Cristianismo e historia: la perspectiva científica /1

Sapere aude/ atrévete a saber (Kant)

Los estudiosos de la historia del cristianismo, especialmente aquellos que hicieron investigación  libre, no sometida a los esquemas dogmáticos de la ortodoxia, han podido constatar el desconocimiento general que existe sobre ese tema, no solo por parte de los simples fieles creyentes, sino incluso entre gente culta o con buena formación académica, incluidos los no creyentes.

En referencia a esa historia cristiana, el investigador francés Charles Guignebert en su obra El cristianismo antiguo (1) señalaba ya hace más de un siglo que en los países latinos “la mayor parte de los hombres más instruidos la ignoran, con una ignorancia profunda y deplorable”, lo que explicaba él como el resultado de la hegemonía de la educación cristiana durante siglos, la cual mezclaba de forma confusa verdades de fe teológicas con hechos históricos.

Se suponía, por ejemplo, que la creencia en la resurrección de Jesús, frágil punto de partida en la génesis de la religión cristiana, se correspondía con un hecho real e histórico, que venía  corroborado por los relatos paulinos y evangélicos sobre diversas apariciones y la leyenda tardía de la tumba vacía. De este modo, una vivencia sobrenatural objeto de fe era entendida como un acontecimiento histórico.

Ello es igualmente aplicable a otras verdades de fe, especialmente a la afirmación de la divinidad de Jesús, entendida como la humanización de Dios en vez de la deificación de un hombre, a semejanza de otros insignes personajes y benefactores de la historia antigua, como sostenía ya Aristóteles y más tarde Evémero de Mesene, explicación conocida como “evemerismo”.

A la misma confusión contribuían las representaciones pictóricas tradicionales, que mostraban a un Jesús glorioso saliendo físicamente del sepulcro y que después de un tiempo ascendía materialmente al cielo ante la mirada atónita de sus discípulos.

Es decir, se confundían los dogmas de fe proclamados en el Credo con acontecimientos históricos, mientras que el único hecho histórico del Credo cristiano que se reza en las misas es la crucifixión de Jesús “bajo Poncio Pilato” (la historia añade además “por Poncio Pilato).

Todos los restantes artículos son verdades de fe, proclamadas como dogmas por el magisterio eclesiástico en los concilios generales de los primeros siglos cristianos. A ellos se añadirán algunos otros dogmas en siglos posteriores, faltos de fundamento bíblico y de base histórica. Por ejemplo, la maternidad divina de María, (s. V), la Inmaculada concepción, (s. XIX),  la infalibilidad del romano pontífice (s. XIX) o la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo (s. XX).

En la misma línea de Guignebert, el historiador francés Alfred Loisy afirmaba que no existe correspondencia de los hechos históricos con los dogmas de fe,  ni tampoco cabe concordancia de los dogmas de fe con hechos históricos. Por pura lógica, si los dogmas de fe fueran demostrables por la razón histórica, la creencia de fe se convertiría en superflua por innecesaria.

El mismo Loisy, a comienzos del s. XX  constataba en Francia el desconocimiento general de la historia cristiana, bien diferente a la cultura de base teológica, adquirida en los catecismos y en los sermones.

Se refería a los hábitos religiosos de cualquier cristiano ordinario, que frecuentaba asiduamente los ritos de culto, especialmente la misa dominical, que obedecía los mandatos morales ordenados por la jerarquía eclesiástica y aceptaba los artículos del Credo sin hacerse mayores problemas ni cuestionar la enseñanza o adoctrinamiento que había recibido desde su infancia en la catequesis y a través de la predicación.

Ello demuestra que ha sido la visión teológica del Cristo de la fe la que ha triunfado en la educación religiosa, no la visión del Jesús histórico, el cual  sigue siendo el gran desconocido para la mayor parte del público, creyente y no creyente (o tal vez descreído).

El cristiano corriente, antes citado, ha interiorizado también la distinción entre fieles e infieles y ha aprendido que los infieles son los errados y los malos, lo mismo que los malvados judíos, los herejes, cismáticos, ateos y apóstatas. Por el contrario, él tiene la fortuna de encontrarse entre los elegidos, en el grupo de los buenos y poseedores de la verdadera fe, no por mérito propio, sino merced a la gracia divina, puesto que la fe es don divino según la doctrina teológica.

Tal vez el diagnóstico de los historiadores franceses Guignebert y Loisy sea aplicable todavía en la actualidad con respecto al desconocimiento general de la historia de la religión cristiana, especialmente en los primeros tiempos de su génesis formación y evolución.

La cultura del catecismo, que el catecúmeno memoriza bajo el formato de dogmas, es decir verdades de fe con carácter inmutable y bajo el ropaje de misterio, se convierte en un obstáculo epistemológico para conocer el nacimiento, la formación y evolución de la doctrina cristiana.

Para el análisis crítico del historiador, los dogmas de fe también tienen su historia y una evolución, explicable desde la razón científica, que es antidogmática.

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(1) Esta breve obra de Charles Guignebert, en F.C.E., es muy recomendable para quien desee obtener un conocimiento riguroso y fundado del cristianismo de los primeros siglos (existe PDF en Internet).

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