Creced y multiplicaos.

Para cuando quedó fijado por escrito el primer libro de la Biblia, el Génesis, hacía mucho tiempo que el hombre se había desperdigado y asentado en fértiles valles como los de Mesopotamia; también hacía ya muchos años que el hombre nómada había tomado asiento en ciudades más o menos grandes; asimismo, hacía cientos de siglos que había dominado la agricultura y domesticado animales de los que se servía y alimentaba.  

Todos esos fenómenos sociales fueron generando historias que dieron cuenta de tales acontecimientos, con el añadido de heroicidades o calamidades varias realizadas por hombres o grupos humanos y el añadido de la interpretación oportuna que el vate proporcionaba.  Ni más ni menos eso son los primeros capítulos de la Biblia, del Génesis: interpretación imaginada  de los primeros tiempos de la humanidad. Veamos este párrafo:

 Creó Elohim al hombre a imagen suya, a imagen de Elohim lo creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Elohim diciéndoles: “Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra. Dijo también  Elohim: “Ahí os doy cuantas hierbas de semilla hay sobre la haz de la tierra toda, y cuantos árboles producen fruto de simiente, para que todos os sirvan de alimento. También a todos los animales de la tierra y a todas las aves del cielo, y a todos los vivientes que sobre la tierra están y se mueven, les doy para comida cuanto de verde hierba la tierra produce”. Y así fue. Y vio Elohim ser muy bueno cuanto había hecho, y hubo tarde y mañana, día sexto.

De las muchas consideraciones que este párrafo da a entender, entresacamos dos ideas: primera, la de “procread y multiplicaos”; segunda, “sometedla [la tierra] y dominad…”  Parece como si este párrafo estuviera dedicado a la sociedad actual,  la de nuestros días que comenzó a formarse más o menos con la revolución industrial. Ambas “recomendaciones” de Dios relacionadas con el control de la natalidad y con la ecología.

Cualquiera que tenga un mínimo de sentido crítico sentirá desasosiego  al considerar los datos que la demografía ofrece sobre el crecimiento de la población mundial en las últimas décadas. Cuando una especie animal coloniza un territorio y  se multiplica en demasía, aniquila al resto de especies que le puedan hacer competencia y, a la postre, ella misma desaparece. Y eso es lo que está sucediendo con la especie humana.

En el largo caminar del hombre a través de la historia, desde que se pueden estimar datos demográficos fiables, la población mundial se ha mantenido estable más o menos en torno a los 300 millones de individuos en el siglo I d.c. y los 800 millones hacia el año 1.800, dándose un equilibrio estable entre nacimientos y defunciones. En octubre de 1.999 la población llegó a los 6.000 millones; en 2.011 ya era de 7.000 millones; en 2.024 el número se acercaba a los 8.000 millones. ¿Qué especie de la envergadura del hombre tiene similar cantidad de individuos?

Hay expertos que opinan que la especie humana comenzará a decrecer en número hacia el año 2.050; hay otros más agoreros que predicen la extinción de la raza humana por motivos muy diversos, entre ellos la saturación de la misma en el hábitat terrestre.  ¿Serán viables sociedades como la de China, la India, Indonesia, México, Brasil, etc.?

Con toda lógica, la superpoblación  resulta agresiva para la ecología. En nuestro siglo hay conciencia colectiva de este drama. Hasta el extinto Francisco, haciéndose eco del sentir popular y en abierta contradicción del texto bíblico, clamó en “Laudato sí” por el respeto y preservación de las especies animales, por los bosques, por el agua, por los océanos…

El ser humano se hace cada día más depredador, no solamente urgido por la alimentación así como por la necesidad de nuevos recursos industriales, sino también impelido por supersticiones de lo más variopinto. Un ejemplo, en el mismo libro del Génesis respecto a las serpientes.  Y la muerte de rinocerontes o elefantes por el “vigor” que proporcionan determinados productos derivados.

¿Se hacen eco las religiones del grave problema que es la superpoblación y la esquilmación de la naturaleza? En absoluto. Todos los guías religiosos se muestran contrarios a la planificación familiar. Y en el espíritu religioso de muchas naciones --¿los anglosajones protestantes?—está la rapiña y acaparación de recursos naturales. Recordemos aquellas trifulcas promovidas por la Iglesia Católica en los años 70 y 80, fiel a la “palabra de Dios”, respecto al control de la natalidad,  los métodos anti conceptivos y  la farmacología ad hoc. Hoy no se sabe qué opina “oficialmente”.

Las restricciones o normativas religiosas con relación a la procreación humana inciden también en la muerte de muchas personas, porque la cultura religiosa se niega a afrontar las realidades de la sexualidad, a la vez que se niega a luchar contra la propagación de enfermedades de transmisión sexual.  No se puede defender más eso de que, en el sexo, todo debe propender a “lo natural”, a la finalidad del mismo. Resulta paradójico que eso lo prediquen quienes han renunciado a procrear.

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