda extraer de determinados textos de los Evangelios (que también hay otros textos infumables).
El Jesús convertido en Cristo de Pablo de Tarso tiene sus correspondientes sosias en el mundo de su entorno. Hombres que sanan, hombres que realizan milagros, hombres que se convierten en dioses, hombres que resucitan… De todo eso había legado sobrado en el mundo romanizado de su tiempo. Haciendo un juego de palabras, Pablo tomó modelo y modeló a su modelo, a aquel del que se dio cuenta que era un gran hombre, Jesús “el galileo”.
Ese Jesucristo construido por Pablo poco tiene que ver con el hombre que fue. Y es por lo que traemos aquí al presidente Jefferson hizo: en los Evangelios, textos coetáneos aunque algo posteriores a las cartas auténticas de Pablo de Tarso, aparece también otro Jesús digno de recuperar y, por tanto, de imitar.
Es lo que hizo el presidente de EE. UU. Jefferson depurando el Nuevo Testamento de alharacas milagreras. El mensaje que aparece en un texto que ayer citábamos, Mateo capítulos 6 y 7, nadie lo puede rechazar, aunque algunos tengamos que hacer excepción de aquellos pasajes que hacen referencia a dioses y demás reinos celestiales.
En el texto de la Biblia de Jefferson también titulado “La Vida y Moralejas de Jesús de Nazaret” no se concede carta de naturaleza a la divinidad de Jesús ni a la Santísima Trinidad; no hay ángeles, profecías, milagros, hechos que huelan a teatro ni tampoco resurrección. Expurgó todos esos relatos para quedarse con el auténtico valor de Jesús, su mensaje. Un mensaje asumible por cualquier humano.
Como hemos dicho repetidas veces, los Evangelios son un cajón de sastre; pueden servir para todo; como se suele decir, tanto para un roto como para un descosido. En los Evangelios encontramos a un Jesús mago que realiza milagros y actos extraordinarios. Pero también hallamos a un Jesús airado y sobrexcitado por la injusta situación de los pobres. Y también a un celoso guardián de la pureza espiritual de la fe frente al ritualismo de los sacerdotes del Templo. Y a un hombre que llora por la suerte de su amigo.
Sí, cierto es que la vida de cualquier persona también es multifacética, pero no en el grado con que nos narran la vida de Jesús. Muchos pasajes de los Evangelios son incompatibles entre sí por no hablar de casi un Evangelio entero, el de Juan.
Si bien Jefferson se quedó con lo humano de Jesús, un mensaje creíble y por ello con seguridad le vituperan los cristianos escrupulosos, no hizo menos la Iglesia pero en sentido contrario: lo humano de Jesús ha quedado en puras anécdotas, especialmente las relacionadas con el nacimiento, que es donde más reluce la ñoñez infantiloide de los crédulos más tozudos. El resto, divinidad.
Quédese cada uno con la perspectiva que quiera que Jesús nunca volverá a su ser natural, un excepcional predicador galileo, que como le consideran aquellos que poco tienen que ver con la ideología cristiana.